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CAPÍTULO 4: ESPEJOS: Los cristales rotos

ABRIL DE 2012

Caminaba con Gastón hacia el colegio, como todos los días, los dos ahora estábamos procurando mejorar en las actitudes y comportamientos dentro del colegio, además, él notablemente había mejorado en sus calificaciones; “todo sea por ayudar”, decía, pero yo sabía que en ocasiones se escapaba del colegio y sabía que fumaba marihuana, pero decidí no contar nada, al fin de cuentas no lo hacía siempre y él me cubría a mí en algunas cosas, tal vez estaba mal ese acuerdo entre líneas que teníamos, pero así era.

Esa tarde estábamos a menos de una cuadra ya cuando, no sé si llamarlo por presentimiento o algo similar, sentí que no quería entrar a clases, que tenía que volver a casa y le dije a Gastón:

—¡Eh, Gastón!, yo no voy a entrar al colegio. —Él me miró sorprendido.

—¿Me lo decís en serio?, ¿te sentís bien?

—Sí, en serio... estoy bien, solo que quiero volver. Gastón, ¿la notaste rara a ma? Porque yo sí, viste que últimamente estaba distante y de repente esa buena vibra que tiene desde hace unos días, yo no me como el cuento de que está todo bien, me da desconfianza.

—Micaela, vos sos más intuitiva que yo, pero sí, yo también la vi algo rara, pero cualquier cosa le escribimos a Cami.

—Camila enseguida se va a lo de Ana a hacer un trabajo práctico.

-Yo no sabía, ¿sabés qué?, vamos —dice girando hacia la dirección por la que veníamos.

Llegamos a casa, la puerta estaba con llave y Gastón encontró primero su llave, así que él abrió y entró primero, pero se quedó parado bajo el marco de la puerta y yo noté que estaba pálido.

-Gastón, ¿qué pasa? —dije y vi la razón, mamá estaba sentada en el piso recostada en la pared y vi su muñeca, se había cortado las venas—. Mamá, no, no, ¿qué hiciste? —le decía—. ¡Gastón! —grité, y eso lo hizo reaccionar porque salió corriendo—. ¿Por qué, mamá?, ¿por qué? —preguntaba sin cesar mientras ataba su muñeca con un pañuelo.

Todo fue muy rápido, vi entrar a Gastón con José, el nuevo vecino, él la alzó y nos llevó hasta el hospital.

A decir verdad tengo repulsión por los hospitales, no tolero el olor a anestesia y me genera una especie de fobia, aunque ese día no fue así, estábamos en la sala de espera y Gastón miraba fijo la puerta de la sala por la que ingresaron a mamá. José estaba todavía ahí y nos miraba afligido.

-Gracias, señor —le dije.

Si él no la hubiera llevado rápido no sé qué hubiéramos hecho nosotros, además, yo vi que pagó para que la atendieran rápido, porque al parecer si no tenés plata no valés ni el intento.

-No hay por qué agradecer… y, chicos, ella va a estar bien.

De repente se abrió la puerta de emergencia y vi entrar a Camila, yo le había avisado cuando íbamos camino al hospital. Gastón salió disparado como una flecha hacia ella, la abrazó y comenzó a llorar, ella me miró y vi que tenía lágrimas en los ojos y también la abracé y sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, tenía miedo de lo que podía pasar, tenía miedo de perder también a mamá. Estuvimos varios minutos así, hasta que escuchamos la voz del médico.

—Familiares de Elena Rojas.

—Nosotros —dijo Camila—. ¿Cómo está?

—De momento está en terapia, está algo débil, ha perdido mucha sangre y tuvimos que hacerle una transfusión, está estable y en un rato podrán pasar a verla.

Sentí que volvía el alma a mi cuerpo y que Gastón me agarraba la mano y la presionaba.

—Una cosa más, la paciente está sedada, será un proceso largo, se intentó quitar la vida y deberán estar preparados para una posible reacción de su parte cuando pase el efecto.

No me importaba qué tan largo iba ser el proceso, mi mamá estaba viva y eso era lo más importante.

Dos días después, antes de que le dieran el alta, Gastón y yo habíamos encontrado la demanda de divorcio firmada en su habitación y al parecer eso la llevó a la decisión. Camila me dijo que no la juzgara, que tal vez mamá veía el matrimonio como su mayor logro en la vida o como su prioridad y ver un papel de divorcio firmado por el hombre del que estuvo o estaba enamorada no era fácil, era reconocer que no había cumplido con el ideal, que eran otros tiempos y que con prejuicios no se arregla nada, lo hecho está, que no le diera importancia a eso, que lo hiciera en mamá y eso empecé a hacer. Camila tenía razón, lo importante era mamá, era que estaba viva y eso era más importante que encontrar una explicación a su accionar, aunque en el fondo yo no estuviera del todo de acuerdo con lo que había hecho, porque yo sentía que con todo lo que él había hecho no merecía que ella se quitara la vida y me parecía injusto por nosotros. Además, llevaban años separados y lo único que los unía era ese papel, pero obvio, yo solo veía mi ego herido, no la podía entender a ella, yo en ese momento empecé a darme cuenta de que no podría entenderla nunca y que indudablemente nunca compartiríamos muchos ideales y prioridades. Ella no era la mujer que una vez idealicé, no era esa idea la que me había grabado en mi mente.

Cuando le dieron el alta, mamá comenzó a ir a terapia y también la medicaron, nosotros evitábamos dejarla 100% sola, si no nos quedaba opción, la vecina (la señora de José) la vigilaba, e incluso se visitaban y eso era muy bueno para su rehabilitación. A su vez, Gastón y yo tratábamos de ayudar más en los trabajos de la casa y él había empezado tres veces a la semana a trabajar en un mercado acomodando los productos en el depósito, así ayudaba a Camila con más ingresos.

JUNIO DE 2012

Era sábado, estábamos limpiando y ordenando la casa con Gastón cuando escuchamos que alguien aplaudió, desde el portón del cerco.

—Gastón, andá a atender, ¡por favor! —grité desde el patio trasero donde estaba colgando ropa, lo vi dejar el escurridor cerca de la puerta de la habitación que estaba limpiando y dirigirse hacia el frente.

—¡Mica, vení! —Yo me asusté, pensé que pasó algo, dejé todo y casi corriendo fui hacia él y me quedé parada bajo el marco de la puerta. Gastón sonreía, a su lado estaba Joaquín.

—Hola, Micaela —dijo él antes de abrazarme y fue ahí cuando recién reaccioné y lo abracé fuerte, tenía ganas de llorar, lo había extrañado mucho, era mi hermano el que estaba ahí conmigo después de más de 8 años de no verlo.

Ese día aprendí que hay relaciones y vínculos que no se rompen ni con el tiempo, ni con la distancia, mi familia indudablemente era mi eje, mi estructura, y en gran medida lo más importante que tenía; volver a estar cerca de mi hermano Joaquín ayudó a que aprendiera a valorarlos un poco más cada día.

—Vamos, hay que decirle a mamá, se va a poner contenta —dijo Gastón.

Camila llegó al mediodía y se alegró de ver que Joaquín había ido, él la contactó cuando fue a la librería en la que ella trabajaba, nos contó que trabajaba en una panadería de la cual era dueño, que cuando papá lo echó se había ido con un amigo al sur porque pensó que era lo mejor y estaba algo dolido por lo que pasó, que por eso no había vuelto antes, pero que ahora ya estaría con nosotros, que vivía en el centro que no tenía idea de todo lo que pasamos, pidió disculpas que no eran necesarias, él la había pasado mal también. Se quedó todo el fin de semana, mamá estaba muy contenta y nosotros, también.

A partir de ese día cada tanto Joaquín nos visitaba, a fin de año mamá volvió a trabajar a medio tiempo nuevamente, en el hospital. Gastón y yo terminamos la secundaria, él empezó a trabajar de tiempo completo en el supermercado, yo me inscribí en el profesorado de Historia y conseguí trabajo en una cadena de restaurantes y pensaba seriamente la posibilidad de irme a vivir sola.

A Juan Vogel (mi padre) lo había visto a lo lejos un par de veces en la calle y había escuchado comentarios de que se había casado con una mujer y que estaba criando a los hijos de esta, me parecía irónico y kármico, pero en el fondo aumentaba más el dolor y el rencor que sentía por él. Desde que no vivía con nosotros, no se lo nombraba, era como si pretendiéramos que él nunca había vivido con nosotros, y si un recuerdo afloraba, yo evitaba llamarlo papá, ahora era: él.

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