Читать книгу El Club del Gusano Retorcido - Graciela Falbo - Страница 6
/ CAPÍTULO 2
ОглавлениеEL CLUB
–Club del Gusano Retorcido. ¿Es nombre y contraseña? –preguntó Violeta.
–Sí. Es perfecto –confirmó Santiago.
Violeta frunció la nariz. Santiago se creía un genio porque se le había ocurrido “el” nombre para el club. Con semejante vanidad no iba a poder guardar su ocurrencia en secreto por mucho tiempo.
–¿Alguno propone un nombre mejor? –preguntó Santiago, molesto al ver que los demás también dudaban.
La discusión llevaba más de una hora. No era la primera que sostenía el grupo: casi siempre encontraban motivos para discutir. A veces, las discusiones eran interminables porque todos querían tener la última palabra, en especial Violeta.
Drigo, Santiago y Violeta eran compañeros desde jardín. Mario y Saralía se les habían unido en la primaria. Y como las suyas eran discusiones entre amigos que se conocían bien, por lo general, terminaban en nuevos acuerdos.
El sol estaba bajando y el cielo se empezó a poner lila por el Este. La noche se acercaba y eso los decidió a aceptar ese nombre para el club.
–Me gusta el nombre –dijo Mario–. Pero para abreviar, podemos llamarlo Gurret. Gu de gusano y rret de retorcido.
Todos acordaron. No tenía sentido seguir el debate una hora más. Debían pensar en el punto siguiente: “la promesa”. Lo habían visto en alguna película: iniciar un club requería de una ceremonia en la que los miembros hacían una promesa. Imaginar cuál sería la promesa les llevó un tiempo más. Por fin lo decidieron: iban a enfrentar todas las aventuras que se les presentaran y ninguno podría acobardarse. Realmente, a esta parte no la pensaron mucho, estaban cansados después de tanto discutir.
Entonces, se pusieron en ronda y extendieron los brazos para jurar. Pero algo extraño sucedió. En el momento en que dijeron: “¡Sí, prometo!”, a espaldas del grupo sonó una sexta voz.
Todos se dieron vuelta al mismo tiempo. Pero no vieron a nadie. Con la luz del sol en el poniente, las sombras de los árboles se alargaban sobre el pasto.
–Fue el eco –afirmó Violeta.
–¡HOOOLAAA! –gritó Santiago.
El grito se deshizo en el silencio.
–No, eco no fue –dijo Mario.
Entonces, había sido solo la imaginación. Pero todos decían haber escuchado la sexta voz. ¿Era posible que, sin ponerse de acuerdo, todos imaginaran lo mismo? Aunque la tarde estaba cálida, Mario tuvo un chucho de frío.
–Ya es tarde. Yo me tengo que ir –susurró.
Casi sin mirarse, cada uno se fue a su casa.