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VIII

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4 de agosto

El paisaje desfila rápido. El motor de mi coche cumple su deber, girando sin descanso. Considerando los años que tiene y los kilómetros que ha recorrido está haciendo una buena prueba de resistencia. Probablemente no se da cuenta de la traición que estoy preparando.

—Recuerda que este te lo compro yo —me dice Sante como si me hubiese leído el pensamiento. Luego sigue:

—¿Cuándo llega el Carrera?

—Todavía no lo he decidido, estoy pensando.

—Yo no lo cambiaría, casi cien mil euros por un coche es un robo.

—Al final serán muchos menos, porque lo compro de segunda mano, y, de todas maneras, en todos mis años de trabajo no he conseguido ganar lo suficiente para permitírmelo. Quizá no soy tan viejo como para no darme esta satisfacción.

—¿Quieres presentarte delante de la rubia con el cochazo?

—¡Ya era hora!

—¿Ya era hora de qué?

—De que dijeras la tontería del día. Hoy llevabas retraso y me estaba preocupando.

—Querido Eraldo, te conozco desde que eras un piloto joven y ambicioso. ¿Te acuerdas de que te llamaban Manfred el Rojo?

Manfred el Rojo... Qué nostalgia: veinticinco años y la convicción de que podría conquistar el mundo. Y todas las chicas del mundo.

—No porque fueras tan buen piloto como el mítico Barón Rojo —especifica Sante—, sino por tu simpatía por el Che.

—Me acuerdo bien. Y el Che me sigue gustando. ¿Y qué?

—Reconozco cuando estás enamorado. A esta edad se te pone la misma cara de pez cocido que antes.

—No. Te equivocas. Y ahora dejemos de hablar de esto.

—Como quieras. Hablemos de trabajo. ¿Qué piensas de esta invitación a San Remo?

—No lo sé, pero creo que el abogado quiere hablar del proyecto con más tranquilidad.

—Lo importante es que no encuentre excusas para no pagar.

—No habrá problemas. ¿Has visto cómo ha sido puntual hasta ahora?

—Sabes, está bien fiarse pero...

—No habrá problemas, porque el helicóptero solo estará listo para volar cuando nos haya pagado todo. Exactamente como acordamos.

—Muy bien.

—Muy bien Aurelio, la idea fue suya.

—A propósito de dinero: ¿estás seguro de que este viaje lo pagará él? Tres días en el Royal de Sanremo deben costar una fortuna.

—Te los puedes permitir, con todo lo que has ganado hasta ahora.

—No puedo gastármelos en estas chorradas. Tengo pensado irme al extranjero, ya lo sabes.

—Dijo claramente que sería un placer para él hospedarnos Si eso significa algo ...

—Qué lástima que Aurelio no pueda venir.

—Tienen la cabeza sobre los hombros, esos dos. No tienen ninguna intención de cerrar la taberna.

—Pocos beneficios para el esfuerzo que supone. Deberían irse a Estados Unidos. Allí sí que podrían ganar dinero con un restaurante italiano.

Sante es así. Las cosas normales no son suficiente. Los sueños, del tipo que sean, sí.

—¡La salida! —exclama, haciendo un gesto con la mano de ir a la derecha.

Consigo salir de la autopista por los pelos. Me imagino lo que habrá pensado el conductor del coche de atrás.

Después de veinte minutos, curvas y costa, sobre las siete de la tarde entramos en el aparcamiento del Hotel Royal.

—El abogado les espera en el restaurante a las nueve —nos informan en recepción, después de haber controlado la reserva de las habitaciones. Luego añade:

—Les deseamos una estancia agradable.

—Ya veremos —comenta Sante—. A propósito, ¿podría confirmar si está todo pagado por el abogado?

El empleado coge una hoja de un bloc, lo lee rápidamente y lo apoya en el mostrador.

—Confirmado. El abogado ha firmado para cubrir sus gastos, incluidos el restaurante, el bar y el Spa.

—Bien, queríamos estar seguros... —aclara Sante, que se acerca a la hoja y la examina con atención sin importarle la expresión molesta del hombre.

—Perfecto, creo que podré disfrutar la estancia.

—Permítannos acompañarles a sus habitaciones —dice el empleado, haciendo un signo a un botones a pocos metros de distancia.

Un poco más tarde, antes de entrar en la habitación, nos ponemos de acuerdo en qué vamos a hacer.

—Y el Spa —comenta Sante—. No se anda con chiquitas, nuestro abogado. Tendrías que haber visto la firma de nuestra invitación: llena de florituras. Habría valido para un tratado internacional.

—Por ahora todo va sobre ruedas. Tengo curiosidad por saber qué tiene que decirnos.

—Venga, disfruta estos días. Todavía no has desconectado, te sentará bien. ¿Vamos al casino después de cenar? Quiero probar la ruleta con mil euros.

—¿Te preocupas por la cuenta del hotel y luego quieres dar dinero al casino?

—¿Dar? Lo que quiero es ganar dinero.

—¿No te poseerá el demonio del juego? —le pregunto, bromeando.

—Anda ya, el demonio... me tomará el ángel de la victoria en sus brazos.

—Entonces vendré.

—Perfecto.

—Nos vemos a las nueve directamente en el restaurante.

—Hasta luego.

El abogado me recibe con un «buenas noches comandante» muy cordial, y su novia con una sonrisa capaz de derretir el Polo.

Su novia... qué tristeza.

—Buenas noches, señorita Jessica, buenas noches abogado.

—¿Y el comandante Genovese?

—Estará al llegar.

—Allí viene —avisa Jessica.

Después de los saludos de rigor nos sentamos a la mesa y se relaja el ambiente. Mientras saboreo un brut de una marca conocida observo mejor a Jessica: lleva un vestido muy fino de color perla que se adapta a su cuerpo como la brisa de las noches de verano. Las pocas joyas sencillas completan una imagen digna de un cuadro de los prerrafaelistas ingleses. Me doy cuenta de que el corazón se me ha vuelto a acelerar.

—Como habréis imaginado, os he pedido que paséis estos días conmigo, a parte de por el placer de vuestra compañía, para poder hacerme una idea más precisa de cuánto tiempo falta para que el helicóptero esté listo.

—No tendremos problemas para respetar el compromiso de un año.

—Sé que te comprometiste en hacerlo en un año, pero he visto que habéis empezado bien y me preguntaba si podríais acabar antes.

—Haremos todo lo posible, pero tendrá que esperar por lo menos dos meses más para que podamos darle una fecha.

—Vale, vale. Por ahora disfrutemos de la cena y de la compañía. Ya hablaremos de eso más tarde.

Hace un signo a un camarero que se acerca y llena los vasos.

La velada transcurre bien, relajadamente. Hablamos de todo menos de helicópteros. Es imposible que la razón de nuestras vacaciones en San Remo se haya reducido a ese brevísimo diálogo. Es como si algo se hubiese quedado en el aire. Poco a poco dejo de pensar en ello.

Al acabar la cena pasamos a un salón donde toca un grupo que ataca algunas piezas pegadizas con resultados apreciables.

Volando Con Jessica

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