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Оглавление6. Apología en defensa de la Doctrina Cristiana escrita en Lengua Guaraní, de Antonio Ruiz de Montoya (1651)1
Comentario: Mateo Niro
Apología
en defensa de la doctrina cristiana que en la lengua guaraní
tradujo el venerable padre fray Luís de Bolaños
de la familia franciscana, por orden de la sínodo
que el Ilmo. Señor. D. fr. Martín Ignacio de Loyola,
obispo del Paraguay, celebró en la ciudad de la Asunción
el año 1603. Y fue aprobado por el sínodo que celebró
el Ilmo. Señor. fr. Cristóbal de Aresti, el año 1631, en que
se volvió a encomendar el uso de éste, y no de otro catecismo,
que hasta ayer corría limpio de achaques y hoy le ensucia
un autor anónimo.
Seis cuadernos han salido a luz, engendro de un juicio muy desbaratado. Contienen seis cuestiones, cuya cualidad mala e indigestión pésima daban escusa a mi respuesta, cuando ellos mismos a sí mismos se responden sacando a luz el desconcertado juicio de su autor. Y aunque a libelos sin fama y sin nombre no se debe responder ni admitir a crédito, como dijo un Príncipe legislador: Famosa scriptio libellorum quae nomine accussatoris caret, minime examinanda est, sed penitus abolenda. Con todo eso en otra parte respondo a las cinco cuestiones, y aquí a la sexta, que, aunque indigna de que juicio cuerdo las ventile, será bien satisfacer, no a los cuerdos de juicios sano, entendidos y doctos, que a éstos su lectura, su desconcierto, sus falsedades, sus lugares mentidos, sus suposiciones falsas, sus truncados y desmembrados lugares, su mala y torcida inteligencia, sus testimonios que los autores, a los santos y Padres de la Iglesia levanta, los hurtos que hace a la jurisprudencia, con otros accidentes de furia, temeridad, arrojo, cólera y rencor desbaratado, les da luz clara del obscuro y desbaratado juicio de su autor. Al ignorante sólo pretendo convencer con la razón, antorcha a cuya luz se ve la verdad en su hermosura. Y creo saldrá mi intento vano, porque ¿cómo convenceré con razón a quien con abstracto juicio está privado de ella? Milagro será evidente hacer que el ciego vea.
Ea sunt defendenda ratione (dijo el gran padre y doctor de la Iglesia Agustín) quae vel a sensibus inchoata vel ab intelligentia mentis inventa quae autem nec corporeo sensu experti sumus, nec mente assequi valuimus, eius sine ulla dubitatione credenda sunt testibus. Veo tan abstraído de la mente al autor del libelo que con menos achaques se ven hoy curar en San Andrés muchos juicios. Y así usaré de lo uno y de lo otro de la inteligencia mental y si ésta no cupiera en el juicio del autor, valdreme de testigos.
Condena directe por hereje al religiosísimo y venerable padre fray Luís Bolaños, siendo su virtud merecedora de inmortales elogios por haber traducido el Catecismo; y indirecte a la Compañía de Jesús por haberlo impreso, siendo lo uno y lo otro ordenado por dos sínodos. El mal olor que despiden sus torpísimas y oscurosas palabras son manifiesto indicio del muladar impuro de su alma, pues vomita por la boca tantas inmundicias y torpezas y las escribe en repetidos cuadernos para que con afrenta sea abominada su impunidad de todos.
Ensucia tres vocablos de la lengua en quienes ningún gentil y bárbaro del Brasil, río Marañón y Paraguay, a quienes desde su primer descubrimiento se les predicó y explicó con ellas la filiación del Verbo temporal y eterno sin un rastro de mal olor o disonancia. Y ningún predicador del Evangelio de cuantos hasta hoy ha habido doctos en teología, y en la lengua doctísimos, ha imaginado que pudiera haber hombre de juicio entero que vocablos tan limpios los ensuciara, como hace el autor anónimo en su libelo, propio de parto de intención torcida y maliciosa, cuya abstracción del sueño se desvela en fingir en lo recto y inculpable, errores. Si beneficia naturae (dijo Séneca) intentus in pravitate perpendimus nihil non nostro malo accepimus, nihil invenies tam manifeste utilitatis quod non in contrarium transferat culpa.
Y no dudo que faltando a su inquietud materia de ruidos, la tome de reformar el Credo, porque, quien tan hambriento anda de ellos que se emplea en contradecir verdades, quizá reparara en el in del Credo: in Deum, in Jesum Christum, in Spiritum Sanctum, pues según el gramático in es contra. Y en el Creatorem, que sólo el Padre lo es y que ni el Hijo ni el Espíritu Santo son creador. En el sedet ad dexteram Patris argüirá que damos al Padre cuerpo y brazos, siendo substancia pura, y si toma a cargo esta reforma no le quedará por falta de palabras.
Las mías vestiré de castidad y limpieza para apagar el mal olor de las obsenosas y feamente torpes del autor anónimo, con que a título de defensor del señor obispo y de la Iglesia, ofendiendo a ambos, pretende inficionar el nombre de Jesús y macular el nombre de jesuitas como si éstos no fueran hijos de ella y humildes siervos de su Señoría, sino herejes, como en muchas partes dice en su libelo. De que el desapasionado lector sacará claro que el ánimo enconado de su autor y el color encendido de la tinta con que escribe oprobios, ensucia lo limpio y afea lo hermoso, con que intenta enturbiar la paz, encenagar conciencias, arrojando cieno a la piscina de doctrina sana, que hasta hoy ha dado salud a innumerables gentes a que se han sujetado sin haber sentido el olor del cieno con que este anónimo fabricador de libelos pretende inficionarla. Finalmente sacará mi verdad a vistas, desnuda de ropajes, con que se hará más clara ostentación de su hermosura, a cuyos resplandores espero se desvanecerán los efectos con que la mentira intenta vestirse por verdad. Sed quoniam (dijo un docto) Deus hanc voluit esse rei naturam, ut simplex et nuda veritas esset luculentior, quia satis ornata per se est; ideoque ornamentis extrinsecus additis fucata corrumpitur. Mendacium vero specie placet aliena quia per se corruptum vanescit ac defluit; nisi aliunde ornatu quaesitu circumlatum fuerit atque politum. Y para proceder en la materia con claridad y orden reduzco mi respuesta a cuatro conclusiones.
Primera conclusión
El Catecismo que por nuevo calumnia el autor del libelo ha corrido en el Paraguay, en el Brasil y el Marañón desde su primer descubrimiento. Y se imprimió en el Brasil con orden, examen y aprobación de los prelados y de la Santa Inquisición muchos años ha, con aprobación universal de todo aquel estado y hasta hoy corre limpio.
Segunda conclusión
Los dos nombres, ta’y y memby, son muy limpios y naturales, porque la y de que se forman no significa semen, fornicación, ni las demás torpezas que el autor del libelo con maliciosa ignorancia finge. Significan producción de vegetativos, sensitivos y racionales, partes homogéneas y heterogéneas, con semejanza de materia y forma viva, sin relación a semen ni torpezas.
Tercera conclusión
Este nombre Tupã, Dios, no significa piques, pulgas ni las sabandijas asquerosas que el anónimo dice, antes es muy limpio y acomodado nombre, que como propio acomodaron a Dios, y es muy probable que por la predicación del apostol Santo Tomé concibieron los naturales este nombre.
Cuarta conclusión
Toda aquella gente paraguayense, brasílica y del Marañón, no tuvo jamás ídolos, adoración ni idolatría de que falsamente los calumnia el libelo intentando probar con este a su modo falso, que el nombre Tupã es vil y sucio y como tal lo acomodaron a sus ídolos. Antes es certísimo que estas dos naciones Guaraní y Tupí en cierta manera fueron ateístas
…
El manuscrito de 18 páginas está fechado el 8 de septiembre de 1651 y firmado por el padre Antonio Ruiz de Montoya. Se trató de una respuesta vehemente y sofisticada a un libelo anónimo de Agustín de Carmona, secretario por ese entonces del obispo fray Bernardino de Cárdenas. De la denuncia inicial no se conoce hoy más que las consideraciones y referencias que hace el padre Francisco Díaz Taño en su trabajo Demonstración de 1656 y las referencias indirectas y descripciones generales que incluye Montoya en su autodesagravio.
Antonio Ruiz de Montoya había nacido en 1585 en Lima y había sido ordenado sacerdote jesuita en 1606. Llegó al Paraguay en 1612 y desde ese momento se puso a predicar la palabra de Dios en guaraní, ya que, según él, se trataba de una «lengua tan copiosa y elegante que con razón puede competir con las de fama».2 Esta frase se repetiría una y otra vez en los distintos elogios y las distintas querellas de las épocas de las misiones hacia la lengua indígena. Montoya partió hacia España en 1637 con el objetivo de persuadir a la corte de que diera licencia a los indios para poder portar armas de fuego y así hacer frente a los bandeirantes paulistas. En su estadía en Madrid, publicó el Tesoro de la lengua guaraní (1639), el Arte y Bocabulario de la lengua guaraní (1640) y el Catecismo de la lengua guaraní (1640). Murió en su Lima natal, unos meses después de la fecha consignada en la Apología, el 11 de abril de 1652.
El contexto de esta vida (y de esta Apología) está signado por el desarrollo político de las reducciones. La «Provincia Jesuítica del Paraguay» se fundó en 1607. Para la década de 1610 ya habían sido creados colegios en numerosas ciudades de la región y la expansión fue asombrosamente rápida, lo que intensificó tensiones con la corona española que defendía la sujeción del clero al rey. Los jesuitas, como se sabe, fueron expulsados de la región en 1768, después de más de diez años de conflictos con las coronas ibéricas, acusados de haber impulsado la guerra guaranítica y de fomentar la conspiración contra los poderes establecidos. El tema de la lengua no estuvo ajeno en todo este devenir.
Es que este sistema misional se había interesado por el estudio de la lengua guaraní y la acción concertada sobre esta, tanto en el nivel de lo que hoy llamaríamos «estatus» (existía cierta oficialización de esta dentro de las fronteras de las reducciones) como en el equipamiento. Es decir, la lengua indígena oral fue estandarizada y transformada en lengua escrita mediante instrumentos lingüísticos tales como gramáticas y diccionarios. En todo este período se produjeron, además de los de Montoya, un conjunto vasto de textos literarios, religiosos (catecismos y sermonarios), políticos e históricos.
Uno de los rasgos distintivos de este proceso estuvo dado en el vínculo del misionero con la lengua vernácula. A partir de la obra de frailes franciscanos como Luis de Bolaños, los jesuitas habían avanzado hacia el vital dominio de la lengua guaraní. Los religiosos pretendían así contrarrestar las dificultades presentadas por la predicación a través de intérpretes, y evitar una influencia comprometedora de los mismos sobre los indígenas. Era necesario contar con textos doctrinales bien traducidos y conocer suficientemente la lengua.
Los jesuitas solían exaltar el valor del guaraní y tenían una posición contraria a la de otros emisarios e invasores coloniales que justificaban la imposición de la lengua europea atribuyendo pobreza léxica a la lengua amerindia. Para ellos, el guaraní se bastaba a sí mismo tanto para la vida social como para la vida religiosa. Por otra parte, con un razonamiento más ligado a cierto idealismo y menos a la eficacia política y religiosa, los jesuitas consideraban la lengua guaraní como una huella del pensamiento puro, original y primitivo.
La transformación pretendida por los misioneros suponía un cambio total, del hombre salvaje al hombre reducido. Según la definición clásica que da el Padre Montoya en su Conquista espiritual, la reducción representa una empresa religiosa y una realización sociocultural que subvirtió eficazmente (mientras duró) las prácticas y tradiciones guaraníes. Un proceso similar se buscaba con la lengua guaraní a través de una escritura, una gramática y un diccionario. Fue el padre Diego de Torres Bollo, a quien se deben las instrucciones que fijaron las grandes líneas de organización de las reducciones, el que aplicó para este proceso la noción de reducción de lengua: «[El padre Bolaños] es la persona a quien se debe más en la enseñanza de lengua de los indios [guaraní], por ser el primero (que) la ha reducido a arte y traducido en ella la doctrina, confesionario y sermones».3
Una de las obras paradigmáticas de este tiempo —de hecho el más extenso de los documentos preservados— es justamente el Catecismo de la lengua guaraní del padre Antonio Ruiz de Montoya. El modelo que sigue es el de un texto bilingüe tradicional, en este caso a dos columnas, como se ve en la figura de más abajo, la izquierda en guaraní y la derecha en español. Asimismo, se corresponde con el modelo dialógico, una estructura fundamental de la narrativa histórica indígena e integrada por parte de los jesuitas, lo que habría derivado en lo que Brignon ha llamado un género didáctico plurifuncional.
El texto fuente español es el clásico del padre Jerónimo Martínez de Ripalda, también jesuita, publicado en 1618. Si comparamos uno y otro, el de Ripalda y este de Montoya, podemos ver que hay una correspondencia casi plena. Decimos «casi» porque el alcance de esa no totalidad está dado en pequeñas modificaciones de Montoya como, por ejemplo:
Imagen 1. Catecismo de Ripalda.
Imagen 2. Catecismo de Montoya
Esta operación de Montoya se realiza a partir de una suerte de traducción recíproca, ya que cuando le resulta necesario no fuerza el guaraní al molde castellano, sino el castellano al molde guaraní. En Un catecismo bilingüe en guaraní y en castellano Melià, al analizar este procedimiento, reconoce al menos tres pasos esenciales:
–el uso de las palabras de la lengua que corresponden por analogía al concepto o noción del nuevo texto que se está creando;
–cuando estas no se hallan, la creación de neologismos, lo que requiere un conocimiento profundo de los elementos de la lengua que entran en juego, ya que se intenta hacerle decir lo que en ella nunca se había dicho;
–por último, la adopción de palabras de la otra lengua, que se supone arraigarán, una vez aceptadas, en el nuevo lenguaje, y se convertirán en propia lengua.
Claro que esta estrategia no era inocente y tampoco lo fueron las reacciones. Sobre todo, la que esgrimió Bernardino de Cárdenas a partir del texto anónimo de Agustín de Carmona. Lo que denunciaba, básicamente, era el carácter herético de cuatro términos, y, fundamentalmente, el de «Tupã» como Dios. La respuesta a este libelo es la extensa y argumentada Apología en defensa de la doctrina cristiana, que escribió el mismo Montoya.
En principio, debemos decir que este agravio/desagravio se trata de otro episodio más de confrontación entre el obispo Cárdenas y los jesuitas (fue el propio obispo quien decretó la expulsión de la Compañía de Jesús del Paraguay) y que, en este marco, Montoya desarrolla su eficacia retórica.
En los estudios de Ruth Amossy sobre la polémica, se refiere a esta como el paradigma de una retórica del disenso cuyo objetivo último no es la búsqueda del acuerdo. En este sentido, la desacreditación del adversario es clave, definiéndolo como una persona con una postura tomada a priori, caracterizado por su mala fe y sus malas intenciones. Así, Montoya, en diversas porciones de su Apología, advierte que la denuncia no está ligada a cuestiones lingüísticas a raíz de una herética traducción, sino más bien que esto es excusa de un propósito político mayor. De esta manera, Montoya apela a la acusación de la acusación en relación con las verdaderas intenciones que el autor intelectual a través del autor anónimo oculta.
Otro núcleo de la estrategia retórica de Montoya es el de la polarización. La manera en que construye su argumentación se da a través de la presentación de fuerzas dicotómicas que pujan, pares de elementos que se excluyen y que bloquean toda posibilidad de acuerdo. Estos polos se elaboran a partir de metáforas retóricas que se repelen mutuamente en las que, por supuesto, quedan del lado propio las de valor positivo y del oponente, el negativo (Antorcha de luz/Oscurosas palabras; Razón/Desbaratado juicio; Castidad y limpieza/Mal olor de las obsenosas y feamente torpes, etc.). Estas metáforas estereotipadas se prolongan y subvierten (remotivan, en términos de Angenot) la denuncia hacia la traducción del Catecismo que la sindicaba como sucia y obsena.
Un tercer punto tiene que ver con la explicitación una y otra vez de que la traducción del Catecismo no es de autoría jesuita, por lo cual toda referencia despreciativa está dirigida por fuera del universo de la Compañía. Montoya señala como verdadero traductor a Luis de Bolaños, sacerdote franciscano, y extiende su autoridad en normas eclesiásticas mayores a partir de la aprobación del Concilio de Lima en 1583 y del Sínodo de Asunción en 1603, donde se dictaminó que fuese ese Catecismo (y, por ende, esa traducción) la utilizada para la enseñanza de la doctrina cristiana. Esto lógicamente llevaría a asumir que, si se tratara esta traducción de una acción herética, sería el célebre fransciscano Bolaños (no un jesuita) el hereje y toda la iglesia su cómplice.
La Apología, como dijimos, basa su refutación en elementos que excedían la cuestión lingüística, en respuesta a una denuncia que, según las propias palabras de Montoya, también iba mucho más allá del mero tema de la traducción. Pero, sin embargo, tal como vemos en al menos tres de las cuatro conclusiones que presenta en el fragmento expuesto, Montoya se explaya en asuntos lingüísticos. Esta extensa argumentación está ligada a la construcción de la imagen del orador, es decir, de un ethos de erudición que, primeramente, le permitirá fortalecer la refutación ad hominem ligada a la ignorancia del refutado. Pero además (y fundamentalmente) esta argumentación está relacionada a un propósito que va más allá de la disputa política entre el obispo y los jesuitas. Se trata de aquello que le permite esbozar una teoría de la traducción religiosa. Para Melià, Montoya «encara el problema del lenguaje en cuanto tal y examina el papel de la lengua indígena en la evangelización, ya que traducción y creación de un lenguaje cristiano son solo dos aspectos complementarios de una teología de la palabra».4 Para esto, a Montoya le resulta clave reconocer el nervio y la trama de la lengua, ya que deslindando partículas, estas no tienen significado apropiado (por supuesto que resuena en esto un antecedente a la teoría saussureana). El procedimiento para dar cuenta de ese nervio y esa trama es el de carear vocablos, confrontarlos, compararlos.
La Apología en defensa de la doctrina cristiana se cierra con una apelación directa al lector: «Ya has visto, prudente lector, …»5 ¿A quién se refiere? Sin duda aquí apunta a las elites tanto en España como en la colonia, religiosas y seglares. Porque sabía que esta polémica tenía un impacto directo en las cuestiones políticas y eclesiásticas que trataba, pero también cimentaba el proyecto monumental que en su larga vida de sacerdote y lingüista había forjado sobre la lengua guaraní.
1MONTOYA, Antonio Ruiz de (1996): Apología en defensa de la Doctrina Cristiana escrita en Lengua Guaraní. Lima/Asunción: Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica/Centro de Estudios Paraguayos «Antonio Guasch».
2Montoya 2011: 11.
3Otazu Melgarejo 2006: 51. El destacado es mío.
4Melià 2003: 249.
5Montoya 2008: 471.