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Capítulo 2 1. El significado del uróboros en la evolución de la conciencia
ОглавлениеEl símbolo del ourobóros (del gr.: “el que se devora la cola”)12 es muy remoto; se lo encuentra ya en el antiguo Egipto como dragón de los orígenes primordiales, de quien se dice: Draco interfecit se ipsum, maritat se ipsum, impraegnat se ipsum. Esta figura circular andrógina, que se devora a sí misma, se une consigo misma y se autogenera, es activa y pasiva, celeste y terrestre, y sus atributos paradójicos de unidad infinita y de totalidad indiferenciada la transforman en un símbolo de particular densidad. Según Borges, su más famosa aparición reside en la cosmogonía escandinava:
En la Edda Prosaica o Edda Menor, consta que Loki engendró un lobo y una serpiente. Un oráculo advirtió a los dioses que estas criaturas serían la perdición de la Tierra. Al lobo, Fenrir, lo sujetaron con una cadena forjada con seis cosas imaginarias […] A la serpiente, Joermungandr, “la tiraron al mar que rodea la Tierra y en el mar ha crecido de tal manera que ahora también rodea la Tierra y se muerde la cola”. (Borges, 1990: 153)
Ourobóros (Uróboros en esp.). De un manuscrito griego sin fecha. París, Biblioteca Nacional. El uróboros, de naturaleza hermafrodita, es una entidad autosuficiente que refleja la doble naturaleza del Mercurio alquímico. En Carl G. Jung, Psicologia e Alchimia (trad. it.), Turín, Boringhieri 1983 [1944], p. 32.
Sin embargo, según textos mitológicos orientales transmitidos por la tradición hermética, este símbolo es mucho más antiguo: in illo tempore era un símbolo andrógino de sabiduría divina, de regeneración y de inmortalidad equivalente al Avalokiteshvara sánscrito, y representaba todos los Logoi de las diferentes religiones; motivo por el cual en el Libro de Sarparäjni se encuentra la siguiente descripción: “En el principio, antes de que la Madre se convirtiera en Padre-Madre, el Dragón de fuego se movía solo en los infinitos” (Blavastky, 1970, I: 125).13 El Aitareya Brahmana llama a la Tierra “Sarparäjni, la Reina Serpiente” y “Madre de todo cuanto se mueve”, y considera que antes de que el planeta asumiera la forma anular de una serpiente que se muerde la cola, y luego la forma de huevo, “un largo rastro de polvo cósmico (o niebla ígnea) se movía y retorcía como una serpiente en el Espacio” (ibid.: 125). El uróboros, por lo tanto, como dragón-serpiente cósmico que abraza el universo, es símbolo de la eterna manifestación cíclica del tiempo, es el aqua divina o permanens de la alquimia que se extrae de la lapis (la materia primordial) y el animal-madre del zodíaco porque “el itinerario del sol estaba representado primitivamente por una serpiente circular que llevaba en las escamas dorsales los signos zodiacales”, como muestran el Codex vaticanus (Durand, 2013: 392), y también el disco de bronce africano del Benín interpretado por Leo Frobenius (Chevalier y Gheerbrant, 1974: III, 339). Por su capacidad regenerativa a través de la muda de piel y por su facilidad de aparecer y desaparecer en las hendiduras de la tierra, la serpiente se vuelve también un símbolo femenino del bestiario lunar (Durand, 2013: 391) y envuelve a la creación en un ciclo continuo de transformaciones. Dado que, al morderse, sus dientes inyectan el veneno en su propio cuerpo, según Bachelard, representa “la dialéctica material de la vida y de la muerte, la muerte que proviene de la vida y la vida que nace de la muerte, no como los contrarios de la lógica platónica, sino como una inversión sin fin de la materia de muerte o de la materia de vida” (citado en ibid.: 392). Como materia prima, es la Gran Madre14 oceánica, el espíritu de todas las aguas, por lo cual muchos ríos de Grecia y del Asia Menor se llaman “Ophis” o “Draco”. Es la más antigua imago mundi africana, representada, por ejemplo, en el mencionado disco de bronce del Benín, en el Leviatán hebraico y el Midgard escandinavo.
Como las valencias semánticas de este símbolo son múltiples,15 voy a detenerme en la que considero de particular interés como enfoque inicial de este trabajo: la del uróboros como representación de la evolución de la conciencia en los momentos culminantes de su recorrido interior (prueba de ello es la cantidad de huellas que ha dejado en el ámbito literario, como veremos más adelante).