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Reflexiones finales

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El presente capítulo partió de una problematización de las relaciones entre ciencia, formación profesional y actuación o ejercicio profesional en el campo de la POT, con el objetivo de reflexionar sobre qué tanto la realidad del mundo del trabajo, su complejidad y sus transformaciones en América Latina están siendo consideradas en esos tres dominios.

Históricamente hay tensiones entre los campos científico y profesional, cuyas demandas específicas constituyen ethos propios que, muchas veces, dificultan el diálogo necesario que debe existir entre ambos. De la misma manera en que no es posible pensar una ciencia desvinculada de una práctica potencial, es difícil imaginarse una práctica profesional que no se apoye fuertemente en los resultados de investigaciones científicas. Si por un lado la ciencia, en el caso específico de la POT, está atravesada por múltiples perspectivas paradigmáticas, genera modelos y prioriza estrategias de investigación bajo su responsabilidad, la práctica profesional está influenciada por la presión para solucionar fenómenos y problemas, y por una industria que pone a disposición modelos que están listos, a manera de salvadores, muchas veces sin el suficiente respaldo de evidencias empíricas sobre su pertinencia y, casi siempre, sin examinar el contexto específico en el cual la intervención se lleva a cabo. La transposición de modelos de intervención de realidades muy distantes encuentra también prácticas equivalentes cuando el científico importa modelos analíticos de fenómenos sin considerar los contextos cultural, político y social de la realidad que estudia. En la POT vemos que problemas como esos son fácilmente encontrados por parte de la comunidad científica, o de la profesional.

Investigadores y profesionales deben enfrentar de forma más efectiva la necesidad de considerar, en sus múltiples dimensiones, el contexto en que se enmarcan. En el caso de la producción científica, el diálogo indispensable con el conocimiento y las metodologías desarrolladas en países “centrales” no debe impedir la identificación de singularidades con las que los fenómenos del mundo del trabajo y de las organizaciones se constituyen en las múltiples realidades latinoamericanas. Tales realidades son configuraciones históricamente construidas que hacen que la persona que trabaja, el trabajo, las condiciones de trabajo, las organizaciones y sus políticas tengan especificidades que no necesariamente son aprehendidas por los estudios internacionales, y que, por consiguiente, no serían explicadas o comprendidas a la luz de los referentes construidos “allá afuera”. Las dinámicas o los procesos implicados en las actividades de trabajo en organizaciones de diversos tipos requieren de su estudio sin el supuesto de que ocurren, acá, de la misma forma en que suceden allá.

Además, se debe trabajar con el supuesto de que tales singularidades son contribuciones importantes para la construcción de modelos más universales que explican cómo los procesos de organización y de trabajo se concretizan. Si no se considera la condición periférica en la que los países de América Latina se adjuntan a procesos de globalización económica y al proceso de los avances tecnológicos, no es posible entender las especificidades desde las cuales el trabajo, el trabajador y las organizaciones están siendo afectados por estos procesos. A la par con los elementos comunes, el desempleo en América Latina no tiene el mismo impacto o significado que en los países que representan el capitalismo central, y aún entre ellos no es lo mismo cuando son comparados los que cuentan con políticas de bienestar social más o menos desarrolladas con los que no. De la misma forma, las políticas de capacitación y cualificación no son las mismas en las empresas de los países considerados desarrollados, donde están sus centros de investigación y desarrollo, que en las empresas locales que importan tecnologías generadas allá. Estos dos ejemplos, a pesar de sus limitaciones, nos permiten apreciar la importancia del contexto no solo en la producción de conocimiento, sino en la práctica profesional.

Desde el punto de vista del campo profesional, es necesario prestar atención al uso de herramientas y modelos de intervención que están disponibles en las oleadas o modas generadas por la industria de la consultoría y las empresas cuyo negocio central es vender soluciones listas para la gestión de las organizaciones. Dos elementos son importantes en esta parte, pues llaman la atención sobre la capacidad crítica o reflexiva: la base científica de tales modelos, o el soporte de las evidencias que poseen, y la flexibilidad necesaria para dar cuenta de las especificidades locales de sus contextos de trabajo. Estos dos elementos son fundamentales para que la práctica profesional no se restrinja a un hacer tecnicista que no tiene en cuenta aspectos de la cultura, de las relaciones de poder ni de las características personales y grupales de cada realidad de trabajo específica. Una de las competencias más importantes para el ejercicio profesional efectivo de la POT es entonces la que permite evaluar críticamente los modelos de intervención y, cuando sea necesario, construir nuevos modelos o adaptar modelos disponibles a nuestras realidades específicas.

Es en este punto que se hace indispensable pensar la cuestión de la formación que están recibiendo en nuestras realidades los psicólogos que ejercen la POT; en qué medida los prepara para para esa diversidad de contextos de actuación, o si se mantienen atados a repertorios tradicionales que tienen como referente único o principal el empleo estable en relaciones de trabajo dentro de organizaciones grandes o medianas, departamentalizadas y claramente jerarquizadas. ¿En qué medida competencias importantes, como las referidas anteriormente, se activan y apropian efectivamente? La cualificación para los trabajos en actividades y sectores diferentes a los industriales, en condiciones de fragmentación y fragilidad de los vínculos, necesariamente requieren de respuestas por parte de una POT actualizada. Esos desafíos implican revisar los repertorios de comprensión, explicación y actuación de y sobre la realidad.

Para acercarnos a la competencia referida, podemos concluir sobre cómo es indispensable un proceso de formación que articule de forma adecuada las dimensiones científica y profesional. Focalizando solo la competencia referida, podemos concluir que, sin formación científica sólida, el alumno y futuro profesional no desarrollará una actitud crítica y reflexiva frente al menú de los modelos de actuación profesional a los que se expone. Sin una formación crítica sólida tampoco tendría una capacidad crítica sólida, elemento fundamental para desarrollar la capacidad de construir, desarrollar, innovar en las prácticas proponiendo modelos nuevos y adaptaciones a los modelos existentes, de manera que sea viable maximizar el poder transformador de las intervenciones profesionales. Sin embargo, esta formación científica no puede desvincularse de la realidad del mundo del trabajo. En ese sentido, los modelos desarrollados tendrían poca capacidad de generar los resultados. La formación científica no puede asumir como secundarios elementos del contexto ni considerarse capaz de proponer modelos explicativos universales y válidos para cualquier realidad.

El espacio de la formación, donde convergen investigadores y profesionales, se convierte así en un locus privilegiado de experiencias explicativas que buscan articular de forma más efectiva la ciencia y la profesión. Tal articulación pasa por la necesidad de que investigadores y profesionales amplíen su conciencia sobre la manera en que el contexto sociocultural en el que estamos inmersos es capaz de configurar nuestros fenómenos y requiere de la construcción de prácticas profesionales propias, sin desconocer la historia disciplinar o su pertinencia, dependiendo de las formas de trabajar.

Desafíos en la formación de psicólogos de las organizaciones y el trabajo

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