Читать книгу ¿Fin del giro a la izquierda en América Latina? - Gisela Zaremberg - Страница 8

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El presente libro recolecta el análisis del giro a la izquierda en seis países (Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Paraguay), entre los cuales hay casos en que ese proceso es o fue muy duradero y en otros, más bien corto. También hay países que pertenecen a lo que algunos autores llaman la izquierda populista, otros a la izquierda socialdemócrata y algunos casos intermedios.18 En ese sentido, las conclusiones de los capítulos, tomadas en conjunto, pueden considerarse representativas de la experiencia de América Latina con gobiernos de izquierda en un contexto de continuidad democrática. Se incluye un capítulo adicional, sobre Cuba, que permite comparar esa experiencia con otra en que el mayor referente que tuvo la izquierda latinoamericana durante décadas se ha mantenido gobernando de manera ininterrumpida por más de cincuenta años. Así pues, el capítulo que aborda la actualidad cubana hará posible saber si la izquierda latinoamericana tiene mayores afinidades con el régimen o con la oposición de la isla.

Todos los capítulos que abordan la experiencia de países que vivieron el giro destacan que los gobiernos de izquierda impulsaron políticas sociales más activas respecto a sus predecesores y que el resultado de las mismas fue una caída de la pobreza y una reducción de la desigualdad. Si recordamos que la literatura señala que las posturas de izquierda se caracterizan por la búsqueda de la igualdad, pues se puede afirmar que al menos en el ámbito socioeconómico la izquierda latinoamericana es precisamente de izquierda. Si bien esta conclusión respalda los hallazgos previos de la literatura al respecto, los capítulos siguientes aportan información adicional que estaba dispersa en estudios de caso: en unos países la política social consistió principalmente en la creación de programas de transferencias condicionadas y en otros empleó, además, mayor gasto en salud, educación, vivienda y salarios. El porqué de ello radica en la capacidad fiscal de cada Estado, lo que parece tener relación con el tamaño de la economía de los países. Así, Zaremberg y Olmeda muestran en sus trabajos que en Brasil y en Argentina los gobiernos pudieron emprender políticas activas laborales, salariales, educativas y de salud, a la par que sostuvieron grandes programas de transferencias como Bolsa Familia y Asignación Universal por Hijo, respectivamente.19 En cambio, en Paraguay, Bolivia y Ecuador las posibilidades de aumentar el gasto social fueron menores, por lo que la importancia de los mencionados programas fue mayor (véanse los capítulos de Torrico, Solís y Cerna, y Basabe y Barahona).20 En el caso venezolano la política social fue, además, innovadora, ya que, como muestran Salazar y Diego en el capítulo 6. “Venezuela y el fin del giro a la izquierda en América Latina”, creó estructuras paralelas a las del Estado con participación social a través del Sistema Nacional de Misiones (que, sin embargo, luego fue utilizado con fines políticos para movilizar la defensa del gobierno de Maduro).

El aumento del gasto social de los gobiernos de izquierda fue posible gracias al notable incremento de precios de materias primas a nivel internacional, que impulsó el crecimiento económico de los países21 y elevó los recursos públicos. Ese contexto favorable brindado por el petróleo en Venezuela, Brasil y Ecuador, por el gas natural en Bolivia, y por la soya en Argentina y Paraguay,22 no generó la necesidad o el estímulo para que los gobernantes emprendieran reformas impositivas que eleven la recaudación a partir de gravar a los sectores de mayores ingresos.23 De hecho, en todos los países analizados la estructura tributaria es regresiva y el IVA es el impuesto que más aporta a las finanzas públicas, lo que significa que en buena medida estas crecieron gracias a la expansión del consumo que propició el boom de materias primas. En ese sentido, los gobiernos del giro relegaron una de las principales agendas que define a la izquierda: lograr una estructura tributaria progresiva. El capítulo sobre Paraguay de Solís y Cerna sugiere una explicación de ello: que los gobiernos optaron por no enfrentarse a las élites económicas de sus países. Habiendo dinero en las arcas públicas, ¿para qué pelearse con los mayores empresarios?, ¿para qué abrir un frente adicional de conflicto? En este tema el pragmatismo de la izquierda puede tener consecuencias sociales adversas en el largo plazo, ya que es previsible que con un ciclo económico a la baja el gasto social también se reduzca, algo que, como mencionan Olmeda y Zaremberg, ya se observa en Argentina (donde el gobierno de Mauricio Macri disminuyó significativamente los subsidios a servicios) y en Brasil (donde la administración de Temer aprobó una reforma constitucional que congela por veinte años el gasto público). Esto puede ocurrir debido al deterioro económico, incluso sin que la izquierda salga del poder, como muestra el capítulo de Salazar y Diego.

Los gobiernos del giro intentaron mantener la estabilidad macroeconómica y ciertamente lo lograron durante varios años, lo que llamó la atención de la academia ya que se alejaban del “populismo macroeconómico” que Dornsbusch y Edwards (1992) señalaron como una característica de la izquierda en el poder en la región. Sin embargo, en la medida en que los precios de materias primas empezaron a disminuir y el ciclo económico favorable se revirtió,24 las dificultades en las finanzas públicas reaparecieron, situación que en unos casos fue enfrentada con mayor éxito (Bolivia, Paraguay) y que en otros ocasionó el retorno de presiones inflacionarias, de déficit público y de recesión económica (Argentina, Brasil, Ecuador). Mención aparte merece el caso de Venezuela, en que la crisis económica del gobierno de Nicolás Maduro no tiene precedentes en ese país. Si bien los mencionados precios no regresaron al nivel anterior al boom de materias primas, su reducción puso en aprietos a los gobiernos en virtud del aumento del gasto público (en especial del gasto social) que ocurrió durante los años del giro.25 Es posible también que el aumento de recursos públicos haya ocasionado gasto ineficiente que pasó desapercibido en los tiempos de bonanza económica, pero que ocasiona serios problemas en tiempos de menores ingresos (en todos los países el gasto corriente también se incrementó). Esto es algo que estudios futuros deberán abordar, pero de momento queda claro que sí hubo giro a la izquierda en el gasto social, aunque no en la generación de recursos públicos, lo que significa que cuando se acaban los ingresos extraordinarios también se termina la posibilidad de tener políticas sociales activas.

Lo anterior podría interpretarse como que el giro a la izquierda a nivel socioeconómico solo fue posible en virtud del boom de las materias primas, y que sin él los gobiernos no hubieran podido aumentar el gasto social incluso teniendo la voluntad de hacerlo. Este escenario contrafáctico se comprueba parcialmente en el caso de Venezuela, donde el gobierno del PSUV ha tenido que aumentar el IVA debido a sus dificultades fiscales, medida que afecta en mayor grado a los sectores de menores ingresos.26 La comprobación irrefutable únicamente la tendríamos si ocurriera otro ciclo similar, ahora con gobiernos de derecha en varios países de la región. Por el momento, la evidencia disponible nos indica que en términos de política y gasto social la izquierda latinoamericana fue coherente. Sin embargo, no lo fue en términos de reducir otro tipo de desigualdades, en especial las que se desprenden de diferencias de género, preferencia sexual o etnia. Solo en Argentina se avanzó en el tema de matrimonio igualitario y solo en Bolivia hubo un impulso a los derechos de los pueblos indígenas (según se describe en los capítulos de Olmeda y Torrico). Los capítulos de Basabe y Barahona, sobre Ecuador, y de Solís y Cerna, sobre Paraguay, muestran que en términos de valores la izquierda es tan conservadora como el resto de la sociedad; en ese sentido, bien podríamos preguntar: si esas agendas sociales no pudieron avanzar con gobiernos de izquierda, ¿cuándo podrán hacerlo?

El giro a la izquierda fue notorio por la coincidencia de triunfos electorales de partidos y candidatos de esa corriente en los países, pero al parecer los electores nunca giraron a la izquierda. Al respecto, los capítulos sobre Ecuador y Bolivia muestran que, efectivamente, el elector mediano de esos países es de centro, y el capítulo sobre Paraguay revela información de que es de centro-derecha. Para Brasil y Argentina los datos de Latinobarómetro indican que el electorado también es predominantemente de centro y que eso no ha cambiado entre 2003 y 2015. Todo esto apoya el planteamiento de Panizza (2009) de que el giro a la izquierda fue en realidad una alternancia política en favor de oposiciones o de líderes que no habían gobernado previamente, lo que significa que en los países en que la derecha ahora ocupa el poder los electores también estarán dispuestos a castigar a sus gobernantes en caso de mal desempeño. Esas son sin duda buenas noticias para la democracia, ya que evidencian la existencia de un electorado maduro, o por lo menos de una buena parte.

En lo que sí hubo diferencias en los gobiernos del giro fue que en unos casos impulsaron profundas reformas institucionales a través de cambios constitucionales (en Venezuela, Ecuador y Bolivia) y que en otros básicamente mantuvieron la arquitectura institucional heredada (en Brasil, Argentina y Paraguay). El primer grupo es el mismo que algunos autores han llamado la “izquierda populista” (y en el que las reformas prácticamente han concentrado el poder en el Ejecutivo), y en el segundo hay algunos países de la “izquierda socialdemócrata”. Los capítulos del libro presentan posibles explicaciones del porqué de esa diferencia; así, Torrico señala que en Bolivia la llegada del Movimiento al Socialismo al poder supuso simultáneamente el empoderamiento de un gran sector de la sociedad que estuvo históricamente relegado (los indígenas y campesinos) y el colapso del sistema de partidos, y Olmeda muestra que en Argentina no hubo un desmoronamiento de los partidos (a pesar de la profundidad de la crisis de 2001-2002) y tampoco había un grupo específico de la población que estaba sistemáticamente excluido. En este tenor, la existencia de un grupo con esas características que logra acceder al poder y el grado de institucionalización del sistema de partidos podrían explicar el que se impulsen reformas institucionales profundas (aunque no hay ningún motivo a priori para que las mismas generen siempre concentración del poder).

Un fenómeno que no había sido mencionado en la literatura comparada previa, pero que es frecuentemente señalado en los capítulos de este libro es el de la corrupción en que cayeron los gobiernos de izquierda de la región. En todos los países del giro cubiertos en esta obra los actos de corrupción contribuyeron al desprestigio de los gobernantes y, en algunos casos, a que la izquierda sea finalmente derrotada, ya sea en las urnas o a través de juicios políticos. Así, por ejemplo, en Brasil la operación Lava Jato que involucró a políticos de los principales partidos y a la empresa más importante del país, Petrobras, generó el clima de indignación que culminó con la destitución de Dilma Rousseff (aunque la expresidenta fue procesada por irregularidades administrativas de tipo contable, y no por delitos de corrupción); en Argentina los escándalos de corrupción llegaron a involucrar a la presidenta Cristina Fernández y al vicepresidente, al destaparse el otorgamiento de contratos de obra pública a empresarios cuyas fortunas crecieron de manera inexplicable desde la llegada de los Kirchner al poder; en Bolivia se develó un millonario desfalco de parte de dirigentes del MAS al Fondo de Desarrollo Indígena (que derivó en el encarcelamiento de dos ministras de Estado) y se descubrió una red de influencias en que participaba la expareja del presidente Morales y por la cual se otorgaron millonarios contratos a una empresa china. Ambos escándalos se hicieron públicos poco antes del referéndum de febrero de 2016 a través del cual el presidente buscaba la aprobación popular para una nueva reelección en 2019, pero resultó derrotado.

Si recordamos que la izquierda latinoamericana llegó al poder en buena medida por el mal desempeño y el desprestigio de los gobernantes anteriores o de todo el sistema de partidos en virtud de sus prácticas clientelares y corruptas, solo podemos concluir, con base en los hechos mencionados en el párrafo precedente, que la corrupción es un fenómeno que trasciende ideologías políticas y cuya solución va mucho más allá de buenas voluntades o de exhortos a la ética pública. Incluso es muy probable que las reformas institucionales que se impulsaron en algunos países y concentraron el poder en el Ejecutivo hayan debilitado a las instancias de control administrativo y de contrapeso político, aumentando los incentivos para incurrir en prácticas corruptas. Resta mucho por estudiar al respecto, e incluso a nivel internacional la agenda de investigación sobre corrupción es de las más importantes debido a la complejidad del fenómeno y a sus efectos nocivos, pero un buen punto de partida será justamente reconocer que este problema es transversal a los partidos, a los líderes, al género de los gobernantes, a sus pertenencias de clase, de origen étnico, etcétera, y discutir científicamente los escenarios que favorecen su propagación y los mecanismos que ayudan a reducirlo.

Una novedad en la política latinoamericana en la presente década es el efecto cada vez más importante que tiene el uso de internet y de redes sociales virtuales. En dos de los capítulos de este libro se presenta evidencia de que han jugado un papel muy relevante en las derrotas que sufrió la izquierda en Brasil (en la convocatoria a las protestas en contra de Dilma Rousseff) y en Bolivia (en el llamado al voto por el “No” del referéndum de 2016). Así, Zaremberg muestra que quienes asistieron a las marchas en contra del gobierno del PT habían sido convocados en gran número por redes sociales y no participaban regularmente en política, en tanto que quienes marchaban en apoyo de la presidenta pertenecían mayoritariamente a organizaciones políticas tradicionales (sindicatos, movimientos sociales, partidos políticos, asociaciones de barrio, entre otras). Torrico, por otra parte, encuentra evidencia de que en la medida en que las personas usan internet con mayor frecuencia aumenta la probabilidad de que voten en contra del MAS. Estos hallazgos son de la mayor relevancia y prueban que debe emerger una agenda de investigación comparada sobre internet, redes sociales y política en América Latina. Lo poco que sabemos con los capítulos de este libro es que el efecto de estos nuevos medios de comunicación e interacción ha sido negativo para la izquierda, pero resta saber si eso es por el desgaste de dichos gobiernos (en cuyo caso si hubiera desgaste de gobiernos de derecha el efecto sería el mismo) o porque el perfil de esos usuarios es contrario a las posturas izquierdistas.

¿Ha concluido el giro a la izquierda? ¿Estamos ante un giro a la derecha? Al momento de escribir este texto, en siete de los catorce países del cuadro 1 la izquierda no había salido del poder (Venezuela, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica), en uno de ellos salió, pero luego regresó (Chile) y en seis ha sido derrotada en las urnas o en el Congreso (Brasil, Argentina, Perú, Panamá, Paraguay y Guatemala). En consecuencia, la respuesta a la primera pregunta es “sí”, pero a la segunda es “no”; es decir, el péndulo de la política latinoamericana ya no está situado a la izquierda, pero aún no ha girado a la derecha, aunque ello podría ocurrir. Resulta impresionante que el éxito o el fracaso de líderes y gobiernos sea tan altamente sensible a los ciclos de la economía y, en particular, a los precios internacionales de materias primas, lo que nos lleva a concluir que en última instancia la suerte política de la región está en gran medida determinada por factores externos sobre los que la influencia de los países latinoamericanos es nula. No puede llegarse a otra conclusión si al menos se considera lo siguiente: a) que el giro comenzó en medio de una crisis económica cuyos costos políticos fueron muy altos para quienes se encontraban en ese momento gobernando en la región; b) que, de acuerdo al hallazgo que se muestra en el capítulo de Basabe y Barahona, en Ecuador los triunfos electorales a nivel subnacional de Alianza País y el apoyo al presidente Correa van prácticamente de la mano con el precio del petróleo, y c) que, como señalan Olmeda y Zaremberg, el triunfo de Macri en Argentina y el arribo de Temer a la presidencia de Brasil se produjeron en contextos recesivos de sus economías. Los estudios futuros deberán profundizar al respecto, e intentar encontrar los factores internos que hacen que esa vulnerabilidad política externa se reduzca.

Los efectos del ciclo económico llegaron a sentirse no solo en los procesos políticos internos de los países de la región, sino también en las relaciones entre ellos. Así, el boom de las materias primas y la coincidencia ideológica de los gobernantes propició su acercamiento y el emprendimiento de iniciativas de integración regional en que se destacaba la identidad y la solidaridad latinoamericana como factores que deberían fortalecer la unidad de América Latina. En ese espíritu se crearon la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y varios países se sumaron al ya existente Mercosur. Sin embargo, incluso antes de que varias de las izquierdas salieran del poder esas iniciativas perdieron fuerza y a la fecha la tan pretendida unidad latinoamericana está prácticamente congelada, lo que tuvo que ver con que los problemas económicos de los gobiernos y las crisis políticas que generaron ocuparon la agenda y las preocupaciones de los líderes que anteriormente habían buscado impulsarla. La desaparición de Hugo Chávez, figura emblemática en todos los foros continentales, y de Néstor Kirchner, quien fuera el primer secretario general de la Unasur, sin duda también influyeron en ello.

Como se ha mostrado, la inclusión socioeconómica ha sido la agenda más impulsada por los países del giro, seguida (en algunos países) por la inclusión política. En ambos temas la izquierda latinoamericana coincide con la oposición cubana, aunque en la isla caribeña es inversa la importancia que se les asigna: la inclusión política por encima de la socioeconómica. Al respecto, el capítulo de Chaguaceda muestra que en la formación y crecimiento de la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu) resultó crucial la construcción de una identidad ciudadana democrática, la que tiene a los derechos humanos (entendidos como demandas por el cambio de las relaciones de poder) como principal articulador. Sin embargo, en el contexto actual en que el gobierno de Raúl Castro ha emprendido reformas económicas para liberar algunos ámbitos de mercado y se esperaría una flexibilización política y mayor tolerancia a las organizaciones opositoras, los integrantes de la Unpacu han sido víctimas de mayor represión y, a la fecha, no hay ninguna señal de que el régimen pretenda avanzar hacia una transición democrática. En esas condiciones, y si se considera que las demandas de esta organización giran en torno a la construcción de una economía social de mercado, de libertad sindical, de libertad a presos políticos, de una nueva constitución, etcétera, se puede concluir que la izquierda regional tiene, en general, más afinidad con los grupos opositores que con el gobierno cubano. Este hallazgo es muy sorprendente dada la cercanía de varios líderes latinoamericanos con Fidel (antes) y con Raúl Castro (ahora), pero hablando estrictamente de los temas que interesan a unos y a otros, claramente el régimen cubano se aleja de lo que es hoy la izquierda en América Latina.27

Los capítulos de este libro dan sustento parcial a la caracterización de la izquierda regional que se realiza en la literatura. A pesar de las diferencias existentes entre países, la izquierda de hoy ciertamente no es anticapitalista (a pesar de la estridencia de algunos de sus líderes), asume la importancia de la estabilidad económica (aunque no en todos los casos la ha podido mantener) y de los intercambios de mercado, pero también está convencida de que se requiere de regulación estatal y de redistribución del ingreso. Sin embargo, la izquierda no ha emprendido la tan necesaria reforma de la estructura tributaria que haga sostenible las políticas impulsadas. En ese sentido, su dependencia de las buenas condiciones externas no la hace distinta a los gobiernos de derecha que prevalecieron anteriormente. No obstante, un logro de los años en que imperó el giro fue mostrar que el neoliberalismo no es la única opción disponible para las economías latinoamericanas y que a través de políticas sociales activas se puede reducir la pobreza y la desigualdad. Por otra parte, en el ámbito político es mucho lo que la izquierda nos queda a deber, ya que ha sido escaso el impulso a medios alternativos de participación política,28 y en los países en que se han empleado mecanismos de democracia directa ha prevalecido el afán plebiscitario de los presidentes.29 También es muy poco lo que se ha avanzado en términos de igualdad de género o del reconocimiento de derechos a minorías sexuales e indígenas. En este ámbito, lo que señala la literatura como rasgos de la izquierda está basado más en buenos deseos que en evidencia.

Ya sea en el poder o en la oposición, la izquierda será un rasgo permanente de la política institucional en América Latina y en cada elección, un actor competitivo con serias posibilidades de triunfo (en varios países durante mucho tiempo estuvo aislada en sindicatos, movimientos sociales, etc.). Esa herencia que nos deja el giro a la izquierda es favorable y permite que la democracia sea hoy más plural que hace dos décadas (tal vez la única excepción sea la de Venezuela). Además, actualmente los electores pueden distinguir con mayor claridad que antes qué esperar de gobiernos de izquierda o de otras corrientes, ya que el giro mostró un cambio no solo en quienes gobernaban, sino también en cómo lo hacían. Esa mayor información también es positiva. A pesar de ello, quedan a futuro muchos retos, no solo para la izquierda sino para los países en general: ¿cómo reducir sostenidamente los rezagos sociales?, ¿cómo ganar en inclusión política y en pluralismo al mismo tiempo?, ¿cómo enfrentar a la corrupción sin caer en planteamientos ingenuos?, ¿cómo disminuir la vulnerabilidad económica y política respecto al exterior? Los capítulos de este libro contribuyen de forma importante al conocimiento sobre la política regional, pero sobre todo ayudan al surgimiento de nuevas interrogantes. En última instancia, esa es la prueba de un buen trabajo académico.

¿Fin del giro a la izquierda en América Latina?

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