Читать книгу El desafío de superar la incoherencia para una convivencia sostenible - Gustavo Caputo - Страница 4
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Puntos de partida
Sobre lo que me llevó a investigar y escribir sobre este tema
1. Comencé a centrar mi atención en la incoherencia –como ya adelanté en líneas anteriores– a partir de la creciente perplejidad que experimentaba, ante la reiterada percepción de flagrantes contrastes entre lo que escuchaba y lo que veía hacer.
Vinculé, en el comienzo, lo que atribuí a una falta elemental de lógica –en cuanto requisito insustituible de nuestro funcionamiento racional– con la mediocridad. Y releí a José Ingenieros. Pero mi perplejidad se incrementó al ver que enfocar mi atención multiplicaba las disonancias percibidas. Primero, entre los que oía decir una cosa y hacer otra. Después, entre los que veía esquivar la vara con que medían a los demás. Más tarde, entre los que veía colocar el peso de sus actos, siempre, fuera del ámbito de su responsabilidad
Mi intento por identificar comportamientos y perfiles similares pronto me llevó a notar que quienes se liberaban de forma sistemática de su responsabilidad, sea lo que sea que hubieran dicho o hecho (y las ofensas o daños que hubieren causado), apelaban a su falta de mala intención. Autoexculpación que veía acompañada de un enturbiamiento de la comunicación que terminaba situando la culpa en otro. Lo cual me llevó a estudiar los fenómenos de la manipulación, el maltrato y el abuso.
Poco a poco, la búsqueda de comportamientos afines me llevó a vislumbrar un conjunto común de rasgos de actitud y personalidad. Tras lo cual apareció una tendencia a aprovechar, usar o apropiarse de lo ajeno. Un cierto carácter oportunista que se veía asociado a una inclinación por imponerse. Esto me llevó a vislumbrar una posible hipótesis: por un lado vinculando su origen con carencias de manejo emocional y social, por otro, entre sus efectos y una violencia que, como impacto, producía desintegración social. Lo cual me impulsó a intentar articular conceptualizaciones de pensadores políticos y sociales con teorías provenientes de las ciencias de la conducta.
2. En paralelo y a medida que profundizaba en lo que empecé a llamar el fenómeno de la incoherencia, comencé a sentir que mi confianza se veía desafiada. Una confianza hasta entonces natural y espontánea hacia los hombres en general y hacia mis colegas y amigos en particular. Desafío que me instó aún más a intentar descifrar porqués. Necesitaba poder volver a creer en sus palabras, actos y promesas. Restaurar una seguridad respecto del comportamiento ajeno, sin la cual, empecé a notar, no es posible convivir con otros.
Advertir la disminución de mi propia confianza al profundizar en el análisis del comportamiento incoherente, me hizo tomar consciencia de la relevancia del fenómeno que estaba enfocando. Darme cuenta de que gran parte del porqué estamos sumergidos como sociedad en la desconfianza, podía ser explicado. Lo cual validó más mi intento.
Relacionar la incoherencia personal con el desmembramiento social, por otra parte, volvió a enhebrar mis inquietudes estéticas y éticas. A emparentar el sinsabor estético que siempre me produjo el desorden edilicio y urbano de nuestras calles, barrios y ciudades (con sus bolsones de informalidad) y las formas generalizadas de nuestro “des-trato” mutuo. Expresiones ambas de una falta de armonía que, más allá de su carácter tangible o intangible, constituyen hoy nuestros paisajes urbanos evidentes y difíciles de cambiar.
A partir de esa intuición comencé a rumiar, de nuevo, el vínculo entre las nociones de ciudad y civilización, de urbanismo y urbanidad. Los principios de la polis con las condiciones de una convivencia que preservan la calidad del trato mutuo. Congregando en mi interior las ideas de justicia, bien y equidad. Alrededor de un sentido del orden que, al reunirlas, humanizaba profundamente la idea de un vivir juntos, pero en armonía.
Visualizar el impacto de los comportamientos incoherentes en el ámbito de lo público supuso, como ya lo adelanté, otro empujón importante para validar el intento por comprender la incoherencia como un fenómeno social.
Encontrarme en un contexto socio-político en el que veía que unos –siempre inocentes– estigmatizaban a otros –sistemáticamente culpables– me llevó a sentir que lo que iba entendiendo como incoherencia constituía un grave germen para la salud del todo social. Lo infectaba con la más nociva de las ejemplaridades. Colocar la culpa en grupos y no en individuos, desvinculaba la noción de responsabilidad de las personas reales y concretas: lesionando el derecho de cada uno a ser evaluado por sus propias expresiones o actos para pasar a ser juzgado en virtud de su pertenencia a tal o cual grupo. Esto me indujo a ver en tal actitud la semilla de una discriminación empapada de sinrazón y discrecionalidad que no solo eximía de rendir cuentas. Introducía también un principio institucional muy corrosivo, y una dinámica absolutamente contraria a la paz social.
Ver en la incoherencia un rasgo distintivo de nuestra idiosincrasia, por último, parecía poder aportar una explicación consistente de nuestro estancamiento con respecto al desarrollo. Permitía exponer el “carozo cultural” de lo que nos retrotrae a formas animales de vida. Ese reino de instantaneidad tan bien nombrado por algunos de nuestros más lúcidos pensadores. Identificar lo que nos sumerge una y otra en ese “reino del revés” del que nos alertaban, ya hace tantos años, los versos de María Elena Walsh.
Delinear la incoherencia como un fenómeno social me permitía ofrecer una explicación a esa tendencia tan nuestra, de vivir como sociedad, inmersos en un “más de lo mismo” que nos ha conducido a un “todo da lo mismo”. Posibilitaba ponerle un nombre a la inconsistencia generalizada que alimenta nuestras mutuas faltas de respeto y confianza e identificar el tufo que enturbia nuestra convivencia y nos reduce a esa sensación de inseguridad vital que a la vez nos induce a enfrentarnos todos con todos. Abría una posibilidad de comprendernos a nosotros mismos y ofrecernos, quizás, la luz para resurgir.
Ojalá estas líneas despejen vías de autocomprensión que nos posibiliten superarnos de forma sinérgica, sustentable e integradora. Como personas, grupos, organizaciones, instituciones y como sociedad. Ese deseo es el que moviliza este trabajo.