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CAPÍTULO 1: PRIMEROS ESPEJOS: se limpian los cristales

MARZO DE 2003

Es imposible que de niñ@s no idealicemos a nuestros padres, para mí eran “perfectos”. Mí mamá trabajaba de enfermera en el hospital, era una mujer que combinaba el afecto con la autoridad, ella era muy cariñosa, pero a su vez exigente conmigo y mis hermanos con respecto al estudio y el orden, aunque, por lo general, solo la veía en las noches y los fines de semana por sus horarios, ella ejercía la imagen de mujer segura, cariñosa y protectora y era un ejemplo para mí. Mi padre era socio y dueño de una ferretería industrial, era muy cariñoso y siempre tenía algo nuevo para enseñarme y, a diferencia de mamá, él no era muy exigente ni autoritario. Con él pasaba todas las tardes ya que, iba a la escuela a la mañana con dos de mis hermanos y al regresar solía acompañar a papá a su trabajo y si estaba ocupado yo llevaba un libro, leía en lo que él se desocupaba antes de llevarme al parque o a la costanera a mí y a veces también, a mis hermanos. Por cierto somos cuatro: Joaquín (que tenía clases a la tarde), Camila, Gastón y yo, Micaela, que soy la menor de los cuatro.

Papá es un hombre de 1,80, de pelo castaño claro, piel blanca y ojos verdes; mamá es morocha, de 1,60, pelo negro y ojos marrones, yo siempre me convencí de que por esa razón mis hermanos y yo somos tan distintos: Gastón y Joaquín son más trigueños, pelo negro y ojos marrones, Camila tiene el pelo castaño oscuro rizado, la piel blanca y los ojos verdes, yo tengo el pelo castaño claro, piel clara y los ojos marrones claro, aunque a su vez tenemos rasgos físicos comunes.

¿Qué tan pronto descubriste que tus padres no son semidioses, sino simples humanos?

A mí la vida me enseñó pronto, quizás demasiado pronto.

Recuerdo claramente esa noche, era sábado, yo estaba jugando a ajedrez con Gastón, y Camila traía platos y los dejó en la mesa porque estábamos por cenar, se empezaron a oír gritos provenientes de la habitación de nuestros padres. Ya los había oído discutir antes porque cuando se encerraban seguro discutían, pero esa vez era diferente, de repente, mamá salió detrás de mi padre dando un portazo.

—No puedo creer que creas todas esas cosas, ¿por qué no dejás que te explique? Ya estoy cansada de tanta desconfianza.

—Vos cansada, y ¿yo qué? Estoy cansado de escuchar que soy el pelotudo, el cornudo.

Camila me agarró de la mano y nos llevó a Gastón y a mí a nuestra habitación y cerró la puerta, pero todavía se escuchaban los gritos

—¿Se van a separar? —pregunté.

Camila me abrazó y de repente escuchamos ruido de platos rompiéndose y vi salir a Gastón de la habitación y yo lo seguí. Papá estaba como loco tirando cosas y mamá gritaba, en eso vi llegar a Joaquín.

—Papá, calmate —dijo.

—No te metas, bastardo.

—No le hables así a tu hijo —gritó mamá.

—Mi hijo, ni vos te lo creés, mirá, mirá, es un negro de mierda igual que él —señaló a Gastón, luego agarró el brazo de mamá y la estiró hacia él—, sos una puta de mierda.

—No le vuelvas a hablar así a mamá.

Joaquín lo empujó y mi padre, más bien ese hombre al que llamaba padre, reaccionó como nunca lo había visto reaccionar, golpeó a Joaquín en reiteradas ocasiones. Gastón intentó defenderlo y también lo golpeó, mamá terminó interviniendo al empujarlo y él gritó que ella era una puta que le había sido infiel, que él sabía que no era el padre de esos negros. Ella le reprochó que el infiel era él y que no se olvide del hijo que abandonó. ¿No pensás contarles a tus hijos que ahora tienen un hermano un poco menor que Micaela? —Yo lloraba abrazada a Camila y Joaquín cuando papá se fue de la casa.

Desde esa noche, mi padre, ese hombre al que creía conocer, comenzó a tratarnos mal, principalmente a Gastón y Joaquín, y por primera vez sentí repulsión por él. ¿No querés hijos “negros”? No te cases con una mujer así. ¿Resulta que sos racista? No te cases con una criolla, porque tus hijos no serán rubios como vos.

Mi mamá se cambió de habitación y dormía ahora en la misma que Camila y yo, no había un solo día en que no discutieran, seguían viviendo juntos, pero cada día eran gritos, insultos, chantajes, amenazas. Ver cómo papá en más de una ocasión tiraba cosas y golpeaba con un cinto a Joaquín, ver cómo mamá no era siempre capaz de defenderlo, sino que era Camila quien lo hacía, era ella quien más de una vez lo había enfrentado haciendo que ese hombre se encerrara en su habitación o se fuera de la casa.

Mamá se pasaba las noches llorando, yo me daba cuenta de que lo hacía, así que me acostaba a su lado y la abrazaba, no quería que ella sufriera, quería que dejara de llorar, quería que todo fuera como antes, quería que volviera la armonía y la calma, no quería que estuviera triste. Pero nunca podía ayudarla, no sabía cómo hacerlo y yo a veces me escondía a llorar en el baño o en el ropero, yo no quería que ella me viera triste, porque sentía que más triste se ponían ella o Camila. Ahora era ella, Camila, quien nos cuidaba e iba con Gastón y conmigo al parque, así evitábamos a papá por las tardes, porque él, si nosotros nos quedábamos en la casa, no iba a su trabajo y se pasaba la tarde insultándonos, principalmente a Gastón. Por lo general, ya eran solo malos tratos; de ese hombre cariñoso que creía tener por padre no quedaba ni un rastro porque lo que más se escuchaba, lo más “suave” eran palabras como: inútiles, bastardos, basuras, mantenidos o frases “negro de mierda”. Decía que íbamos a ser unas putas como nuestra madre, unas mantenidas de mierda, que le debíamos todo el tiempo que nos crio, que la casa era suya y que nos tendríamos que ir, que íbamos a terminar en la calle, que él no era nuestro padre.

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