Читать книгу Relatos nada sexis - Guadalupe Eichelbaum - Страница 12
ОглавлениеRaquel Pons García
Raquel Pons (1993, Madrid) es graduada en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la UC3M y Máster en Marketing Digital y Comercio Electrónico por la UNIR.
Ganadora del certamen literario de relato corto Luis García Berlanga (2008 y 2009). En julio de 2020 publica su primera obra, Los cuentos de la pandemia (Editorial Autografia). Con su relato «Maca» se convierte en coautora de Relatos nada sexis (Ménades Editorial).
Maca
Aún recuerdo la tácita mirada de la dependienta, analizando mis gestos temblorosos. Con las carnes muertas de vergüenza, había entrado en aquel herbolario de barrio en busca de un remedio a mi inapetencia, un sabueso en forma de planta medicinal o comprimido de equis gramos capaz de encontrar y traer de vuelta mi libido. Tras pronunciar con una impúdica falsedad el motivo de mi visita a aquel pequeño comercio de remedios mágicos, homeopáticos y sobrenaturales, la dependienta me recorrió de arriba abajo, enarcando una ceja inquisidora y sentí un rubor amenazante avisándome en las mejillas de que estaba haciendo el más puro ridículo.
La culpa externa, la falta de indagación, el rechazo al autoconocimiento y una mirada impía hacia mí misma me llevaron a creer que no tener ganas de acostarme con mi novio era un problema fisiológico, tal vez farmacéutico, que podría solucionarse con un poco de medicina tradicional, oriental o meridional. Poco importaba, si aquella mujer me daba un remedio cualquiera y me liberaba de aquella lacónica mirada.
Di respuesta, con prontitud y bajito, como hacia dentro, a todas las preguntas que me formuló. Dejé caer el nombre de mi píldora en mi declaración, pero tampoco funcionó. Ella indagó y siguió rastreando, tal vez con la esperanza de hacerme ver que lo que sugería era una tremenda estupidez. No cabía en ella, ni en su tienda de treinta metros cuadrados, la más mínima posibilidad de que yo, a mis veinte años, hubiera perdido el apetito sexual.
Sin embargo, a mi entender resultaba mucho más convincente aquella sarta de excusas y alternativas plausibles que reconocer que mi pareja me había dejado de atraer.
Después de mucho balbucear razones por las cuales yo y solo yo debía probar e intentar solucionar aquel problema, salí del herbolario con quince euros menos y cien gramos de unos polvos llamados «maca», tan repugnantes al paladar como las caricias de aquel novio mío sobre mi cuerpo desnudo y seco.
Huelga decir que, en los meses que siguieron, los únicos polvos que saboreé fueron los de esa planta peruana, que acabaron en la basura en cuanto comprobé que ni mi libido, ni mi cuerpo, ni mi sexo teníamos ningún problema.