Читать книгу Un Giro En El Tiempo - Guido Pagliarino - Страница 10
ОглавлениеCapÃtulo 5
A las 0 horas y 30 minutos de la noche del 18 de junio de 1933, ni siquiera cinco dÃas después del traslado del disco capturado, en un hangar de la fábrica SIAI Marchetti de Vergiate múltiples siluetas apenas distinguibles por los ojos de un gato, vestidas completamente de negro, habÃan caÃdo silenciosamente en el terreno en torno a las instalaciones, usando paracaÃdas igualmente negros. Para que los motores de los aviones que les habÃan transportado desde Baviera hasta el lugar no fueran oÃdos fácilmente desde tierra, los paracaidistas habÃan saltado desde una altura de cuatro mil metros, abriendo sus telas después de una caÃda libre de tres mil seiscientos. A pesar de la oscuridad, ninguno habÃa fallado.
ConocÃan bien los turnos de vigilancia de la guardia italiana porque una espÃa los habÃa comprobado en los dÃas anteriores y se lo habÃa comunicado a sus superiores en BerlÃn. SabÃan que en la medianoche del 18 de junio se habÃa producido el cambio de guardia y que el manÃpulo de la Milicia relevado habÃa dejado sus puestos para volver al cuartel.
Después de reunirse, la compañÃa, compuesta por sesenta hombres a las órdenes del capitán Otto Skorzeny y algunos gastadores de ingenieros, habÃa penetrado en silencio, con el paso militar de un fantasma, en el local de la porterÃa de la fábrica, cerrando de inmediato la boca y degollando a los dos pobres porteros, marido y mujer. Luego cincuenta de los sesenta incursores, todos armados con fusiles automáticos Thompson de fabricación estadounidense, adquiridos mediante intermediarios por representantes del Tercer Reich, habÃan atacado al manÃpulo de la Milicia y los dos subtenientes del OVRA que en ese momento vigilaban el disco y, gracias a la sorpresa y al armamento moderno, habÃan matado a todos. Solo habÃan muerto ocho asaltantes alemanes y cuatro habÃan quedado heridos por los disparos de los viejos mosquetes del modelo â91 de la dotación de los italianos. Entretanto los diez paracaidistas que habÃan quedado atrás habÃan encendido fuegos en la pista de aterrizaje que discurrÃa junto a la fábrica para que pudieran aterrizar los mismos aviones desde los que habÃan saltado. Los demás, después de hacer fotografÃas y grabaciones cinematográficas externas e internas del disco hasta entonces entero, se habÃan llevado las partes transportables, empezando por los misiles con sus bombas y los aparatos cinefotográficos y de radio. Toda la carga se habÃa llevado luego a la bodega de los aviones y posteriormente se habÃa hecho lo mismo con los muertos y heridos de la compañÃa. Finalmente, los incursores de Hitler habÃan despegado sin problemas.
El personal civil que habÃa llegado a la fábrica a las 6 de la mañana para empezar su turno de trabajo se habÃa encontrado con el espectáculo de carnicerÃa de los dos porteros degollados y posteriormente con la masacre de milicianos.
En Roma no se habÃa sospechado la realidad, debido a la baja estima en que tenÃa Mussolini en aquel tiempo a Alemania; el Duce habÃa pensado sin ninguna duda en un golpe de mano de aquellos a quienes todos consideraban los propietarios legÃtimos del disco: los ingleses.
Las investigaciones tecnológicas fascistas sobre el disco se habÃan limitado a partir de entonces, por fuerza, a lo que restaba y no se habÃa podido hacer nada con respecto a los misiles, a sus respectivas bombas disgregadoras ni a los futuristas microaparatos de videorradio robados por los nazis, claramente las partes militarmente más interesantes del botÃn, armas e instrumentos que, dado su tamaño relativamente pequeño, los italianos podÃan haber recogido sin daño y haber mandado a Roma, en lugar de dejarlos despreocupadamente en Vergiate, donde habÃan sido sustraÃdos fácilmente. Naturalmente, habÃan rodado algunas cabezas, pero, también naturalmente, no las de los gerifaltes que deberÃan haber sido los primeros en pensarlo, por decirlo asÃ, por no hablar del Gran Jefe, ni las cabezas, entre otros ilustres, del director de la OVRA y el ministro de aeronáutica, Balbo. Nada nuevo bajo el sol, en suma.
Ya en la tarde del mismo 18 de junio de 1933, Hermann Goering, ministro del interior de la región de Prusia y futuro ministro de aviación del Reich, que ya para entonces era en la práctica la segunda autoridad del régimen, por orden de Hitler habÃa confiado la dirección de los estudios y las consiguientes investigaciones de ingenierÃa inversa sobre el precioso botÃn a Hermann Oberth y Andreas Epp, ingenieros de asegurada competencia profesional y probada lealtad nazi.
Esto se habÃa producido cuando en Alemania entonces no se habÃa reconstruido oficialmente una aviación militar ni, en ella, un cuerpo de paracaidistas, casi dos años antes de que, el 11 de marzo de 1935, Goering fundara la Luftwaffe, nombrado a la vez por Hitler como su comandante en jefe.