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Rasgos generales del giro a la izquierda

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Existe amplio acuerdo en la literatura comparada1 de que el giro a la izquierda inició en Venezuela en 1998 con la victoria de Hugo Chávez y se propagó por la mayoría de los países de la región durante la década siguiente, en la cual alrededor de dos tercios de la población latinoamericana llegó a ser gobernada por presidentes izquierdistas. Pero también hay un buen grado de aceptación de que la izquierda en América Latina es diversa debido a las distintas trayectorias históricas de los países en relación, entre otras cosas, al tipo de regímenes autoritarios que han tenido (militar, civil), a cómo ha sido su proceso de democratización (ruptura, transición pactada), a qué tipo de sistemas de partidos han emergido en ellos (institucionalizados o no institucionalizados) y a las características de su población (socioeconómicas, étnicas, etc.).2 A continuación se exponen en orden cronológico los triunfos electorales con que los distintos países se adscribieron a dicho giro o se mantuvieron en él.

Si bien el giro ha sido dominante en la región, su duración muestra variaciones importantes entre países. Así, en Venezuela, Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Nicaragua y Ecuador se mantuvo o se mantiene más de una década; en tanto que en Paraguay, Panamá o Guatemala no se extendió por más de un periodo presidencial. El porqué de estas diferencias aún no ha sido estudiado, aunque es claro que hay factores comunes entre los países que llevan a esos resultados (es decir, la explicación no puede limitarse a describir las trayectorias y procesos internos nacionales). Otro contraste notorio es que en algunos casos la continuidad de la izquierda en el poder se dio a través de la alternancia de líderes políticos (Uruguay, Brasil, Chile), en tanto que en otros la izquierda fue incapaz de cambiar de líder y cayó en el caudillismo (Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua).3 La interacción entre el grado de institucionalización del sistema de partidos antes del giro y el desprestigio del mismo parece ser la causa principal de esto, aunque su comprobación empírica aún está pendiente.4

Cuadro 1. Presidentes del giro a la izquierda en América Latina*


Una pregunta obvia que surge cuando se discute sobre el giro es: ¿qué queremos decir cuando hablamos de la izquierda en América Latina? Quienes la han abordado coinciden en que una característica de esta corriente política es la búsqueda de la igualdad en sentido amplio (Arditi, 2009; Borón, 2012), en especial la reducción de la desigualdad socioeconómica (Castañeda, 2006; Schamis, 2006; Santander, 2009) a través de una distribución lo más igualitaria posible de la riqueza (Cleary, 2006), lo que implica su disposición a recurrir al Estado para corregir el desbalance de las fuerzas del mercado (Cameron, 2009; Weyland, 2010). Si en décadas pasadas la izquierda era relacionada con posturas anticapitalistas, hoy en día se la asocia más bien con la búsqueda de un modelo económico que no solo produzca crecimiento, sino también inclusión social. Por ello, la izquierda plantea la necesidad de una política social activa que permita la creación de empleos, la mejora de la educación y de la salud y la reducción de la pobreza (Paramio, 2006). Actualmente la izquierda no se opone a la propiedad privada ni a la competencia de mercado, pero rechaza la idea de que las fuerzas del mercado no reguladas pueden satisfacer las necesidades sociales (Levitsky y Roberts, 2011). La regulación del mercado y la política social que defiende la izquierda requiere del aumento de las capacidades del Estado, en especial de su recaudación a través de una estructura tributaria progresiva, basada más en impuestos a los sectores de mayores ingresos (tanto a la riqueza como a la propiedad) y menos en tributos al consumo (como es el caso del impuesto al valor agregado —IVA—) (Beasley-Murray, Cameron y Hershberg, 2010). En ese sentido, esta corriente es consciente hoy en día de la importancia de la estabilidad económica, lo que la aleja de lo que Dornbusch y Edwards (1992) llamaron “populismo macroeconómico”.5 Adicionalmente, se señala que la izquierda ha ampliado su mirada sobre las desigualdades y actualmente incluye a las que se desprenden de las diferencias de género, raza o etnia (Levitsky y Roberts, 2011).

La postura de la izquierda en relación con la economía descrita en el párrafo anterior se aleja de la tradición estatista prevaleciente en las décadas de los sesenta y setenta y tiene coincidencias con algunos planteamientos que se impulsaron con las reformas de los años ochenta y noventa (control del déficit fiscal, de la inflación, respeto a la propiedad privada y a los intercambios de mercado), lo que lleva a algunos autores a plantear que el giro está muy lejos de configurar un modelo alternativo al Consenso de Washington (Paramio, 2006) o que incluso la izquierda en Brasil, Uruguay y Chile no es izquierda (Borón, 2012). Sin embargo, no puede ignorarse que la postura izquierdista de inicios del siglo XXI tiene también importantes diferencias con los señalamientos neoliberales, en especial con relación a que los frutos del crecimiento económico no llegarán en automático a todos los sectores de la sociedad (por lo que se requiere redistribución), o que el libre mercado es benéfico para todos (lo que hace necesaria la regulación). También hay diferencias sobre la conveniencia de los acuerdos internacionales de libre comercio (mismos que fueron impulsados con fuerza antes del giro), ya que si bien la izquierda de hoy en día no es aislacionista ni radicalmente proteccionista, mantiene sus reservas respecto a la apertura total del comercio internacional en sus países, en especial cuando el mismo se realiza con naciones más poderosas (Santander, 2009). En consecuencia, el giro a la izquierda en América Latina no puede caracterizarse como la continuación del neoliberalismo, aunque ciertamente no rompe con él. Se trata de un giro, mas no de un cambio radical y menos de un retorno al pasado.

Respecto al ámbito político, en la literatura se suele destacar que la izquierda dejó atrás su escepticismo con la democracia (a la que llamaba burguesa o meramente formal) y está comprometida con los procedimientos electorales para elegir autoridades, pero los considera insuficientes para incluir a los grupos marginados, por lo que promueve la democracia participativa (Cameron, 2009; Panizza, 2009; Weyland, 2010) y la toma de decisiones a través de mecanismos de democracia directa (nombrados por algunos autores como formatos posliberales de participación política).6 En ese sentido, su crítica política estaría usualmente dirigida a cuestionar el desempeño de los gobiernos más que la democracia en sí misma, aunque sin dejar de buscar la construcción de sistemas políticos más incluyentes (Schamis, 2006; Beasley-Murray, Cameron y Hershberg, 2010).

No está claro en qué medida lo que la literatura identifica como planteamientos que defiende la izquierda tiene sustento empírico, y si así fuera, si se está prestando atención a lo que los líderes de esta corriente política dicen en sus discursos, en sus entrevistas y en sus programas de gobierno o a las decisiones que toman y a las acciones que emprenden una vez que están en el poder. Los estudios de caso de los capítulos siguientes aclararán en qué medida la caracterización de la izquierda que realizan las investigaciones académicas se ajusta a la realidad.

¿Fin del giro a la izquierda en América Latina?

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