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LA CIVILIZACIÓN CONTEMPORÁNEA

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El hombre moderno está adquiriendo el dominio de la naturaleza y simultáneamente está perdiendo el dominio de sí mismo. La civilización tiene en sus manos el mundo de la materia, y la cultura está dejando esfumar los valores del espíritu. Lo económico y lo espiritual están jugando la suerte del mundo.

Las desavenencias políticas internacionales han tenido su origen en el conocido dilema: “Ser para el cuerpo o ser para el espíritu, para el mundo o para los valores”. La incógnita de la vida contemporánea ha de ser esclarecida o por las revoluciones del pueblo soviético o por las potencias occidentales; es decir, de un lado la dictadura económica y de otro el progreso y la libertad.

La dignidad humana juega papel preponderante en esta lucha mundial. Rusia negando al hombre sus derechos individuales y el resto del mundo haciendo la exaltación de los mismos. Mensaje triste el que envía el pueblo materialista de Rusia a los pueblos libres de Occidente.

Qué destino tan trágico le espera a la nación comunista, imponiendo al hombre la renuncia de sus derechos naturales, coartando su libertad y su pensamiento. Estos postulados negativos de toda posibilidad de progreso humano causaron en el mundo civilizado profunda reacción y cayó sobre Rusia el anatema universal como una tempestad de rayos. El materialismo histórico y filosófico está acabando con las fuerzas más vitales de ese pueblo. Dios, la cultura, la religión, los valores, el progreso y la dignidad humana han pasado a ocupar un puesto secundario en la lucha de la vida. Un pueblo en tales circunstancias no tiene derecho a formar parte en la colectividad humana en el concierto del pensamiento universal.

En su concepto la religión es el opio de las naciones, pero escapa a su criterio positivista el hecho de que la creencia en los valores eternos es la base de nuestro progreso cultural y material. Qué ignorancia histórica tan lamentable de los que esto afirman: yo quisiera que emprendieran la reconquista de los tiempos pretéritos, para que juzgasen la frase de San Agustín en el desenvolvimiento de la vida humana, cuando dijo: “Es más fácil edificar una ciudad en el aire, que encontrar un pueblo sin religión y sin Dios”. Más deplorable es aún la capacidad psicológica de los hombres tristemente célebres de Rusia por el poco conocimiento del corazón humano: porque el hombre, a la vez que animal económico y político, es ante todo un animal religioso y espiritual que funda su existencia en la esperanza de bienes ultraterrenos. Yo tengo la convicción de que cada hombre de cultura occidental o americana haría su renunciamiento voluntario al derecho de vivir antes de perder su libertad individual, ya que sin esta el hombre deja de ser hombre digno para descender en la escala zoológica. Es una ley de consentimiento universal que el objetivo de la vida humana no es la materia sino que por delante hay una más vasta realidad que es el espíritu, cuya base son los valores que forman las columnas de la existencia.

Los postulados materialistas reviven en esencia las doctrinas de Epicuro, cuya práctica causa el desenfreno de las pasiones humanas: riqueza, lujo, concupiscencia. Roma, que se orientó en un tiempo por estas doctrinas epicureístas, después de haber volado tan alto como su águila, escalando las más empinadas cimas del progreso, se desmoronó en una forma sin precedentes en la historia de su imperio. El poeta Virgilio decía: “Auri sacra fames” (execrable sed de oro).

Lo mismo ocurre hoy con el materialismo contemporáneo en su aspecto religioso y social: no deja en el espíritu humano la vivencia afectiva que dejan los valores. Por eso decía el filósofo que la vida humana era una sombra que fijaba su rumbo sobre la tierra según la constelación perenne de los valores, porque el hombre, antropológicamente hablando, pudiéramos decir que es lo que proyecta para su espíritu: es decir, el hombre es su personalidad. Señores materialistas: otra es la lección que nos han dado los valores humanos. Digamos religiosamente: ¿qué le importa al hombre ganarse el mundo, si pierde su alma?

“La vida humana, dijo Víctor Hugo, tiene una cima: el ideal, porque cuán estéril es una existencia que no esté alimentada por la savia de un fin superior”. Los ideales de la vida son el amor y la esperanza para rebatir la tesis existencialista de Sartre que dice que el hombre debe vivir para la nada. Esta teoría unida a las doctrinas materialistas niega al hombre toda posibilidad de embellecer y engrandecer la vida. El ímpetu del materialismo contemporáneo ha ido desvaneciendo con velocidad vertiginosa los ideales puros de la vida, ha hecho del hombre ese cómplice de su propia perdición, haciéndolo víctima de sí mismo, porque en lugar de acentuar ese ritmo intrínseco de dignidad de la vida humana, le está absorbiendo su savia más vital: los valores se hunden en el cataclismo de las revoluciones económicas; ha perdido el control de su actividad en la búsqueda de su destino, aflojando las riendas de la moralidad cristiana a las de la concupiscencia; ha perdido finalmente a Dios que es su brújula espiritual.

La vida así interpretada pierde su valor de ser, o por lo menos su valor de ser humana, porque la riqueza del hombre no es propiamente el oro, sino los valores y su mina es el espíritu. Con el oro no compra la felicidad y sí su perdición eterna; con los valores alcanza el objetivo de su vida formando su personalidad, la cual lanza rayos luminosos para la historia, como el Sol que ilumina la tierra por medio de la Luna.

El materialismo por lo esencial de sus principios no muestra sino símbolos de efímera existencia y de agonía, pues lleva en su seno el tóxico mortal de la degeneración. Su destino en la historia va a correr la misma suerte que corrió Alemania al proclamar su doctrina de superioridad racial y de extirpación de los débiles. Los filósofos alemanes consideraron a su nación invencible y pronto fue vencida.

La razón no es del más fuerte, sino del que esté de parte de la justicia. Por eso veo cerca la derrota del poderío soviético; pues desde el momento en que concibió la posibilidad de solucionar la incógnita del hombre por los medios económicos, empezó a decaer su filosofía. Esta tendencia de sustituir los bienes del espíritu por los bienes materiales augura para Rusia un futuro desastroso. “Lo que mueve al mundo no son las locomotoras, son las ideas”, dijo Víctor Hugo.

El materialismo con sus reacciones económico-sociales tiende a la negación y a la mecanización del espíritu y esta es la causa de la desintegración cultural y moral del mundo. El filósofo inglés Herbert Spencer dijo en su época que: “El intelectualismo era el mayor mal de los tiempos”.

Esta concepción sociológica no tiene su aplicación histórica, porque la inquietud espiritual del hombre ha sido siempre por su personalidad, la cual, según William James, se proyecta después de la muerte, como la luz del Sol a través de la Luna. Sin embargo yo diría que el mal de nuestro siglo es el monstruo materialista y sus caóticas doctrinas que mecanizan el espíritu y enceguecen la visión del porvenir sacrificando la felicidad humana a la comodidad imperceptible de vivir sin objeto.

Colombianos: las doctrinas de Cristo han dado a la humanidad muchos valores. Iluminad cada uno con la llama interior de vuestro entusiasmo el sendero por donde Colombia ha de marchar para que libremos las batallas del porvenir. Salvemos nuestra generación de la morfología materialista, con inteligencia y con fe en los destinos humanos; o como dice Nietzsche: con sangre, que es la mayor expresión del espíritu.

Letras Universitarias, Medellín, núm. 17, agosto, 1949.

El oso y el colibrí

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