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El sentido del ser

docente universitario

Esperanza Díaz Vargas{1}

La manera de hacer es ser.

Lao Tse


Ser uno mismo, con su dimensión humana y profesional actuando en el escenario del sistema educativo universitario cada vez más exigente en la práctica docente, da lugar a la reflexión expuesta en este capítulo. Para Zabalza (2009), “los profesores enseñan tanto por lo que saben como por lo que son”. Esta vieja sentencia pedagógica ha recibido escasa atención en el contexto universitario. Se diría que la dimensión personal del profesorado “desaparece o se hace invisible en el ejercicio profesional”.

Más aún, es posible asegurar que se están preocupando más las instituciones universitarias por contratar profesionales con gran experiencia en su disciplina y se descuida al ser humano con sus cualidades, actitudes y experiencias, se olvida que éste se dedicará a la educación de profesionales, que requieren y exigen una formación humana y responsable.

El ser persona con debilidades y fortalezas, con aciertos y desaciertos, con altos y bajos en la vida, constituye un proceso de crecimiento personal permanente; nuestra personalidad es dinámica, cambia a través del tiempo y de las experiencias que día a día surgen en el trajinar de nuestra existencia, así que es un compromiso del cual no podemos escapar los docentes universitarios. Buscar el sentido por vivir y hacer de las actividades diarias algo enteramente agradable es la meta de muchos de los seres que practicamos la docencia; nuestra labor nos engrandece, nos alimenta espiritual, actitudinal e intelectualmente; permite regocijarnos en la más amplia de las manifestaciones humanas: el servicio, el cual hace parte de nuestro proyecto de vida.

Zabalza (2009) afirma que

[...] lo que uno mismo es, siente o vive, las expectativas con las que desarrolla su trabajo se desconsideran como variables que pudieran afectar la calidad de la enseñanza. Pero parece claro que no es así y que buena parte de nuestra capacidad de influencia en los estudiantes se deriva precisamente de lo que somos como personas, de nuestra forma de presentarnos, de nuestras modalidades de relación con ellos.

El estudiante universitario exige cada vez más de nosotros como personas, de nuestra coherencia y eticidad; ellos desean de nosotros un trabajo con sentido, enmarcado en una cultura del servicio y con responsabilidad social. Ellos desean orientación y un acercamiento respetuoso que genere confianza y solidaridad; y para ello se requiere cuestionarnos sobre lo hacemos por ser mejores seres humanos, por no dejar que se deshumanice nuestra labor, en especial en esta época que demanda estándares de calidad más desde lo administrativo y burocrático que desde lo esencialmente humano del docente.

De acuerdo con Fromm (1998):

Ser se refiere a la experiencia, y la experiencia humana es, en principio, indescriptible. En cambio, lo que es plenamente descriptible es nuestra persona (la máscara que usamos, el ego que presentamos), pues esta persona en sí es una cosa. En cambio el ser humano vivo no es una imagen muerta, y no puede describirse como cosa. De hecho el ser humano no puede describirse [sic] [...] Nadie puede describir plenamente la expresión de interés, entusiasmo, biofilia, u odio o narcisismo que se advierten en los ojos de una persona, o la variedad de expresiones faciales, portes, posturas, entonaciones que existen en la gente.

El sentido humano y social del docente universitario es diferente de otras profesiones, lo lleva a descubrirse y redescubrirse permanentemente, a buscar nuevas maneras de aprender y al reto de desaprender, actualizarse y cambiar de pensamiento. Para repensar su sentido como docente, de manera crítica en una autoevaluación y auto-rreconocimiento hecho de experiencia, de vivencias que requieren fundamentalmente de los sentidos, de la atención, de la percepción y particularmente del amor a la ciencia, del amor a la pedagogía.

Sabemos que que mediante numerosas investigaciones, uno de los componentes fundamentales en el sentido de ser docente es la satisfacción personal, como bien dice Zabalza (2009) en

[...] una importante investigación sobre ‘buenas prácticas’ en la docencia universitaria y una de las características comunes a los profesores y profesoras estudiados ha sido justamente ésa: sentían que su trabajo como profesores era mucho más que un trabajo, estaban cumpliendo una misión formativa con sus estudiantes. Cada uno de ellos interpretaba esa función de manera diferente, pero todos vivían su tarea de una manera intensa y con una implicación personal que iba mucho más allá del simple compromiso laboral que marcaba su contrato.

A la misma conclusión llegó Ken Bain en su trabajo sobre lo que hacen los mejores profesores universitarios (Bain, 2005).

Ser docente implica la facultad de ser activo, entendiéndose ésta como un comportamiento de exploración, de indagación e investigación para satisfacer el proceso de aprendizaje propio y de sus educandos. Precisamente, en el libro Lo que hacen los mejores profesores universitarios, Ken Bain (2007) hace una descripción de algunos de los docentes más representativos en el estudio realizado para descubrir el motivo por el cual las enseñanzas de estos docentes han generado cambios significativos en la vida de sus estudiantes. Al respecto menciona a Ralph Lynn, doctor en historia europea quien dio clases durante veintiún años en Texas. Este hombre de gran sabiduría logró el reconocimiento de sus estudiantes por la manera de descubrir en cada uno de ellos sus talentos. Una de sus estudiantes explicó que sus clases eran “viajes mágicos al interior de las mentes y de los grandes eventos de la historia”. La intención de los docentes Paul Travis y Suhail Hanna, en la provincia de Oklahoma, consistía en que sus estudiantes desarrollaran nuevos niveles intelectuales.

Otro modelo es Paul Baker, quien con su constancia y tiempo motivó a sus estudiantes a encontrar su propia creatividad. Él, por ejemplo, desarrolló un programa de grado en teatro que tituló “Integración de capacidades”, con el cual logró incentivar a muchos profesionales a descubrir sus habilidades, su nivel de aprendizaje y cambiar sus vidas.

Lo dicho hasta este momento procede del servicio comprometiendo nuestras dimensiones, físicas, emocionales, espirituales, sociales e intelectuales. Somos el producto de una elaboración exigente de fracasos y éxitos laborales, tejemos vida a través del otro y con el otro, además de ser una las profesiones más complejas y exigentes que hay por el alto grado de compromiso personal y el requerimiento mental que ésta demanda.

Al cuestionarnos sobre el sentido del ser docente surgen dos premisas, a saber: el sentido del ser docente como ese cuestionamiento que como sujeto cognoscente motiva hacerse profesional en docencia. El sentido de ser docente como la proyección y exteriorización de la propia carga ética y moral, es decir, me hice docente para contribuir a mi entorno como…

En la primera premisa,

Algunas universidades inglesas valoran la idoneidad del profesorado universitario (los profesores deben acreditarse para poder adquirir la condición de profesorado fijo en algunas universidades) sobre cinco competencias: organización, presentación, relaciones, tutoría-apoyo a estudiantes y evaluación. Si desean adquirir la condición de “profesores excelentes”, se eleva el número de competencias y el nivel de exigencia. Los candidatos a la excelencia docente deben acreditar la posesión de las siguientes competencias: las cinco mencionadas pero en un nivel superior de dominio; reflexión, innovación, capacidad de desarrollo curricular; organización de cursos, investigación pedagógica y, finalmente, liderazgo de grupo (Elton, 1996: 33-42).

En nuestro contexto colombiano, la exigencia es aún mayor, ya que el docente universitario se ve expuesto a la exigencia de una sociedad cada vez más desintegrada, en especial en su aspecto familiar, debido al delicado manejo político y administrativo del país. Lo hace un ser histórico, determinante en procesos de cambio y organización social. Este docente necesita comprometer todas sus dimensiones, físicas, emocionales, espirituales, sociales e intelectuales, el sentido de su docencia debe ir más allá de lo contractual y sentir realmente su compromiso histórico y social.

La segunda premisa del sentido de ser docente tiene como componente principal una autoestima alta, personalidades dinámicas, con carácter para acoger al estudiante y formarlo para la vida, personas con sensibilidad social y mucha vitalidad, con gran sentido de compromiso por su profesión, como docentes y un sentido de pertenencia con la institución educativa.

Para Ortiz Molina, García Sánchez y Santana Gaitán (2008): “Entre los aspectos que dan sentido a la labor docente también está la posibilidad de construirse como persona y lograr un disfrute personal en el desarrollo de las actividades que se realizan”. Todo docente universitario modifica su carácter en contextos que permitan su crecimiento profesional y enriquezcan su vida personal.

El sentido del ser docente se encuentra en la formación de los ciudadanos, en el principio de educabilidad, es decir, en el convencimiento de que cada alumno es sujeto de aprendizaje y puede aprovechar y tener éxito en aquello que la pedagogía le propone aprender. El docente universitario debe convencerse de que él, sólo él, por su especialidad profesional es capaz de contribuir a que cada sujeto adquiera aprendizajes. En la eficacia pedagógica y en la responsabilidad social se va construyendo la identidad profesional del docente.

Una de las dimensiones del ser docente está comprometida con su hacer docente; constituye otra referencia que contribuye a la construcción de la identidad, lo cual tiene que ver con preparación de clases, resolución de problemas dentro del aula, asistencia y participación en reuniones y actividades extraclase. El quehacer docente no solamente hace referencia a lo pedagógico, curricular y contenidos, sino en muchos casos a lo administrativo, al seguimiento de las planificaciones y a la supervisión de la disciplina.

Mientras que el deber ser del docente hace referencia directa al logro de metas en el campo social, pedagógico, académico y profesional: que se traducen en iniciativas y acciones que le devuelvan la vida social y el sentido a las prácticas educativas, la justicia social, la equidad y la democracia están impregnadas de prácticas pedagógicas y emancipadoras. El deber ser del docente es entregar a la sociedad hombres formados capaces de tomar decisiones, convivir en una colectividad socialmente compleja y de construir una sociedad con la justicia social como norte principal. Lo anterior permite entrever posibilidades y alternativas cuando se habla de la docencia como profesión; sin embargo, se hace necesaria una clara distinción: uno puede ser profesional, actuar como profesional y trabajar como tal. Pero ello debe estar unido claramente al sentido y llamado interno a hacerlo con agrado y como parte del desarrollo y de la realización personal. En el librillo 37 de la Universidad de La Salle, “la Formación y el desarrollo profesional docente”, junio de 2010. Se destaca lo siguiente:

De otro lado, la formación del docente universitario debe pasar por un proceso integral y no solo [sic] pedagógico y didáctico. Los procesos sociales con sus estructuras, características y problemas, al igual que la idea de nación, de política, de identidad social y cultural, retan al docente universitario a concebir su docencia más allá de procesos funcionales (la función de dictar clase).

Hasta el momento podemos deducir que el compromiso que se adquiere como docente universitario es de carácter ético, político, social y existencial; ser docente va más allá de elegir una profesión, es involucrarse total y decididamente con el propio proyecto de vida y además ser parte de la historia de muchas personas, con diferentes estilos de pensamiento, culturas y, particularmente, en edades que son tan significativas para el desarrollo de su personalidad. De ahí la importancia por mantener y nutrir los conocimientos para reflexionar sobre las actitudes del ser maestro.

Pues bien la tarea que se nos exige a los docentes universitarios es reconocer que la universidad es un espacio que favorece al docente a darle sentido a su “ser docente” a partir de lo que escribe, de proyectar su personalidad y estilo propio en textos, artículos, ensayos, crónicas, relatos, etc. Podemos afirmar, sin reparo ni modestia, que la investigación para el docente universitario es la puerta a la consolidación de su sentido de ser docente, pues le permite transcender en su conocimiento, y como persona, lo lleva por un sendero de exigencia conceptual y argumentativa; además, institucionalmente, lo involucra de manera óptima hacerse visible local e internacionalmente. Es allí donde logramos conectarnos con redes más actualizadas, para no hacer más de lo mismo y apuntar a proyectos consecuentes con las necesidades que la humanidad demanda de la universidad.

Desde esta perspectiva los programas de formación docente en las universidades, buscan cualificar al docente como profesional e investigador, lo que permite mejorar la calidad académica y organizacional. La Universidad tiene un gran compromiso con sus docentes, tal como señala González y González (2007), citado en el librillo 37 de la Universidad de La Salle, “la Formación y el desarrollo profesional docente”, junio de 2010. La gran preocupación no sólo es “el desarrollo de conocimientos y habilidades profesionales, sino también de actitudes, vivencias, motivaciones y valores que le permitan una actuación profesional ética y responsable”.

Por ello, el docente universitario cada vez más se compromete a pasar de una cultura oral a una escrita, donde son expuestas sus vivencias pedagógicas y académicas. No obstante, para ello requiere un cambio en su sistema de creencias; muchos de los docentes universitarios afirman acerca del comportamiento de sus estudiantes sin hacer una descripción detallada de sus características personales; es esencial buscar métodos para describir de manera objetiva a estos jóvenes que demandan de sus docentes personas más coherentes con su actuar, es decir, cierto grado de madurez profesional y personal. El ejercicio de escribir para el docente universitario le permite afianzar sus competencias argumentativas y propositivas. Al fomentar espacios de reflexión para sus educandos, esto le da credibilidad y lo expone a situaciones cada vez más enriquecedoras para su práctica docente.

Al respecto, Freire (2004: 63) dice:

Al pensar sobre el deber que tengo, como profesor, de respetar la dignidad del educando, su autonomía, su identidad en proceso, debo también pensar, como ya señalé, en cómo lograr una práctica educativa en la que ese respeto, que se debe tener para con el educando, se realice en lugar de ser negado. Esto exige en mí una reflexión crítica permanente sobre mi práctica, a través de la cual yo voy evaluando mi propio actuar con los educandos. Lo ideal es que, tarde o temprano, se invente una forma para que los educandos puedan participar de la evaluación. Es que el trabajo del profesor es el trabajo del profesor con los alumnos y no del profesor consigo mismo.

En la Universidad de La Salle,

[...] el fin de la evaluación es precisamente el desarrollo profesional de tal manera que mediante una cultura de la evaluación, el profesor tenga la oportunidad de descubrir sus fortalezas y debilidades y a partir de allí, tanto él, como la institución puedan promover estrategias de mejoramiento.

En este sentido se resalta la evaluación más desde una perspectiva integral y formativa para la innovación y el cambio, que punitiva. Y todo lo anterior hace un llamado a todos los actores de la comunidad académica, docentes, estudiantes, administrativos y directivos, para que faciliten escenarios de reflexión para el cambio de creencias anticuadas y represivas que sólo desean controlar el proceso educativo como una empresa. Estamos en un momento decisivo de la educación, en especial la universitaria, pues se ha investigado con dedicación y juicio sobre la educación básica y media, pero aún falta sistematizar las experiencias desde la educación superior y para lo superior, de tal manera que consolidemos nuestro saber, sentir y ser pedagógico como docentes universitarios.

Referencias

Bain, K. (2007). Lo que hacen los mejores docentes universitarios. Valencia: Universidad de Valencia.

Freire, P. (2004). Pedagogía de la autonomía: saberes necesarios para la práctica educativa. México: Siglo XXI.

Fromm, E. (1998) ¿Tener o ser? Bogotá: Fondo de Cultura Económica.

Herrera, M. (2003). Identidad profesional y formación de directores. Caracas: Centro de investigaciones culturales y educativas.

Ortiz Molina, B.; García Sánchez, B. y Santana Gaitán, L. (2008). El trabajo académico del profesor universitario. Bogotá: Universidad Distrital Francisco José Caldas.

Universidad de La Salle (2010). La formación y el desarrollo profesional docente. Bogotá: Ediciones Unisalle.

Vásquez Rodríguez, F. (2008). Pregúntele al ensayista. Bogotá: Kimpres Ltda.

Zabalza, M. (2009). Ser profesor universitario hoy. En: Revista La Cuestión Universitaria. Madrid: Boletín Cátedra Unesco, N.° 5.

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