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EL MAESTRO VALENCIA
ОглавлениеLa memoria de Valencia exige de los colombianos una manifestación de gratitud, porque pocos como él han dado tanto lustre a la historia política y literaria de la patria.
Amó como nadie la literatura y, encontrando su espíritu demasiado elástico, se elevó hasta la Antigüedad clásica, pudiendo nosotros poner en boca del maestro esta frase: “Donde esté la literatura, allí está mi patria”.
Colombia se enorgullece de haber hospedado en su suelo a este hombre maravilloso. Pero la estirpe de Guillermo Valencia no es colombiana; él pertenece a la genealogía de los clásicos y a ellos debe su personalidad literaria. Su afán fue siempre conjugar lo ancestral con lo moderno, lo pagano con lo cristiano. Valencia alcanzó este objetivo. Su poesía tiene las cualidades inconfundibles de lo clásico: real y sereno, objetivo y retórico. Para él vale más la estructura del pensamiento, la forma de la expresión, que la misma sensibilidad y los mismos sentimientos que expresa. Sacrifica el contenido afectivo a la expresión formal; lo que justificó con su frase: “Sacrificar una vida para pulir un verso”. Si Valencia como humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, como artista fue hechura de la Antigüedad, la cual dejó en su alma rutas imperecederas.
La frialdad de sus poemas es característica; en ello no prevalece el subjetivismo y la pasión encendida de los románticos. Preguntado cierta vez por la frialdad de sus versos, contestó en una forma genial: “Es que el frío no se siente sino en las alturas”. El maestro quiso siempre que en sus poesías el termómetro marcara bajo cero.
En síntesis, Valencia es un verdadero parnasiano. No llega su poesía a conmover las capas más sensibles del alma. Leyéndolo se recrea más la inteligencia que la sensibilidad y en este sentido, el maestro es genial. En pocos como él se nota esa energía, esa sobriedad, esa elegancia de su pensamiento: no hace llorar ni conmover pero sí asombra y cautiva. “Cigüeñas blancas”, “Los camellos”, “Anarkos”, dejan en el espíritu una huella inolvidable. Estos poemas son como esas flores grandes, que sin ser bellas, exhalan suaves perfumes.
Consideremos ahora algunos precedentes en su vida literaria. Don Julio Cejador dice que Valencia fue el primer parnasiano de América. ¿Y qué es el parnasianismo? Fue la escuela que a instancias de la influencia del decadentismo francés del siglo pasado, echó profundas raíces en Colombia. Se ha considerado sin embargo que Valencia tuvo dos grandes precursores, que a la vez de ser insignes representantes del Romanticismo, fueron también parnasianos; son ellos: Diego Fallón y don Rafael Pombo. El primero se consagró en la escuela con su inmortal “Canto a la luna”, en el cual empleó trece años para conformarlo, y del cual se ha dicho que es lo más bello escrito al respecto en literatura. Don Rafael Pombo es poeta universal, tanto por su nombre como por los géneros literarios que cultivó. “Hora de tinieblas” deja ver el sentimiento de desesperación ante la inutilidad de la existencia; su concepto sobre ella en este sentido es el mismo de los existencialistas: “Vivir para nada”. Qué digno representante de Chateaubriand fue don Rafael.
Valencia, sin embargo, no es tan fecundo como Pombo, ni tan atractivo como Fallón; pero su escasa y sustanciosa producción poética deja ver su alta y su artística prosapia.
Su obra Ritos es el libro que encierra las suaves esencias del maestro; es un precioso metal de nuestra mina literaria; en ella recoge lo más vivo de su vena poética. Quiso hacer de su obra algo clásico y en realidad predomina lo cualitativo. En este sentido se hace justificable la pobreza numérica de sus producciones; lo que confirma posteriormente cuando manifiesta a un amigo que quería publicar sus mejores poesías: “Puede usted elegir entre ellas, pero le advierto que la belleza no se alcanza por adición, sino por sustracción”.
Sus poemas han resistido y resistirán los movimientos y las épocas; pues a la vez que agita su espíritu entre los clásicos, se levanta airoso entre los modernistas; pudiéramos decir que ellos son siempre viejos y siempre nuevos. Pero en algunas partes encontramos en Valencia ciertos tintes románticos, ya que esa frase de Rubén Darío: “¿Quién no es romántico?”, tiene sabor universal. Fue Valencia tan moderado que es casi imperceptible. El soneto “A su memoria”, con motivo de la muerte de su esposa, tiene un carácter romántico; se nota en él este acento subjetivo, esa nota desgarradora del alma que deja el dolor en los espíritus sensibles, como también lo fue en “Días de ceniza” en el cual es romántico parnasiano; dice:
Hoy el pálido numen de lo inerte
a su callada soledad convida
al q’ vive soñando con la muerte
y al q’ muere soñando con la vida.
Su poema “Leyendo a Silva” nos dice lo excelso de su personalidad literaria, es algo que ni por el mismo frío conmueve.
Valencia no tuvo en su poesía ese concepto humano ni la emotividad desbordante que satura la poesía de nuestro Barba Jacob. Sin embargo yo podría decir humanamente hablando, que el maestro fue romántico.
El prosista. En este género literario Valencia se muestra inmejorable. Lo demuestran sus panegíricos y su vasta producción parlamentaria. En “Antología bolivariana” se destaca con brillantez inconfundible “El andante caballero de la democracia”. Es de lo más bello que se ha dicho sobre el Libertador. Igualmente es elogiado universalmente su discurso ante el cadáver de Miguel A. Caro en donde parece revivir las oraciones fúnebres de Bossuet con una propiedad y un estilo extraordinarios.
Son cualidades de su prosa: la profundidad del pensamiento, la solidez de sus ideas, la armonía de la frase, su dialéctica impecable.
El traductor. Fue Valencia un verdadero políglota; tenía dominio sobre el francés, el inglés, el italiano, el latín, etc.; circunstancia que le favoreció mucho para traducir los maestros de los respectivos países. Traducía, no con la frialdad de un filólogo sino con la vitalidad de un artista. Don Baldomero Sanín Cano dice que varias de las poesías que tradujo Valencia en nada tienen que envidiar al original; que traducía del alemán directamente dando vida al esqueleto descamado de sus traducciones. Y admirable ver cómo se conserva el fondo emotivo de las poesías; porque es ardua empresa esta de matizar en lengua extraña el sentimiento de una raza, de un ambiente y de un ser extraño. Tradujo el maestro con derroche la técnica: “El retrato de la amada” de Anacreonte; “Un sueño” de Gabriel D’annunzio, “Aparición” de Stephane Mallarmé, “A un poeta muerto” de Baudelaire, “Mozo de aldea” de Stefan George y otras muchas de indiscutible valor.
Pero donde el maestro se hace reconocer universalmente como traductor e intérprete es en su libro de poemas árabes y chinos Catay; libro sugestivo, saturado de ambientes de países foráneos, de sentimientos suaves, de elevada imaginación, rebosantes de voluptuosidades y de perfumes exóticos. Entre las mejores poesías de este libro están las de Li Tai Po, poeta exquisito del cual dijo Tu Fu en uno de sus poemas: “Tú eres el sol, y los demás poetas solo estrellas”. Entre sus más bellos poemas están: “La canción desgarradora”, “La rosa roja” y “Adiós”. Estas traducciones no las hizo directamente del árabe y del chino, sino de un poeta francés llamado Franz Toussaint.
El político. De una una brillante y trascendental vida pública; en todos sus actos procuró siempre el mejoramiento, prestigio y el buen nombre de la patria. A la vez que padre de las letras colombianas, lo fue también en la carrera de las armas, como cuando fue nombrado jefe civil de su departamento, en la guerra de los tres años. La norma de sus ideas políticas fue el ideal bolivariano. A Valencia pudiéramos aplicarle esta frase: “La espada no embolató jamás su pluma”.
Tenía el dominio de la palabra y a veces el dominio de las multitudes, méritos que le valieron sus dos candidaturas presidenciales. Siendo senador de la república desató un huracán de discursos parlamentarios puestos por entero al servicio de sus ideales. Tres columnas forman el edificio intelectual de Valencia: su pensamiento filosófico, su sensibilidad artística y la pulidez arquitectónica de escultor poético.
La imagen de Valencia está grabada en nuestros corazones, porque él es de Colombia y sus glorias nos pertenecen.
Letras Universitarias, Medellín, núm. 16, julio, 1949.