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3. Verdades emocionales y presentaciones escalofriantes: el resurgimiento del feminismo antiporno

clarissa smith es profesora adjunta de culturas sexuales en la Universidad de Sunderland, en el Reino Unido. Su investigación se ha centrado en los textos y contextos del contenido sexualmente explícito y las prácticas sexuales. Es co-fundadora de Onscenity Network y participa en varias iniciativas centradas en juventud y salud sexual. Sus áreas de investigación concretas incluyen el uso y comprensión de la pornografía por parte de la audiencia, la producción y consumo de pornografías «amateur» y tradicionales, su estética, y los entornos legislativos en los que se dan. Smith es la autora de One for the Girls!: The Pleasures and Practices of Reading Women’s Porn, que ofrece un enfoque multidisciplinar único, centrándose en el texto, producción y consumo del porno por parte de las mujeres, desafiando algunas de las afirmaciones «de sentido común» y de los argumentos más preciados sobre la función de la pornografía en la sociedad. Actualmente, junto con Feona Attwood y Martin Barker, está llevando a cabo el análisis de los resultados obtenidos con la encuesta Porn Research: pornresearch.org.

feona attwood es profesora de la Universidad de Middlesex, en el Reino Unido. Es la editora de Mainstreaming Sex: The Sexualization of Western Culture y de Porn.com: Making Sense of Online Pornography, y la co-editora de los siguientes números especiales: Controversial Images (con Sharon Lockyer, Popular Communication); Researching and Teaching Sexually Explicit Media (con I. Q. Hunter, Sexualities); así como Investigating Young People’s Sexual Cultures (Sex Education, con Clarissa Smith).

En un congreso antipornografía en el Wheelock College de Boston, en 2007, Gail Dines describió la ocasión como «el resurgir de un nuevo movimiento nacional para liberar a las mujeres de la misoginia y la opresión» y el momento del lanzamiento de una nueva organización: Stop Porn Culture.3 La noción de una «cultura del porno» se ha convertido en un epígrafe importante de la amplia gama de campañas y escritos que han surgido en la primera década del siglo xxi. Estos incluyen las cruzadas evangélicas de xxxchurch.com, cuyo lema es «Jesús ama a las estrellas del porno», y las giras contra la adicción al porno de Michael Leahy, denominadas Porn Nation, ambas iniciativas fundadas en 2002; el lanzamiento en 20034 del grupo del Reino Unido Object, que lucha contra «la cultura del objeto sexual»; libros populares escritos por periodistas, como Pornified de Pamela Paul y Female Chauvinist Pigs de Ariel Levy, ambos de 2005; y una amplia gama de informes sobre políticas públicas, empezando por el documento de debate «Corporate Paedophilia», de Emma Rush y Andrea La Nauze en 2006. Estas arengas expresando preocupación ante el surgimiento de una «cultura del porno» se unen a las múltiples narrativas confesionales por parte de integrantes que se han reformado o a los que se ha rescatado, como el relato de Shelley Lubben sobre la vida en la industria del porno, donde pretende ofrecer «la verdad tras la fantasía» del comercio de la carne.5 Todos estos textos presentan sus intervenciones como suscitadas por la alarma ante la espectacular nueva visibilidad de la pornografía que hizo posible el vídeo en primer lugar, y que luego ha llegado a su apoteosis a través de internet y otras tecnologías móviles.

El feminismo antiporno ha resurgido con esta «nueva» cultura de la visibilidad, y aunque sigue etiquetando la pornografía con definiciones tendenciosas como «material sexualmente explícito que sexualiza la jerarquía, la cosificación, la sumisión o la violencia»,6 ahora la enmarca en el contexto de una cultura «pornificada» o «sexualizada»: «un momento cultural diferente» en el que «el porno ha invadido la cultura».7 Libros como Pornland (2019) de Gail Dines, Everyday Pornography (2010) de Karen Boyle, y Getting Real (2009) de Melinda Tankard Reist se han centrado en las maneras en que la cultura se está degradando debido a la infiltración de prácticas, estilos y experiencias pornográficas en lo establecido. En este contexto de cambio cultural, también argumentan que hay «una nueva receptividad» a los argumentos antiporno en los que las mujeres afirman que «sienten que han sido muy ingenuas» y que «han sido engañadas por … esos mensajes glamurizantes» o que han tenido «una sensación embrionaria de que algo iba excepcionalmente mal», mientras que los hombres confiesan su «uso compulsivo» del porno y sus efectos tóxicos en sus relaciones y su identidad.8 En este ensayo nos centramos en tres áreas de debate: cómo el resurgimiento del feminismo antiporno y su formulación del «problema» del porno se basa en sus versiones anteriores, pero al mismo tiempo se diferencia de las mismas, y cómo este feminismo antiporno puede verse como característico de los guiones establecidos de pánico sexual y las visiones conservadoras «de sentido común» respecto al sexo; cómo género, cuerpos, y representaciones se muestran en sus argumentos; y cómo el modelo concreto de sexo «saludable» inherente a estos argumentos tiene mucho menos que ver con el género que con una visión del mundo que desconfía mucho de la razón, la cultura, la tecnología y la propia representación.

Pánico sexual

Es sin duda un lugar común el afirmar que las ideas y las campañas tienen su momento, y que, por múltiples razones, un argumento concreto puede encontrar un hogar cómodo en la comunidad investigadora, entre los comentaristas culturales populares y las representaciones en los medios de comunicación. Se hablará de ello en todas partes, se debatirá en congresos, se mencionará en acciones políticas y se utilizará para justificar intervenciones institucionales, políticas o jurídicas. Durante un tiempo, los nombres particulares asociados con la campaña, con esa manera de pensar o enfoque, sonarán tan familiares como las marcas, los famosos o los políticos que nos encontramos todos los días. Ciertamente, en los últimos cinco años hemos visto un torrente de noticias, artículos de opinión, documentos de políticas y llamamientos para que se apruebe más legislación contra la «marea perniciosa» de representaciones sexualmente explícitas en la música, el cine y las nuevas tecnologías de la comunicación, y nombres como Dines o Reist han sido mencionados en debates académicos, populares e institucionales.

Los autores que impulsan esta ola de campañas antipornografía extraen sus argumentos de las feministas antiporno de los setenta y los ochenta, pero lo hacen de maneras interesantes. Por ejemplo, aunque se apoyan en los principios centrales del análisis de Andrea Dworkin de la misoginia y crueldad de los pornógrafos, plantean todo esto como un relato profético, pero que nunca hubiese podido prever el «gigante» de internet.9 Melinda Tankard Reist afirma que «lo que una vez se consideró impensable es ahora lo corriente».10 Tanto Dines como su grupo activista «Stop Porn Culture» se mueven en este futuro-predicho, pero aun así inimaginable, en su reiteración constante de que el porno contemporáneo «no es el Playboy de tu padre».11 La idea que plantean es que los adultos de mediana edad tienen un recuerdo cómodo, teñido de rosa, del alijo de pornografía de su padre que descubrieron durante su adolescencia, y una creencia de que su versión de la liberación sexual ya ha tenido lugar. Dines afirma que somos testigos de «algo nuevo», «un experimento social» que es una llamada de atención: «no sabemos hacia dónde va» y tampoco lo saben los pornógrafos, que «se sorprenden de lo crueles y lo duras para el cuerpo que son (las imágenes que) solicitan los fans».12

Esta compleja narrativa de nostalgia y futurología es un tema central de estos enfoques, en los que la pornografía se percibe como una parte existente del paisaje, pero una que se ha desarrollado al margen del conocimiento de los adultos «corrientes» y que necesita repararse urgentemente. El componente clave del cambio es el acceso generalizado a internet y su capacidad para que los naturalmente curiosos pero inocentes niños se interesen en actos sexuales «atípicos»:

Si tu pareja tiene más de 40 años, su desarrollo sexual se inspiró probablemente en las páginas de ropa interior del catálogo de ropa de Kays. Hace diez años, la mayor parte de los adolescentes habrían visto revistas de porno blando como Playboy. Pero los niños de hoy están a un clic de distancia de un mundo de «scat babes» (mujeres cubiertas de excrementos), «bukake» (mujeres llorando de angustia mientras varios hombres les eyaculan en la cara) y sitios web que ofrecen todo un menú de escenas de violación, desde el incesto a la violación de vírgenes.13

Como indica la cita, el artículo de Aitkenhead comparaba los placeres inocuos que caracterizaban las primeras inquietudes sexuales de la población que hoy pasa de los cuarenta con la experiencia de sus hijos, asaltados por violaciones, intereses sexuales minoritarios y la angustia sexualizada de mujeres forzadas a participar en actos aún más extremos. En su discurso dirigido a una supuesta audiencia de mujeres heterosexuales con pareja, la sexualidad masculina se describe como plena de curiosidad, pero en peligro de ir por el mal camino si se la expone al tipo de imágenes equivocado desde una edad demasiado temprana. Aitkenhead invita a sus lectoras a reflexionar sobre sus propias experiencias vitales con hombres que crecieron con las pintorescas transgresiones del catálogo Kays, y a concebir las torturadas fantasías y costumbres sexuales de las futuras generaciones de hombres que, en su infancia, han sido expuestos a los excesos del bukake. Es este destrozo de lo que había parecido auténtica e inocentemente transgresor en los dorados días de los setenta lo que hace a la pornografía contemporánea tan amenazadora en potencia; hecho empeorado por la excesiva facilidad con la que se obtiene.

Resulta tentador llamar a este momento de preocupación sobre la pornografía un pánico moral; esto es, un episodio espontáneo y esporádico de exceso de preocupación sobre una «característica, episodio, persona o grupo de personas (que) son definidas como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad».14 En la versión de Cohen, los medios de comunicación de masas tienen un papel fundamental dando forma y orquestando estos episodios, amplificando los supuestos «peligros» y abogando por una intervención política contra el recién identificado «demonio popular» o «monstruo». En cualquier caso, nosotras sugeriríamos que, al igual que con el «problema» del sida, el protagonismo actual de la sensibilidad antipornografía se entiende mejor como «la más reciente variación en el espectáculo de la acción de retaguardia ideológica defensiva que se ha puesto en marcha en nombre de “la familia”» durante más de un siglo.15

Las voces que se alzan contra la pornografía se sitúan junto a las muchas y variadas preocupaciones sobre la ruptura de la familia, la infidelidad, el incremento de las tasas de transmisión de las ets, el sida, los embarazos de adolescentes, el aborto, el sexo promiscuo, el matrimonio gay y otros miedos generales sobre la homosexualidad. En cuestiones sexuales existe una «narrativa “general” interminable» de ansiedades que influyen en ella y que, a su vez, están influidas por las preocupaciones sobre los contenidos sexualmente explícitos.16 De esta forma, como sugiere Watney, la etiqueta «pánico moral» no es suficiente en este caso, ya que:

Da la impresión de que los pánicos morales aparecen y desaparecen, como si la representación no fuera el emplazamiento de una lucha ideológica permanente sobre el significado de los signos. Un «pánico moral» particular simplemente marca el lugar en el que en ese momento está el frente de dichas luchas. No estamos, de hecho, siendo testigos del desarrollo de «pánicos morales» discontinuos y discretos, sino de la movilidad de la confrontación ideológica en todo el campo de las representaciones públicas, y en particular de aquellas representaciones que manejan y evalúan los significados del cuerpo humano, donde fuerzas y valores rivales e incompatibles luchan incesantemente para definir verdades «humanas» supuestamente universales.17

Como indica Watney, la pornografía y sus consumidores no han sido «convertidos» en un nuevo «demonio popular» por una prensa espontáneamente histérica (o por el feminismo). En vez de eso, la búsqueda de inspiración y placer fuera de la díada sagrada del matrimonio «siempre es, y siempre ha sido, construida como intrínsecamente monstruosa dentro de todo el sistema de imágenes fuertemente sobredeterminadas dentro de las cuales las nociones de “decencia”, “naturaleza humana” y demás se movilizan y transmiten por todo el circuito interno del mercado de los medios de comunicación de masas».18

Puede ser más fructífero pensar en el resurgimiento de la antipornografía dentro del omnipresente y cada vez más generalizado tropo de los «pánicos sexuales»,19 esas «volátiles batallas sobre la sexualidad» en las que los valores morales se transforman en acción política.20 Las situaciones de pánico sexual se basan en una fórmula diseñada para estructurar el debate de una cierta manera. Se establece un objetivo de la culpa, a través de su potencial de desestabilización de la sexualidad y prácticas normativas; y es posible que se amoneste a personas públicamente, pero de ser así esta amonestación sucede desde el contexto del autocontrol privado y constante de la desviación individual del ideal. El edificio de la heteronormatividad, y la estructura familiar que es su ideal, se presenta como constantemente amenazado (no solo desde el exterior y los refuseniks) sino «en todas partes, en todo momento».21 Por tanto, los pánicos sobre el sexo se alimentan de narrativas de peligro, enfermedad y perversión en las que todos «nosotros» somos susceptibles de que nos ocurra algo, y se fundamentan en la repetición de «lenguaje e imágenes sexuales evocadoras» que «nos» instan a estar siempre atentos, como parte de la comunidad y como individuo.22

A diferencia del debate académico que tiende a valorar una presentación lógica, calmada y racional, las situaciones en las que se dan los pánicos sexuales se basan en crear revuelo en la emoción pública, que se presenta luego como la auténtica «sede de la verdad y la ética».23 Sin embargo, aunque sugieren pasión y autenticidad, estas situaciones tienen un guión muy estricto. Obtienen su poder de la más amplia cultura emocional del sexo: «una mezcla afectivamente densa» de temor, excitación, vergüenza y miedo, que a menudo produce un arco emocional de «escándalo, furia y asco».24 También pueden provocar un «escalofrío de placer» para sus audiencias, que mezcla sociabilidad, excitación emocional, rectitud y «la emoción de la ira colectiva».25 La «narrativa intrínseca» de la amenaza a la sexualidad normativa e ideal y los momentos de pánico que la acompañan son peligrosos debido a su capacidad de «ejercer un efecto paralizador generalizado en el arte, la investigación científica, el activismo político y el periodismo», ya que «operan a favor del conservadurismo social y religioso», y porque son un «vehículo clave para consolidar poder político» para la derecha cristiana.26

En lo que sigue, no nos interesa tanto argumentar en contra de los análisis antiporno como explorar las maneras en las que dichos análisis conectan con las construcciones ubicuas de lo «apropiado», lo «natural», lo «decente», que apuntalan la sospecha de la pornografía como una amenaza a la sexualidad normativa y las relaciones «apropiadas». Al examinar así el feminismo antiporno, tenemos que reconocer las maneras en las que enmarca, denomina y delinea el «problema» de modo que puedan consumirlo los medios de comunicación de masas. El feminismo antiporno no es el único participante del discurso público sobre el sexo, la sexualidad y la pornografía: a él se une una amplia gama de periodistas, políticos y activistas que da forma a los límites dentro de los cuales debe debatirse, cómo debe debatirse, qué es una prueba aceptable y qué constituye el terreno del «problema». Atraer la atención a los puntos en los que hay consenso implica un reconocimiento de que los medios de comunicación de masas generalmente presentan el debate sobre la pornografía como batallas entre bandos contrarios donde lo más importante es el desacuerdo, más que el detalle de las pruebas aportadas. Tomemos como ejemplo el reciente debate en el periódico británico The Guardian entre Gail Dines y Anna Span titulado «Can Sex Films Empower Women?»27 («¿Pueden las películas de sexo empoderar a las mujeres»?). Este tipo de debate puede ofrecer equilibrio (ambas partes pueden aportar su punto de vista) pero esto no es tan importante como el espacio que se concede a los lectores para establecer qué es humanamente normal, corriente, y diario. No se presenta a ninguna de las contendientes como igual que los lectores —Dines es una investigadora feminista y Span una pornógrafa— así que se abre un espacio para que los individuos se orienten a sí mismos con respecto a la exposición del problema y entonces respondan al mismo en relación a la categoría moralmente construida de la heterosexualidad. Y aquí no nos referimos a la heterosexualidad como una orientación sexual, sino como «la norma», un ideal y una posición que ha de controlarse y protegerse. Debates como este eliminan cuestiones sobre los tipos de pornografías, sus orígenes y composición, su significado para las diferentes identidades y subjetividades sexuales, y en vez de eso centran la atención en lo que es seguro tolerar por el bien de las instituciones sociales a través de las cuales hombres, mujeres, niños y niñas corrientes viven sus vidas.

Sería poco honesto afirmar que el activismo antiporno obtiene mayor atención que cualquier otro enfoque, pues sí que hay espacios en los medios de comunicación para las opiniones plurales y divergentes sobre la pornografía. Del mismo modo, en los estudios sobre el porno elaborados por otros académicos feministas, por estudiosos gays, por investigadores interesados por las nuevas tecnologías y los nuevos medios de comunicación y por activistas sex-positive, sex-radical y a favor del trabajo sexual, podemos ver el inicio de unas narraciones sobre la historia, producción, distribución, consumo y significado de pornografías diversas. Pero en la mayor parte de los debates públicos los argumentos que no comienzan sospechando de la pornografía son relativamente invisibles, y el debate solo puede operar dentro de ciertos límites porque el terreno se ha circunscrito claramente en un marco de preocupación de la «narrativa intrínseca» de la sexualidad «natural». La postura pro-porno más visible en los debates públicos es, con diferencia, la de la libertad de expresión y el derecho del individuo a interactuar con la pornografía. Sin embargo, defender la pornografía como parte de la libertad de expresión no sirve de mucho para desafiar la presentación del porno como una forma específica en la que se degrada o subordina a las mujeres, o que es irreparablemente dañina para los niños que lo ven «demasiado pronto». Los argumentos que esgrimen la libertad de expresión simplemente requieren que los materiales sexualmente explícitos no se censuren para los adultos, y que en sociedades libres y democráticas la pornografía debe tolerarse. Pero esta tolerancia es siempre un logro inestable para cualquier grupo o interés minoritario, siempre abierto a una posible reevaluación o redefinición. Al argumentar haciendo referencia a la libertad de expresión, sus defensores a menudo ceden terreno al admitir que algunas formas de pornografía son de hecho horribles, dañinas y abominables y, por lo tanto, confirman el análisis básico de que hay algo intrínsecamente problemático sobre las formas culturales de la representación sexual y las personas que las buscan.

Por lo tanto, pese a que el feminismo antiporno ha sido ampliamente criticado por su falta de rigor teórico, su pobre base empírica y su fracaso a la hora de distinguir su postura de otras visiones muy conservadoras de la sexualidad y el género, sí que ha conservado un importante arraigo en las esferas académica y populista como una perspectiva que solo puede ser circumnavegada. A continuación, queremos mostrar las maneras en las que el feminismo antiporno contemporáneo rechaza cada vez más los terrenos académicos de análisis y debate mientras hace llamamientos al sentido común y a la inteligencia emocional, precisamente porque este es el terreno en el que sus argumentos arraigan mejor.

«Estamos aquí sentados con nuestro sentido común»: el mundo académico y el feminismo antiporno

En su análisis de las giras antiporno de los años ochenta y noventa, Eithne Johnson señaló el uso de presentaciones de diapositivas para crear espectáculos que «pretenden instruir al mismo tiempo que prometen excitar o aterrorizar a la audiencia».28 Las giras de conferencias eran un híbrido de atracción pornográfica y educativa que favorecía el tipo de conocimiento que descarta el aparato analítico de la investigación académica: esto es, el establecimiento de marcos teóricos y debates sobre metodología, contextualización, consideración de enfoques diversos, disección de los ejemplos, desarrollo de conclusiones basadas en pruebas empíricas y demás. Como también señala Johnson, su impacto dependía precisamente del mismo conjunto de características que sus defensores atribuían a la pornografía: re-presentar los cuerpos femeninos como «imaginería brillante y gore de partes del cuerpo» en una serie de «fragmentos chocantes». Sobre esta base cada ponente construía una narrativa invitando al horror y la indignación como la reacción apropiada ante dichas imágenes. Este estilo de presentación, como describe Lynne Segal, ha dominado también la palabra escrita de parte del feminismo antiporno, bebiendo de la «imaginería sexual sádica», usando las artes de «excitación y manipulación», imitando las horrorosas y chocantes cualidades que le atribuyen a la pornografía, y por tanto reproduciendo lo que imaginan que es una visión «pornográfica» del mundo.29

La presentación de diapositivas antiporno se ha actualizado para el siglo xxi. En su debate sobre las presentaciones que produce Stop Porn Culture en los ee.uu., Karen Boyle, entre otros, describe cómo son diferentes al trabajo académico sobre la pornografía. Los ponentes «salen del mundo académico y van al mundo real donde la gente vive su vida».30 La presentación está diseñada para tener «impacto», especialmente en mujeres que «no hayan visto ninguna o casi ninguna pornografía» y lleva a su audiencia femenina «en un viaje» durante el cual quedarán «muy conmocionadas», pero al salir «se sentirán increíblemente validadas». El poder de la presentación depende de su diferencia con el trabajo académico, el cual, según defienden, implica «argumentos intelectuales abstractos» y está menos preocupado por el activismo que por «sacar libros que no levanten olas en el mundo académico».31

Este estilo de presentación es un indicador de los escenarios construidos por grupos conservadores en la creación de un pánico sexual más generalizado. Comprender este estilo es importante porque demuestra cómo el feminismo antiporno funciona como una forma concreta de conocimiento, y cómo el estilo del pánico sexual es una parte clave de su atractivo, además de sugerir por qué, pese a no poseer una postura intelectual creíble o una base empírica, el feminismo antiporno es convincente para algunas personas. De hecho, aunque ciertos escritos recientes, como la colección editada por Karen Boyle, se presentan como trabajo académico y afirman estar basados tanto en la teoría como en las pruebas empíricas, por lo general el feminismo antiporno se ha vuelto más y más hostil al trabajo académico que en el pasado. En el debate sobre las presentaciones de diapositivas, por ejemplo, se afirma que «si se dan ejemplos de lo que las mujeres en las diapositivas dicen, sienten, o piensan, los académicos dirán “Eso no puede ser verdad, porque no se ha investigado” o “Muéstrame pruebas de eso”, lo que minimiza los sentimientos y reacciones de las mujeres».32 El porno se describe como un «juego intelectual» para académicos que trabajen en entornos que «han sido preparados para generar casi como robots cierto tipo de objeciones…».33

Esta aversión al mundo académico en los escritos antiporno está relacionada con un conjunto de sospechas más genéricas sobre los medios de comunicación y el comercio. En la colección Getting Real se refieren múltiples veces a las relaciones entre comercio, medios de comunicación, trabajo sexual, pornografía e investigación académica; los medios de comunicación son un «chulo de facto de las industrias de la prostitución y la pornografía»34 y hay una «alianza impía … entre ciertos académicos posmodernos y los agentes más agresivos del consumismo y la industria del marketing (incluyendo la industria del porno)».35 En el análisis de Abigail Bray sobre las defensas de las fotografías del artista Bill Henson (uno de varios episodios recientes de eventos mediáticos en los que el arte que muestra niños desnudos se ha descrito como pornográfico o pedofílico) el término «pánico moral» se describe como «en movilidad ascendente», uno que «opera políticamente para hacer el trabajo de la tolerancia neoliberal gobernando la mirada del público y borrando las críticas feministas».36 En el análisis de Bray, la lectura más honesta de las fotografías de Henson es una que se arriesga a «hacer que broten los sentimientos vulgares de las masas moralizantes … incluso si esto significa ir a contrapelo de una subjetividad académica gentrificada».37 Aquí se descarta la posibilidad de cualquier postura que no proceda de la moralidad y los sentimientos. Es simplemente «la gubernamentalidad de la galería de arte privada de clase alta: la celebración compulsiva de la transgresión sexual, el gentil mundo endogámico de los expertos … una tecnología normativa del yo del progresista de clase media».38 Desde estas perspectivas, los conocimientos académicos son robóticos, gentiles y carentes de autenticidad, y la teoría y la práctica son autoindulgentes y poco fiables. Como argumenta alguien en la mesa redonda del libro de Boyle: «Estamos aquí sentados con nuestro sentido común. Podemos ver el material, pensar sobre los mensajes que envía y razonar al menos hasta llegar a algunas conclusiones provisionales».39

De vuelta en el círculo mágico: sexo pornográfico contra sexo sano

Como escribió Gayle Rubin en 1984, gran parte de los análisis de la sexualidad se basan en la idea de que hay un «círculo mágico» caracterizado por sexo que es heteronormativo, vainilla, destinado a la procreación, en pareja, que tiene lugar entre personas de la misma generación, en casa, que solo implica los cuerpos y evita el sexo comercial y la pornografía. Más allá se encuentran los «límites exteriores» del sexo: promiscuo, no destinado a la procreación, ocasional, fuera del matrimonio, homosexual, entre generaciones, que tiene lugar en solitario o en grupos en público, o que incluye s/m, comercio, objetos manufacturados y pornografía. Las críticas feministas del porno han dejado clara la necesidad de distinguir entre sus objeciones y las que se basan en motivaciones morales o religiosas, o las que se basan en la ofensa al buen gusto o la decencia de la pornografía. Sin embargo, el trabajo feminista antiporno reciente no se centra especialmente en los aspectos problemáticos del género en el porno, ni adopta una crítica más amplia del sexismo en los medios de comunicación, ni tampoco busca un análisis de cómo los materiales sexistas pueden compararse con pornografía no sexista u otras formas de contenidos sexualmente explícitos. En vez de ello, parece más preocupado por la idea de una «sexualidad sana» caracterizada por Rubin en su descripción del círculo mágico del sexo. Una de las maneras en las que Dines articula esto se basa en el empleo del término «sexo pornográfico» que se usa para indicar sexo degradado, deshumanizado, formulaico y genérico: «sexo de uso industrial» comparado con sexo que implique «empatía, ternura, cuidado, afecto… amor, respeto o conexión con otro ser humano».40

Este ideal de sexo saludable está ceñido a los actos que son permisibles en él. Para Dines es degradante el sexo anal, la eyaculación en el cuerpo o cara de la mujer, y que más de un hombre esté manteniendo relaciones sexuales con una mujer. Los materiales producidos por Stop Porn Culture están salpicados de referencias como «adicción», «grooming», «proxenetismo» o «enrollarse», dibujando una visión del sexo como inherentemente peligroso mediante el empleo de miedos sobre el abuso de menores, el sexo comercial y el sexo ocasional, como si todos ellos no solo estuvieran relacionados sino que fueran uniformemente problemáticos y tuvieran su raíz en la «cultura del porno».

En la presentación de Stop Porn Culture «It’s Easy Out There for a Pimp», la distinción entre «sexo relacionado con el porno» y «sexo saludable» se explicita más utilizando una serie de contrastes tomados del libro The Porn Trap, escrito por los terapeutas sexuales Malz & Malz.41 El sexo pornográfico incluye «usar a alguien» y «hacerle algo a alguien». Es un «espectáculo para otros», un «bien público», «separado del amor», «emocionalmente distante». «Puede ser degradante» e «irresponsable», «incluye engaño» y «gratificación de los impulsos», «debilita los valores» y «hace pasar vergüenza». Por el contrario, el sexo saludable es «cuidar de alguien» y «compartir con una pareja». Es una «experiencia privada», un «tesoro personal», «una expresión de amor» y «enriquece». Es «siempre respetuoso», «se aborda de forma responsable», «requiere sinceridad», «implica todos los sentidos», «mejora quién eres en realidad» y proporciona «satisfacción duradera». Esta visión del buen sexo como privado en vez de público, y claramente ligado al amor en vez de a la gratificación también puede encontrarse en el trabajo de Robert Jensen. Jensen argumenta que el sexo debe implicar «una percepción de conexión con la otra persona, una mayor conciencia de la propia humanidad, y a veces, incluso una profunda percepción del mundo que puede surgir de una experiencia sexual significativa y profunda».42

Pero es difícil ver por qué estas características deberían ser importantes para las políticas sexuales o el feminismo, o por qué el feminismo debería valorar el sexo según su capacidad de desarrollar intimidad en vez de por cualquier otro motivo. De hecho, se corresponde mucho más claramente con una visión del sexo como sagrado o «especial» y al ideal contemporáneo de relación pura que describe Anthony Giddens, en el cual el sexo se ancla a una coherencia y persistencia emocionales.43 El sexo ocasional, el sexo kinky, el sexo violento, e incluso el sexo monógamo, hetero, vainilla, que puede ser fruto de la rutina, el aburrimiento, la diversión o la búsqueda de emociones fuertes no cumple con estos estándares. Se asume que el sexo tiene un propósito apropiado, y no se considera la variedad de prácticas sexuales que la gente desarrolla, las diversas maneras de concebir el sexo o las múltiples razones por las que las personas mantienen relaciones sexuales. Aunque rechazan categóricamente que se les describa como «antisexo», autores como Dines descartan las posibilidades de una sexualidad plural y en constante construcción.

El intento del feminismo antiporno de definir qué es sano se extiende más allá del sexo a toda una serie de contrastes en la mesa redonda de Boyle.44 Aquí lo sano se equipara con la comida nutritiva, la experiencia, la creatividad, la autenticidad, ser y sentir, política y activismo, el mundo real, el sentido común y el testimonio. Frente a esto se presenta un mundo de insalubridad, caracterizado por una amplia variedad de cosas: hamburguesas de McDonalds, productos industriales, imágenes, lo genérico y formulaico, mostrarse, representar, actuar, ser vistos, la investigación científica, el interés propio, el individualismo, el elitismo, la teoría y la hermenéutica. Según esta visión, no solo son malsanas la mayor parte de las expresiones de la sexualidad, sino también cualquier cosa que se haya producido en masa, además de algunas formas de representación, autopresentación y trabajo intelectual. De hecho, hay una enorme desconfianza a cualquier clase de mediación: el mundo «sano» se imagina como uno en el que la industria, el comercio y la representación parecen no existir, y donde incluso algunos actos en los que se expresa el yo o se interpreta el mundo parecen sospechosos si de alguna forma no son lo bastante directos. Esta visión se explicita en el argumento de Robert Jensen según el cual debemos intentar «trascender … la cultura mediada y explorar las cosas de forma más directa». Porque «el sexo es una forma de comunicación … con los demás» y «con nosotros también en cierto sentido», y debe incluir «contacto humano directo cara a cara», algo que en «esta cultura hipermediada» es cada vez más difícil de conseguir.45

Salvar a los hombres

En este sentido es interesante ver de qué manera han aparecido los hombres en los nuevos escritos antiporno. Citemos a Dines:

Muchos hombres se me acercan y confiesan que lo consumen compulsivamente. Esto no había pasado nunca antes. Recibo mucha desesperanza por parte de las mujeres, porque están intentando salir con hombres y no pueden encontrar ninguno que no haya consumido pornografía. Y yo siempre les digo: «No es probable que encuentres a un hombre que no haya consumido pornografía. Ese no es el problema. El problema es si sigue haciéndolo después de que tú le hayas proporcionado el análisis».46

Aquí hay una naturalización del interés masculino por la pornografía y una implicación de que esto puede ser debido a la ubicuidad de la pornografía. Las mujeres deben «proporcionar el análisis» y esto debe ser suficiente para convertir a un espectador de porno en un compañero apropiado. El «análisis» es, por supuesto, que la pornografía está mal, pero también que «secuestra» la sexualidad, y que consumirlo es una señal de debilidad, que demuestra falta de imaginación, autoconocimiento y espíritu crítico. Los escritos feministas antiporno recientes han tendido a distanciarse de la idea ampliamente criticada de sus «efectos», obtenida de estudios en laboratorio, para centrarse en una visión de los hombres en la que están programados por sus hábitos de visionado. En estas narrativas de adicción, los hombres llegan a preferir el «sexo pornográfico» y a presionar a sus parejas para que se comporten como estrellas del porno. Esto puede tener el efecto nocivo adicional de encontrar el porno más excitante que a sus parejas, de perder la habilidad de obtener o mantener una erección o de experimentar dificultades con la eyaculación, dañando por tanto su sexualidad auténtica y destruyendo la intimidad emocional de sus relaciones.

Los hombres hablan de su uso compulsivo y de lo difícil que es dejarlo. Los hombres me dicen que todo lo que saben del sexo lo aprendieron de la pornografía, porque empezaron a consumirla a una edad tan temprana que es casi como si estuviera codificado en su adn sexual. Algunos quieren incorporar el porno a sus relaciones íntimas, otros tienen que evocar imágenes pornográficas para eyacular cuando están con sus parejas, y otros incluso han perdido el interés en mantener relaciones sexuales con mujeres reales. Para demostrar cómo el porno destruye la creatividad: hay hombres que me han dicho que una vez que dejaron de consumir pornografía ya no sabían cómo masturbarse.47

La «teoría dominó» de las pasiones se invoca aquí junto con una búsqueda de niveles de estimulación cada vez mayores que lleva inevitablemente a materiales más misóginos y dañinos.48 La pornografía programa los instintos sexuales masculinos y solo puede tener una trayectoria posible: hacia cada vez más encuentros con imaginería sexualmente explícita y hacia material cada vez más «extremo». La sexualidad masculina se concibe como total e intrínsecamente plástica: un apetito a duras penas contenido que, por su propio bien, debe civilizarse y mantenerse lejos de la influencia inflamatoria de los contenidos sexuales. Dines señala que «los chicos jóvenes adictos con los que hablo acaban con problemas graves. Descuidan sus estudios, gastan grandes cantidades de dinero que no tienen, se aíslan de otras personas y sufren depresión. Saben que algo está mal, sienten que no tienen el control y no saben cómo parar. Algunas de las historias más preocupantes que oigo provienen de hombres que se han desensibilizado tanto que han empezado a consumir porno más duro y han acabado masturbándose con imágenes que previamente les daban asco. Algunos de esos hombres están muy avergonzados y asustados, porque no saben dónde acabará esto».49

Por suerte, el «análisis» antiporno está aquí para salvarles:

Para los hombres (a los que haya disgustado la presentación), no se trata (normalmente) de que no hayan visto este tipo de imágenes antes, sino que ahora se les invita a que las vean de forma diferente. A menudo, lo que más les perturba es que imágenes similares no les habían perturbado en el pasado. Se dan cuenta de que han sido manipulados, puestos al servicio de los beneficios de la industria, y que su implicación con la pornografía les ha impedido desarrollar una sexualidad auténtica de acuerdo con sus propios valores».50

Esta revelación (darse cuenta de que «han sido manipulados, puestos al servicio de los beneficios de la industria») se refuerza con la creciente popularidad de las historias de adicción al porno. Michael Leahy describe el porno como la principal adicción en los ee.uu., al tiempo que el cantante cristiano Clay Crosse confiesa que se siente tentado y «lucha contra la lujuria alimentada por la pornografía», un problema que aparentemente comparte con más del 50 % de los estadounidenses que asiste a misa.51 A lo largo y ancho de internet (el espacio que supuestamente ha sido colonizado por el porno) surgen relatos de horribles de luchas contra la influencia del porno. Son historias muy convincentes, y ahora están respaldadas por la última investigación «científica» que mantiene que los centros de placer del cerebro se reprograman tras ver «demasiado» porno.

Y mientras que se desarrollan estas narrativas de dolor, destrucción de relaciones, fracaso de las funciones del pene y autoabuso compulsivo, éstas también ofrecen una potente posibilidad de redención, renovación y renacimiento. Muchas confesiones de adicción al porno van unidas a las intervenciones recomendadas: el test para determinar si tu consumo es obsesivo, el uso de Net Nanny, la desintoxicación de seis meses y, si falla todo la anterior, «un keylogger, un programa que registra todos los movimientos que haces en internet» y un «software de rendición de cuentas que … enviará un informe semanal a tu “compañero de rendición de cuentas” para ponerle al día sobre qué sitios web visitas». Los hombres pueden estar tranquilos, no están solos: «con una combinación de terapia, filtros para internet, mantras, rendición de cuentas e investigación, (la adicción al porno) se puede superar».52

Puede ser útil comparar la visión que sustenta este enfoque con las «directrices claras y cristalinas» sobre el sexo que se pueden ver en las campañas antiporno evangélicas y otras campañas antiporno conservadoras: «el placer sexual ha de ser experimentado por el hombre y la mujer dentro del matrimonio», pero aquellos que caen en desgracia y desean arrepentirse pueden ser perdonados.53 Disfrazadas de políticas de igualdad de género, los escritos feministas antiporno se modelan cada vez más sobre este enfoque religioso del porno, aunque usen un modelo médico de «sexo saludable» y discursos que empujan a los hombres a verse a sí mismos como adictos, o como las víctimas del «grooming» de los pornógrafos o la cultura popular, como víctimas de «abuso», «consumidos» y «desensibilizados». Esto nos permite imaginarnos a los consumidores masculinos de porno como el «objetivo de una explotación comercial despiadada», como heridos y sufrientes, pero capaces de buscar «curación, conexión y regeneración moral».54

El feminismo antiporno se ha resistido increíblemente a las prácticas académicas de teoría y pruebas empíricas, prefiriendo contrargumentar aludiendo a verdades emocionales. Depende más que nunca de los «testimonios», aunque sigue siendo un problema el testimonio de quién se considera válido: quienes dan testimonio de los placeres del porno o de la sensación de liberación no cuentan tanto como quienes se presentan como adictos, víctimas o rescatadores. No es sorprendente que a esta postura se le haya dado tanta voz y de esta manera, dado el clima político actual. Como señaló Lynne Segal en 1998, es un «boleto ganador» en tiempos conservadores, puesto que no en vano ofrece tanto a mujeres como a hombres la perspectiva de «identificarse con facilidad, los placeres de lo familiar reempaquetados como radicales, la comodidad del conservadurismo y el rechazo de las victorias feministas anteriores así de como cualquier posibilidad seria de cambio».55 Para el feminismo antiporno contemporáneo, el uso de testimonios, junto con las emocionantes atracciones de las presentaciones de diapositivas antiporno, es una forma clave de expresión a la hora de contar historias sexuales. Estas se entrelazan en narrativas que, a pesar de que dependen de una base empírica restringida y ajustada a un determinado guión, han acabado reificadas como la auténtica voz de la verdad y los sentimientos. La retórica, en vez de la razón, es el modo preferido de debate, de estilo similar a los testimonios de los avivamientos religiosos cristianos, aunque expresados con un lenguaje sanitario. Es la clase de discurso que encaja con una particular forma de conocimiento, enraizada en lo profundo, en un tipo de sentido común que no necesita una teoría ni pruebas empíricas que lo sustenten.

Bibliografía

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5. Shelley Lubben, Truth Behind the Fantasy of Porn: The Greatest Illusion on Earth (CreateSpace, 2010); shelleylubben.com.

6. «It’s Easy Out Here for a Pimp: How a Porn Culture Grooms Kids for Sexual Exploitation», presentación, Stop Porn Culture, consultado el 24 de febrero de 2012, http://stop- pornculture.org/toolkit-for-easy-out-here/.

7. Gail Dines et al., «Arresting Images: Anti-Pornography Slide Shows, Activism and the Academy», en Everyday Pornography, Karen Boyle (ed.), Routledge, 2010, p. 21.

8. Dines et al., «Arresting Images», pp. 21–24.

9. Andrea Dworkin, Pornography: Men Possessing Women, Penguin, 1989.

10. Melinda Tankard Reist, editora, Getting Real: Challenging the Sexualisation of Girls, Spinifex Press, 2009, p. 11.

11. Una búsqueda en Google de esta frase exacta en inglés («it’s not your father’s Playboy») lleva a más de doce mil resultados. Dines la utilizó como título en un artículo (2010) pero también la han adoptado periodistas, políticos y otros comentaristas culturales, indicando su resonancia como llamada a las armas para una generación de adultos que supuestamente ignoran cómo ha evolucionado el porno.

12. Gail Dines, entrevista, American Morning, cnn, 28 de julio, 2010.

13. Decca Aitkenhead, «Are Teenagers Hooked on Porn?» Psychologies, 2010, http://www.psychologies.co.uk/family/are-teenagers-hooked-on-porn/.

14. Stanley Cohen, Folk Devils and Moral Panics: The Creation of the Mods and Rockers, 2ª ed., Blackwell, 1987, p. 9.

15. Simon Watney, Policing Desire: Pornography, aids and the Media, Continuum, 1997, p. 43.

16. Watney, op. cit., p. 41.

17. Ibid., 42.

18. Ibid., 42.

19. Carole S. Vanc (ed.), Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality, Routledge, 1984.

20. Janice Irvine, «Transient Feelings: Sex Panics and the Politics of Emotions», en Moral Panics, Sex Panics: Fear and the Fight Over Sexual Rights, nyu Press, 2009, p. 234.

21. Watney, op. cit., p. 43.

22. Irvine 2009, op. cit., p. 253.

23. Ibid., p. 235.

24. Ibid., p. 243.

25. Ibid., p. 244.

26. Janice Irvine, «Emotional Scripts of Sex Panic», Sexuality Research and Social Policy 3, n.º 3, 2006, p. 86.

27. Emine Saner, «Can Sex Films Empower Women?», The Guardian, 4 de marzo, 2011, http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2011/mar/05/conversation-gail- dines-anna-arrowsmith.

28. Eithne Johnson, «Appearing Live on Your Campus!: Porn-education Road-shows», Jump Cut 41, 1997, pp. 27–35, http://www.ejumpcut.org/archive/onlinessays/JC41folder/PornEdRoadshows.html.

29. Lynne Segal, «Only the Literal: The Contradictions of Anti-Pornography Feminism», Sexualities 1, n.º 1,1998, pp. 44, 56.

30. Dines et al., op. cit., p. 29.

31. Ibid., pp. 17, 18, 23, 24, 17, 29.

32. Karen Boyle (ed.), Everyday Pornography, Routledge, 2010, p. 30.

33. Boyle, op. cit., pp. 30, 27.

34. Reist, Getting Real, p. 20.

35. Clive Hamilton, «Good is the New Bad: Rethinking Sexual Freedom», en Getting Real: Challenging the Sexualisation of Girls, Spinifex Press, 2009, p. 95.

36. Abigail Bray, «Governing the Gaze: Child Sexual, Abuse Moral Panics and the Post-Feminist Blindspot», Feminist Media Studies 9, nº 2, 2009, p. 184.

37. Bray, op. cit., p. 185.

38. Ibid., 181.

39. Dines et al., op. cit., p. 31.

40. Gail Dines, Pornland: How Porn Has Hijacked Our Sexuality, Beacon Press, 2010, pp. x, xxiv, xi.

41 Wendy Malz and Larry Malz, The Porn Trap: The Essential Guide To Overcoming Problems Caused By Porn, HarperCollins, 2008.

42. Jensen in Boulton, «Porn and Me(n)», p. 257.

43. Anthony Giddens, The Transformation of Intimacy: Sexuality, Love and Eroticism in Modern Societies, Polity Press, 1993.

44. Dines et al., op. cit., pp. 17–33.

45. «The Full Interview with Robert Jensen», by F*Bomb, UWeekly Austin, 6 de abril, 2011, http://uweeklyaustin.com/blogs/f-bomb/posts/the-full-interview-with-rob-ert-jensen-116/.

46. Dines et al., op. cit., p. 24.

47. Ibid., p. 31.

48. Mariana Valverde, Sex, Power and Pleasure, Women’s Press, 1985, p. 150.

49. Gail Dines, «How The Hardcore Porn Industry Is Ruining Young Men’s Lives», The Sydney Morning Herald, 18 mayo 2011, http://www.smh.com.au/opinion/society-and-culture/how-the-hardcore-porn-industry-is-ruining-young-mens-lives-20110517-1erac.html#ixzz1b4dlVQCm.

50. Dines et al., op. cit., p. 18.

51. Michael Leahy, Porn Nation: Conquering America’s #1 Addiction, Northfield Publishing, 2008.

52. Sarah Stefanson, «Dealing with Porn Addiction», visitado 28 julio 2011, http:// uk.askmen.com/dating/love_tip_400/404b_love_tip.html.

53. Boulton, op. cit., p. 266.

54. Rebecca Whisnant, «From Jekyll to Hyde: The Grooming of Male Pornography Consumers», in Everyday Pornography, Routledge, 2010, pp. 115, 132.

55. Segal, «Only the Literal», p. 57.

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