Читать книгу El dragón-serpiente multilingüe - Graciela N. Ricci - Страница 6
ОглавлениеLa autora, a los siete años, leyendo un cuento a sus hermanitos en la casa de familia de Rosario.
Prólogo
Hay figuras míticas o arquetípicas que pueden formar, conformar y transformar la vida de una persona y, como bien dice Stanley Keleman en el epígrafe, la experiencia se conecta con el mito: sumergirse en la experiencia de la propia vida significa vivir el propio mito, develar sus misterios. En mi caso, una de esas figuras significativas fue el draco, protagonista importante de las lecturas de mi niñez y de algunos episodios infantiles, y personaje imponente de mis sueños alquímicos a partir de los veintiocho años. Como es sabido, el draco es un símbolo universal, positivo o negativo según las regiones, y es interesante subrayar que la palabra, de origen latino, abarca las dos acepciones de ‘dragón’ y ‘serpiente’. Recuerdo que a los cinco años, cuando compuse mi primera poesía que tenía como protagonista a una princesita, el dragón ya aparecía conectado a ella en sus versos. Por eso, muchos años más tarde, cuando narraba cuentos a mi hija pequeña para entretenerla (como ahora a mis dos nietitos) me gustaba salpicar los cuentos que inventaba con esa figura tan mítica (y no por eso menos real) que ha ocupado, a lo largo de siglos, la imaginación humana.
Hace poco tiempo publiqué una edición póstuma de un libro de poesías inéditas de mi padre, con ocasión de los cien años de su nacimiento (tuve por años, guardado en un cajón, el manuscrito que me había dado para su corrección, selección y sucesiva publicación, ya que su fallecimiento repentino hizo todo más complicado). El libro (Ricci, 2020), un poemario dedicado a todos los chicos del mundo… y a los adultos que todavía llevan despierto al niño que fueron, se titula paradójicamente El libro de cuentos en homenaje a la narrativa infantil, que ha encantado a generaciones de niños con su mágico jardín de metáforas y maravillas (el dragón-serpiente entre ellas). En los dos primeros poemas, “Infancia” y “El libro de cuentos” (título homónimo al del volumen), se menciona al dragón de los cuentos, así que voy a transcribir el segundo en memoria de la narrativa infantil, de mi padre… y de mi madre, pues el dragón esconde en sus profundidades míticas y arquetípicas la imagen materna, como veremos más adelante:
El libro de cuentos
–“Había una vez
en un lejano país
una hermosa princesa…”
Palabras llenas de encantamiento,
de maravillas,
de magia.
Recuerdos de infancia.
Ojos grandes y asombrados
ante la historia fantástica:
castillos tenebrosos,
fantasmas y piratas,
príncipes y dragones,
duendes y ninfas doradas,
cuevas llenas de tesoros
y princesas encantadas,
héroes con anillos mágicos,
hadas de alas delicadas.
–“Había una vez
en una tierra solitaria…”
Grimm, Andersen y Julio Verne,
Scherazade y Genoveva,
Sandokán y Mujercitas,
Tarzán, Heidi y Blancanieves.
Páginas que te aprisionan
con sus cuentos y sus sagas.
Colores, ilustraciones,
el olor de la hoja cándida.
–“Había una vez
en una tierra lejana…”
Países que hacen volar
en el tiempo y la distancia.
Nostalgias del niño adulto.
Imaginación, recuerdos,
fantasías.
Imposibilidad de volver
a la infancia.
–“Había una vez
en una tierra encantada…”
En esta poesía, además del reiterado íncipit típico de los cuentos infantiles y de palabras como “encantamiento”, “maravillas” y “magia”, se mencionan una serie de libros que, en mi condición de lectora precoz, leí y releí muchas veces a partir de los seis años, refugiada en la enorme biblioteca paterna con sus paredes cubiertas de volúmenes que, para mi mirada infantil, escondían tesoros incalculables. Los primeros libros, de la colección Robin Hood, regalos de mi padre (Mujercitas, Heidi, Una niña anticuada, Los muchachos de Jo), los leí aconsejada por él (lo mismo que los otros mencionados en la poesía citada), pero después, como era una niña muy curiosa y precoz, pasé a inspeccionar los infinitos volúmenes de su enorme biblioteca y a saciarme de lecturas no siempre infantiles, como Las mil y una noches, que me abrieron las puertas del país de los sueños y me introdujeron al mágico reino de mundos orientales, y de hadas, castillos, reyes y princesas prisioneras de dragones gigantescos. Mi padre tuvo muchos defectos pero una gran virtud: leía (y escribía) muchísimo, de ahí que me inculcara con su ejemplo, desde muy pequeña, lo que considero su mejor herencia: la pasión por la lectura pues, como bien dice el Mahabharata: “Si escuchas [o lees] con atención un relato, no serás nunca más la misma persona”. No hay mejor terapia que la lectura de historias, reales o fantásticas; gran verdad que Freud descubrió y aplicó con éxito a su método psicoterapéutico. Bien decía Freud que el psicoanálisis era para él más una narración literaria producto de una mente creativa que no un tratado científico, y que tenía más puntos de contacto con la poiesis que con la retórica. Este concepto lo retoma James Hillman (1984: 2) cuando escribe, en Le storie che curano, que su intención era fundar una psicología del alma que fuera una psicología de la imaginación; una psicología “che presuppone un fondamento poetico della mente”. Por eso leer es un arte, y leer ‘bien’ es como interpretar un cuadro haciendo silencio en el bullicio de nuestro espacio interior pues requiere concentración, intuición para captar la densidad semántica de lo que se observa o lee y creatividad para encontrar todas las conexiones inter e intraliterarias (o visivas) que el texto propone. Hoy sabemos que, si hemos leído ‘bien’, la lectura cambia no solo nuestra mente y nuestra visión del mundo sino también nuestro cerebro, pues modifica el tejido neuronal creando nuevas sinapsis que agregan renovada complejidad al ya complejo sistema mente-cuerpo del lector.
Esta introducción muy personal a un trabajo que tiene como argumento principal el draco es casi obligada pues, dado que –como sabemos por la física cuántica– el sujeto es el resultado de la interacción entre el material de la lectura y la mirada focalizada del lector, involucrarse en la lectura de un texto que tiene como protagonista una figura tan poderosa como el dragón-serpiente supone de parte del lector sumergirse en un recorrido que transformará seguramente sus coordenadas mentales.
El volumen se compone de dos partes: en la primera, me refiero a aspectos del dragón-serpiente en relación con contextos mítico-culturales, evolutivos y literarios bi y plurilingües. En lo literario, dedico particular atención a una forma circular de draco: el uróboros, porque es el que aparece con mayor frecuencia en la literatura hispanoamericana. En la segunda parte me refiero principalmente a la interacción entre lo antropológico, el mito y la ciencia, y relaciono al draco con las visiones de la ayahuasca, por un lado, y con las visiones oníricas, por el otro. Por lo que concierne a la dimensión onírica, introduzco mis propias experiencias personales a nivel arquetípico, y describo brevemente un recorrido onírico alquímico que tuve durante años, y donde el draco ocupa un lugar estratégico. Por tal motivo la segunda parte, en determinado momento, presenta tonalidades más subjetivas de carácter parcialmente autobiográfico y describe, incluso, estados de conciencia que rozan lo transpersonal. En cierto sentido, imito sin querer (o tal vez queriendo) la actitud de Borges que, cuando aparentemente narraba aventuras fantásticas en tercera persona, en realidad describía sus experiencias interiores. Remedando entonces las palabras de Borges, el draco “concuerda con la imaginación de los hombres […] Es, por decirlo así, un monstruo necesario”. Borges se jactaba no de los libros que le fue dado escribir, sino de aquellos que le fue dado leer.1 Y nadie mejor que él sabía que la lectura (al igual que la escritura) es como un desembarco en el papel que permite transitar caminos propios y ajenos, y realizar viajes virtuales pletóricos de posibilidades –en un espacio/tiempo diferente– cómodamente sentados en la poltrona, mientras la imaginación activa las neuronas-espejo del cerebro y despierta la actitud de explorador de tierras desconocidas y apetecibles. Con palabras de Cortázar (otro escritor que, como Borges, me involucró en reiteradas lecturas de su obra):
Uno podría llegar a pensar que la vida es eso, desembarcos, y que solo la gran faramalla de la historia tapa con sus estrepitosos asaltos la sigilosa, incesante continuidad de otros avances, de otras conquistas […] Fines y formas varían como la vida misma, pero el desembarco es siempre igual, hay capitán en tierra firme, hay avance hacia el objetivo último, hay sangre negra y mapas y estrategias: al término, infaltable, un sueño que se fija, alguien que empieza a pensar en un nuevo desembarco. (Cortázar, 1988 [1978]: 82)
Invito, entonces, al lector a ‘desembarcar’ en el ‘nuevo mundo’ de estas páginas, para ‘embarcarse’ en una aventura que –como todas las aventuras de cierta importancia– puede comportar un (re)nacimiento a nuevas dimensiones y significados de la vida, si luego de haber explorado conmigo la polifacética dimensión del draco, objetiva y subjetiva, su lectura logra renovar en él el deseo de investigar las tierras desconocidas de su yo más profundo.
1. “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer” (Borges, 1988: iii).
“Yo he dedicado una parte de mi vida a las letras, y creo que una forma de felicidad es la lectura; otra forma de felicidad menor es la creación poética, o lo que llamamos creación, que es una mezcla de olvido y recuerdo de lo que hemos leído” (“El libro”, en Borges, 1980: 24).