Читать книгу Volando Con Jessica - Giovanni Odino - Страница 13
VI
Оглавление19 de junio
Sante va directamente del 737 de Ryanair a la extensión que lo lleva al terminal. No lleva equipaje, por eso se dirige rápidamente al hall de llegadas del aeropuerto Stansted de Londres. Busca a su amigo entre las personas que están esperando. Por suerte el antiguo mensaje telefónico seguía siendo válido y ha conseguido organizar un encuentro en Londres. Lo encuentra fácilmente porque, con su metro noventa de altura, sobresale entre los demás.
—Sante, dear friend. How are you?
—Hola Robert, how long...?
Se saludan dándose un abrazo y palmadas en la espalda. Después, al darse cuenta de que están dificultando el flujo de los otros pasajeros, se apartan a una zona donde hay asientos libres.
—Querido amigo. Me alegra muchísimo volver a verte. Y no lo digo solo por el trabajo.
—Después de todos estos años has mejorado muchísimo tu italiano: lo hablas mejor que yo.
—Eh, dear Sante, sabes que tu bello país tiene muchas fábricas importantes de armas y, con mi trabajo, ya sabes, noblesse oblige.
—Pero eso es francés.
—A veces me equivoco, porque ellos también tienen buenas fábricas.
—También hablabas ruso, si me acuerdo bien.
Точнее, не большой, но достаточно для бизнеса.
—¿Es decir?
—Exacto, no muy bien, pero suficiente para los negocios.
—A propósito de negocios, como te dije, no me quedo esta noche. El vuelo de vuelta a Milán es a las nueve.
—Qué lástima, dear friend. Pensaba llevarte a un lugar que te habría gustado.
—La última vez elegiste un sitio que se suponía que era de cocina italiana y casi muero envenenado.
—Es que el cocinero era sueco, ¿qué esperabas?
—Me lo dijiste después.
—Esta vez nada de cocina italiana, sino rusa. Se come con vodka, rodeado de chicas que sirven en topless.
—Pero el topless en los restaurantes es típico americano.
—En estos tiempos los rusos son más americanos que los americanos mismos.
—Tienes razón, pero, desgraciadamente, nada de cena sexy. Tenemos tres horas y solo podemos ir a un bar del aeropuerto.
All right, dear friend.
Después de explicarle que todo debe permanecer en secreto, aspecto sobre el que Robert lo tranquiliza, Sante le pasa la lista de las piezas que Aurelio ha preparado. Su amigo la estudia durante unos diez minutos y luego dice:
—Encontrar estos componentes será very easy, muy fácil. ¿Cómo te los envío?
—Tienen que llegar a esta dirección.
Sante le da una tarjeta cuidadosamente escrita, en mayúsculas.
—No hay que declarar que son piezas de helicóptero. Sé que eres capaz, a través de tus contactos en los aeropuertos, de hacerlos llegar de otra manera.
—Será más caro.
—El precio no importa, lo que es indispensable es que sea una operación invisible.
—Right, llegarán a Aviano con un vuelo de las fuerzas aéreas americanas y luego os los llevará un furgón de Federal Express.
Robert se da cuenta de la expresión de Sante, que muestra dudas sobre la simplicidad con la que su amigo ha liquidado el problema de la discreción.
—No tienes que preocuparte, Sante, en nuestro trabajo estas son cosas nimias. Si me hubieras pedido piezas para armar un Hughes con misiles Tow habría sido más difícil, pero te los habría encontrado, anyway. Tendrás tus spare parts, tus piezas de recambio.
—Perdona, había olvidado tu experiencia. Necesito el material ayer.
—Sois todos iguales.
—¿Quiénes?
—Vosotros, customers, los clientes. Meses o años para decidir y luego lo queréis tener enseguida.
—¿Cuánto tardarás en conseguirlos?
—Si el dinero no importa, los tendrás la semana que viene. Pero no importa significa que no importa. Si vous me comprenez bien!
—Entendido, pero ¿por qué hablas francés?
—Perdona, dear friend. Es que ayer concluí una negociación larga y difícil para unos tanques de los amigos franceses y todavía tengo la cabeza llena de palabras francesas.
—¿Cuánto nos costará?
—Te informaré en cuanto lo sepa. Puedo decirte que para las piezas, tanto reacondicionadas como militares nuevas, harán falta unos doscientos cincuenta mil american dollars.
—Es un buen precio. Y lo has pronunciado en perfecto italiano.
—El dinero lo has entendido bien, pero keep calm, no es todo, la misma cantidad para los que me ayudarán y para la expedición especial Y porque eres my friend.
—Ya veo por qué me parecía un precio bajo, faltaban cosas. ¿Cómo nos organizamos?
—Apunta este número, es seguro. Tendrás que comprar un cell phone, then, only con tu new cell phone, remember, me mandas un saludo y yo te respondo con tres números. El primero es una cuenta cifrada en la sede del Bank of America de Zúrich, y el segundo es el dinero, en US dollars. Cuando llegue el dinero a la cuenta enviaré los componentes. Deberías recibirlos una semana después del pago.
—¿Y el tercer número?
—El tercero es el teléfono que marcarás para nuestro siguiente contacto.
—¿Y el número viejo?
—No será válido, expired. Lo cambiaré cada vez y tú harás lo mismo. Cada vez tendrás que destruir el teléfono usado, destruirlo, no sólo tirarlo, you must remember, tienes que recordarlo.
—Lo he entendido, un intercambio de mensajes y luego triturarlo.
—Perfect! Use a hammer! Un martillo grande bastará. Tienes que comprar otro cell phone y volver a mandar el saludo. Te responderé si puedes usar ese número o, eventualmente, te comunicaré otro distinto.
—Entendido. Habrá otro pedido más tarde, en cuanto nuestro mecánico acabe la lista.
—Si es todo igual, se podrá hacer: money makes life easier.
Sante le da la mano para sellar el acuerdo al que han llegado.
—Siempre me ha gustado el pragmatismo de los americanos. Ahora que hemos llegado a un acuerdo podemos beber una cerveza y relajarnos.
—Dear friend, tenemos grandes recuerdos que compartir.
—¿Qué cerveza quieres? ¿Inglesa? ¿Double malt?
—¿Cerveza caliente? ¡Absolutamente no! French beer, he visto que tienen Fisher.
—Tienes que probar las italianas, son especiales.
—¿Italian beer? Oh, well, la probaré antes o después.
Mientras disfrutan las cervezas, Sante le pregunta a qué país sería mejor ir a vivir, con igualdad de dinero disponible.
—A Belice, sure —responde Robert—. La mejor calidad de vida por poco dinero.
—¿Y Costa Rica? Parece que hay un flujo de emigración de élite a ese país.
—No está mal, pero prefiero Belice.
Robert mira a Sante con una mirada inquisitiva. Luego continúa:
—Years ago habrías preguntado dónde hay más fight, más batalla, y no dónde se está tranquilo.
—La gente cambia.
—¿Te acuerdas del batallón Leopardo?
—¿Te refieres al pobre Schramme?
—Exactly.
—Eran otros tiempos. Medio siglo que parece una vida.
—Si quieres volver a estar en medio de actividades very special como piloto de helicópteros puedo hablar con alguien. ¿Are you combat-ready?
Sante no responde inmediatamente. Se pone a recordar sus años de joven, cuando el cielo africano le había parecido más azul y había creído que las extensas vistas de aquellas tierras eran horizontes de gloria.
—Sante.
—Perdona, estaba pensando.
—He visto en tus ojos la nostalgia de África, dear friend.
—Creo que Belice o Costa Rica serán perfectos. O incluso Brasil. Veremos. Lo que necesito seguro es un sitio donde haga calor.
Robert se limita a sonreír.