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EL ESTUDIANTE Y LA PATRIA

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Son estos dos conceptos que marchan al unísono en la cultura de un pueblo; son las partes que, conjugadas, dan un todo bellamente armonizado; son alma y cuerpo, cerebro y médula de la civilización y la cultura.

Es tan íntima su unión obrando y actuando en el florecimiento y progreso de un pueblo que si separadamente los consideramos, su existencia sería paradójica.

Es como la plegaria y el Creador, sin plegaria Dios no escucha, sin estudiantes, las súplicas de la patria son vanas agitaciones.

Las ciencias biológicas enseñan que el organismo es el compuesto armonioso de la pluralidad de células vivientes, sin las cuales la materia organizada dejaría de ser tal para pasar al mundo de lo inorgánico.

La patria, organismo viviente e impulsador del progreso por excelencia, está estructurada por inmensa multiplicidad de células, las cuales, en mutua relación, forman el organismo nacional, tan adusto, vivo y vigoroso, como sus células: los estudiantes. De aquí que su espíritu de superación y supervivencia depende de la intensidad que emplee en la nutrición de sus hijos, alimento que se fructificará fecundamente si se le da en copioso desprendimiento. La patria debe poner el núcleo esencial de sus preocupaciones en dar pan espiritual a todo viajero del espíritu que aspire a enriquecer su inteligencia con los conocimientos humanos. Por lo menos así lo entendemos quienes estamos al margen de las pasiones políticas, ambicionando para la patria solamente prosperidad y grandeza.

Es axiomático el hecho de que el progreso de un pueblo depende en su totalidad de la orientación que se dé a sus destinos. Si la educación se programa como meta e ideal rector, el progreso y la prosperidad se derivarán como natural consecuencia.

Pero mientras los gobiernos descuiden este medio capital para alcanzar el fin propuesto, todo esfuerzo será infructuoso y toda aspiración utópica.

Vemos a través de la civilización, las naciones que aceleran su paso en pos del bienestar material, por la desmedida carrera y por olvidar que lo que el hombre tiene de más preciado es el espíritu, caen al más leve tropiezo, sin ánimo y abúlicas.

Las generaciones que crecen a la sombra de tan absurdos emblemas se ven ensombrecidas por la oscuridad de tan inicuos programas; por eso, la nación que esté sometida por este influjo negativo debe emprender la conquista de ideales que estén al alcance del hombre, cuyo linaje divino solo es digno de los dioses.

La historia misma de las naciones muestra como evidente el hecho de que la cultura es la brújula que marca rumbo hacia el progreso y decide la placidez del porvenir, como también es cierto que cuando la abandonamos caemos en el deshonor y la anarquía.

México, república hermana, puso sus miras en el progreso material, siendo así desleal a su tradición de pueblo culto y católico y olvidándose de que no solo de pan vive el hombre fue entrando paulatinamente en la creencia de falsas doctrinas materialistas hasta tronchar la trayectoria luminosa, que con sublime gesto revolucionario hubiera de trazar el “Cura de Dolores”.

Idéntica cosa sucedió en luctuosa fecha a nuestra amada patria en momentos en que un pueblo ignorante tenía que manifestarse como tal, no dejo de considerar que obraron en esta tragedia nacional factores psicológicos cuyos efectos son deshonra de nuestra tradición democrática.

El alma individual, aunque culta, es absorbida por la colectiva. “El hombre en multitud, nos dice Le Bon, es un grano de arena, junto a otros granos de arena, a quienes el viento mueve caprichosamente”.

Pero es verdad, según el fruto de mi observación, que una multitud integrada por elementos cultos reconoce un límite, sabe que contra todo se puede físicamente atentar, menos contra lo más sagrado de nuestras tradiciones y como prueba comprobatoria está todo el pueblo colombiano que está dispuesto afirmar que no fueron los médicos, maestros, profesionales y la gente medianamente culta, la que componía las huestes bárbaras de abril. Sí aquí que la multitud ignorante y estimulada por los licores traspasó todo límite y quedó debiendo a Colombia cien años de vida gloriosa.

¿Sobre quién recaen los efectos de la fecha infausta? Sobre la patria. La muerte del gran penalista fue para la gente culta la desaparición de un gran valor humano; y para evitar objeciones, los elementos que figuraron como intelectuales al frente del siniestro movimiento, no son en efecto sino ambiciosos soñadores quiméricos, tan ignorantes y desprovistos de integridad moral como los primeros.

Luego, como deducción lógica resulta que, mientras se embrutece y envilece al pueblo y no se le forma con disciplinas espirituales, ningún buen comportamiento debemos esperar de él y en cambio sí uno extremadamente malo.

Declarándome portavoz de la generación actual digo a los que tienen en sus manos el futuro de Colombia, que si no ponen sus miradas en la educación, mañana, para decir con el poeta: “Tendrán que llorar como mujeres lo que no supieron hacer como hombres”. Así que, si nuestras exigencias no pasan de ser justas reclamaciones no llevadas a la realidad, el mañana de Colombia será indigno de la patria que nos legó el genio inmortal de Bolívar.

Si la patria finca en los estudiantes sus esperanzas, nuestros corazones que palpitan de amor por ella deben también tenerlas. Nuestras aspiraciones para hacer patria grande no dormitan; nuestros desvelos no son estáticos, nuestra actividad no es pasiva. Si queremos de vuestra parte un poco de ayuda para mitigar nuestras inquietudes espirituales, es porque queremos la perennidad en la profecía de Rubén Darío, cuando dijo que “Colombia sería siempre la sorpresa de la historia humana”.

De nosotros solo se debe esperar como recompensa lo que nos dan, pues nadie da lo que no tiene: si interesan en fecundizar los terrenos de la educación haciéndola patrimonio nacional, tendrán patria digna de libertadores y de todos los que con sangre y pensamiento la han engrandecido. Si la savia ha de ser impura, entonces comprenderemos que todo ha sido una estafa a la posteridad y una traición a la patria.

Los estudiantes y conductores debemos unirnos en íntima fusión y actuar tesoneramente en los campos respectivos, a fin de que, los unos con el estudio y los otros con la legislación, demos a la patria amplios horizontes para el porvenir.

Los del gobierno no deben ignorar que somos peregrinos en los campos del espíritu, que hoy pasamos y mañana nos suceden. Para esas futuras generaciones queremos gérmenes lozanos para fertilizar el surco de la educación, a fin de que mañana fructifiquen más y más estos ideales.

Si colaboran en labrar nuestro destino histórico con esa ayuda espiritual, ávidos como estamos de victorias, labraremos el porvenir de la patria. Dejemos sentado el principio: nación que no finque en los estudiantes su porvenir, por mucho que se mueva, se agita en vano. Pues no basta para la grandeza de la patria la explotación de sus riquezas naturales, sino que es necesaria también la formación de valores espirituales, que sepan regir sus destinos en hora necesaria.

Digámoslo sin ningún prejuicio: el estudiante es lo más preciado, es como una imagen que unida al himno y a la bandera simboliza la grandeza de patria. El himno y la bandera como emblemas de valor y gloria; el estudiante como mediador en la búsqueda de esa grandeza.

¡Estudiantes!: nuestra consigna es procurar que haya siempre vida espiritual en Colombia a fin de que sea siempre grande, progresista y cristiana.

Vosotros que dais con vuestra labor contextura cívica y moral a nuestra amada patria, no añoréis esfuerzo para engrandecerla ante el concierto del pensamiento universal.

Letras Universitarias, Medellín, núm. 18, octubre, 1949.

El oso y el colibrí

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