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1. Porn wars: las guerras del porno

La artista, autora y educadora betty dodson ha sido una de las principales defensoras del placer y la salud sexuales de la mujer durante más de tres décadas. Después de su primera exposición de arte erótico, que realizó en solitario en 1968, Dodson produjo y mostró en 1973 la primera presentación feminista de diapositivas de vulvas, en la now Sexuality Conference de Nueva York, un acto en el que también presentó el vibrador eléctrico como dispositivo para el placer. Durante veinticinco años dirigió los talleres Bodysex, una iniciativa en la que impartía formación a mujeres sobre sus cuerpos y orgasmos. Su primer libro, Liberating Masturbation: A Meditation on Self Love se convirtió en un clásico feminista. Su obra Sex for One vendió más de un millón de ejemplares. Betty y su joven pareja Carlin Ross siguen proporcionando educación sexual en dodsonandross.com. Este artículo es un extracto de la autobiografía de Dodson, My Romantic Love Wars: A Sexual Memoir.

A la hora de crear o ver contenidos sexuales, las mujeres están todavía debatiendo qué es aceptable hacer, ver o disfrutar. Estas «guerras del porno» siguen librándose mientras la mayor parte de los tíos se masturban en secreto con cualquier cosa que les ponga. Mientras tanto, demasiadas feministas quieren controlar o censurar la pornografía. La mayor parte de las personas estará de acuerdo en que el sexo es un asunto muy personal, pero ahora que la imaginería sexual está tan extendida y el porno está disponible en internet veinticuatro horas al día, siete días a la semana, yo diría —guste o no— que el porno está aquí para quedarse.

El hecho de que la pornografía sea una industria de miles de millones de dólares y el motor que puso en marcha internet es una prueba de que la mayor parte de la gente quiere ver imágenes de sexo, lo admita abiertamente o no. Después de la puesta en marcha la liberación sexual femenina en los años sesenta y setenta, las mujeres se volvieron unas contra otras en el debate sobre si una imagen era erótica o pornográfica. Por desgracia, este debate interminable y sin sentido continúa hoy en día.

La primera vez que dibujé sexo fue una experiencia totalmente reveladora para mí. En 1968 tuvo lugar mi primera exposición en solitario sobre arte erótico, titulada The Love Picture Exhibition. La experiencia me hizo darme cuenta de que muchas personas disfrutaban al ver dibujos bellos de parejas teniendo relaciones sexuales y practicando sexo oral. Con mi segunda exposición —de desnudos con masturbación— llegó el caos. La exposición no solo acabó con mi relación con la galería de arte, sino que hizo que me diera cuenta de lo ignorantes que eran los estadounidenses en lo que concierne a la sexualidad humana. Mi dibujo de 1,80 m de una mujer masturbándose con un vibrador junto al clítoris —en erección, además— puede haber sido la primera aparición pública del clítoris en la historia reciente. Estábamos en 1970, el año en el que me convertí en una activista feminista decidida a liberar la masturbación.

En 1971 tuve mi primer encuentro con la censura cuando la revista Evergreen publicó imágenes de mi obra artística erótica. Un fiscal del distrito de Connecticut amenazó con pedir medidas cautelares si la revista no se retiraba de la biblioteca pública local. Mi amigo y antiguo amante Grant Taylor nos llevó en coche a una reunión con el fiscal del distrito. Su principal objeción era mi cuadro de una orgía solo con mujeres. Golpeó la página con el puño mientras escupía la frase: «¡El lesbianismo es un síntoma claro de perversión!».

Al acabar la reunión se me echó encima la prensa. No me recuerdo qué dije, excepto que el sexo estaba bien, que la censura era sucia y que a los niños no les solía molestar mi arte, pero a sus padres a menudo sí. Unas cuantas personas me dieron la enhorabuena por mis palabras y mi arte. Una mujer dijo que consideraba mi obra «asquerosa y pornográfica», pero que tenía todo el derecho a mostrarla. Su comentario fue el que más me afectó. Durante el camino de vuelta a casa, recuerdo haberle preguntado a Grant cómo era posible que alguien considerara asquerosos mis bellos dibujos de desnudos.

—¿Por qué no puede la gente distinguir entre el arte que es erótico y el arte que es pornográfico?

—Betty, es todo arte —me dijo—. La belleza o la pornografía estarán siempre en los ojos del que mira.

Después me advirtió de que era un error intentar definir cualquiera de las dos. Que era una trampa intelectual que llevaba a debates interminables en los que no se llegaría a ningún acuerdo. Tras pensar en ello… ¡supe que tenía razón! Esa noche decidí olvidarme de definir el arte erótico como superior a la imagen pornográfica. En vez de eso, acepté la etiqueta de «pornógrafa». Al instante me sentí entusiasmada con la idea de que podía llegar a ser la primera pornógrafa feminista de los Estados Unidos.

Al día siguiente busqué en mi diccionario y descubrí que la palabra pornografía tiene su origen en el griego πορνογράφος, «porno-grafos»: los escritos de las prostitutas. Si la sociedad tratara el sexo con algo de dignidad o respeto, tanto las personas que crearan pornografía como las que ejercieran la prostitución tendrían un estatus social, que está claro que tuvieron en un momento dado. Las mujeres sexuales de la Antigüedad eran las artistas y escritoras del amor sexual. Puesto que las religiones organizadas han hecho que todas las formas de placer sexual sean malignas, hoy en día no hay un equivalente moderno. Como resultado, el conocimiento de las estimadas cortesanas se ha perdido, enterrado en nuestro subconsciente colectivo, suprimido por las religiones organizadas autoritarias que de forma sistemática han excluido a la mujer.

La idea de reclamar el poder sexual de la mujer al crear pornografía era un concepto embriagador. El feminismo podría restaurar las perspectivas históricas de las sacerdotisas de los antiguos templos egipcios, de las prostitutas sagradas, las amazonas de Lesbos, las cortesanas reales de los palacios sumerios. El amor sexual era probablemente lo que la gente anhelaba, así que me di permiso a mí misma para romper las siguientes mil reglas de intimidación social dirigida a controlar la conducta sexual de la mujer. Hice justo eso y sigo haciéndolo a día de hoy. Para que las mujeres progresemos, tenemos que cuestionar toda autoridad, tener la disposición a desafiar cualquier regla cuyo objetivo sea controlar nuestra conducta sexual, y evitar que las cosas sigan como siempre, ya que eso mantiene el statu quo.

Después de haber disfrutado el breve lapso de tiempo de libertades sexuales en los Estados Unidos que comenzó a finales de los años sesenta, mis gloriosas fiestas de sexo en grupo me permitieron darme cuenta de cuántas mujeres fingían los orgasmos. Así que en 1971 diseñé los Talleres Bodysex para proporcionar formación sobre sexo a las mujeres a través de la práctica de la masturbación. Se creaba autoconciencia sexual en estado puro cuando, sentadas en círculo, cada mujer respondía a mi pregunta: «¿Cuáles son tus sentimientos sobre tu cuerpo y sobre tu orgasmo?». También eliminamos la vergüenza genital mirando nuestras propias vulvas y las de las demás. Para terminar, aprendimos a sacar partido al poder de los vibradores eléctricos con las últimas técnicas de autoestimulación durante nuestros círculos de masturbación solo para mujeres.

Los talleres Bodysex siguieron celebrándose durante los siguientes veinticinco años. Me costaron mucho: ¡acabé sacrificando mis articulaciones de la cadera por la liberación sexual femenina! Estos grupos también me permitieron realizar un trabajo de campo único sobre la masturbación femenina, un tema sobre el que rara vez se hacen estudios científicos, con lo que acabé con un doctorado en sexología.

En 1982, a la edad de cincuenta y tres años, me uní a un grupo de apoyo de mujeres lesbianas y bisexuales que practicaban dominación y sumisión consensuadas. Quizá había evitado esta pequeña subcultura porque sospechaba que había algo poco sano en el hecho de mezclar dolor y placer. En vez de encontrar mujeres enfermas y confusas, descubrí un grupo de feministas que disfrutaban del sexo más políticamente incorrecto que se pueda imaginar. Uno de nuestros primeros grandes errores como feministas fue establecer un sexo políticamente correcto, definido como el ideal de amor entre iguales con ambos miembros de la pareja manteniéndose monógamos.

Para las mujeres heterosexuales, el sexo políticamente correcto había traído la vieja obligación de intentar cambiar a los hombres haciendo que crecieran y sentaran la cabeza. Eso quería decir que los hombres tenían que ser también monógamos, un proyecto que ha fallado durante siglos. La mayoría de los hombres está programada para tener múltiples parejas sexuales, mientras que las mujeres que desean tener hijos necesitan una relación más duradera y segura para poder mantener una familia. Quienes permanecimos en la soltería también queríamos múltiples parejas sexuales. Nuestros esfuerzos para expandir la idea de sexo feminista topaban constantemente con la censura de las feministas tradicionales y de los medios de comunicación.

La noche de mi primera reunión de d/s, entré en el pequeño apartamento en el que se celebraba y, al mirar alrededor, no vi una sola cara familiar entre todas las mujeres presentes, todas más jóvenes que yo. Mi diálogo interno era como un disco rayado: «Probablemente son todas lesbianas separatistas y en cuanto descubran que soy bisexual, no me dejarán unirme al grupo». Me pesaba mucho el resentimiento de todas las veces en las que me habían discriminado en el pasado. Allí sentada, revolcándome en el rechazo que estaba por venir, sentí que me encaprichaba visualmente de todas las mujeres presentes. Qué maravillosa variedad, de stone butch a lipstick lesbian. Al comenzar la reunión, cada mujer se presentó y dijo si era dominante o sumisa, además de algunas palabras sobre cómo le gustaba jugar. Cuanto más se acercaba mi turno, más rápido aleteaban las mariposas de mi estómago. Cuando todos los ojos se posaron en mí, dije a la defensiva:

—¡Soy una lesbiana bisexual a la que le gusta el placer autoinfligido!

Muchas mujeres sonrieron. Una me preguntó que cómo me infligía placer, y cuando dije que con un vibrador eléctrico, toda la habitación se echó a reír. Un grupo de feministas lesbianas y bisexuales que estaban dispuestas a explorar el sexo kinky resultó ser mi mayor sueño hecho realidad, y en muy poco tiempo me sentí como en casa.

Gradualmente empecé a comprender que todas las formas de sexo eran un intercambio de poder, ya fuera de forma consciente o inconsciente. Me había centrado en el placer del sexo, no en el poder. El principio básico de la d/s es que toda la actividad sexual entre uno o más adultos tiene que ser consensuada y requiere una negociación verbal, seguida de un acuerdo entre los jugadores. Todos mis años anteriores de sexo romántico, cuando solo intentábamos una mutua lectura de la mente de la otra persona, habían sido básicamente sexo sin consentimiento. El amor romántico es uno de los conceptos más dañinos para las mujeres del planeta: a las niñas pequeñas que crecen con La bella durmiente de Disney se les enseña que tienen que esperar a un príncipe que las despierte.

Cuando llegué a mitad de la treintena y follaba por deporte, aprendí a tomar el control y dominar como manera de conseguir lo que quería. Pero ninguna de esas actividades se debatieron nunca ni se acordaron de manera abierta. Cuando examiné la sexualidad en términos de dinámicas de poder como esta, sentí que me despertaba de un profundo sueño.

Esa primavera, Dorothy, la madre fundadora de nuestro grupo, me invitó a unirme a ella en una conferencia organizada por Women Against Pornography (wap, «Mujeres Contra la Pornografía», por sus siglas en inglés). El compromiso de Dorothy con el feminismo era contagioso. Ella era consciente de todo lo que estaba sucediendo en el movimiento. Por entonces yo había abandonado el feminismo, con lo que estaba aprendiendo mucho de Dorothy, una lesbiana radical de treinta años que había sido fuertemente criticada por otras feministas por sus preferencias sexuales hacia la d/s. Como hedonista postmenopáusica de cincuenta y pico, me apetecía mucho ir a mi primer foro público feminista vestida de bollera leather.

Las dos entramos al congreso de wap desfilando cogidas del brazo, en vaqueros, botas y cinturones de grandes tachuelas de plata bajo nuestras chaquetas de cuero negro: bolleras leather muy visibles, sentadas en primera fila a la izquierda del podio. Las mujeres se nos quedaban mirando, señalando que estábamos fuera de lugar, y nosotras lucíamos nuestra incorrección política como si fuera una medalla de honor.

En aquel momento me costaba mucho tomarme en serio a este grupo. Después de que el feminismo hubiera luchado contra la censura de la información sobre los métodos anticonceptivos, el aborto, la sexualidad y el lesbianismo, la idea de que hubiera un grupo que quisiera censurar la pornografía me parecía absurda. Seguramente wap era solo un pequeño porcentaje del feminismo, pero Dorothy decía que estaban ganando fuerza y creciendo en número. La revista Ms. había donado dinero a wap, y now (National Organization for Women, «Organización Nacional de Mujeres» por sus siglas en inglés), presionada por parte de su membresía, había aprobado una resolución que condenaba la pornografía sin definirla. Muchos grupos locales de now apoyaban activamente a wap. La censura estaba enroscada como una serpiente de cascabel lista para atacar nuestra libertad y envenenar el disfrute de la gente que se masturba contemplando imágenes sexuales. ¡Increíble!

La amplia sala de reuniones de la universidad de Nueva York estaba a rebosar, y solo con mujeres: se habían reunido más de un millar. Un gran estandarte de tela roja con grandes letras negras se extendía en la parte posterior del escenario: mujeres contra la pornografía. Tenía pinta de cara. También había un sistema de sonido de primera categoría, además de costosos folletos impresos: todo hecho de manera muy profesional. No era un congreso feminista improvisado como aquellos en los que repartíamos materiales mimeografiados. Dorothy se me acercó y me preguntó:

—¿Cuándo has visto tú un congreso sobre cuestiones relacionadas con la mujer que tenga tanta financiación detrás?

Las dos estuvimos de acuerdo que wap probablemente estaba financiada en secreto por la cia, la derecha cristiana, o ambas. Los «chicos de siempre» estaban tendiéndonos una trampa otra vez: ¡divide y vencerás!

Absorta, me puse a pensar en el Congreso de Sexualidad de now de 1973. Recordé lo valientes que habíamos sido, cuestionando los roles y tabús sexuales, explorando el placer sexual femenino y atreviéndonos a crear vidas sexuales mejores para las mujeres a través de la información y la educación. Éramos tan sex-positive y estábamos tan emocionadas con la perspectiva de que íbamos a cambiar el mundo. ¿Cómo, en apenas diez años, podíamos haber acabado estando en contra de la pornografía, que ponía al feminismo en la misma cama que los cristianos predicando el evangelio?

El congreso wap contaba con muchas conferenciantes. Cada una de ellas presentó su breve historia personal, y casi todas tenían una historia de terror, de abuso sexual a manos de su padre, su hermano, su esposo, su amante o su jefe. Había historias de violación, de maltrato doméstico, abuso infantil, acoso y prostitución forzada. Dorothy estaba ocupada tomando notas, y mientras yo me quedé sentada, aturdida al descubrir que estaba en mitad de una orgía de mujeres dolidas y enfadadas. Las palabras y lágrimas de todas las ponentes estaban enfervorizando al grupo en una furia unificada. El sentimentalismo sin intelecto por parte de víctimas sin poder es la vía por la que se crean los linchamientos y los grupos nacionales de incitación al odio: «la estrategia básica del fascismo», concluí para mí misma con un escalofrío.

Me entristecía oír cómo habían sufrido estas mujeres, y no se me ocurriría jamás negar que su dolor fuera real. Para la mayor parte de ellas, el sexo había sido una desgracia o un trauma violento. Nadie en su sano juicio está a favor de la violación o el incesto, pero este ataque unidimensional a las imágenes sexuales era totalmente inaceptable. Era absurdo culpar a la pornografía de ser la única causa de todos los problemas sexuales de la mujer. ¿Por qué no la emprendían contra los grandes problemas, como la guerra, la pobreza, la religión organizada o la ignorancia sexual causada por la ausencia total de una formación sexual decente en nuestro sistema educativo?

Una atractiva rubia de unos treinta y pico años se situó frente al micrófono. Con una furia que apenas podía controlar, describió los abusos sexuales que había sufrido durante su infancia. Cada sábado, en cuanto su madre salía en coche a hacer la compra, su padre sacaba unas «fotos guarras, asquerosas» y la forzaba a realizar «un acto contra natura». No dijo de qué se trataba, pero la audiencia seguramente estaba fantaseando con un pene adulto penetrando a una niña de once años. Emocionalmente había enfurecido a toda la sala, que relacionaba el relato con sus propias imágenes mentales de violación infantil, mientras que al mismo tiempo se deleitaban con el horror del asunto.

¡La ponente pasó a echarle toda la culpa del incidente a la pornografía! No se mencionó la negación social de la expresión de la sexualidad, especialmente de la masturbación. Quizá el padre era un católico devoto que sabía que iría al infierno si tocaba su propio pene. ¿Y qué ocurre con la familia nuclear, no debería asumir su parte de culpabilidad con sus restrictivas costumbres sexuales? Pero ninguna de esas posibilidades se le ocurría. Mantuvo firmemente que las «fotos obscenas» habían sido la única causa de su incesto.

La reunión de wap acabó con una sesión de micro abierto, y en unos instantes se desató un caos emocional total. Las mujeres lloraban y gritaban histéricamente, así que salimos de allí enseguida. Una vez fuera, respiramos hondo para aliviar nuestra propia tensión. Ambas nos sentíamos agotadas. Aunque no estábamos de acuerdo con wap, tenían derecho a sus opiniones, aunque ellas no respetaran nuestros derechos. Seguíamos siendo proscritas sexuales.

Los años ochenta trajeron también el sida, y la Administración Reagan respondió de forma muy lenta a esta crisis inminente. Era perfecto: el sida acaba con el sexo ocasional, envía a la población de vuelta a las relaciones estables y la monogamia; el pegamento que nos une. El abuso sexual infantil campaba a sus anchas y atraía la atención nacional, y al mismo tiempo nadie prestaba ninguna atención a cómo la pobreza estaba dañando realmente a nuestros niños. Al final a las mujeres se nos oía, pero era solo la mitad de la conversación. No estábamos avanzando al evitar los temas centrales y ciertamente no estábamos liberando nuestras sexualidades.

Durante este tiempo aparecían mujeres en mis talleres que se echaban a llorar al hablar sobre los abusos sexuales que habían sufrido. Cada vez que sucedía, les pedía que se fueran, con la explicación de que mis grupos eran para explorar el placer, no el abuso sexual. Tenían que visitar a un terapeuta, y volver a un taller Bodysex más tarde. Algunas mujeres me acusaron de ser dura de corazón, pero simplemente me centré en mi misión de liberar los orgasmos independientes de las mujeres de modo que pudiéramos volver a una vida plena y real.

Mis talleres Bodysex estaban teniendo buena acogida, así que decidí grabar uno. No se puede superar la imagen en movimiento: es una oportunidad de dar a las personas imágenes de qué puede ser el sexo. La mejor manera de aprender es descubrir qué está pasando con todos los demás. Mi novia y yo usamos una cámara de vídeo casera, y me llevó dos años editar la grabación con dos engorrosos aparatos de vídeo. Mis películas fueron automáticamente etiquetadas como porno, porque si ves un coño o un pene, es porno. Pero no puedes educar sobre el sexo sin ser explícito, así que de nuevo me encontré aceptando el papel de pornógrafa.

Con anterioridad a internet, cada vez que decía «masturbación» la gente se reía a carcajadas o miraba sonrojada mientras intentaba cambiar rápidamente de tema. Mis artículos para revistas se cancelaban y las entrevistas para televisión acababan en el suelo de la sala de montaje. La base de la represión sexual es la prohibición de la masturbación durante la infancia. Esta humilde actividad es la base de toda la sexualidad humana. Internet fue el primer lugar de mi larga carrera donde no se me censuró.

Grant, mi antiguo amante, se encargó de mi primera página web. Al final se le reconoció legalmente que estaba ciego: trabajaba con una lupa, acercando la nariz a escasos dos dedos de la pantalla. Cuando uní mis fuerzas con las de la graduada en leyes y friki de la informática Carlin Ross, creamos una página web. Creo firmemente que una vez que Grant conoció a Carlin fue capaz de abandonar su deshecho cuerpo. Llegó a su ochenta y seis cumpleaños, murió orgulloso con las botas puestas y con la siguiente actualización de mi sitio web guardada en su disco duro. Aún hoy le echo muchísimo de menos. Tuvimos la historia de amor/odio más apasionada del siglo.

Carlin y yo ofrecemos información sexual gratuita y accesible, tanto visual como escrita, para hombres y para mujeres. Llamamos a los clips en los que mostramos habilidades sexuales «El nuevo porno». La educación sexual debe ser entretenida, no académica, seca, aburrida o acartonada. No tengo miedo de la palabra porno. Si la gente quiere llamar porno a mi material educativo sexual explícito, pues abracemos la palabra. Tienes que ser el nuevo porno, el porno que tú quieres ver. Aunque es cierto que mucha de la pornografía que hay por ahí es bastante zafia, aun así funciona; a la gente le pone. Para mí, lo que más me excita es tener conmigo a alguien totalmente orgásmico, no alguien que finge o actúa. Todos reconocemos lo auténtico cuando sucede; los orgasmos auténticos son inconfundibles. Soy una feminista sex-positive, liberando a las mujeres de orgasmo en orgasmo.

Nuestro sitio web representa una nueva política sexual feminista que va mucho más allá del cualquier victimismo por violación o abuso sexual. Representamos un feminismo orgásmico: un nuevo movimiento de mujeres que hemos tomado el control de nuestra vida sexual, y que nos atrevemos a diseñarla de la forma que nosotras elijamos, seamos hetero, bi, lesbianas o una combinación de todo ello, y que podemos disfrutar de nuestros cuerpos de cualquier manera que queramos.

Desde hace poco me encanta responder preguntas sobre sexo, de forma gratuita, de todo tipo de mujeres: jóvenes, de mediana edad, mayores… además de las de chicos y hombres. Estoy aprendiendo mucho sobre las preocupaciones y problemas sexuales de los estadounidenses y de gente de todo el mundo. Os voy a decir una cosa: la sexualidad está en problemas. Las mujeres jóvenes de hoy no saben ni qué es un orgasmo, ni cuándo, dónde o cómo se alcanza. Muchas de ellas han crecido sin ningún tipo de masturbación infantil, gracias a la creciente influencia de la religión y de la censura de la información sexual. Sin acceso a una educación sexual adecuada, el porno ha sido su principal fuente de educación sexual. El problema aquí es que el porno al que es más fácil acceder es básicamente entretenimiento para hombres. Una joven me dijo que estaba segura de que nunca había tenido un orgasmo porque nunca había eyaculado. Por desgracia, el punto g se ha convertido en el nuevo nombre de los orgasmos vaginales. Es desafortunado porque solo un pequeño porcentaje de las mujeres eyaculan al experimentar un orgasmo. Escribí mi primer libro para ayudar a esas pocas mujeres y que supieran que esta respuesta era natural. Ahora tenemos un país en el que las jóvenes están intentando aprender a eyacular.

Algunos amigos bienintencionados me sugieren que deje de usar la palabra «feminista» y quizá todo el concepto, porque el feminismo está «pasado de moda». Las jóvenes de hoy han perdido el interés en el feminismo porque piensan que es antisexo y que todas las feministas odian a los hombres. Os voy a decir una cosa, amigas. Eso es exactamente lo que quienes están en el poder quieren que pensemos, eso es lo que quieren que hagamos. Feminista se ha convertido en un insulto, y yo quiero salvar la palabra, revivirla. Quiero que feminista quiera decir una mujer que sabe lo que quiere en la cama y lo consigue. Quiero que los tíos digan: «¡Tengo que conseguir follar con una feminista!».

A mis ochenta y dos años he decidido hacer un documental basado en los talleres Bodysex. En cierto sentido, estoy volviendo al principio, a documentar el corazón de mi trabajo. El círculo de masturbación solo para mujeres es mi círculo de costura. «¿Cómo te sientes sobre tu cuerpo y sobre tu orgasmo?» es una pregunta que todavía merece la pena hacerse, y la conversación resultante aún merece la pena tenerla. Estamos aquí para escuchar y rendir homenaje a la historia personal de todas las mujeres. Celebramos nuestros orgasmos independientes, con acompañante o sin acompañante.

Esta vez se grabará profesionalmente con un equipo de expertos y mejor calidad de iluminación y sonido. Quiero documentar esto con la consideración que merece, de modo que pueda abandonar este mundo feliz, sabiendo que este increíble taller, diseñado por las primeras mujeres que asistieron, quedará capturado para que todo el mundo lo vea. Será mi más brillante obra de arte, mi Capilla Sixtina. Ahora tengo el valor de ser la vieja Anciana de la película. Estoy dispuesta a ser un ejemplo para los mayores que están renunciando al sexo demasiado pronto. Después de todo, ¡mi viejo cuerpo todavía puede ver, oír, comer, beber, reír, hablar, andar, cantar, bailar, cagar, masturbarse, follar, crear, dibujar, escribir y tener orgasmos!

En mi corazón, creo que las mujeres y chicas no podrán tener automotivación y serenidad si no pueden proporcionarse orgasmos a sí mismas. Si dependen de otra persona para su placer sexual, son víctimas potenciales de lo que sea que la sociedad venda como «normal». La masturbación es

una meditación sobre el amor propio. Es esencial. El feminismo sex-positive está vivo y coleando, y sí que vamos a cambiar el mundo. Es solo que va a llevarnos algo más de tiempo de lo que esperábamos. ¡Viva la vulva!1

1. En español en el original.

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