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Exclusiones recíprocas e inclusiones desiguales

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La hipótesis de la fragmentación social emerge en el cruce de dos líneas de análisis más o menos contemporáneas pero que permanecieron mutuamente indiferentes hasta hace muy poco tiempo: la exclusión social y la desigualdad social. En un texto de 2002, por ejemplo, Barry hacía notar la necesidad de profundizar la discusión y análisis de sus posibles relaciones, para lo cual aportaba una interesante reformulación conceptual. En el ensayo introductorio de ese mismo volumen, Burchardt, Le Grand y Piachaud (2002), también manifestaban de manera explícita que el foco de atención de la exclusión social no debía buscarse en la pobreza o la distribución de los ingresos, sino en la discusión y análisis de procesos paralelos como la polarización, la diferenciación y la desigualdad (cursivas mías). En el desarrollo de mi propia investigación previa sobre juventud y exclusión (Saraví, 2009), la vinculación entre ambas líneas analíticas también resultó evidente y emergió como una reflexión teórica inicialmente no prevista pero necesaria para poder dar cuenta de ciertos procesos empíricos. La génesis de esta nueva investigación, cuyos resultados aquí presento, puede rastrearse en aquellas reflexiones y en los problemas irresueltos que me planteó la exigencia de una profundización en el análisis de la relación entre exclusión y desigualdad.

La exclusión social, en efecto, es una especie de síntesis que recoge todos estos problemas y pretende dar cuenta de una nueva cuestión social que emerge como resultado de esa combinación de aspectos: el debilitamiento del lazo social en determinados individuos y/o segmentos de la población (Saraví, 2007b). Las reformas sociales y la reestructuración socioeconómica que acompañaron la globalización a partir del último cuarto del siglo xx desencadenaron profundas transformaciones en los regímenes de bienestar y en los mercados de trabajo, que agudizaron la desprotección de los sectores más desfavorecidos y sumieron en la vulnerabilidad a muchos otros. La exclusión social se constituyó así en el núcleo de una “nueva cuestión social”, que desde entonces se extiende con mayor o menor intensidad en los más diversos contextos nacionales, y que se manifiesta en la forma de una persistente acumulación de desventajas sobre sectores vulnerables de la población: los pobres, pero también los desempleados, las familias monoparentales, un colectivo heterogéneo de individuos que han sufrido diversos accidentes biográficos, y, muy especialmente, los jóvenes.

La concentración y encadenamiento de desventajas conduce a un proceso de creciente vulnerabilidad y precariedad social, y amenaza con la posibilidad de que estos individuos y sectores queden entrampados en espirales de desventajas (Esping Andersen, 1999). La fractura del lazo social aparece así como el destino final al que puede conducir este proceso; sin embargo, los estudios sobre la exclusión no necesariamente ponen su mirada sobre los excluidos, sino sobre ese amplio espectro de zonas grises y sectores vulnerables, y sobre el proceso mismo de acumulación de desventajas que mina la relación individuo-sociedad (Castel, 1997). En este sentido, la exclusión social hizo evidente la multidimensionalidad de la nueva cuestión social (Room, 1995; Bhalla y Lapeyre, 1999). De-Gaulejac y Taboada Leonetti (1997), por ejemplo, plantean la “desinserción social” como resultado último de una fractura simultánea en los órdenes económico, social y simbólico; Paugaum (1991), también destaca la confluencia de dimensiones objetivas y subjetivas en lo que denomina “descalificación social”; y Estivill (2003), reconoce de igual manera la acumulación de desventajas sociales, económicas, políticas y simbólicas en los procesos de “exclusión social”.

La perspectiva de la exclusión social evolucionó hacia una problematización cada vez más compleja de la cuestión social. Amplió el debate sobre la pobreza y lo económico, trayendo a la discusión la multidimensionalidad, la diferenciación y la desigualdad. Sin embargo, la esencia de esta perspectiva está ligada a los sectores más desfavorecidos y vulnerables de la sociedad; los estudios empíricos de la exclusión social se concentran mayormente sobre esos segmentos de la población. Pero el planteamiento general, y el desarrollo teórico y conceptual que se construyó en torno a la exclusión social, trascienden la especificidad de estos sectores y abren la posibilidad de nuevas hipótesis. Es posible sospechar, por ejemplo, que el debilitamiento del lazo social no es un problema exclusivo de los sectores más desfavorecidos. Y en efecto, paralelamente a la acumulación de desventajas, otros individuos y sectores de la población experimentan un proceso semejante, pero inverso, de acumulación de ventajas que también conduce a un distanciamiento respecto del resto de la sociedad.[4] La acumulación de desventajas y ventajas podría conducir a un mismo destino definido por el debilitamiento del lazo social.

Estas dos posibilidades fueron discutidas, más o menos en estos mismos términos, desde otra perspectiva. En el transcurso de los años noventa, un grupo de sociólogos británicos comenzaron a reflexionar sobre la profundización de la desigualdad que experimentó Gran Bretaña a partir de la ola neoconservadora inaugurada por Margaret Thatcher en esa nación y en gran parte del mundo occidental. Basándose en el trabajo pionero de Townsend sobre la pobreza, Scott (1994) sugirió que la riqueza podía concebirse en términos similares a la pobreza y bajo un mismo paradigma. El privilegio y la privación pueden concebirse, señala este autor, como expresiones similares de un mismo proceso de exclusión o distanciamiento social con respecto a los estándares de participación y bienestar social asumidos como normales en cada sociedad.

Los pobres son aquellos que están privados de las condiciones necesarias para llevar un vida adecuada en la sociedad en la que viven […] Ser rico es disfrutar de un estándar de vida superior al normal para los miembros de una sociedad particular. Si la privación es la condición de vida de los pobres, el privilegio es la condición de vida de los ricos […] La privación y el privilegio deberían ser vistos como términos complementarios y como indiciadores de un alejamiento del estilo de vida normal de los ciudadanos. Así como es posible reconocer una “línea de pobreza”, también deberíamos reconocer una “línea de riqueza”: la línea de pobreza define el nivel en que comienza la privación, y la línea de riqueza define el nivel en el que comienza el privilegio. Desde este punto de vista, la privación y el privilegio son condiciones polarizadas de vida que reflejan la polarización de la pobreza y la riqueza (Scott 1994: 17).

La profundización de la desigualdad aleja cada vez más a los más pobres y los excluye de las actividades y condiciones de vida consideradas socialmente apropiadas en cada sociedad para sus miembros; la privación es así una condición relativa, definida en relación a un nivel estándar de vida y participación social del cual se está excluido. Este planteamiento inicial de Townsend, y que puede rastrearse incluso en la obra de Adam Smith, es llevado un paso más allá por Scott. La profundización de las brechas sociales, plantea este autor, también puede conducir al alejamiento y exclusión de los más ricos respecto de esos mismos estándares de vida y participación social. La privación y el privilegio, dice Scott, son términos que tienen incluso una misma raíz etimológica que da cuenta de este rasgo común a ambas condiciones: “los desfavorecidos (deprived) son excluidos de la vida pública; los privilegiados (privileged) son capaces de excluir al público [el resto de los ciudadanos] de sus ventajas especiales” (Scott, 1994: 151). En última instancia, ambas condiciones pueden conceptualizarse como formas de exclusión con respecto a una común membrecía ciudadana.

Dean y Melrose (1999) retoman este mismo planteamiento algunos años después para enfatizar precisamente este alejamiento o exclusión de la esfera pública asociado con la desigualdad. Ser pobre significa estar privado de los bienes que disfrutan otros miembros de lo público, y ser privilegiado significa estar apartado o ser inmune al curso ordinario de la vida pública (Dean y Melrose, 1999: 157). En los dos casos, ambas condiciones significan un debilitamiento de la ciudadanía.

Finalmente, en el texto ya citado, Barry (2002) vuelve sobre esta misma idea señalando que en las sociedades contemporáneas no nos enfrentamos a una sola línea divisoria que separe un adentro y un afuera, a los integrados de los excluidos. En sociedades que combinan una economía de mercado y una democracia liberal —observa este autor— resulta común encontrarse con dos umbrales de exclusión: un escalón inferior, por debajo del cual están los sectores más desfavorecidos y privados del acceso a las principales instituciones y beneficios sociales, y un escalón superior, por encima del cual se encuentran los sectores privilegiados que tienen la capacidad para prescindir de esas instituciones y obtener los mismos servicios (pero de mejor calidad) de manera privada en el mercado. Los países latinoamericanos son mencionados por Barry en su artículo como un ejemplo paradigmático y extremo de sociedades en las cuales los umbrales inferior y superior generan profundos contrastes en las trayectorias vitales, los modos de vida y la relación con las instituciones.

El planteamiento de Barry es muy similar a la identificación de una línea de pobreza y una línea de riqueza que ya había propuesto Scott. Pero hay otros dos aspectos en el trabajo de Barry que resultan particularmente relevantes para nuestros intereses. El primero de ellos es la sistematización de la relación entre exclusión y desigualdad, para lo cual sugiere un concepto clave como es el de “aislamiento social”. La principal consecuencia de la profundización de la desigualdad es la posibilidad del distanciamiento y el aislamiento social de los extremos. El segundo aspecto, es la importancia atribuida a la inevitable ausencia o pérdida de experiencias sociales compartidas entre diferentes sectores sociales. La condición de ciudadanía y el sentido de una pertenencia o membrecía se nutre de experiencias sociales e institucionales compartidas entre diferentes sectores de la sociedad: encuentros e interacciones en escuelas, transportes, espacios públicos, etc. El incremento de la desigualdad desencadena un distanciamiento social que mina la solidaridad y la cohesión social.

Si leemos con detenimiento, veremos que todos estos autores coinciden en tomar como referencia para establecer umbrales de exclusión una extensa zona intermedia de la sociedad a la que podríamos asociar con las clases medias. La privación y el privilegio representan exclusiones relativas con respecto a los estándares “comunes”, “ordinarios” o “normales” de las condiciones de vida y de la participación social en la esfera pública. Como lo apuntaba Scott (1994: 17) en la cita previa: “la privación y el privilegio deberían ser vistos como términos complementarios, y ambos indicando un distanciamiento del estilo de vida normal de los ciudadanos”. Este supuesto, sin embargo, resulta difícil de sostener en otros contextos y estructuras sociales como las que predominan en América Latina, y en el caso de México en particular. ¿Cómo identificar una zona intermedia en una sociedad en la cual la mitad de su población es pobre? ¿Cuáles son los estándares dominantes y más extendidos en las condiciones y estilos de vida de la población: los de las clases medias o los de los pobres? ¿Podemos asumir que los estándares dominantes coinciden con los estándares normales o deseables de ciudadanía? Incluso cabe preguntarse si las condiciones de vida (o privilegio) de las clases medias altas mexicanas son deseables y viables para el conjunto de la población.

En contextos como los de América Latina, las condiciones de exclusión relativa del privilegio y la privación a las que se referían los autores previos, pueden pensarse mejor en términos de exclusiones recíprocas. En otros términos, esto significa pensar en la posibilidad de identificar espacios de inclusión diferenciada y desigual, que coexisten y se repelen mutuamente, sin un espacio intermedio significativo de amortiguación. Amartya Sen (2000), por ejemplo, sugirió que en países en vías de desarrollo la exclusión social asume con frecuencia la forma de una inclusión desfavorable. En un sentido similar, pero específicamente para América Latina, Bryan Roberts (2007) sugiere la presencia de una pobreza institucionalizada, lo que daría cuenta también de la emergencia de modalidades diferenciadas de integración con mayor o menor calidad (o una ciudadanía de segunda clase). Para este último autor, el concepto de exclusión social tiene la virtud de permitir analizar el funcionamiento mismo de las instituciones modernas y sus mecanismos diferenciados de inclusión, y no solamente la falta de acceso a ellas, como fue la principal preocupación de los estudios sobre marginalidad de algunas décadas atrás. Pero así como la acumulación de desventajas consolida espacios de inclusión desfavorable, también debemos tomar en cuenta que la concentración de ventajas consolida espacios de inclusión privilegiada. Antes que exclusiones relativas se trata de exclusiones recíprocas; la privación y el privilegio dan cuenta de la coexistencia de mundos aislados (Saraví, 2008).

En México (y tal vez esta sea una hipótesis válida para el conjunto de América Latina), la fragmentación social representa una derivación de la desigualdad que ha devenido en la conformación de espacios mutuamente excluyentes de inclusión desigual. Se trata de una diferenciación de espacios en la que se combina la jerarquía propia de la desigualdad, con la ruptura de las relaciones entre categorías o segmentos de la población propia de la exclusión (Vranken, 2001 y 2009). Exclusiones recíprocas e inclusiones desiguales.

La profundización y persistencia de la desigualdad objetiva, sin embargo, no es suficiente para poder explicar la evolución de la desigualdad en fragmentación. La ruptura supone un distanciamiento social entre esos espacios de inclusión desigual, el cual es producto de las brechas en las condiciones estructurales y de ingreso. Pero también es resultado de la emergencia de repertorios y fronteras socioculturales que los aleja y produce un extrañamiento recíproco. Tal como lo señalan Tiramonti y Ziegler (2008: 29), la fragmentación denota “una distancia que se expresa en términos de extrañamiento cultural y fronteras de exclusión”, lo cual nos obliga a examinar las dimensiones que dan forma a la experiencia del sujeto: sus prácticas y sentidos. Aunque aún poco exploradas, las dimensiones subjetivas de la desigualdad constituyen un factor determinante en este proceso de fragmentación social.

Juventudes fragmentadas

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