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Capítulo 2

Permanecerían mucho tiempo sobre aquel planeta azul de masa un poco menor que la de su mundo y que tenía mares y continentes.

Poco después de llegada de la cronoaeronave a la órbita normal, los cronoastronautas habían lanzado el satélite de inspección para el mapeado y la investigación de posibles formas biológicas. Analizados los datos, habían encontrado vida animal dentro de los océanos y las grandes superficies acuáticas lacustres, pero no sobre la tierra emergida, aunque pudieron advertir vestigios de una civilización ya extinguida. La vegetación en tierra firme, que era en buena parte desértica, iba de los musgos a los arbustos y las matas y sobre la superficie de las aguas iba de las algas a los nenúfares: no había presente en aquel mundo ninguna forma vegetal más compleja.

Los exploradores científicos habían descendido a bordo de lanzaderas que se movían bajo el principio de la antigravedad, aprovechando la energía solar de la estrella más cercana y, como reserva, la producida por la fusión nuclear en la cronoaeronave y almacenada en los acumuladores de dichas lanzaderas. Cada una de ellas tenía como dotación estándar cuatro misiles equipados con bombas, dos eran potentes desintegradores y dos de fusión térmica, que no debían servir como armas, salvo en casos extremos, sino para operaciones científicas, como por ejemplo para levantar un terreno para investigación geológica. En caso de hostilidad de los nativos o presencia de animales feroces en el lugar de desembarco, por otro lado ausentes en este planeta, cada disco podía lanzar rayos que aturdían y paralizaban temporalmente. En cuanto a la defensa personal, cada investigador llevaba una pequeña pero eficaz arma paralizadora individual. Todos portaban también, para sus más diversas necesidades, una microcalculadora que, dependiendo de su psicología, estaba implantada quirúrgicamente en el cerebro y se activaba con el pensamiento o se llevaba en el bolsillo o la cintura y podía manejarse con la voz. Por fin, cada uno llevaba un pequeño contenedor con mosquitos electrónicos espías, activables mediante voz y útiles para la exploración del territorio de forma casi secreta, ya que parecían ser simples insectos.

En el océano y los lagos del planeta, los astrobiólogos habían capturado numerosos ejemplares vivos de diversas especies acuáticas, guardadas en dos grandes tanques de cápsula, como se llamaba familiarmente a los tanques cronocósmicos, uno de agua salada y otro de agua dulce. Las plantas acuáticas se guardaban en esos tanques siguiendo un criterio ecológico.

Los historiadores y arqueólogos de la expedición se concentraban en los vestigios y otras evidencias de la civilización desaparecida situada en torno al área de desembarco; se observaban, recuperaban y recogían inscripciones sobre monumentos y lápidas, sobre paredes del interior de los edificios y sobre las ruinas. Siempre en tierra firme, se habían recogido estructuras óseas de animales cuadrúpedos y bípedos de diverso tamaño y resultaban especialmente importantes unos esqueletos que recordaban, por forma y dimensión, con pocas diferencias, a los de los propios científicos: bípedos, con dos manos y dos ojos y, dada la posición de sus órbitas, de visión estereoscópica. Se habían descubierto restos de automóviles en las calles y fuselajes de aviones en viejos almacenes y amplios espacios que debían haber sido aeropuertos en un pasado lejano y ahora estaban cubiertos por una mezcla de arbustos y musgo. En lo que debían haber sido las habitaciones de la especie dominante se habían encontrado platos de cerámica, vasos de vidrio, calderos de aluminio y otros utensilios de cocina, así como lo que quedaba de neveras, lavadoras, radios y televisores. En ciertos edificios, los investigadores habían recuperado cuadernos y libros, algunos con páginas iniciales delgadas y delicadísimas y con escritos borrosos cuando no del todo desaparecidos y otros con hojas de mejor calidad que, gracias a una tinta mejor, habían resistido lo suficiente al tiempo, aunque sufriendo manchas y moho, y presentaban escrituras visibles. Algunos de esos hallazgos gráficos consistían en cálculos matemáticos. En un apartamento especialmente digno de mención, se había caído una pintura junto a lo que quedaba de un clavo oxidado ya casi convertido en polvo, que debía haberse desprendido de la pared hacía tiempo, arrastrando con él al cuadro. La habitación debía haber sido para la servidumbre. Se había recuperado también en el mismo lugar un aparato de audio con un disco de sonido registrado en el interior, en buen estado. A su lado, en el suelo, yacían dos esqueletos, uno de un adulto, envuelto en telas casi desparecidas debido al paso del tiempo, y el otro, sin ropa, de un recién nacido o tal vez un feto. En lo que parecía una sala de proyección se habían encontrado bobinas de películas, estando arruinadas las primeras que se encontraron; pero en la nave, buscando con cuidado, habían encontrado dos fragmentos de dos rollos que estaban en bastante buen estado. Se habían entregado al experto de restauración videosonora. El sonido de las películas sin embargo resultó irrecuperable, porque estaba absolutamente dañado el par de pistas, que no eran ópticas sino magnéticas y por tanto particularmente deteriorables, que se alineaban en los bordes de cada película: el sonido debía haber sido estereofónico. En uno de los dos fragmentos de película, el menos dañado y que se restauró el primero y se pasó a computadora, los estudiosos habían podido ver una calle con peatones en las aceras y un tráfico intenso de vehículos con motor de explosión, de formas similares a los chasis de automóviles y camiones recuperados. Restaurado también el segundo fragmento recuperable de película y transferido a la computadora, se había podido ver un lugar de vacaciones estivales con gente desnuda.

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