Читать книгу Aprendiendo a enseñar - Graciela Edith Ruiz Díaz - Страница 7
Prólogo
ОглавлениеEl camino del docente suele ser un eterno disfrute.
Se disfruta de cada nueva letra que el alumno logró incorporar; de la palabra difícil, por fin bien pronunciada; del número artístico tantas veces practicado y puesto en escena; del inicio de clases con nuevos desafíos y la finalización del ciclo con la meta lograda.
Se disfruta de la colaboración de las familias cuando se necesita que realicen alguna actividad extraescolar o de su autorización para realizar ése viaje tan esperado.
El docente se entusiasma con proyectos adecuados al grupo de alumnos, a sus necesidades y las propias posibilidades de desarrollarlos.
También se presenta para el docente un camino difícil, que a veces, puede ser doloroso: el tiempo que debe dedicar a realizar un proyecto solicitado por las autoridades, con el cual su visión de educación no coincide, dado, por ejemplo, al entorno donde se encuentra la escuela, pero debe hacerlo.
Proyectos “innovadores” que no se adaptan a la realidad del grupo clase o al contexto social donde desempeña su tarea, pero debe adaptarlos como sea, alejándose de la realidad y de la base de la enseñanza como son los saberes previos.
Debe llevar a cabo tareas administrativas que, en la mayoría de los casos, no se relacionan con su actividad pedagógica.
Confeccionar planillas y elevar porcentajes, que pueden servir a nivel de política educativa, con datos solicitados que muchas veces no reflejan la realidad de cada institución, con casos que necesitan atención más personalizada y no tan estandarizada.
Debe realizar tareas de limpieza, apartándose de su rol académico, perdiendo valioso tiempo que debía dedicar a sus alumnos.
Todo ello enfrenta al docente a momentos vertiginosos, ambiciosos, cargados de energía desafiante, que de una u otra manera, con lágrimas, tensión, desánimo, pero también con alegría, confianza, y con la certeza de haber hecho desde el principio una tarea fundada en el amor y con una pasión única, lo lleva a observar el fruto de un trabajo bien hecho.
He pasado por todos esos momentos, cargados de variadas sensaciones y emociones, como seguramente también usted, si es docente, lo ha experimentado. Lo/a invito a revivirlos mientras lee este libro.
En ocasiones, encontrará en sus páginas tareas idénticas a las desarrolladas en algún momento, y en otras, surgirán nuevas ideas a partir de las actividades presentadas. En ese caso, me encantará conocerlas.
Tal vez las metodologías utilizadas sean similares y podamos compartir los enfoques que se presentan en estas páginas.
La intención es poder revivir los motivos por los cuales estamos en este camino, el de la docencia; observar y observarnos, retomar el “foco” de la tarea docente, revisar lo aprendido, desaprender, volver a aprender, animarnos a poner en práctica los nuevos aportes aún no experimentados.
Usted y yo somos andamiajes en la construcción del saber, consecuentemente, considero que debemos acoplarnos en la búsqueda de herramientas con el objeto de aumentar las posibilidades de aprendizaje de nuestros alumnos, incrementando a su vez el disfrute en el proceso de adquisición de los conocimientos, tanto de los aprendientes como el de sus guías.
Para ello, debemos preguntarnos, ¿quién adquiere los conocimientos? ¿Cómo se desarrolla ese proceso de adquisición de esos conocimientos? ¿De qué manera comenzamos a ser guías en el aprendizaje? ¿Cómo vamos aumentando los contenidos a aprehender?
¿Quién aprende? ¿Cómo enseño?
Lo primero que debemos tener claro, usted y yo, es que quien aprende es nuestro cerebro, y para saber cómo enseñar al cerebro, debemos conocerlo.
En principio, vamos a tomar el modelo de cómo se formó nuestro cerebro, presentado por el neurocientífico Paul MacLane.
En este modelo, Paul MacLane nos presenta la evolución de nuestro cerebro; es decir, la conformación de nuestro cerebro desde una mirada evolucionista donde nos explica que a partir de distintas necesidades, las neuronas fueron desarrollándose en un sentido adaptativo, partiendo del cerebro reptil, o similar, que incluye tronco encefálico y cerebelo, y por eso llamado cerebro reptiliano o primitivo, luego, a éste, se suma el cerebro de las emociones, desarrollado en los mamíferos, y por último el cerebro racional con la capacidad de pensar y reflexionar, característico del ser humano.
En este sentido, es importante tener presente que la meta adonde debemos llegar, es el cerebro racional, y que para llegar a él debemos abrir “las compuertas” tanto del cerebro reptiliano como del cerebro límbico, que pueden bloquear el camino.
En primera instancia entonces, nos acercaremos al reptiliano en “son de paz”, para evitar que reaccione y quiera huir de la situación, negándose a darnos la posibilidad de presentarnos como guías, y en su lugar, vernos como “enemigos”.
Si logramos que el reptiliano nos acepte y “baje la guardia”, podemos decir que atravesamos la primera de las compuertas llegando al cerebro límbico, donde es el turno de “despertar” al placer en el “aprender”. Si logramos despertar a este gigante, querrá repetir experiencias similares, que le provoquen idénticas sensaciones. Entonces, estamos en condiciones de afirmar que hemos atravesado la segunda compuerta, llegando al objetivo, el cerebro racional.
¿Cómo logramos atravesar esas compuertas? ¿Cómo hacer para que el reptiliano baje la guardia? ¿De qué manera despertamos al gigante dormido? ¿Qué lo llevará al deseo de querer repetir experiencias?
Logré comprender cómo descifrar algunos de los códigos (solo algunos) para brindar algunas respuestas a esos interrogantes, basándome principalmente en la conformación del cerebro de acuerdo a lo planteado, más el aporte de las neurociencias y teniendo en cuenta los distintos modos de aprender que cada uno de nosotros poseemos.
A continuación expongo esa información para usted querido/a colega y deseo fervientemente recibir sus apreciaciones compartiendo sus experiencias a través de las cuales también yo pueda nutrirme.
Lo/a invito a recorrer conmigo este nuevo sendero del saber.