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2. El modelo evolutivo de Carl G. Jung

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Fue Carl G. Jung (1875-1961) el que descubrió la importancia del uróboros en el devenir de la conciencia humana. La teoría psicológica del psiquiatra suizo postula que, en su evolución, hay dos etapas fundamentales de orientación contraria (A-B y C), las dos representadas con el símbolo urobórico, que asume distintas modalidades según la edad de la persona.

El modelo de la primera etapa, de caracter centrífugo, concierne la formación de la personalidad, en la cual el movimiento de la energía se transfiere de la totalidad psíquica del Sí-mismo inconsciente al Ego. Es la etapa de diferenciación de las distintas funciones de la psique; etapa centrada en la formación y expansión de la personalidad, que dura hasta alrededor de los treinta y cinco años, lo que Dante denominó “mitad de la vida humana” (“nel mezzo del cammin di nostra vita…”), aunque ahora la proporción ha cambiado y la duración de la vida es más larga. En ese período, el ser humano se dedica a desarrollar sus potencialidades en gestación a través de la familia, el estudio y el trabajo; en síntesis, a desarrollar plenamente las facetas de su personalidad (del lat. mascara: persona, la imagen con la cual demostrará su valor individual y social al mundo y a sí mismo). En esta etapa, el Ego todavía ignora su dependencia de las fuerzas inconscientes de la totalidad psíquica. El desarrollo de la primera mitad de la vida se caracteriza, a su vez, por dos etapas críticas, cada una representada por una lucha con el dragón-serpiente. La primera (A) ocupa el período en relación con los padres primordiales (de los tres a los cinco años), que el psicoanálisis ha subrayado con el complejo edípico. La segunda (B) es la etapa de la pubertad, en la cual la lucha con el dragón se efectúa a otro nivel y el individuo se diferencia de sus coetáneos mediante la adquisición de una determinada actitud frente al mundo, que puede ser de tipo introvertido o extrovertido. Junto con ella, se privilegia y desarrolla una de las cuatro funciones principales de la conciencia (pensamiento, sentimiento, sensación, intuición), que deviene la más eficiente según su disposición natural, con lo cual se reprime la función menos eficiente, que permanece inconsciente y será considerada “función inferior”.

La diferenciación de las cuatro funciones se realiza a expensas de la totalidad psíquica urobórica, que hace que, frente a la realidad del mundo exterior, disminuya la fantasía creativa que el niño posee a raudales, y ese lugar sea ocupado por factores racionales y prácticos, en desmedro de la profundidad de la vida. De este modo, “la libido proveniente de la activación del inconsciente es utilizada para construir y ampliar el sistema de la conciencia” (Neumann, 1978: 349). La etapa de los juegos creativos es reemplazada por la escolarización; con el aprendizaje y la experiencia se van desarrollando las diferentes instancias de la personalidad que Jung denominó “persona” (creación de una personalidad ficticia exitosa), “anima/animus” (la imago correspondiente del sexo opuesto) y “sombra” (el lado oscuro y no aceptado de la personalidad, que la psique proyecta en los otros en forma inconsciente). La experiencia infantil transpersonal y arquetípica será sacrificada a favor de la conciencia moral, que favorece los valores colectivos dominantes. Ello hace que la conciencia pierda contacto con el inconsciente y con la totalidad psíquica urobórica, que será sustituida por el principio de la dualidad de los opuestos (polaridad dinámica que gobierna todas las constelaciones conscientes e inconscientes). Este período es intenso y extremo durante la segunda etapa, la de la pubertad (B), y la crisis como resultado de la lucha con el dragón interno puede durar varios años y continuar en la juventud incipiente del sujeto. Según Neumann (ibid.: 353-354):

El criterio que establece si un individuo “se ha vuelto adulto” es el abandono del círculo familiar y la iniciación al mundo de los Grandes Donadores de vida. Por eso el período de la pubertad corresponde a un período de renacimiento, y a la representación simbólica del héroe que se regenera a sí mismo en la lucha contra el dragón. Todos los ritos característicos de esta edad miran a la renovación de la personalidad a través de un viaje nocturno por mar, en el cual el principio del espíritu y de la conciencia vence al dragón materno y el vínculo con la madre y con la infancia, como también con el del inconsciente, se disuelve. (Mi traducción)

La lucha con el dragón materno de la primera etapa finaliza cuando el sujeto se vuelve “hijo del padre sin una madre, y, habiéndose identificado con el padre, se vuelve también padre de sí mismo” (ibid.: 354). En la dimensión mítica, el vencedor del dragón recibe como premio un tesoro (la mano de la princesa o recompensa equivalente).

En la segunda etapa de la vida (C), de carácter centrípeto, una vez satisfechas las necesidades existenciales primarias, el ser humano suele entrar en un doloroso proceso de crisis que lo lleva a preguntarse por su lugar y significado en el mundo (esto, en líneas generales, porque en algunos individuos creativos la crisis se da antes, y muy raramente en los individuos reprimidos). Es la etapa que empieza con una transformación psicológica, cuando el Ego toma conciencia de la centroversión, y es en ese momento cuando inicia lo que Jung llamó “proceso de individuación” que se cumple, a lo largo del tiempo, como resultado de la constelación del Sí-mismo como centro psíquico de la totalidad (Neumann, 1978: 346), un centro que no es más solo inconsciente; es experimentado también a nivel consciente. Trabajar sobre uno mismo para lograr dicha transformación equivale a emprender un viaje que no termina nunca, un viaje infinito que tiene como objetivo el descubrimiento de quienes somos como esencia. Cuando lo descubrimos, nos liberamos de una cantidad de filtros y condicionamientos que nos tienen prisioneros y nos impiden percibir el mundo en forma más amplia y objetiva. Descubrir lo que se encuentra más allá de los condicionamientos es la llave para obtener lo que en sánscrito se denomina moksha, despertar o liberación, y, aunque el ‘viaje’ requiere un gran esfuerzo, vale la pena encararlo si nuestra motivación es lo suficientemente intensa como para superar los obstáculos del camino.

En esta etapa, la lucha con el dragón adquiere características diferentes pues la síntesis de la psique es acompañada por una nueva unidad de los opuestos bajo forma andrógina. Como sucede en la Opus alchemica, que Jung tomó como modelo, la situación caótica inicial de la prima materia (la fase de nigredo o ennegrecimiento, primera fase alquímica), a través de sucesivas transformaciones y depuraciones duales: el solve et coagula de la segunda fase de albedo o blanqueamiento, logra producir la naturaleza hermafrodita del uróboros, que aparece como matrimonio sagrado (hieros gamos) del rey y de la reina (de lo masculino y lo femenino) a nivel tanto alquímico que mítico. La integración psíquica adquiere, entonces, connotaciones luminosas (la piedra filosófica del rebis, en lenguaje alquímico) y el Self o Sí-mismo deviene el centro áureo del uróboros sublimado, el rey hermafrodita de la totalidad psíquica (tercera fase de rubedo o enrojecimiento). Es lo que Jung llamó “símbolo unificador” o “función trascendente”, la forma más alta de síntesis, manifestación directa de la centroversión, de la tendencia innata del individuo a la totalidad y a la autorregeneración. El Ego no desaparece sino que se experimenta a la vez como humano y como divino en la fusión con el Sí-mismo. Por eso en el jasidismo se dice que “el hombre y Dios son gemelos” (Neumann, 1978: 359). Es la fundación del reino “que no es de este mundo”; misterio alquímico del proceso de individuación en el cual el Ego/Sí-mismo se reconoce “in-dividuo”, es decir, entidad integrada y única en el universo, en contacto con la dimensión trascendente; de ahí que tome conciencia, en esta etapa, del significado profundo de su vida. Este proceso produce un cambio estructural notable en la psique humana; cambio que es representado, a nivel simbólico, con joyas (el diamante, la perla, la flor de oro), o elementos varios de carácter maravilloso (la isla de los inmortales, el niño de oro, la fuente de vida).

El uróboros, por su simbolismo evolutivo y sus características cíclicas y autorregeneradoras, ha sido utilizado, en forma explícita e implícita, como metáfora convergente para representar el metabolismo bífido somático, cósmico e intertextual de la literatura bi y multilingüe (en este caso, de la literatura hispanoamericana), como veremos a continuación, y también en los capítulos 5 y 6.

12. La etimología del término es incierta; probablemente proviene del griego ourá (cola) y borós (que devora), mientras otra etimología en relación con la alquimia lo hace derivar del copto ouro (rey) y del hebraico ob (serpiente).

13. Hasta para Jesús, la serpiente pudo funcionar como símbolo de sabiduría: “Sed sagaces como serpientes”, dice el Evangelio de Mateo (10: 16-23).

14. En Ur y en Uruk se han encontrado representaciones antiquísimas de la diosa madre con su niño en brazos, los dos con cabeza de serpiente. Esto es así porque la serpiente, como madre de la tierra y del inframundo, todavía conserva la simbiosis con el hijo y por eso ambos se presentan unidos y ofídicos (Neumann, 1978: 62).

15. Tanto el Diccionario de Chevalier y Gheerbrant como el libro de Durand ofrecen una amplia panorámica de la multiplicidad semántica de la figura ofídica (voces “serpiente” y “ouróboros”). En este trabajo utilizo la versión francesa del diccionario de 1974 y la versión italiana de Durand de 2013; la traducción de las citas de ambos libros es mía.

El dragón-serpiente multilingüe

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