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Covid-19: ¿Qué está en juego?
ОглавлениеNoam Chomsky y Srećko Horvat
Srećko: Noam Chomsky, un héroe para muchas generaciones, nació en 1928 y escribió su primer ensayo a los diez años, sobre la guerra civil española. Lo escribió justo después de la caída de Barcelona en 1938, lo cual parece muy lejano, al menos para mi generación. Noam, ha visto usted la Segunda Guerra Mundial, el bombardeo de Hiroshima y muchos acontecimientos históricos de relevancia desde la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo de 1973, Chernóbil, la caída del Muro de Berlín, el 11S y, de forma más reciente, la crisis financiera de 2007-2008. Desde su experiencia por haber sido testigo y protagonista de grandes procesos históricos, ¿cómo ve la actual crisis de la Covid-19? ¿Se trata de un hecho histórico sin precedentes? ¿Le sorprende?
Noam: Mis recuerdos más lejanos, que no dejan de acosarme en este momento, son de los años treinta. El artículo que menciona sobre la caída de Barcelona trataba sobre la aparentemente inexorable expansión de la plaga fascista en Europa. Mucho más tarde, cuando se hicieron públicos unos documentos internos, supe que los analistas del Gobierno de Estados Unidos de aquellos años, y de los años siguientes, pensaban que la guerra terminaría con el mundo dividido en un bloque dominado por Estados Unidos y otro dominado por Alemania. Así que mis temores infantiles no eran del todo infundados. De un tiempo a esta parte, estos recuerdos se han reavivado. Recuerdo que de muy niño escuchaba por la radio los discursos de Hitler en Núremberg. Aunque no comprendía las palabras, era fácil captar la atmósfera y la amenaza, y he de decir que cuando oigo los discursos de Donald Trump hoy en día, los del caudillo alemán resuenan en mi cabeza. No es que sea fascista —tampoco es que profese ninguna ideología, es tan solo un sociópata, un individuo que solo se preocupa de sí mismo—, pero la atmósfera y el miedo son similares, y la idea de que el destino del país y del mundo estén en manos de un bufón sociópata es estremecedora. La Covid-19 es muy seria, pero conviene recordar que se está acercando una amenaza mucho más terrible. Corremos hacia un desastre inminente, mucho peor que nada de lo que haya ocurrido en toda la historia de la humanidad, y Trump y sus secuaces van en cabeza en esta carrera hacia el abismo. De hecho, son dos las amenazas a las que nos enfrentamos. Una es la creciente posibilidad de una guerra nuclear, que se ha exacerbado con la destrucción de lo que queda del régimen de control armamentístico, y la otra es el calentamiento global, por supuesto. Las dos se pueden resolver, pero no queda mucho tiempo. La Covid-19 es horrible y puede acarrear unas consecuencias espantosas, pero habrá una recuperación. Por lo que respecta a las otras amenazas, no la habrá. Si no las solucionamos, estamos acabados. Así que mis recuerdos de infancia vuelven para atormentarme, pero de un modo diferente. En cuanto a la amenaza de una guerra nuclear, te puedes hacer una idea de hacia dónde va el mundo mirando el Reloj del Apocalipsis, que se ajusta cada año con el minutero a una cierta distancia de medianoche, que representa el fin. Desde que Trump fue elegido, el minutero se ha ido acercando cada vez más a la medianoche. El año pasado faltaban dos minutos. Este año los analistas han pasado de los minutos a los segundos. Ahora mismo está situado a cien segundos de la medianoche, que es lo más cerca que ha estado nunca. Según los científicos, esto se debe a tres motivos: la amenaza de una guerra nuclear, la amenaza del calentamiento global y el deterioro de la democracia, lo cual, en principio no parece tener demasiada relación con las otras dos. Sin embargo, sí que la tiene porque se trata de la principal esperanza para superar la crisis que nos acecha: un público informado y comprometido que tome el control de su destino. Si esto no sucede, estamos condenados. Si dejamos nuestro futuro en manos de los bufones sociópatas, estamos acabados. Trump es el peor, pero se debe al poder de Estados Unidos, que es desorbitante. La gente especula sobre el declive del país norteamericano, pero si miras el mundo, no es lo que ves. Las sanciones que impone Estados Unidos, tiránicas y devastadoras, no las puede imponer ningún otro país. Todos tienen que aceptarlo. Es posible que a algunos no les guste —a decir verdad, Europa está en contra de las sanciones a Irán—, pero tienen que seguir al jefe o ver cómo los echan del sistema financiero internacional. En el caso de Europa no se trata de una ley de la naturaleza, sino de una decisión propia de subordinarse al patrón que está en Washington. Otros países no pueden ni elegir. Para volver a la cuestión de la Covid-19, unos de los aspectos más impresionantes y duros es el empleo de sanciones por parte de los poderosos para maximizar el dolor de otros, y además de manera absolutamente consciente. Irán tiene sus propios y enormes problemas, pero se agravan con el estrangulamiento de esas sanciones restrictivas concebidas a todas luces para hacerlos sufrir, y ahora con rencor. Cuba está padeciendo las sanciones desde el día en que consiguió la independencia. Es sorprendente que sobrevivan y sigan resistiendo, y uno de los hechos más irónicos de la pandemia es que Cuba está ayudando a Europa. Es tan descabellado que no sabemos ni cómo describirlo —una situación en la que Alemania no puede ayudar a Grecia, pero Cuba puede ayudar a los países europeos—. Si uno se para a pensar en lo que esto significa, las palabras se quedan cortas, como cuando ves a miles de personas muriendo en el Mediterráneo, huyendo de unos países que Europa ha devastado durante siglos; no sabes qué palabras emplear. Llegados a este punto, es desolador pensar en la crisis de la civilización occidental. Evoca recuerdos de infancia sobre Hitler enardeciendo a unas masas enfervorecidas en los Congresos de Núremberg. Hace que te cuestiones si esta especie es viable.
Srećko: Ha mencionado usted la crisis de la democracia. En muchos sentidos, hoy en día nos encontramos en una situación sin precedentes históricos. Hay doscientos mil millones de personas que, de un modo u otro, están confinadas en sus domicilios. Al mismo tiempo, los países europeos y muchos otros han cerrado sus fronteras. Hay un estado de excepción prácticamente general, lo cual significa que existe un toque de queda en países como Francia, Serbia, España e Italia, y en otros países el ejército está en la calle. Quiero preguntarle, como lingüista, sobre el lenguaje que se está empleando. Los políticos como Trump, Macron y otros siempre utilizan un lenguaje bélico. Los medios de comunicación también hablan de los médicos que están en «primera línea» y al virus se lo tilda de «enemigo». Este discurso me ha recordado un libro que Victor Klemperer escribió durante el auge de nacismo, LTI, la lengua del Tercer Reich: apuntes de un filólogo, que trata sobre el lenguaje del Tercer Reich y su utilidad en la construcción de la ideología nazi. Desde su punto de vista, ¿qué nos dice este discurso bélico y por qué se presenta al virus como a un «enemigo»? ¿Es tan solo para legitimar un nuevo estado de excepción o se esconde algo más profundo?
Noam: En este caso, no creo que el lenguaje sea exagerado; tiene sentido. Comunica el mensaje de que, si queremos hacer frente a la crisis, tenemos que implementar algo como la movilización en tiempos de guerra. Un país rico como Estados Unidos dispone de los recursos necesarios para superar las consecuencias económicas más inmediatas. La movilización durante la Segunda Guerra Mundial condujo al país a una deuda mucho mayor que la que se contempla hoy en día y fue una movilización muy bien gestionada: casi cuadruplicó la producción estadounidense y terminó con la Gran Depresión. Dejó al país con una deuda enorme, pero con capacidad de crecimiento. En la actualidad, no estamos ante una guerra mundial y parece que no es necesario movilizar los recursos a esa escala. Sin embargo, necesitamos la mentalidad de una movilización social para intentar superar esta crisis de corto recorrido, pero muy seria. Es buen momento para recordar también la epidemia de la gripe porcina de 2009, que se originó en Estados Unidos y mató a unas doscientas mil personas en el primer año. Es obvio que la situación en los países pobres es mucho peor. ¿Qué ocurre cuando se aísla a un indio que vive en la precariedad? Se muere de hambre. En un mundo civilizado, los países ricos asistirían a los necesitados en lugar de estrangularlos como están haciendo, es el caso de la India en particular. No podemos olvidar que, asumiendo que las tendencias climáticas persistan, dentro de pocas décadas no se podrá vivir en el sur de Asia. El pasado verano la temperatura alcanzó los cincuenta grados en Rajastán y va en aumento. Se están quedando sin reservas hídricas y es probable que la situación vaya a peor. Hay dos centrales nucleares que batallarán por las restricciones en el suministro de agua. La Covid-19 es muy seria y no podemos subestimarla, pero tampoco podemos olvidar que se trata de una pequeña fracción de unas crisis mucho mayores que se nos están viniendo encima y que alterarán la vida hasta el punto de imposibilitar la supervivencia de muchas especies en un futuro no muy lejano. Tenemos muchos problemas con los que lidiar —algunos inmediatos, como la Covid-19, y otros mucho más dilatados en el tiempo que nos vienen amenazando: la crisis de una civilización—. Una posible consecuencia positiva de la crisis de la Covid-19 es que podría conducir a la gente a plantearse qué tipo de mundo queremos. ¿Queremos un mundo que nos lleva a esto? Deberíamos reflexionar sobre los orígenes de esta pandemia y por qué surgió. Se trata de un colosal fracaso del mercado que nos conduce directamente a la esencia misma de este, exacerbado por la salvaje intensificación neoliberal de los profundos problemas socioeconómicos. Se sabía desde mucho antes del brote actual que las pandemias podían aparecer y, además, que serían pandemias coronavíricas, ligeras modificaciones de la epidemia del SRAG de hace quince años. Aquella vez, se venció al virus: se identificó, se secuenció y se fabricaron las vacunas. Desde entonces, los laboratorios de todo el mundo podrían haber estado trabajando en el desarrollo de alguna protección contra potenciales pandemias coronavíricas. ¿Por qué no lo han hecho? Los indicadores de los mercados eran erróneos. Hemos entregado nuestro futuro a las tiranías privadas, a empresas que no rinden cuentas ante el público —en este caso, las grandes farmacéuticas. Les es más provechoso fabricar nuevas cremas corporales que encontrar una vacuna que proteja a la gente de una total destrucción—. El Gobierno podría haber intervenido. Recuerdo perfectamente que la poliomielitis fue una amenaza espantosa y terminó con el descubrimiento de la vacuna Salk por parte de una institución gubernamental creada por la administración Roosevelt. No había patentes, estaba disponible para todo el mundo. En esta ocasión, la plaga neoliberal ha impedido que los Gobiernos puedan intervenir. Vivimos bajo una ideología, que los economistas se han esforzado por legitimar, que proviene del sector empresarial. Queda simbolizada por Ronald Reagan, con su radiante sonrisa, cuando leyó el guion que le alcanzaron sus amos los grandes empresarios: «El problema es el Gobierno, tenemos que deshacernos del Gobierno». Está claro que esto significa: «Dejemos las decisiones a las tiranías privadas que no rinden cuentas ante el público». Al otro lado del Atlántico, Thatcher nos instruía explicándonos que no existe eso que llamamos «sociedad», sino solo individuos lanzados al mercado para que sobrevivan como puedan y, más aún, que no hay alternativa. El mundo lleva años sufriendo por culpa de esta ideología y ahora hemos llegado a un punto en el que las acciones que se deberían tomar, como la intervención directa del Gobierno en la invención de la vacuna Salk, están bloqueadas por la plaga neoliberal. Mi opinión es que la pandemia del coronavirus se podría haber prevenido. La información estaba disponible en el mes de octubre de 2019, cuando en Estados Unidos se llevó a cabo una simulación pandémica de alto nivel para evaluar el impacto. Quedó probado que la siguiente pandemia grave causaría una gran pérdida de vidas y provocaría unas consecuencias económicas y sociales mayúsculas. No se hizo nada. El 31 de diciembre, China informó a la Organización Mundial de la Salud de unos síntomas parecidos a la neumonía con una etiología desconocida. Una semana más tarde, algunos científicos chinos lo identificaron como un coronavirus y, además, lo secuenciaron y compartieron su información con el mundo. A estas alturas, los virólogos y quienes se molestaron en leer los informes de la OMS sabían que había un coronavirus circulando y sabían cómo combatirlo. ¿Hicieron algo? Algunos. China, Corea del Sur, Taiwán y Singapur reaccionaron y parece que ahora han contenido al menos la primera ola de la enfermedad. Hasta cierto punto, también ha ocurrido en Europa. Alemania, que ha conseguido salvar su sistema hospitalario del neoliberalismo, disponía de una alta capacidad de diagnóstico y fue capaz de actuar de un modo muy egoísta, asegurando una razonable contención del brote dentro de sus fronteras. Otros países se limitaron a ignorarlo, de entre los cuales el peor fue el Reino Unido. El peor de todos es Estados Unidos, que resulta que está gobernado por un sociópata lunático que un día dice que no hay crisis, que no es más que una gripe, y después dice que hay una crisis terrible y que él ya lo sabía, y al día siguiente dice que todo el mundo debe volver al trabajo porque él tiene que ganar las elecciones. Es estremecedor que el mundo esté en estas manos. Sin embargo, el caso es, una vez más, que la pandemia comenzó con un colosal fracaso del mercado que apunta a unos problemas de fondo en el orden socioeconómico agravados por la plaga neoliberal, y sigue adelante por culpa del derrumbamiento de los diferentes tipos de estructuras institucionales que le podrían haber hecho frente. Son cuestiones sobre las que deberíamos meditar muy en serio porque plantean la pregunta sobre cuál es el tipo de mundo en el que queremos vivir. Si conseguimos superar esta pandemia, habrá opciones que vayan desde el asentamiento de Estados extremadamente autoritarios hasta una radical reconstrucción de la sociedad en lo concerniente a las necesidades humanas, no el beneficio privado. No podemos olvidar que los primeros son compatibles con el neoliberalismo. De hecho, los gurús de esta ideología, desde Ludwig von Mises hasta Friedrich Hayek y otros, fueron muy felices con la enorme violencia estatal, mientras apoyara lo que llamaban la «economía saneada». Recordemos que el neoliberalismo tiene sus orígenes en el seminario que von Mises celebró en Viena en 1920, en el que apenas pudo contener su alegría cuando los protofascitas del Estado austríaco machacaron a los sindicatos y la socialdemocracia del país y se unieron al Gobierno protofascista de los primeros años. En efecto, glorificaba el fascismo porque protegía la economía saneada. Cuando Pinochet instauró su brutal dictadura en Chile, von Mises, Hayek y Friedman estaban encantados; todos querían contribuir a realzar ese maravilloso milagro que iba a sanear la economía chilena y propiciar grandes beneficios a las participaciones extranjeras, así como a una pequeña parte de la población autóctona. No es descabellado pensar que hoy en día se podría volver a instalar un sistema neoliberal salvaje por parte de los autoproclamados libertarios apoyándose en una poderosa violencia estatal. Se trata de una pesadilla que podría materializarse, pero no tiene por qué ser así. Existe la posibilidad de que la gente se organice, se comprometa, tal y como muchos ya están haciendo, y dé pie a un mundo mucho mejor que pueda hacer frente a las enormes amenazas de una guerra nuclear y una catástrofe medioambiental de las cuales no podríamos recuperarnos. Estamos en un momento crítico de la historia de la humanidad y no solo por culpa de la Covid-19, aunque esto debería servirnos de aviso sobre los profundos defectos y características disfuncionales que afectan a todo el sistema socioeconómico. Como este sistema no cambie drásticamente, no tendremos un futuro en el que sobrevivir.
Srećko: Muchos de los que formamos parte de los movimientos y organizaciones sociales desde hace décadas, las cuales se basan en la proximidad física y social entre las personas, de pronto nos estamos acostumbrando a lo que se ha dado en llamar «distanciamiento social» y «confinamiento» en nuestros hogares. ¿Qué piensa usted que nos reserva el futuro con respecto a la resistencia social en estos tiempos de distanciamiento colectivo que durará todavía unos meses, si no años? ¿Cuál sería su consejo a los progresistas de este mundo —activistas, intelectuales, estudiantes y trabajadores— sobre cómo organizarse en esta nueva situación?, y tal vez pueda decirnos si está usted esperanzado por lo que respecta a que esta situación confusa pudiera ser la antesala de una transformación del mundo, un mundo más ecológico, igualitario, justo y solidario, en contraste con un posible autoritarismo creciente.
Noam: En primer lugar, debemos recordar que antes de la pandemia ya existían formas de aislamiento social muy perjudiciales. Vaya a cualquier McDonald’s y eche un vistazo a los grupos de adolescentes comiéndose sus hamburguesas sentados alrededor de una mesa, lo que verá son dos conversaciones al mismo tiempo. Una acostumbra a ser una conversación más bien superficial entre los miembros del grupo y la otra es la que cada cual está manteniendo en su móvil desde la distancia. Esto ha fragmentado y aislado a las personas hasta unos extremos extraordinarios. El principio Thatcher de que «no existe esa cosa llamada “sociedad”» se ha ampliado con el mal uso de las redes sociales, las cuales han convertido a las personas en unas criaturas más que aisladas. En los campus de las universidades estadounidenses hay unos carteles que indican «Mira hacia arriba» porque los estudiantes van caminando enganchados a sus móviles. Se trata de un tipo de aislamiento autoinducido muy perjudicial. Ahora mismo estamos en una situación de aislamiento social impuesta desde fuera y solo se puede superar volviendo a crear vínculos sociales de todas las maneras posibles: ayudando a las personas necesitadas, creando organizaciones, haciendo que las ya existentes sean funcionales, planificando el futuro y juntándonos en internet para consultarnos unos a otros, para debatir y encontrar respuestas a los problemas que nos acechan. La comunicación presencial es básica para los seres humanos, pero si nos hemos de ver privados de ella durante un tiempo, podemos encontrar otras formas de continuar e, incluso, ampliar e intensificar nuestras actividades. No será fácil, pero nos hemos enfrentado a problemas aun mayores en el pasado.
Srećko: ¿Es posible que haya oído el garrido de un loro en su casa mientras usted estaba hablando?
Noam: Sí, es un loro bilingüe. Puede decir: «Soberanía para todos» en portugués. Es más sabio que lo que nos llega desde Washington.
Conversación mantenida el 25 de marzo de 2020