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Sandra Vera

Miope. Persigo fotógrafos. Me desvelo y escribo.

El encantamiento

El triángulo tiene mala fama, digo, cuando se habla de vínculos. Los ceños se fruncen, las bocas se curvan: tres. Las gatas y yo, en mi cama, todas las noches, somos tres. ¿No te dan celos? Tres. Un triángulo me tatué en el brazo —anticipo o premonición—, después, me enteraría de que este me luce como un vestido que ves en la vidriera y cuando te lo pruebas te calza perfecto. Sucedió que orbitar los cuerpos me venía bien, desplazarme del centro de la díada donde también aparecen destellos de intimidad, encuentros en los que una no sabe a veces de quién es la mano, la curva, el beso. «Te toco a través de otras», le dije a Tomás un día. ¿Y si somos cinco?

Entusiasmada y con el pelo revuelto, por una de esas coincidencias que solo la trama de la vida sabe explicar, coincidimos cinco cuerpos —al menos, en principio— en el deseo de juntarnos. Nos dijimos hora y fecha. Nos dijimos cena. Nos dijimos noche. Un beso medio grupal, medio dividido, cerró los detalles, como cuando viajamos en avión e imaginamos lo suave y reconfortante que sería acostarse en las nubes. Me puse el vestido.

Luego del vino, porque no llegamos al postre, se empezaron a deslizar las manos en la mesa, petición y acuerdo, entre conocides para empezar, para facilitar. «Está sucediendo», pensaba. No era como en Sense8: precisión y sensualidad, era más bien timidez y nerviosismo, quiebre, caída. Una mano me quitaba la ropa, tocaba con otra, besaba a alguien más, todo sucedía a una velocidad que no me permitía saber qué sentía: si me gustaba, si me calentaba, si me molestaba. Confusión. Miro a Tomás, perplejo. La realidad es superior a los sueños. El cuerpo no reacciona a la velocidad que espera el pensamiento. Le beso, le invito. La luz del televisor se refleja en elles tres, y yo observo con Santi entre mis piernas. La voluptuosidad de las imágenes contrasta con nuestra torpeza. Me río. Estamos ahí, desnudes, ridícules, los ojos muy abiertos, intentando arrastrarnos al encantamiento, al que solo puede penetrarse con los ojos cerrados como cuando olemos el pan recién hecho y se nos llena de agua la boca. Me río. Solo eso pasa y mi boca está seca. Vamos a la cama y nos enredamos en un círculo que nos deja exhaustos. Nos miramos con extrañeza. Ahí estamos, cuerpos, pliegues, solo eso (y todo eso). Me río. El vestido en el suelo.

El triángulo tiene mala fama, digo, cuando se habla de vínculos. Los ceños se fruncen, las bocas se curvan: tres. Las gatas y yo, en mi cama, todas las noches, somos tres.

Relatos nada sexis

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