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Prólogo

Es fascinante asistir como protagonistas de este nuevo mundo, que evoluciona en lo empresarial, lo laboral, en el mundo de las ventas, en lo religioso y en lo político. Me apasiona vivir y observar permanentemente el acontecer diario.

Soy caminante por excelencia, porque me permite, fuera de hacer ejercicio, observar y, sobre todo, curiosear. Los códigos de la sociedad en la cual vivo son un tanto rutinarios, a pesar de que tienen todo para ser innovadores. ¿Por qué digo esto? Porque se visten igual, los hombres y las mujeres siguen al pie de la letra los dictámenes de la moda. Estudian bajo los mismos parámetros y su lucha académica y laboral es competitiva, ganar más, tener más, demostrar más.

Una revista de diseño arquitectónico decía que los restaurantes están pensados para que las personas puedan ver a los otros y que también los vean a ellos. A eso van, para que los vean, para que vean que tienen claro el código cultural de los poderosos. La generación de los millenials está lejos de lo espiritual, ellos son independientes, no siguen órdenes de nadie, son poco respetuosos y quieren viajar mucho como su máxima expresión de libertad.

Leí un artículo de la revista Harvard Business cuyo título decía En el mundo empresarial hay abundancia de lo mismo, que se refiere a que las empresas solo contratan personas que se hayan graduado de colegios y universidades puntuales y que hayan realizado sus maestrías en el exterior en la misma universidad. Lo anterior muestra que estamos ante un mundo parametrizado, en el que la mayoría piensa igual, que no hay un encuentro de otras dimensiones, porque todo está bloqueado por un sistema de estándares.

Afortunadamente, la educación está entrando en un viraje fantástico, donde vuelve a protagonizar el ser con su creatividad, con su sensibilidad social, sensibilidad a lo humano, a las artes, a una tecnología que brinda gran conocimiento, pero que permite que el ser logre integrarlo a su vida, que el conocimiento no sea anárquico, sino que logre integrarse al ser y no al hacer. Una educación que les permite desarrollar el pensamiento crítico y la empatía con el otro que tienen cerca.

Soy speaker y coach que forma en las empresas equipos de alto desempeño en el área comercial, y aquí nace mi tema favorito: ¿cuál es el propósito de la empresa? Me sorprende profundamente que la mayoría de las empresas no tienen un propósito y si lo tienen es cuantitativo: “Hacer plata”.

Mi trabajo consiste en que las empresas y las personas que las conforman tengan un propósito claro, doy un ejemplo: los distribuidores pequeños de equipos electrónicos o eléctricos, lo único que hacen es tratar de bajar el precio para que les compren, sin ningún propósito. Mi trabajo es que encuentren ese propósito, por ejemplo, uno de mis clientes encontró que su propósito era que el pequeño emprendedor que le compra pueda prepararse más en su trabajo y el distribuidor, con la marca que vende y su experiencia, le pueda enseñar a desarrollar mejor su labor, tanto en conocimiento de producto, como en conocimiento del mercado y cómo entrenar a su equipo comercial. Esto hace que le compren más por el valor del propósito que por el precio.

He querido mostrarles en este prólogo que yo, Guillermo Sandino, soy un hombre que trabaja a fondo, que vive de su trabajo y que vivo de mis talentos que son: la creatividad, la conversación y la energía.

Todo lo anterior lo realizo siempre en equipo con mi ángel, le hablo de mis inquietudes, le pido que me esté alimentando del amor a Dios; todos los días visito en la iglesia a mi amigo Jesús, le hablo como a un amigo, que sé que lo es y lo mismo a mi amiga la Virgen María. En las noches, con mis nietos, donde quiera que estén, vía WhatsApp rezamos el Ángel de mi Guarda, y ellos lo hacen con una devoción preciosa, al terminar la oración vuelven a sus juegos o tareas escolares.

En mis conferencias, cuando inicio, me suelen preguntar: “¿Cuáles son sus valores fundamentales?” y sin dudarlo les contesto que son tres: Dios, la familia y el trabajo. Esta triada me hace feliz, amo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a mi amada familia: hijos, nietos, nueras y yerno y, por supuesto, a Maru, mi hermosa esposa, que me ha enseñado a crecer como persona, a tener disciplina, a estar siempre alegre a pesar de las circunstancias.

Mi relación con mi ángel es algo cotidiano. Por ejemplo, cuando viajo en avión, al cerrarse la puerta antes del despegue, invoco a mi ángel y le digo: ángel mío, en nombre de nuestro señor Jesús, saluda al ángel del comandante, del primer oficial, de la tripulación de todos los que vamos en este vuelo, de los controladores aéreos, para que nos lleven con bien.

En este libro podrán conocer un poco más de mi relación con los ángeles, la espiritualidad y, sobre todo, cómo lograr ser un ángel en la tierra para ayudar a los demás.

Sé un ángel

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