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Misiones de los ángeles en nuestra familia Mi hijo y su ángel

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Por ese entonces, mi hijo menor tenía nueve años. En una ocasión, llegaron a visitarnos unos muy buenos amigos que nos invitaron a compartir un rato en un club cerca de la ciudad. Ellos venían con sus dos hijos, que eran de edades similares a la del mío. Mientras hablábamos animadamente con la pareja amiga, los dos hijos de ellos y mi hijo se fueron a jugar al parque. Los tres niños decidieron jugar en un columpio donde cabían los tres perfectamente sentados. Mi hijo decidió bajarse cuando el columpio aminoró la velocidad del balanceo, pero uno de los amiguitos decidió empujar con mayor fuerza; mi hijo, inconscientemente, puso la mano en la barra que sostenía el columpio y, con la fuerza del nuevo impulso, quedó el dedo atrapado entre la barra que sostiene la estructura y la barra del columpio. El dedo recibió todo el impacto y se lesionó muy fuerte. Los niños, al ver el dedo destrozado de mi hijo, corrieron asustados hacia dónde estábamos, mientras gritaban Sebastián (el nombre de mi hijo). Cuando volteamos a ver el dedo, vimos que estaba completamente suelto en la falange. Mi señora –no sé cómo se le ocurrió– le dijo que se lo apretara con una servilleta y no lo soltara; él no lloraba, solo estaba muy concentrado.

Salimos rápidamente del club con dirección a una clínica muy conocida por su profesionalismo. Llegamos a urgencias, lo recibieron rápidamente, tomaron toda clase de radiografías y, después de un tiempo, nos llamaron a mi señora y a mí. Nos mostraron en las radiografías que el dedito estaba muy complicado, por lo que habían llamado al cirujano plástico, quien debería realizar una cirugía urgente para tratar de salvar el dedo de mi hijo. Dimos todos los permisos y nos pidieron que esperáramos a que el cirujano llegase en una media hora. Yo me acerqué a mi hijo, quien estaba muy tranquilo, le pregunté qué pensaba y me contestó: “Estoy con Lorenzo y él me dice que todo va a salir bien”. Lorenzo es el nombre de su ángel, que descubrió un día que le pidió el nombre y él oyó en una canción que decía Lorenzo, así que Sebastián desde ese día asumió que ese era su nombre.

Llegó el cirujano a la media hora, tal cual nos habían manifestado los médicos de turno. Nos saludó amablemente y se dirigió a revisar las radiografías y el dedo de mi hijo. Le volvieron a tomar radiografías una y otra vez, le revisaron el dedo, y nos llamaron nuevamente a mi señora y a mí. El cirujano, un doctor joven y simpático, nos dijo: “No sé qué paso; miren las primeras radiografías y miren las segundas y las terceras, el dedo está sano, no me gusta decirlo, pero es un milagro. Pueden llevarse a Sebastián está curado su dedo”.

Cuando llegamos a la casa, le dimos gracias a Dios y a Lorenzo, quien pudo interceder por Sebastián gracias a su fe total en el poder de este con Jesús. Estas experiencias cercanas y contundentes con los ángeles únicamente suceden cuando estamos realmente convencidos de que la fe existe, y que es a través de ella que los seres angelicales se pueden comunicar con nosotros.

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