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Los rasgos de la incoherencia

“Obra de modo tal que tu acción pueda ser considerada ley universal

(es decir, aplicable a todos los hombres)”.

E. Kant.

En la introducción referimos a la incoherencia como una incongruencia entre el decir y el hacer que, en muchos casos, es producto de confundir y aplicar criterios de decisión válidos para otras circunstancias pero inválidos para la situación que se tiene enfrente. Confusiones a las que el automatismo de nuestras decisiones cotidianas nos expone a diario.

En el presente capítulo buscaremos identificar los principales rasgos de la incoherencia. Todavía no sus efectos ni sus causas, pero sí sus actitudes prototípicas. Las formas habituales de conducirse que suponen. Lo cual implica poner como eje de indagación, por un lado, cuál es el criterio al que muestran adherir los comportamientos incoherentes y por otro, cuál habría de ser el que mida la propia acción. Cómo aplica el sujeto incoherente, para sí mismo, la vara con la que pretende medir a los demás. Y en referencia a ello, si muestra tener algún sentido la máxima (de coherencia) que Kant propone para medir la propia acción.

1. ¿No medirse con la misma vara con que se mide a los demás, o no medirse con ninguna?

a. Necedad, cinismo, hipocresía y otras formas de doble moral

“Errar es humano. Persistir en el error, de necios.”

El necio, por definición, es ignorante e imprudente. No sabe lo que podría o habría de saber2. Añadiendo a su no saber, a su falta de razón o de criterio para decir o hacer, su presunción. El creer que entiende, sabe o puede, pero ignorando que no sabe. De ahí que sea tan difícil entenderse con él y tratarlo y más aún que reconozca sus errores.

El cínico, en cambio, es un descreído que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas3. No ostenta una falta de saber, sino de vergüenza y pudor a la hora de decir o hacer cosas social o convencionalmente reprochables. Lo cual es producto, no solo de un descreimiento respecto de las convenciones sociales, sino también acerca de la bondad de los hombres o del valor que pueda portar una acción. Para él, todo da lo mismo. Es relativo. Depende.

El hipócrita, por su parte, finge4, adopta, sostiene o esgrime una actitud o creencia socialmente aceptable y estimada, pero que en realidad no sostiene, no valora o no capta en su esencia. Solo la actúa o simula. Aparenta, vedando, ocultando o desdoblando sus verdaderas intenciones o intereses respecto de lo que dice o hace.

La hipocresía, sin embargo, no siempre responde a un engaño deliberado que, como tal, la expresaría en su estado puro. También podría ser el resultado de un error de apreciación o autoengaño inadvertido. Lo cual expresaría el sentido de la incoherencia que interesa a este trabajo.

Como error o falta de criterio, la incoherencia podría provenir de una falla cognitiva. De no haber entendido o entender mal algún aspecto de la situación, e inferir de forma incorrecta a partir de ello. Pero también de considerar la situación desde una perspectiva inadecuada. Lo cual resultaría, igualmente, en un juicio equivocado acerca de la situación concreta que se tiene enfrente.

Su carácter de error inadvertido, ni siquiera en esta primera aproximación constituiría por sí solo el factor prototípico de la incoherencia. Porque el hecho de que se repita una y otra vez, hablaría de una inadvertencia de algún modo consentida. Y podría definir el factor común que hace de las tres actitudes ya mencionadas –necedad, cinismo e hipocresía– distintas formas o variantes de un comportamiento incoherente. Ya que el necio no entiende ni se da cuenta de ello, y no hace nada para salir de su ignorancia. El cínico no aprecia la diferencia entre hacer esto o aquello; pero en su descreimiento desestima apreciarla, aún a riesgo de no entender en profundidad ninguna cuestión, situación o persona. Y el hipócrita, al limitar su mirada e interés al aparecer de tal o cual manera, deja fuera elementos de la situación. En definitiva, la indiferencia persistente en el tiempo que comparten esas tres formas prototípicas de actuar, que les lleva a desestimar la ponderación de las circunstancias y personas involucradas en una situación que podrían llevar a actuar de una forma u otra, es lo que las hace incoherentes.

Otras formas de doble moral

El “haz lo que yo digo, pero no lo que hago” sin embargo, y en el contexto de la indiferencia a la que nos estamos refiriendo, parecería aludir a una actitud distinta de las anteriores. Remite a una escisión entre el decir y el hacer que, en algún punto, parece ser más consciente. A un no vivir como se piensa o dice creer, pero que se ve y admite. Lo que la deslindaría de la hipocresía. Pero, en la medida en que supone sostener valores que no se buscan vivir sino aparentar: ¿no desvincula al creer o pensar, del hacer? y ¿no transforma a quien adhiere a esa actitud en un hipócrita, un necio o un cínico, pretenda o no serlo de forma consciente?

Sucede, a veces, que vivimos –o intentamos vivir– como pensamos. Pero confundiendo nuestro intento con el hecho de haberlo conseguido. Confusión que amerita preguntar si mi intento por vivir como pienso es sincero, si va acompañado de un pensar como vivo y un contrastar lo uno con lo otro. Por otra parte, en la medida en que situarse en el pedestal de lo logrado conlleva cierta presunción que puede llevar a juzgar a otros con la rigidez o crueldad de quien es incapaz de ponerse en su lugar –exigiendo al otro lo que no se exige a sí mismo o desatendiendo sus circunstancias particulares– ¿no ameritaría incluir en la pregunta anterior?, además, ¿si pienso cómo pienso?, ¿si me pregunto cómo pienso?

Finalmente podría decirse también que están –o estamos– los que intentamos vivir como pensamos, pensar cómo vivimos y pensar cómo pensamos, pero ¿reconocemos nuestros defectos y puntos ciegos, respecto aún de los valores ideales en los que decimos creer? ¿O nos auto ocultamos todo aquello que no nos devuelve esa imagen –pura e ideal– que tenemos de nosotros mismos? ¿Incluimos, en nuestro intento por vivir como pensamos y pensar cómo vivimos y pensamos, el intento por ver –para superarnos– más allá de lo que vemos? También podría enunciarse así: ¿nos preguntamos y respondemos con autenticidad sobre lo que decimos intentar vivir, pensar, creer y hacer? ¿Tanto en relación a nuestro ideal como con nuestra acción y nuestra comprensión de ambas cosas?

b. Incoherencia y mediocridad

En el contexto de la Argentina de principios del siglo xx, José Ingenieros escribió El Hombre Mediocre5 ante una sociedad vernácula que –a juzgar por sus escritos– ya mostraba rasgos idiosincráticos limitadores y preocupantes. Al hacerlo, caracterizó comportamientos y actitudes que resultan útiles para nuestra aproximación sobre lo que sea la incoherencia.

Ingenieros distingue la mediocridad de la nobleza de espíritu. Atendiendo al temple que muestran las conductas, a la calidad humana que les da origen y al tipo de hombre que las conductas expresan que se pretende ser. De ahí que adjetive la mediocridad del hombre y no al revés. Es el hombre, para él, quien es mediocre. Y lo que lo diferencia del hombre noble es su actitud. Pero, ¿qué actitud? Una actitud que por un lado habla de una dirección vital que orienta y rige las distintas dimensiones de la propia vida; y por otro que se deja ver en rasgos concretos de conducta. Actitud y orientación vital –o no– hacia lo cualitativo que hace de unos, espíritus nobles; y de otros mediocres. Los hombres mediocres –dice– se rigen por la cantidad y muestran conductas apáticas y calculadoras. Los hombres nobles, en cambio, rigen sus relaciones con las personas, las cosas, la naturaleza y consigo mismos por la cualidad. Y muestran rasgos idealistas, entusiastas y generosos.

¿Qué diferencias cualitativas distinguen al espíritu noble del mediocre? Analizando los escritos de Ingenieros, es posible identificar cinco formas. La primera es la independencia de carácter y de criterio. Independencia que “se apoya en el sentido de la propia dignidad”, en “la hidalguía que surge de ser el supremo juez de sí mismo” y “en el honor que dispensa el mérito”. Razones que, en la medida en que surgen de una hostilidad hacia los dogmatismos, entiende que salvan de la vanidad y la presunción.

El convencimiento para actuar –segunda distinción cualitativa del espíritu noble– acompaña el dejarse regir por la propia conciencia. Lo cual es expresión para Ingenieros de un carácter inventivo (inquisitivo, indagador, innovador y disruptivo diríamos hoy) que es, justamente, lo que lo salva de la vanidad, la presunción y la irrealidad. Y que se opone al imitativo y vulgar del mediocre. El cual, “incapaz de concebir una perfección o de formarse un ideal (...) no entiende al idealista ni al mundo en que este habita”. Falta de entendimiento que explica, por otra parte, que el mediocre suela ver y calificar al noble como presuntuoso o irrealista. Pero también su incapacidad de distinguir situaciones, afincarse en su convencimiento y salvarse de su propia vanidad y presunción. Es decir, de todo aquello que lo mantiene –aludiendo a la imagen de Platón– en la cueva y de espaldas, viendo solo las sombras de una realidad que es incapaz de percibir en sus sentidos más profundos.

La lealtad en la conducta explicita el tercer rasgo de la nobleza de espíritu que destaca Ingenieros. Lealtad para consigo mismo y los demás que se corresponde con la búsqueda por profesar los propios ideales con ilusión y apasionamiento. Lo que habla de un intento por vivir como se piensa y cree que distingue sustancialmente al idealista del carente de ideales y convicciones. Del que solo pretende parecer.

De ese empeño por vivir como se piensa, se desprende la cuarta actitud que distingue al noble: el respeto y la tolerancia que prodiga hacia los demás. Cualidad de trato que surgiría naturalmente de valorar en los demás lo que se considera una virtud a vivir de forma propia y personal: la firmeza de convicciones adquiridas. Podríamos también decir, de aplicar para con los otros la vara que se valora y admite para sí.

Escuchar las lecciones de la realidad y dejarse educar por ella es la quinta actitud que, para Ingenieros, indica nobleza de espíritu. Cualidad que ve en quien anhela ser mejor, no infalible y que incluye entender dos cosas; por un lado, que la virtud implica la capacidad de rectificar: de reconocer los propios errores y considerarlos una lección para sí y los demás. Y por otro lado, la firme rectitud respecto de la conducta ulterior. Expresión de la tensión real y vivida (el compromiso) hacia lo que se concibe como una perfección o ideal.

“Los más grandes espíritus –dice y referimos aquí por último– aunque excepcionales, son los que asocian las luces del intelecto con las magnificencias del corazón” en lo que identifica como una preferencia por el bien. Reunión de lo intelectual y lo emocional que barrunta el núcleo de la perspectiva desde la cual mirar y juzgar de forma coherente. Búsqueda que recorrerá todo el trabajo y que enfocaremos de forma explícita en los capítulos finales.

El desafío de superar la incoherencia para una convivencia sostenible

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