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Capítulo 3

A primera hora de la mañana del 14 de junio de 1933, el “fascista veterano” Annibale Moretti, debidamente aleccionado y cansado por no haber dormido, salvo algunas breves cabezadas en una silla, quedaba libre para irse del cuartel Giovanni Berta y volver a casa, con grandes agradecimientos por la colaboración prestada.

Su bicicleta se había quedado en la Comisaría de Carabineros porque la mañana anterior había sido transferido al presidio de la Milicia en una camioneta; Moretti se había resignado a hacer a pie todo el camino hasta casa, que estaba a una decena de kilómetros del cuartel, ya que a nadie, del comandante al ayudante principal, al centurión encargado de la seguridad de la unidad y al oficial de guardia había pensado en hacerle el favor de ordenar que le llevaran en algún vehículo. Y tampoco le habían dado de comer, ni una cena la noche anterior, ni siquiera el desayuno de esa mañana, aunque fuera al menos con la tropa, se decía Annibale, si no con el grupo de suboficiales o incluso con los oficiales. Con el estómago vacío, había entrado en el primer café que había encontrado, que se llamaba “La Megasciada”, que en realidad era más un “trani”12 que un café, pero que tenía una máquina napolitana13 para los poquísimos clientes abstemios y, por la noche, para aquellos “traneros” demasiado alcohólicos como para volver a casa junto a sus mujeres sin haber ingerido antes un buen litro de vino peleón. Eran las 8 en punto cuando Moretti se sentaba y pedía café y pan. Había visto que el local tenía un aparato de radio y había pedido escuchar las noticias. La habían hecho caso y Annibale había podido oír, siendo citado anónimamente, el comunicado que había esperado: “… y el meteorito el primero que lo ha visto ha sido un valiente agricultor, fascista desde antes de la Marcha, que ha avisado de inmediato, con la habitual diligencia de un verdadero fascista, a los Carabineros Reales, los cuales, con otras fuerzas del orden, han recuperado y entregado a la ciencia lo que quedaba del objeto celeste”.

La noticia de ese meteorito había sido difundida al final de la tarde primero por el EIAR14 y algunas ediciones de última hora de la tarde de los periódicos y, al día siguiente, por los de la mañana y los primeros noticieros de la radio. Annibale no se había sorprendido al oír hablar del meteorito, ya que en el cuartel Berta había sido invitado respetuosamente por varios oficiales a aprenderse de memoria una frase que hablaba del artefacto, escrita con letras de molde sobre un folleto por el comandante Trevisan, pero antes ideada y comunicada por teléfono por el mismo y meticuloso Bocchini. Era una pequeña lección pedante para repetir en público y en familia: “Se trata de un meteorito, es decir, de un objeto natural caído del cielo, aunque no redondo, sino con una extraña forma como de disco de piedra, parecida a las que se lanzan al agua para hacerlas rebotar, pero mucho más grande”. A primera hora de la mañana, primero el jefe de manípulo que estaba de guardia, luego el centurión responsable de la seguridad y la información y finalmente el señor primero Trevisan, en esta ocasión llegando antes de casa, habían interrogado escrupulosamente al agricultor. En todos los casos había dado pruebas de conocerse la lección al pie de la letra. Ante una pregunta concreta del comandante, de vuelta poco antes de que le dejaran irse, había asegurado que lo habría relatado exactamente así y jamás de otra manera, añadiendo resuelto para tener mayor credibilidad: “Sí, pero se entiende bien que es una gran roca plana del cielo, ¿o no? ¡Es evidente, señor primero!”. En rigor, el hombre, que era bastante inteligente a pesar de haber estudiado solo hasta el tercer grado elemental, no se lo había tragado y seguía convencido (¡Vaya trola! ¡Él no era idiota!) de que aquello era un avión hermoso y estupendo, con forma de disco extraño y secretísimo, sí señor, y no un objeto natural caído del cielo.

Esa misma mañana del 14 de junio de 1933, en el mismo momento en que Moretti estaba tomando su desayuno en el trani, escuchando las noticias de la radio y hablando consigo mismo, Mussolini estaba en el mismo despacho reflexionando de nuevo acerca de esa aeronave desconocida: “¿Prototipo francés, inglés o alemán?”. “Alemania”, se había dicho, “me parece poco probable, ese histérico bigotito de Charlot está en el poder desde hace solo unos pocos meses y además, con todos los problemas que tienen los alemanes, seguro que no piensan en proyectar nuevos aviones.15 Pero ahora mismo el Bigotes16 Adolf está dando órdenes a toda prisa”: Mussolini no sentía simpatía por aquel imitador político que le adoraba y que, hablando en público, caía en momentos de histeria y, como le habían dicho sus servicios secretos, caía a veces en privado en las más graves depresiones llenas de temor por el juicio del mundo y de sentimientos de inferioridad, cosa absolutamente inconcebible, sin embargo, para un arrogante apasionado como el Duce, que estaba absolutamente convencido de ser admirado, sobre todo por jefes de gobierno y ministros de otras naciones, como por ejemplo el Canciller de la Hacienda británico Winston (Winnie) Churchill, que le había visitado en Roma en el 2917 y al que llamaba el cigarrón (“Gran fumador de cigarros puros Montecristo número 1”, le habían informado los eficientes servicios del OVRA); pero ser admirado por el Bigotes Adolf no le agradaba tanto, ¡ya ves!

Y sin embargo había sido precisamente el ejemplo de Mussolini el que había inspirado la actividad de Adolf Hitler, jefe de un movimiento análogo al fascismo, surgido a partir de un minúsculo Partido Alemán de los Trabajadores convertido en Partido Nacionalsocialista, que había expresado todo lo violentamente aberrante que había detrás de la derrota alemana, en primer lugar el fuerte militarismo tradicional y el racismo, con el cual el Fhürer con bigote al estilo de Charlie Chaplin había construido poco a poco su funesta doctrina que le había llevado a la cumbre de Alemania el 31 de enero de ese mismo año 1933 en el que Italia había capturado, en junio, el platillo volante.

Había sonado el teléfono blanco del Duce. Aunque eran ya pasadas las 19, Mussolini estaba en su despacho presidencial.

Era Bocchini: “¡Duce, le saludo!”

“¿Novedades?”

“Conocemos las nacionalidades probables de los tres cadáveres”.

“¡Bravo! ¿Cómo lo han sabido?”

“Fácilmente, gracias a los manuales del disco, todos en inglés, además de otros escritos en el mismo idioma en las etiquetas de la ropa interior de los tres muertos. Por cierto, sus camisetas y calzones nos han dado direcciones fiscales en Gran Bretaña y otros países anglófonos, pero la primera nación, teniendo en cuenta su poderío y la situación política actual, parece las más prob...”

“... ¡Sin duda! ¡La Gran Bretaña es probabilísima! Allí son maestros en meter las narices en las casas de otros y aunque sea verdad que el cigarrón me tiene mucha simpatía, siempre será un patriota inglés. Bueno, Bocchini, ya sabes qué debes hacer con los servicios del OVRA, mientras que yo daré órdenes a los militares”.

“Siempre a sus órdenes, Duce, pero tengo otro par de cosas que decirle”.

“Dilas”.

“Ante todo, su idea de que se trataba de pilotos de pruebas sino de espías ha resultado completamente exacta: lo hemos confirmado cuando en un compartimento interno hemos encontrado ropas burguesas, es decir, de estilo de ciudad y digamos no de vacaciones como las que llevaban los muertos y, sobre todo, se han descubiertos insignias fascistas”.

“¡Ajá! Querían aterrizar, disfrazarse y espiar ¡qué locos! ¿Había en la aeronave rollos y películas cinematográficas ya reveladas?”

“No, Duce, no se han encontrado, ni tampoco películas vírgenes, ni máquinas fotográficas ni cinematográficas: se han recogido diversos pequeños objetivos externos por todo el disco y a lo largo de su circunferencia, que muestran la peculiaridad de no usarse con cámaras, sino de conectarse, parece que a través de ondas de radio, a aparatos internos que parecen radiotransmisores, pero que, extrañamente, no tienen válvulas.

“¡¿Radios sin válvulas?! ¿Qué más han inventado esos malditos ingleses?”

“Podría tratarse de cámaras de recogida y radiotransmisión de imágenes, del tipo de las de la televisión experimental inglesa, lo que apoyaría la hipótesis del espionaje por parte de esa nación, pero, Duce, son radiocámaras18 pequeñas, más bien pequeñísimas, no mastodónticas como las que hemos fotografiado secretamente en la BBC”.19

“Ahora necesitamos a Marconi, ¿eh?”

“Sí, Duce”.

Guglielmo Marconi era el inventor del telégrafo sin hilos y uno de los padres de la radio. Estaba entre los personajes más importantes del régimen, presidente desde septiembre de 1930 de la Academia de Italia, premio Nobel de física y además, entre otros muchos títulos, almirante de la Real Marina Militar, en la cual, después de un breve paréntesis en el Genio, había servido durante la Gran Guerra.

“Bocchini, ¿piensas que querían enviar fotos y películas a Inglaterra?”

“La sospecha me parece correcta, Duce”.

“... Y ahora mismo Marconi está embarcado haciendo experimentos. ¿En qué zona se encuentra su barco?”

“El almirante está volviendo del Océano Índico a través del Mar Rojo, pero sabemos por él mismo, a través de la radio, que echará el ancla varias veces para realizar otros experimentos que tiene programados”.

“No podemos pedirle que vuelva, sus experimentos son siempre fundamentales para Italia, pero en cuanto esté en la patria le llamaré. Entretanto, mantenme informado constantemente de todas las novedades con respecto a esa aeronave extranjera, telefonéame aunque sea a Villa Torlonia20 si lo estimas necesario, pero sin fallos en caso de otro avistamiento de aeronaves extrañas. Adiós Bocchini y... ¡Muy bien!”.

Mussolini había ordenado de inmediato a los servicios secretos militares prestar especial atención a Gran Bretaña, pero sin ignorar a las demás naciones industriales anglófonas, e indagar en particular sobre aviones en forma de disco, máquinas cinematográficas sin película y aparatos de radio sin válvulas capaces de enviar imágenes.

Esa misma tarde, poco antes de abandonar el despacho y volver a Villa Torlonia, el Duce había dispuesto, siguiendo un impulso, como era habitual en él, llamar de China a su yerno Gian Galeazzo Ciano, conde de Cortellazzo y Buccari que, como cónsul plenipotenciario, residía en Shanghai con su mujer, la condesa Edda, nacida Mussolini: Se le había metido de repente en la cabeza la idea de nombrarle jefe del Gabinete de Prensa, el órgano romano encargado del control y guía de los medios de comunicación, con la ayuda de Bocchini y la Stefani, trayéndose así “directamente a casa”, había dicho a su esposa Rachele cuando había entrado a cenar, la dirección de la supervisión de la información.21 Su consorte solo había murmurado, y no por primera vez, acerca de aquel azidèint d’ànder in cà,22 ambicioso y además con aquel vozarrón un tanto masculino: ¡ya ves, no te gustaba mucho, ya ves!

Al final de la mañana del 14 de junio Annibale Moretti, una vez en casa, había tenido la infausta idea de contar a sus familiares la verdad sobre el disco y por la tarde su único hijo, un chico de diecinueve años a punto de hacer el servicio militar, había tenido la pésima iniciativa de hablar con sus amigos en “Il Rebecchino”, el trani del pueblo donde se reunían, entre otros, los braceros de su padre, en un tiempo comunistas radicales que odiaban a su padre, luego sometidos por la fuerza al régimen y finalmente seducidos por Mussolini, como tantos otros proletarios rurales e industriales, con ciertas ventajas que les concedieron como un círculo de formación y las excursiones del Istituto Nazionale del Dopolavoro, o como las residencias y las colonias marítimas y de montaña para los hijos pequeños. Los braceros de Moretti, debido a sus lenguas largas y su irrefrenable envidia hacia el patrón, la cual a pesar de la sumisión consolidada al fascismo seguía necesitando desfogarse, habían contado a la mañana siguiente por todas partes empezando, por los guardias civiles, que su patrón había dicho mentiras como casas, porque no había visto una piedra plana, sino un aeroplano enemigo en forma de disco que había caído junto a sus campos. En resumen: ¡catacrac! Annibale Moretti había sido detenido e internado en un manicomio: se hizo de tal manera que todos supieran que el pobrecito estaba loco y era por su bien que la autoridad actuara para curarlo, ya que confundir piedras con aviones solo podía crear complicaciones internacionales y, en resumen, era un pobre chalado y dejarlo en libertad era un peligro, para él y para todos. En cuanto al hijo, aunque, igual que su madre, se había guardado de comentar con nadie el internamiento de su padre, había recibido, pocos días después, un poco antes de tiempo, la carta de reclutamiento y había acabado en un batallón de gastadores del Genio, del cual había salido un mes después hecho pedazos dentro de una caja metálica sellada a causa de un desgraciado accidente en la formación debido a la impericia del recluta Moretti en el uso del explosivo: tal vez fuera verdad, pero el corazón de la madre albergaba la sospecha de una desgracia realizada por algún esbirro del régimen infiltrado entre las filas; sin embargo permanecía callada sin presentar denuncia y tampoco la Procuraduría Militar había tratado de hacer averiguaciones por su cuenta. Se había dejado en paz a la señora Moretti y esta había recibido inmediatamente una pequeña pensión: No se le había molestado, no solo porque había permanecido callada, sino también principalmente porque, en aquel tiempo, las mujeres se consideraban poca cosa, y nada en absoluto si pertenecían al pueblo ignorante, por lo que a las afirmaciones de una pueblerina semianalfabeta se les habría dado el mismo crédito que el que se habría dado al cacareo de una gallina.

Del pobre marido “fascista veterano” se había perdido la pista durante un tiempo, siendo transferido de un manicomio a otro, hasta que un día, en enero de 1934 llegó una postal a casa: no una carta, ya que así los empleados de correos del pueblo podían leerla y cabía esperar que la divulgaran, como acabó pasando. Con esa postal se avisaba a la señora Moretti de que su pobre consorte había muerto en Cerdeña en un hospital a causa de una pulmonía y se pedía permiso para sepultarlo de inmediato en el camposanto local o, si lo quería la familia, ir allí para llevárselo al cementerio de su tierra. La esposa debía haber contestado a los cinco días de la fecha de envío si hubiera querido trasladar los restos del consorte y en caso contrario el silencio se consideraría como aceptación de la inhumación en la isla. Ya habían pasado los cinco días, casi con seguridad Moretti había sido enterrado, así que la viuda había renunciado a actuar, considerando también la dificultad, para una mujer sola e ignorante, de ir a Cerdeña, proceder a la exhumación y hacer mandar el féretro al pueblo lombardo.

Mussolini, que había dormido estupendamente toda la noche, entró a las 7 de la mañana del 15 de junio de 1933 en el cuarto de baño para las actividades normales después de despertar y había tomado una de sus súbitas decisiones mientras estaba orinando.

Al llegar al despacho, eran las 8 horas y 10 minutos, había convocado, ¡en una hora!, al ministro de educación nacional, Francesco Ercole, y al de guerra, Pietro Gazzera23: lo que había presentado también interesaba a los ministerios de asuntos exteriores24 y de interior, pero estaban a cargo del propio Mussolini provisionalmente; sin embargo había hecho venir al subsecretario de interior, Guido Buffarini Guidi, ya que, en la práctica, este dirigía aquel ministerio.

Exactamente 45 minutos después, los dos ministros y el subsecretario, a través de la puerta de doble hoja del despacho-salón previamente abierta de par en par por un criado, desde la que se veía el escritorio y el sillón del jefe de gobierno, que se encontraban casi al fondo de la parte opuesta del espacio, habían entrado al mismo tiempo y se dirigían a paso ligero hacia del Duce, hombro con hombro, según una recientísima disposición de Mussolini en persona; entretanto el criado cerraba tras ellos la puerta: oficialmente la orden de apresurarse tenía como justificación reducir el tiempo dedicado a las audiencias, principalmente para que el Gran Jefe se ocupara de otros asuntos; pero sobre todo a Mussolini le gustaba muchísimo ver a aquellos señores con camisa y chaqueta negra obedeciéndole ridículamente: en junio de 1935 incluso haría saltar gimnásticamente a toda su jerarquía los círculos de fuego durante el llamado “sábado fascista” o, más exactamente, durante la tarde de ese mismo día, dedicado a la gimnasia y la educación militar, algo que debían preocupar nada menos que a todos los italianos. Ya el hecho de recorrer caminando la larga sala, con el Duce impertérrito al fondo junto al escritorio presidencial, con los brazos cruzados, la mandíbula altiva y los ojos dirigidos a los ojos del convocado de turno o pasando de uno a otro de los congregados cuando eran más de uno, como en nuestro caso, habrían causado una notable incomodidad, pero pasar el salón a paso ligero domesticaba a todos y los hacía dóciles cuando ya llegaban a la altura del Duce. Después de recibir las órdenes, los convocados debían saludar a la romana al jefe supremo, girar sobre sus talones y, siempre a paso ligero, hop, hop, salir por la puerta abierta entretanto por el ujier al que Mussolini había avisado previamente pulsando un botón sobre el escritorio en cuanto estos le habían dado la espalda. No quería, en el fondo, tener colaboradores, aparte del fiel Bocchini, sino simplemente marionetas.

Con pocas palabras, había dado órdenes a los dos ministros y al subsecretario de constituir en la Universidad de La Sapienza de Roma “¡en tiempo récord!” un grupo secreto de científicos y técnicos, “denominado, convencionalmente”, había añadido, “Gabinete RS/33, acrónimo de Ricerche Speciali (Investigaciones Especiales) año 1933”: Mussolini, antiguo maestro de escuela, presumía de ser un gran experto de la lengua italiana y no era nuevo que acuñara siglas o expresiones; también el misteriosísimo OVRA era suyo.

El Gran Jefe no había convocado con los demás a un cuarto ministro, también fundamental para el gabinete constituido, el de aeronáutica, general Italo Balbo, y le había invitado, solo, a las 16 horas; sin embargo, sabía bien que, siendo aquel hombre un fascista veteranísimo y uno de los cuatro jefes a la cabeza de la Marcha sobre Roma, los llamados Cuadroviros de la Revolución, y ante todo convencido absolutamente de su propia valía, Balbo nunca se presentaba con humildad, ni siquiera a paso ligero, estando siempre dispuesto además a criticar al Duce a la cara, tal vez incluyendo alguna insolencia. Después de todo, disfrutaba de un gran predicamento en el país, compitiendo en popularidad con el mismo Mussolini. Era uno de los poquísimos en el ámbito político que le tuteaba, algo que el Duce aceptaba, pero con fastidio: sentía una gran envidia cuando se reunía con Balbo, aunque la ocultaba y no había hecho nada por el momento para hacerle daño, pero pretendía alejarse de él a la primera ocasión: eso pasaría al final del mismo año 1933, promoviéndole al máximo grado aeronáutico, mariscal del aire, después de haberle cubierto con grandes elogios y, poco después, el 26 de noviembre, haciendo que el rey le nombra gobernador de la llamada Cuarta Frontera, la colonia italiana de Libia, exiliándolo así en la práctica.

Esa misma tarde del 15 de junio, después de haber recibido a Balbo y haberle dado las órdenes, el Duce había encargado a la policía del OVRA, en la persona de Guido Bocchini, que supervisara el trabajo del gabinete recién creado y que le reportara cualquier novedad que mereciera la pena.

En un tiempo absolutamente récord, en todas las capitales de provincias se constituyó secretamente una “sección especial RS/33” específica del OVRA, con la tarea principal de avisar a Bocchini de cualquier eventual nuevo avistamiento de aeronaves desconocidas, de cualquier forma, y de interesarse inmediatamente y de falsificar directamente los testimonios no militares. Cada avistamiento debía reportarse a través de un formulario ideado por el propio Bocchini, con las siglas RS/33.FZ.4, cuyo modelo se había transmitido prontamente, con un mensaje adjunto, a todas las prefecturas italianas y, desde cada una de estas, a todos los comandos dependientes de las fuerzas de seguridad, así como a los cuarteles locales de la Milicia; se había enviado un modelo análogo, destinado a los oficiales de la Aeronáutica, desde la oficina ministerial de Balbo a todos los comandos aéreos para que lo distribuyeran a los departamentos dependientes. Mussolini también había decidido que cualquier informe relativo a avistamientos por parte de personas civiles debía pasar por el OVRA y de ahí debían enviárselo directamente a él y a los cargos Italo Balbo, como ministro de aeronáutica, y Gian Galeazzo Ciano, como director entrante del Gabinete de Prensa, así como a la sede romana del Gabinete RS/33.

Aunque no era un estudioso, también Balbo había sido incorporado al mismo Gabinete, por su determinación al promover la Real Aeronáutica Militar, siendo su lema: “Es esencial sublimar la pasión por el vuelo para hacer de Italia el país más volador del mundo”. En cuanto a los científicos miembros, a la cabeza del RS/33 se nombró a Guglielmo Marconi. Estando sin embargo de crucero en torno al planeta con su propio barco-laboratorio, el Elettra (el nombre era el mismo que el de su hija), Mussolini había decidido que, por el momento, el Gabinete estaría dirigido por el astrónomo y matemático profesor Gino Cecchini, de Observatorio de Milán Merate: la intención del Duce era solo provisional todavía, pero dadas las ausencias sucesivas del premio Nobel en muchas otras investigaciones, Cecchini quedaría definitivamente al cargo del RS/33. Los otros científicos pertenecían a las ramas de la medicina, las ciencias naturales, la física y las matemáticas de la Real Academia de Italia, además del presidente del Consejo Superior de Obras Públicas, el conde y senador Luigi Cozza, que había sido asignado al Gabinete como referente organizativo y miembro de enlace con el Gobierno.

En primer lugar, se trataba de entender el funcionamiento de la aeronave extranjera, para poder construir no solo otras similares, sino posiblemente mejores, manteniendo así a Italia “de una manera formidable” según las palabras del Duce, a la cabeza de la tecnología aeronáutica que, en esos años, era reconocida en el mundo y, con ella, la supremacía militar concreta en el aire y el sometimiento psicológico a Italia de sus potenciales enemigos. El programa comportaba la concentración de las investigaciones cuanto antes en un centro dotado de las instalaciones más modernas, que fue denominado de inmediato Instituto Central Aeronáutico y que se pretendía crear en las afuera de Roma, pero no lejos de la sede universitaria del RS/33; se había identificado enseguida el lugar, que era el campo de aviación Barbieri en Montecelio, donde se levantarían las instalaciones entre 1933 y 1935 y en torno al cual se edificaría la nueva ciudad de Guidonia.

Un Giro En El Tiempo

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