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Ciénaga y sus salas de cine

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Y ya que se habla del tema del carnaval —que se retomará más adelante desde la perspectiva del cine—, hay que dar la razón al sociólogo Edgar Rey Sinning (2000), el escritor Guillermo Henríquez Torres (2000) y Nina de Friedemann (2000), entre otros intelectuales caribeños, quienes sostienen que las primeras expresiones carnavalescas de la región Caribe de Colombia —y del resto del país— se hallan en Santa Marta, desde bien entrada la época colonial, y después se encuentran las de Ciénaga, sector geográfico que tuvo un desarrollo tempranero. Correa Díaz-Granados (1999) formula lo siguiente: “De todas maneras el carnaval con sus oportunidades y regocijo, es el triunfo de la «comedia» sobre la tragedia” (p. 2).

Dos ideas: la primera, Simons (como se citó en Viloria, 2008) refiere que: “A finales de la década de 1870 Ciénaga continuaba siendo la ciudad más grande del Magdalena, con cerca de 7.000 habitantes” (p. 29) y la segunda, desde el año de 1907 en Ciénaga ya se hablaba de cine, época en la que Edmond Benoit-Lévy proclama en Francia, en Ciné-Gazette, el principio del derecho a la propiedad literaria y artística de una película. Así que si desde el punto de vista de la exhibición, Ciénaga tendría una estabilidad a partir del año de 1917, entonces se puede hacer la siguiente reflexión, buscando con algún optimismo lo primero que se filmó en Ciénaga. Si la historia del cine caribeño registra a De Barranquilla a Santa Marta (Floro Manco, 1916), y si Correa De Andreis (2001) apunta:

De acuerdo con Wiedemann, la Ciénaga Grande de Santa Marta era un pantano sometido permanentemente a las influencias de las mareas y de los caudales de los ríos […] y si en el año de 1932 se produce el primer intento por comunicar rápidamente las poblaciones de Ciénaga con Barranquilla, pero, solo hasta 1956 el Ministerio de Obras Públicas realizó los primeros trabajos de la construcción, de lo que hoy es la carretera Troncal del Caribe (pp. 3-6).

Es lógico pensar en la dificultad del italiano Floro Manco para rodar en la localidad magdalenense. Se debe recordar que en De Barranquilla a Santa Marta (Floro Manco, 1916) el filme muestra al Hidroplano Mejía surcando el Magdalena.

Para juzgar la dificultad que implicó la filmación en esta típica región geográfica años atrás, hay que dibujar la topografía y delinear la historia social de la Ciénaga Grande. Correa De Andreis (2001), en este sentido, revela:

[Es] un complejo lagunar de Santa Marta, el litoral contiguo, el complejo de la Ciénaga de Pajaral, y que cubre las poblaciones de la carretera: Pueblo Viejo, Palmira, Isla del Rosario y Tasajera —set de filmaciones cinematográficas— y los pueblos palafitos: Bocas de Aracataca, Buena Vista y Buena Venecia. Además, comprende los municipios de Pueblo Viejo y Sitionuevo […] Ciénaga es el efecto de su historia reciente: una actividad económica del narcotráfico en los años 70’s y 80’s (sic) y la bonanza marimbera […] solo equiparable a los tiempos prósperos de la economía del banano y una pobreza, resultado de todo lo anterior porque era ilícito (pp. 6-14).

Hablando de salas de cine en la localidad cienaguera, Correa Díaz-Granados (1996) cita a Carlos Martínez Cabana, quien cuenta que en el Rialto —por ejemplo—, administrado por Alejo De la Espriella, era operador de la sala de proyección el futbolista Julio Escalona, y el salón estaba ubicado en la calle Bolívar. En la acera de enfrente y casi en la esquina estaba el Teatro Barcelona (construido por Manuel Antonio Henríquez), donde, en 1926, se proyectó el éxito de entonces, Aura o las violetas (Vincenzo Di Doménico, Pedro Moreno Garzón, 1924). De ser así, la película tardó dos años en llegar al Caribe por primera vez.

Breve historia de los cineastas del Caribe colombiano

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