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1. El dragón-serpiente como fenómeno imaginario y mítico

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En la historia de las distintas civilizaciones, la literatura fantástica poblada de monstruos y seres maravillosos ha ocupado un lugar importante y enriquecido el acervo del inconsciente colectivo de la humanidad. Estos personajes ‘fronterizos’ que nos han acompañado desde la infancia en los cuentos de hadas y en las leyendas ilustradas y novelas fantásticas han sido el modo en que el ser humano, desde épocas lejanas, ha aprendido no solo a canalizar sus miedos irracionales sino también a “soñar despierto” para poder dar significado al mundo y a los aspectos incomprensibles de su relación con las fuerzas de la naturaleza. Pero si bien las criaturas irreales o mitológicas se encuentran diseminadas en las leyendas de todo el mundo, ninguna como la del dragón-serpiente ha recibido, a lo largo del tiempo, tanta atención. Sería interesante preguntarse por qué en Occidente, en los últimos años, una enorme cantidad de novelas, exposiciones, mensajes publicitarios y películas de ciencia ficción han focalizado el interés en un monstruo que no pertenece a la ‘realidad’ concreta del mundo, aunque sí forma parte de nuestra realidad interior. Distinción poco pertinente si tenemos en cuenta que, después de todo, la misma palabra ‘realidad’ es ambigua: ¿cuál es el fenómeno que podemos considerar real en contraposición a lo ficticio? Tanto la realidad que se nos ofrece a la percepción sensorial y que denominamos “objetiva” como la realidad construida por nuestra imaginación son verdaderas para nuestra psique y no solo para ella, pues la dualidad corpúsculo-onda, para la física cuántica, son estados de la materia con el mismo derecho de existencia: el mundo objetivo “en su aspecto sensible es apariencia. La «verdad» […] son «los átomos y el vacío». Traducido a nuestro lenguaje, «aparente» significa «subjetivo». La realidad, por lo tanto, no aparece a los sentidos […] porque es incompatible con una constatación sensible” (Branca y Ossola, 1988: 28, mi traducción).

Considerando, entonces, que no estamos hablando de dos realidades diferentes sino de una misma realidad enfocada desde dos puntos de vista complementarios, este trabajo se propone precisamente profundizar en algunos aspectos ‘reales’ (léase ‘funcionales’ y analógicos para la conciencia) de la figura mítica del draco, que ocupa un lugar significativo en la evolución de la psique humana. Tratándose de una figura de intensa densidad semántica, el iter investigativo abordará aspectos pluriculturales y multilingüísticos de ella, en relación con la dimensión antropológica y literaria (además de subjetiva). En este sentido, y más allá de los aportes que han dado mentes como las de Gaston Bachelard, Alexander Haggerty Krappe, Mircea Eliade, Georges Dumézil, Gilbert Durand, Joseph Campbell, Claude Lévi-Strauss, Sigmund Freud, James George Frazer y Carl Gustav Jung, entre otros que han tratado de organizar con clasificaciones diferentes la dimensión mítico-simbólica, creo pertinente subrayar que, desde hace varias décadas, el pensamiento complejo permite encarar las investigaciones antropológicas interdisciplinarias desde una perspectiva innovativa, una “nueva alianza” entre el yo que observa y campos de saber aparentemente lejanos, como diría Ilya Prigogine (1996); campos en los que el concepto de poliglotismo cultural de Jurij Lotman (1995) se entrecruza con los nuevos descubrimientos de las ciencias biológicas y psiconeurocognitivas, permitiendo intensificar el valor de la fantasía en cuanto puente analógico entre la conciencia de los sujetos y los mundos de la cultura.

Pensemos que, desde Platón a Dante, la ‘fantasía’ fue considerada la potencia imaginativa del alma y un modo de conocimiento insustituible, lo cual pone de relieve la lucidez de los pensadores de la Antigüedad en contraposición al materialismo de los últimos siglos. El término proviene del griego phantastikós (en lat., imaginatio) y significa “lo que se hace visible, lo que aparece”, aludiendo a los elementos desconocidos e inquietantes que perturban nuestra cotidianeidad (Carotenuto, 1997: 13). Si bien ya desde mediados del siglo XX la fantasía ha ido recuperando validez en el campo del conocimiento,2 es la expansión de la tecnología y la difusión de los horizontes virtuales de la web lo que hace que se pueda hablar de softwares inteligentes que abren “avenidas para la migración de los procesos psicológicos como la memoria y la inteligencia desde dentro de las mentes individuales al mundo exterior de los medios del saber conectados” (Kerkove, 1999: 174), lo cual significa que el cuerpo-mente se expande en el eje témporo-espacial, volviéndose interactivo y acelerando los procesos de digitalización que le permitirán conectarse en tiempo real a una sociedad-mundo (Barei, 2013: 37).

En efecto, junto con las coordenadas concretas de lo real, gobernadas por la razón y los procedimientos lógicos, lo fantástico se introduce en el sujeto pensante no solo para dialogar con un universo rizomático en constante cambio, sino también para confirmar concepciones ahistóricas y construcciones prevalentemente analógicas como igualmente válidas; y lo puede hacer desde distintas angulaciones: filosóficas, psicológicas, religiosas, artísticas, literarias y antropológicas (Branca y Ossola, 1988: 5), hasta llegar incluso a la perspectiva científica, si consideramos que ella se rige por un concepto de verdad que es siempre un “efecto de verdad” (Barei y Molina, 2008: 19). Precisamente dice Ursula Le Guin (1986: 38), hablando de lo fantástico:

Lo fantástico es, naturalmente, verdadero. No es real pero sí verdadero. Los niños lo saben. También los grandes lo saben, y es por eso que muchos de ellos tienen miedo de lo fantástico. Saben que su verdad es un desafío, y hasta una amenaza, a todo lo que es falso […] inútil y vulgar en la vida que se han obligado a vivir. Tienen miedo de los dragones porque tienen miedo de la libertad. (Mi traducción)

Por lo tanto, estas páginas intentarán hacer un excursus en la biosemántica de las culturas para tratar la figura del draco desde una perspectiva interdisciplinaria y plurilingüe.3 A modo de introducción, me permito recordar el sugestivo comentario que hace Borges en el prólogo a su libro Manual de zoología fantástica (Borges y Guerrero, 1984), sobre dicha figura:

Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón surge en distintas latitudes y edades. Es, por decirlo así, un monstruo necesario, no un monstruo efímero y casual, como la quimera o el catoblepas.4

Las palabras de Borges, que vuelven a repetirse parcialmente en el prólogo a El libro de los seres imaginarios (Borges y Guerrero, 1992), aluden a un aspecto importante del dragón-serpiente, a la universalidad que lo caracteriza en el inconsciente humano, pues –como hemos dicho– su forma es conocida tanto en Oriente como en Occidente, si bien dotada de atributos y connotaciones diferentes según el lugar y la cultura de referencia. En ambos libros, Borges compendia una panorámica de zoología fantástica que abraza las diferentes formas que puede asumir el dragón-serpiente,5 separando la etimología única del draco en sus dos componentes, celeste y ctónico (aunque la separación no es del todo pertinente pues ambas criaturas mitológicas participan de las dos categorías, en algunas culturas). En la panorámica celeste, Borges sitúa y describe al basilisco, al dragón en general, al dragón chino y al occidental, al grifo y al hipogrifo, al hijo del Leviatán y a la salamandra. En la panorámica ctónica, a la anfisbena, a la hidra de Lerna, a Lilith, a los nagas de la India, a la óctuple serpiente del Japón, a la quimera, al reptil soñado por Lewis, al uróboros. La amplia variedad zoomorfa del dragón-serpiente mencionada por Borges confirma su importancia en la dimensión psíquica del ser humano. Dicha variedad no hubiera sido considerada sorprendente en el mundo de la Antigüedad preclásica y clásica, ya que la metamorfosis de dioses, animales y seres híbridos era una característica que impregnaba el mundo imaginario de las religiones y las distintas literaturas y artes de esa época. Pero resulta paradójico constatar que, aun en la actualidad, no solo muchas de esas figuras fronterizas reaparecen en cuentos, leyendas y narraciones, sino que, en modo especial, la figura metamórfica del dragón-serpiente ha retornado con una vitalidad inusitada. Trataremos de comprender la motivación subyacente a tanto interés.

Consideremos, para empezar, algunos aspectos ambivalentes preliminares del dragón, un monstruo particular pues su representación se modifica según el aspecto que predomine en las regiones de proveniencia. El dragón es polimórfico, y está compuesto por diferentes animales ‘reales’, por lo cual participa de los cuatro elementos de Empédocles (tierra, agua, aire, fuego). Además, es plurilingüe, como el dragón Tifón de cien cabezas e ‘idiomas’ (Hesíodo, Teogonia v. 820-880) y su hijo Ladón, también de cien cabezas y polifónico, que combatió contra Hércules en el Jardín de las Hespérides (Apolodoro, Biblioteca II, 5, 11). El término ‘monstruo’, en su etimología, conduce a la palabra latina monstrare y reenvía a los posibles significados que las formas animales –especialmente las monstruosas– poseen en el universo o Libro de Dios. Como bien ha dicho Swedenborg en su teoría de las ‘correspondencias’: “En la naturaleza, nada existe sino como símbolo de algo en el mundo del espíritu”. Swedenborg interpretaba la Biblia como una gran alegoría de nuestra evolución psíquica y, refiriéndose a los animales que en ella aparecen, afirmaba que quien no conoce “el significado específico de cada bestia, no puede comprender lo que contiene la Palabra en su sentido interior” (citado en Larsen, 1992: 137).

Teniendo en cuenta las reflexiones compartidas hasta el momento, creo que el término “necesario” utilizado por Borges en su prólogo indica un aspecto más profundo de lo monstruoso, en relación no solo con la imaginación en cuanto forma en que el inconsciente ha podido manifestarse en los textos políglotas de las distintas culturas,6 sino con la imaginación en cuanto umbral clave para comprender el significado esencial del ser humano en la urdimbre sistémica del universo.7 Es en tal dimensión que la perspectiva pluridisciplinaria de la biosemántica cultural, de la psicología y de la antropología puede ayudarnos para tratar de iluminar un espacio hermenéutico no tan conocido del “monstruo necesario”.

El dragón-serpiente multilingüe

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