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2. Etimología, tipos y difusión global del dragón-serpiente

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“Una gruesa y alta serpiente con garras y alas es quizá la descripción más fiel del dragón” nos dice Borges en su Manual de zoología fantástica (Borges y Guerrero, 1984: 64). La palabra ‘dragón’, como ya hemos visto, deriva del latín draco y del griego drákōn, que se refieren indistintamente al dragón8 y a la serpiente, y están conectadas a una raíz indoeuropea, deru, de la cual proviene el verbo griego dérkesthai (‘mirar’) y el sustantivo drákōn (‘dragón’), derivado de dérkesthai (Izzi, 1982: 114-115). También la serpiente común (gr. ophis) se conecta con el ojo (ophtalmos); esta conexión etimológica es importante pues el motivo de la mirada (y del ojo) está relacionado con el conocimiento sagrado e iniciático, por lo cual forma parte del simbolismo más arcaico y cósmico del draco. Si tenemos en cuenta que ya la tradición esotérica milenaria distingue desde hace siglos la doctrina del ojo de la doctrina del corazón, y que ella misma subraya que, para entrar en el templo de la Sabiduría, hay que saber leer con los ojos del espíritu, podemos deducir que los ojos y la mirada (externa e interior) son fundamentales para captar la dimensión invisible del universo.


Ambroise Paré, Draco Alatus, 1573. En Andrea Augello, I draghi d’Italia. Roma: G-trip 2013, pág. no numerada, entre 96 y 97.

Volviendo a la descripción del dragón-serpiente, en general la imaginación colectiva lo visualiza como un gigantesco reptil con el cuerpo cubierto de escamas, enormes fauces de cocodrilo –con dientes afilados y lengua bífida– capaces de vomitar vapor y ‘lenguas de fuego’, ojos magnéticos que capturan e hipnotizan, grandes alas anteriores y posteriores, y garras afiladas. Su capacidad de volar es un don recibido del cielo por ser considerada una figura de proveniencia divina (por eso, en ciertos lugares de Oriente, el dragón, aunque sin alas, posee igualmente el don del vuelo). Mientras en gran parte del Occidente europeo el dragón-serpiente presenta connotaciones negativas y destructivas (véanse las numerosas luchas del héroe o del santo que debe matar al dragón malvado, como las de Seth contra Apofis en Egipto, la de Apolo contra Pitón y la de Zeus contra Tifón en la mitología griega; San Jorge, San Silvestro y San Marcelo contra el dragón en la iconología cristiana), en Oriente –y en el Occidente americano– es venerado como figura celeste, poderosa y sabia, dispensadora de salud y felicidad, benéfica para la agricultura por su capacidad de generar las lluvias y de controlar los ríos y los mares, origen de las dinastías imperiales (en China especialmente) y, en algunos lugares, incluso, fuente creadora del universo.

En el Cercano Oriente encontramos ya historias míticas del dragón-serpiente en la mitología sumeria y babilónica del 1200 a.C., sobre todo el héroe épico babilónico Marduk, que deviene dios de los dioses al derrotar al dragón-serpiente hembra Tiamat, cortando su cuerpo en dos partes que dan origen al cielo y a la tierra. También lo encontramos en las sagas nórdicas y célticas (véanse Beowulf y el dragón Fafner de los nibelungos en la leyenda de Sigfrido), en la heráldica medieval de Oriente y Occidente (como símbolo de custodia y fidelidad), en las catedrales góticas y renacentistas (véanse las numerosas esculturas de San Jorge o del arcángel Miguel luchando con el dragón, como también las numerosas gargouilles9 que pueblan los techos de las iglesias medievales). En los bestiarios griegos y medievales, el dragón-serpiente es una de las representaciones más importantes (como la describen, por ejemplo, el Physiologus, el De bestiis et aliis rebus, atribuido a Hugo de San Victor, el Aviarum de Hugo de Fouilloy, y el Liber mostrorum de diversis generibus, de autor probablemente anglosajón).


Bahram the Gor, Killing the Dragon. Manuscrito desconocido en papel (en tinta, color y oro), Shiraz, Irán, 1370-1371. Topkapu Sarayi Library, Estambul. En An Enciclopedia of Archetypal Simbolism (ed. Beverly Moon). Boston-Londres: Shambala, 1991, p. 322.

En China, cualquier viajero que hoy la recorra topa con gran variedad de dragones diseminados por todas partes, y no solo en los templos, jardines y palacios imperiales, pues su figura se multiplica en tejidos y cerámicas, y en las distintas artes pictóricas, escultóricas y arquitectónicas. Según la cosmogonía china, el dragón (lung), considerado uno de los cuatro animales mágicos, surge del río Amarillo y revela a un emperador el conocido símbolo del yin y yang que generará, sucesivamente, los 64 hexagramas del I Ching, libro de la Sabiduría (Turini, 2010: 53-54). Hay regiones en Oriente en las que el dragón es venerado como dios creador del universo, invencible y multilingüe; en otras, como el antepasado espiritual de todos los seres vivientes (ibid.: 76), encarnando la fuerza creativa del cosmos, que a veces es representada por una perla que el dragón lleva consigo en el cuello. Según Qiguang Zhao, hay en China 42 ríos que contienen el nombre ‘dragón’, término que se expresa con diferentes variables lingüísticas según las regiones.10 Como el emperador era considerado en China una encarnación del dragón, por ser este símbolo de fertilidad, en los palacios imperiales su trono y su rostro eran denominados respectivamente “trono del dragón” y “rostro del dragón”.11

Hay, sin embargo, una figura particular del dragón-serpiente que posee connotaciones positivas también en Occidente, como símbolo evolutivo de la humanidad, en contextos alquímico-esotéricos, literarios y psicológicos. Me refiero al ourobóros (en castellano, uróboros o ouróboros): la representación circular del dragón-serpiente en el acto de morderse la cola.

2. “Como proceso psíquico fundamental e independiente, la fantasía posee un propio valor de verdad, que corresponde a una experiencia propia, es decir, la superación de la realidad humana antagonista. La imaginación tiende a la reconciliación del individuo con la totalidad, del deseo con la realización, de la felicidad con la razón. Mientras esta armonía ha sido relegada a la utopía del principio de la realidad constituida, la fantasía insiste en la afirmación que ella puede y debe devenir real, que detrás de la ilusión se encuentra el verdadero conocimiento” (Marcuse, 1964: 116-117; mi traducción).

3. Como bien dice Lotman (1995: 90): “El mínimo generador textual operante no es un texto aislado sino un texto en un contexto, un texto en interacción con otros textos y con el medio semiótico”.

4. Que para Borges el draco era importante lo demuestra el hecho de que, en la primera edición de El tamaño de mi esperanza, de 1926, Xul Solar diseñara dragoncitos embanderados en el cierre de cada capítulo; véase la nota del editor en Borges (1993: 137).

5. En el segundo agrega a las 82 figuras zoomorfas del primer libro otras 34 que no forman parte del mundo animal, como el a bao a qu, el doble y los ángeles de Emanuel Swedenborg. Borges se basa en leyendas irlandesas, en bestiarios griegos y anglosajones, y en varios textos literarios (como Las mil y una noches, el Orlando furioso y el Paraíso perdido), para fundamentar lo que afirma (Borges y Guerrero, 1992: 208-210).

6. Jung consideraba la imaginación como la más audaz de todas las capacidades humanas (Carotenuto, 1997: 16).

7. “¿En qué reside el encanto de los cuentos fantásticos? Reside, creo, en el hecho de que no son invenciones arbitrarias, porque si fueran invenciones arbitrarias su número sería infinito; reside en el hecho de que, siendo fantásticos, son símbolos de nosotros, de nuestra vida, del universo, de lo inestable y misterioso de nuestra vida, y todo esto nos lleva de la literatura a la filosofía” (Borges, “La literatura fantástica”, citado en Ricci, 2011: 197).

8. El folclorista Henri Dontenville (citado en Durand, 2013: 110) estudia las epifanías del dragón a través de la toponimia céltica, y refiere que presenta un nombre genérico común a muchos pueblos: dracs en el Delfinato y en el Cantal, Drache y Drake germánicos, Wurm y Warm, que recuerdan la agitación del gusano.

9. Figura derivada de la leyenda francesa del siglo VII que cuenta del dragón Gargouille el cual, emergiendo del río Sena en París, sembró el terror inundando la campiña, hasta que fue derrotado por el arzobispo de Ruán (Turini, 2010: 26).

10. Por ejemplo, en la región de Fujian encontramos el Long Jiang (río del dragón) y el Ergelong Xi (río de los dos dragones), en la región de Hebei encontramos el Long He (río del dragón) y el Qinglong He (río del dragón azul); en Xizan (Tíbet), el Bolong Zangbu (río del dragón flotante) y el Wolong Qu (río del dragón acostado), en Zhejang, el Beilong Jiang (río del dragón del Norte) y el Long Xi (arroyo del dragón) (Turini, 2010: 48-49). En el libro de Turini están enumeradas todas las regiones con sus 42 ríos y las distintas expresiones lingüísticas utilizadas (ibid.: 48-49). Las variables lingüísticas también se pueden ver en la genealogía de los dragones (el dragón fei es el antepasado de todos los pájaros, el dragón ying el de todos los mamíferos, el dragón chiao el de todos los peces, el dragón hsien el de todos los moluscos) y en los dragones de los cuatro puntos cardinales (Ao-Ch’in: dragón del sur; Ao-Jun: dragón del oeste; Ao-Shún: dragón del norte; Ao-Kuang: dragón del este) (ibid.: 76, 93). Véase también, en el norte de Vietnam, cerca de la frontera con China, la bahía de Halong (el dragón que desciende) y la etimología de la capital Hanoi: Thang long (el dragón que sube).

11. Incluso Mao Tse Tung ha dicho, hablando de la China (llamada metafóricamente “Dragón” en los periódicos italianos), que “no se discute de la perla del dragón” (Chevalier y Gheerbrant, 1974, IV: 198), refiriéndose a los atributos de poder y perfección de la nación.

El dragón-serpiente multilingüe

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