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Circuncisión

Benny Chueca

Huevón, he conocido a una escritora!, dice el Gordo. Acaba de sentarse en mi mesa en el café Reggio, un sitio bonito y abarrotado cerca de Washington Square. No, no la conozco en persona, pero ya quedamos en la library. Puta, huevón, no seas huevón: en el bar The Library. ¿Cómo chucha se te ocurre que voy decirle para ir a la biblioteca pública de Nueva York? Bueno, sí, dije que es escritora, pero yo... no voy entrar en eso. Además, qué chucha adónde vayamos. Ella me quiere como soy, huevón. ¡Te lo juro! Ahorita te explico. Espérate, me voy a pedir un café como el tuyo, bien negro… ¡Ay, qué chivo! ¿Cuánto cuesta el café aquí? Cómo jodes con tus sitios caros. Se te sigue chorreando toda la pitucada. Por las huevas te fuiste de Buenos Aires, dice el Gordo mientras mira alrededor y encuentra al mesero. A black coffee, please. No, no milk. Thanks. ¿Puta, huevón, por qué mierda siempre me preguntan si milk cuando les acabo de decir black? O sea, por las huevas digo black, reflexiona el Gordo. Mira, terminamos esto y nos vamos por una chela, ¿te parece? Hay un bar chévere por acá, Tom y Jerry. ¿Puedo?, pregunta mirando mi plato. Coge mi tenedor, parte un pedazo del centro de mi quiche de alcachofas y se lo mete en la boca.

Bueno, en realidad, no sé si habrá publicado algo, dice el Gordo, mientras se sienta y pone dos IPA en la mesa del bar. Decimos salud y él le hace un gesto con el vaso a una enorme cabeza de búfalo negro que está en la pared, sobre nosotros. Mi causa, dice. ¿Cómo voy a saber si ha publicado? ¿No te he dicho que recién la conozco? Sólo he visto una foto suya. Solo hemos intercambiado un par de emails. Y es linda. Medio gordita, dice el Gordo, roleando bien la erre. ¿Y por qué me pones esa cara? Ah, carajo, ahora resulta que uno solo puede cachar contento si cacha con un hembrón. Tú eres churro, pues, la tienes fácil; los peruanos arrastramos la ominosa cadena. Yo ya aprendí a no ponerme especial. Es fácil, si una mujer te dice para cachar, uno cacha y agradece, ¿okey? Y, por último, lo importante es que está interesada en mí tal como soy, repite el Gordo, con esa sonrisa que pone cada vez que se enamora de una chica —hasta donde he visto, de todas las que conoce. Tomamos otro trago de birra fría.

Mierda, qué buena, le dice el Gordo a la cerveza y le murmura algo más. No escucho el resto. Luego se dirige a mí. O sea, no sé si es escritora, pero yo creo que es escritora y se lo dije y no me dijo que no. A ver, lo que pasó es que leí un texto suyo y me pareció buenazo y, entonces, le mandé un email diciéndole que me gustaba su texto y que seguro era escritora y que yo he escrito algunas cosas, lo cual es cierto, y que por eso me gustaría conocerla y que, aunque no pase nada, me gustaría conversar con ella, explica el Gordo. Le pregunto dónde leyó el texto. Toma otro trago de chela, hace una pausa, comenta lo interesante del amargo de las IPA, agrega que es una pena que en Lima no hubiera este tipo de chela cuando vivía allá y que fue uno de los descubrimientos que hizo cuando llegó a Nueva York, una de esas cosas mínimas, inesperadas, imprevisibles, que luego parece que han sido parte de tu vida siempre. A continuación, filosofa acerca de las limitaciones para la cultura del país andino que representa producir sólo tres —dos, en la práctica— cervezas, y que eso es como tener solo tres canales de televisión. No te ases, huevón. Tranquilo, dice. No te estoy cambiando de tema. Te estoy contando. ¿Dónde leí su texto? El Gordo hace una pausa, medio se esconde detrás de su vaso y dice: lo leí en Craig's List, en la página donde la gente busca sexo.

¿Qué tiene de malo Craig's List? Sí, hay avisos de putas, de putos, de todo, pero también hay avisos de gente que quiere tirar y ya. Mira, no solo es gratis sino que, además, no necesitas hacerte ningún perfil ni ninguna de esas huevadas que no puedo hacer. Cada vez que intento llenar un perfil en los sitios de dates online me siento un pobre cojudo. “Me gustan los gatos”, “Mi película favorita es el Imperio contraataca”, “Me pajeo tres veces al día cuando estoy tranqui”. No me jodas. Una vez me hice fotos para poner en un perfil y parecía una mezcla de Hell Angel con Esmeralda Checa. Otro día te explico quién es. Puta, huevón, solo quiero tirar, huevón. Ya. Ya, lo dije, dice el Gordo, agarrándose del vaso con las dos manos, sus hombros caídos siguen la curva de los cuernos del búfalo en la pared. El búfalo, aun disecado, se ve menos miserable. Esta vez pago yo las chelas. He llevado los vasos vacíos a la barra, siempre creo que es un gesto amigable con el barman. Traigo dos IPA y las pongo en la mesa.

¿Alguna vez te has pajeado pensando en la huevona de la que te quieres olvidar? Hasta el culo, ¿no? Bueno, hace un mes que me estoy pajeando pensando en ella. Sí, la medio pervertida según tú. A ver, huevón, tampoco te pongas necio. Pervertidos somos todos y, si no lo eres, es que eres un aburrido de mierda. Mira, no voy a discutir eso contigo, dice el Gordo, y comienza una serie de pausas durante las cuales reparo en la música del bar y en las voces animadas a nuestro alrededor. A ver. La verdad es que me siento solo. Y espero que aprecies esto porque nunca lo he dicho antes. Primicia calientita, chocherita. Pero ya, pues, me siento más solo que una rata. Aunque, bueno, en esta ciudad, la soledad de las ratas es un oxímoron. ¿Sabías que cuando cae la noche las ratas pelean contra las ardillas por las toneladas de comida que la gente deja en los parques? Las pizzas y todo eso. Al final, siempre pierden las ardillas. Se tienen que retirar a lo alto de los árboles y desde arriba ver cómo las ratas se banquetean. Porque las ratas son más bravas, pues, y además andan en pandilla. Las ardillas necesitarían organizarse mejor, por lo menos un pequeño comando. Yo podría dirigirlas. Pero, claro, ¿para qué? De día, todo el mundo les sonríe, les regalan comida. En cambio, a las ratas nadie las quiere. Yo quisiera quererlas, pero no me da. De hecho, la otra noche, volviendo a mi jato… Okey, okey, no me distraigo. Sigo. Bueno, te decía que cada vez me siento más imbécil. Corrérmela ya ni siquiera me sirve para jatear en la noche, igual tengo que meterme un shot de algo. Pero por lo menos todavía me sirve para despertarme en la mañana. ¿A ti no te funciona así, como un café en la mañana y como una chela en la noche? Qué raro eres. Yo creo que la paja cumple una función terapéutica y una vez leí un libro donde decían que…. Ya, ya. No te estoy cambiando de tema. Te estoy contando, enfatiza el Gordo. Bueno, pensé que acá, me refiero a la ciudad, me iba a olvidar de esta huevona, pero no. O sea, al comienzo, sí, me olvidé. Pero eso pasa cuando uno recién llega. Todo es nuevo, uno está como eufórico, la ciudad parece infinita, los ríos de gente, con sus pintas alucinantes, los edificios con sus miles de ventanas y uno preguntándose qué estará pasando en cada una de ellas, y todo lo que se ocurre parece una película, un cuento, una novela, dice el Gordo. Pero creo que lo que pasa ahora es que, por lo menos en una de esos millones de ventanas, tengo la certeza de que estoy yo, solo como un huevón. El Gordo se para sin decir nada y va por dos chelas.

Y, bueno, continúa el Gordo. El otro día, buscando porno, aterricé en un foro donde habían unos huevones hablando de masturbación. No, no de pajas. De masturbación. Ya sabes cómo son los gringos, que se pueden poner recontracientíficos con cualquier tema. Alucina cómo me sentiría de hasta el culo, que me metí para ver si había alguna novedad al respecto. Bueno, estos huevones estaban discutiendo sobre si, en el momento de la paja, les arrechaba la idea de tragarse su propio semen. Efectivamente, recontrapajera la conversa sobre la paja. Evidentemente había un alto nivel de metatextualidad en la reflexión. De hecho, podrías hacer un paralelo con el momento en que Obi Wan… ¡Carajo, deja de asarte! No te estoy cambiando de tema. Y no me grites, mierda. Si me vuelves a gritar, te amenazo. ¿Okey? Ya, tranquilito nomás, huevón. Salud. Las próximas chelas me tocan a mí. Bueno, estos huevones se preguntaban si les arrechaba la idea de tragarse su propio semen, y varios dijeron que sí y que lo habían hecho, pero que se topaban siempre con un problema insalvable: podían calentarse imaginando su propia eyaculación siendo dirigida por ellos mismos a sus propias bocas, lo cual, por supuesto, requiere cierta práctica. El problema, decían estos huevones, se presentaba cuando, con el chorro de lechada atravesando el espacio en una parábola perfecta cual cápsula espacial reingresando a la atmósfera, la idea dejaba de arrecharlos. ¿Entiendes? Te arrechas pensando en tragarte tu eyaculación, pero una vez que eyaculas ya no te interesa. Y hay una brecha, un segundo o menos, de delay, ¿manyas? Sí, esa cara que estás poniendo es la que yo puse. Yo estaba absolutamente alucinado, leyendo esta huevada. Me empecé a cagar de risa yo solo en mi jato. Y de hecho había algunos huevones proponiendo soluciones al problema, pero ya paré de leer porque me pareció que no era buena voz terminar como estos causas. Ni cagando, me dije a mí mismo. No puedes acabar así, God-do, dijo el Gordo, pronunciando la palabra gordo como si tuviera la lengua gorda. Y mira que no le hablé a mi verga, dijo. Porque a la chela le hablo, pero no le hablé a mi verga. Me hablé a mí mismo. Así que seguí buscando cosas y, después de una hora y media leyendo avisos de mujeres que buscaban huevones que no tenían ni mierda que ver conmigo, black guys –como tu café–, asian, latinos, todos in good shape, o cojudas buscando un mutually beneficial arrangement que yo ni cagando estoy en condiciones de darme ni a mí mismo, después de hora y media buscando, te digo, llegué a este aviso que te decía al comienzo, el de la escritora.

¡Ya era hora, puto gordo de mierda! Ya vamos tres birras y, encima, no tengo vaina y recién vas a hablarme del aviso. ¿Qué mierda decía el aviso?, le digo y casi se me cae el vaso. Bueno, me dice el Gordo, yo creo que ya es tarde y mañana hay que chambear, así que mejor... Y se caga de risa el boludo. Mira, la huevona escribió una lista de requisitos. Primero, quería un hombre a quien no tuviera que mantener —yo tengo chamba, así que check—, que fuera puertorriqueño —que yo no soy, pero qué chucha, soy peruano y con los boricuas nos entendemos de putamadre— y que fuera capaz de comprender que ella, aun siendo medio boricua, no habla casi nada de español. ¡Pues este pechito está dispuesto a darle clases! Check. Y además busca a alguien que quiera cambiar el mundo aunque sea un poquito. ¡Dijo un poquito, alucina! Y un poquito yo sí puedo, como las huevas, dice el Gordo, feliz. No sé si sonríe porque le encanta la chica o porque se sigue cagando de risa de mi reacción. Y me parece que el búfalo de mierda también se sonríe. Pero no solo eso, continúa el Gordo, quiere a alguien capaz de mantener una conversación y creo que te consta que yo no solo puedo mantener una conversación, sino que puedo hacerla larga como la conchasumadre, ¿no? O sea, otro check. Después dijo que quien contestara tenía que estar obsesionado, así dijo, obsessed with pussy. Yo vi la huevada y dije, oh shit, shit, shit; recontracheck. Y ya hablando de hombres, y esto es crucial, atención Perú, dijo que los prefería sin circuncidar, dijo el Gordo agregando que yo tenía razón en estar intrigado. ¿Por qué? Porque en su experiencia, los hombres sin circuncidar son más amables cuando tiran. Yo me quedé pensando y, solo para estar seguro, me bajé el pantalón inmediatamente y, correcto, constaté que no soy circuncidado, que tengo el nudito del chinchulín en su sitio, dijo el Gordo. Y de hecho pensé que no era la primera vez que escuchaba algo así. Me acordé que cuando recién entré a la universidad, una vez, cheleando en un antro del centro de Lima, una chica pintora que me tenía completamente huevón me dijo que ella tenía esa misma teoría. Bueno, su teoría era un poco más complicada. Ella decía que, además, encontraba cierta relación entre la cara de los hombres y sus vergas. En esa parte no me quise poner ni a pensar, pero yo, todo inocente, todo huevón, le dije que yo no era circuncidado, pensando ¡ya, por fin voy a tirar! ¡Y con una artista de la Universidad Católica! Y la huevona me dijo que no me creía. Yo insistí. Y ella me dijo, a ver, bájate el pantalón. Me dijo que me bajara el pantalón en el antro, ahí mismo. Me agarró de sorpresa. Le dije que no, que había gente en las otras mesas, que fácil me daban vuelta. Ella dijo, anda Gordo, y yo te pongo la siguiente chela. Ah, bueno, dije. Y me puse como al costado de la pared, para que no se ganen los demás pastrulos y borrachos del antro y, bueno, me abrí el lompa, al toque nomás. La huevona chequeó, como que entrecerró los ojos —después me dijo que así chequean el claroscuro los artistas— y asintió. ¿Y cacharon?, le pregunté. No, me dijo el Gordo, con cara de derrota, pero sí me puso las chelas. Sorry, Gordo, qué boludo eres.

Gracias por la primicia. Oye, me dijo el Gordo, ¿quieres criticarme o quieres que te siga contando? Para decirme boludo con razón te falta escuchar otros episodios igual de emocionantes. En fin, te estaba contando del texto de la escritora. Decía, en su texto, que quien le contestara tenía que estar dispuesto a llevar las cosas de modo más o menos abiertas porque ella necesita libertad para criar su hijo sin interferencia y, también, para ver a otros chicos y chicas. Y yo pensé, bueno, estamos en Nueva York, ¿no? Después, dijo que la libertad sería mutua, y yo pensé, bueno, si me presentas a tus amigas, yo no tengo ningún problema, y ya fácil me presentarás a tus amigos también. Digo, estamos en Nueva York, ¿no? Y al final dijo que quien fuera que contestara tenía que estar dispuesto, también, a escuchar sus historias, historias que podrían sorprender a cualquiera, que pondrían a prueba lo que las personas piensan que está bien y está mal y que muy probablemente harían que uno se diera media vuelta y se fuera sin decir ni chau. Como podrás imaginarte, quiero escuchar esas historias. Todas. Y si me tengo que levantar del asiento e irme, pues ya tendré yo también una historia que contar. ¿Ya ves que debe ser escritora? Y ya me duele la barriga de los nervios. Qué rico. Hacía tiempo que no me dolía así la barriga. Pero esta vez no me voy a bajar el pantalón hasta que ella no se haya bajado el suyo.

Los Bárbaros 16-17

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