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ОглавлениеVOLANDO CON JESSICA
PRIMERA PARTE
I
28 de mayo
—¡Eraldo! —grita Pamela, desgañitándose, para hacerse oír dentro del hangar—. Al teléfono.
—¿Quién es?
—Un tal Ranuzzi.
—¿No puedes atenderlo tú? Si es para un curso de vuelo tú sabes más que yo.
Estoy en el hangar, charlando amablemente con el mecánico y no me apetece nada interrumpir mi disertación sobre la estrategia económica del gobierno.
—Ha dicho que tiene que hablar contigo.
—¿Pero por qué coño tiene que hablar conmigo? —le pregunto a Sandro, que, por toda respuesta, alza los hombros. En efecto, no puede saberlo. Olvido la política económica—. Voy.
—Toma —dice Pamela, acercándome el teléfono inalámbrico.
—¿Dígame?
—¿Comandante Eraldo Cavicchi?
—Soy yo. ¿Quién es?
—Buenos días. Soy Ranuzzi, el mayordomo del abogado Martinelli-Sonnino, y le llamo por encargo directo de él.
Hace una pausa, a lo mejor espera un comentario por mi parte, pero no se me ocurre ninguno.
—El abogado querría verle por cuestiones de trabajo.
—¿A mí directamente? Yo no soy el dueño, solo me ocupo de las clases y los otros tipos de vuelos previstos en nuestras tarifas.
—No se trata de la compañía para la que trabaja, sino de usted personalmente.
Otro ricachón que quiere jugar con helicópteros y me hará perder el tiempo. Pero, ¿quién lo asegura? Esta vez podría ser distinto.
—Está bien. Dígame qué día le viene bien y le esperaré en la oficina.
—El abogado le ruega que venga usted a su casa. No quiere que se sepa de su encuentro. Lo que es más, le ruega que no hable con nadie de esta cita y que no mencione su nombre.
—No entiendo a qué tanto secreto…
—Lo entenderá cuando se vean. Verá que razones para ello, hay.
—¿Dónde tengo que presentarme?
—En Milán, en la vía Rollo, número siete. ¿Podría venir mañana por la tarde, a las cuatro?
— Mmm… de acuerdo. Mañana a las cuatro. Allí estaré.
—Informaré al abogado de que ha aceptado. La calle está en el centro. Le aconsejo que coja el metro hasta la estación Duomo.
—Gracias por la información. Hasta mañana.
—Que tenga un buen día.
Qué conversación más rara. Verás que esta vez encuentro de verdad uno que se ha comprado un helicóptero y quiere un piloto viejo y experto para que lo lleve a dar vueltas. Quizá… ¿por qué no?
Pamela me mira con curiosidad. Me pregunta:
—¿Buenas noticias? ¿Buscan un nuevo director en Alitalia?
—Un tipo, que por ahora no quiere decir quién es, quiere verme. Mejor ir siempre y ver de qué se trata, porque en una de esas mi vida podría dar un giro.
—¿Qué giro quieres dar? ¿Quién podría tratarte tan bien como nosotros?
—Cierto. Pues entonces voy para confirmar que es mejor no cambiar nada.
Pamela es joven y yo podría ser su padre. Seguro que no le intereso, pero es una de esas mujeres que necesitan sentirse importantes continuamente. Solo se siente tranquila cuando todos los hombres con los que trata, independientemente de la edad que tengan, le demuestran que ha despertado su deseo. Por eso le gusta hacer ostentación de las abundantes formas que le ha regalado la madre naturaleza. Con un rostro amable y sonriente, con el pelo corto y negro como la Valentina de los cómics de Crepax, y dos ojos del mismo color, porta con desenfado su pecho voluminoso y unas caderas en proporción. Tras las provocaciones, y una vez conseguido el comentario esperado, se acaba todo: le basta con eso. Yo lo he comprendido y entro al trapo.
—Si me proponen un buen sueldo, la mitad la usaré para pasar una noche contigo. «Motociclettaaa… dieci accapiii… è tua se dici sììì.. » —le canto a un palmo de distancia de su nariz.
—Anda ya, tonto —dice, pero se ve que está contenta con la proposición, aunque los dos sabemos que es un juego.
—¿Vas mañana?
—Has oído bien, tengo una cita.
—¿Con quién?
—¡Eh, para ya! Por ahora he prometido ser reservado, pero te prometo que serás la primera en saberlo todo. Sabes que eres la única sacerdotisa a la que podría confesar mis secretos más ocultos.
—¿Y a quién le interesan? —me grita mientras salgo de la oficina.