Читать книгу El desafío de superar la incoherencia para una convivencia sostenible - Gustavo Caputo - Страница 9
Оглавлениеc. Cuando inconsciencia, inadvertencia e indiferencia
se combinan
“Le temo más a la indiferencia de los honrados
que a la maldad de los corruptos”.
Martin Luther King
La persistente indiferencia que comparten la necedad, el cinismo y la hipocresía hacia las circunstancias, personas o acciones posibles de una situación –decíamos en el apartado previo al anterior– es lo que las hace incoherentes. Su escepticismo práctico. Sea o no teórico.
El problema con tal tipo de escepticismo es que en la medida que lleva a esgrimir razones sin un compromiso genuino por actuar o vivir de acuerdo a ellas, transforma el decir y hacer en un juego, en el que entender, razonar y argumentar coherentemente, termina dejando de ser importante y dando paso al fingimiento y la verosimilitud. Esto, mezclado con la falta de ponderación de circunstancias, personas y posibilidades concretas de acción, da lugar a distintas formas de incoherencia que tienden a combinarse y potenciarse.
Cuando el verdadero motivo por el cual se sostiene una posición –lo que realmente le importa a uno– queda vedado, oculto u olvidado, ¿no se obtura también la posibilidad de detectar algún matiz –lo vea quien lo vea– que enriquezca el análisis o muestre su relevancia para con la situación? Perder de vista el contenido concreto, por otra parte: ¿no deja atrapado al sujeto en su propia visión? ¿No transforma fácilmente su mirada –al desentenderse de los detalles de la cuestión que podrían no validar la propia posición– en individual en el sentido de opuesta a toda posibilidad de ser compartida? Y esa indiferencia hacia todo lo que no refuerce nuestra posición, por otra parte, al conducir a desconsiderar visiones ajenas ¿no deja de ser tan inocente?
La actitud teatral, que se deslinda de toda referencia ¿no muestra además que quien la esgrime es capaz de trocarlo todo con tal de conseguir lo que pretende? ¿No revela una lógica que, se advierta o no, tiende a justificar cualquier medio que permita alcanzar el propio objetivo? Y justificar los medios por encima de cualquier argumento, circunstancia o persona, ¿no deja a los mismos medios –y aún al fin que se supone que éstos buscan– sin referencia ni límite? ¿No los desliga de todo contenido de razonabilidad?
La inadvertencia, devenida en una persistente inconsciencia, se ve insuflada de doble moral. Al hacerse capaz de ver y decir solo lo que conviene o es bien visto –aún sin creerlo ni practicarlo, sino solo sostenerlo con tal de conseguir lo que busca– ¿no abandona toda vara para pasar a medirse de forma equívoca o inconsistente? ¿No queda desligada de todo criterio? Ya sea que se vista de cinismo, necedad, simulación o doble moral, la inadvertencia inconsciente: ¿no termina resultando en alguna variante de la hipocresía o teatralidad que al regirse por un como sí, abandona cualquiera regla?
Desde este último punto de vista, la noción de mediocracia propuesta por Ingenieros, aporta una rica descripción de la desintegración en la que cae una sociedad al perder los parámetros contra los cuales medir palabras y actos. “Cuándo la dignidad aparece absurda y ridícula”, dice, “la domesticación de los mediocres ha llegado a su extremo”.6 Cuando “el ignorante se cree igualado al estudioso, el bribón al apóstol, el boquirroto al elocuente y el burdégano al digno (...) desaparece la escala del mérito”. Se produce una “oprobiosa nivelación de villanía” en la que “la mentira proporciona denominaciones equívocas” y “los que nada saben creen decir lo que piensan”7. Cuando “se conviene en llamar urbanidad a la hipocresía, distinción al amaneramiento, cultura a la timidez, tolerancia a la complicidad (…) ya nadie puede volar donde todos se arrastran”.8 Bosquejada ya la incoherencia como actitud vital, intentemos seguir delineando sus rasgos conductuales más prototípicos.