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CONTRA UN VARÓN

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(Boxeo vs full contact)

Quería demostrar que, a pesar de ser mujer, con la técnica los podía igualar.

Tal era la fama que se me había hecho –a nivel interno, se entiende- que en el Polideportivo La Paz comenzaron a acudir no sólo más alumnos, sino que a diario venían bandas de pibes, en teoría con la idea de mirar los entrenamientos, pero en el fondo con el objetivo de desafiarme, ya sea por un antojo personal de alguno, o a veces, por alguna picardía de los chicos, de mandar al frente a alguien contra mí y luego mofarse.

Pibes de 16/17 años, adolescentes grandes en grupos, se quedaban al costado como para comprobar si era cierto lo que se decía, hasta que Ramón los invitaba a hacer algún round de exhibición conmigo, adivinando sus intenciones. Y si no, directamente ellos encontraban a un “candidato” para mandarlo a probarse y experimentar en carne propia las bondades del arte del full contact, para regocijo de los presentes.

Tras algunos movimientos, con alguna patada, o alguna mano bien puesta, los pibes terminaban contra algún rincón, alguna pared, o simplemente, al sentir los primeros golpes se rendían y se iban, en medio de las risas de sus amigos y la admiración de algunos otros, que se iban dando fe de lo que habían ido a ver.

Eso sucedía a diario, semanalmente. Siempre se repetía una situación similar, salvo una vez, que vino un pibe más grande, que además sabía algo.

Vino con “mala leche”, a lastimar, y al comenzar a pelear tiró patadas fuertes.

Hicimos un round, yo lo aguanté, pero al finalizar la primera vuelta, Ramón le dijo: ahora hacé con éste: y le puso a César, su hijo, con quien yo ya había dejado de medirme, porque a eso de los 12 ó 13 años, cuando César empezó a desarrollar, la potencia que tenía en sus patadas ya era demasiada.

Y bueno, en pocos movimientos César lo hizo arrodillar, y entonces Ramón le hizo ver que si quería pelear en serio no era de hombres hacerlo contra una mujer, encima en ventaja de peso. Si quería pelear, que lo hiciera contra alguien como él. El pibe pidió perdón y se fue.

Por eso de vez en cuando Ramón recibía desafíos de otros lados para enfrentar a algunas chicas. Pero un día, el desafío que le llegó fue para enfrentar a un muchacho que practicaba boxeo.

Era para ir a Las Lomitas, a 300 km de Formosa. A 6 rounds, de 2 por 1, y nos pagaban.

Él 19 años, y 57 kg, con boxeo. Yo 17 años –ya era campeona sudamericana de full contact desde los 14-, 53 kg, con mi deporte, el full.

Fue la primera y única vez que enfrenté oficialmente a un hombre, sin tener en cuenta los entrenamientos, claro.

En el 1° round el pibe me metió una derecha y me sentó de culo, literalmente. Me sorprendió. Me quedé atónita. Fue casi sobre el final del round, por lo cual terminó enseguida.

El pibe volvió al rincón sonriendo, como canchereando, como subestimando la situación de pelear contra una mujer, y como si fuera una fácil tarea.

Al volver yo a mi esquina, Ramón me dice: “está agrandado, se te va a venir a definir ciegamente, lo agarramos con el giro. Acordate, con el giro de derecha lo agarrás. Y así hice.

Con un giro de mano derecha lo agarré con el codo y lo corté en la ceja. Y ahí nomás volví a girar y con el otro puño, el izquierdo, lo calcé en la nariz. Lo sangré todo.

Así ensangrentado el árbitro la detuvo para preguntarle si quería seguir, pero el pibe le dijo que no y se retiró. Gané por KOT 2. Nadie lo podía creer, y menos teniendo en cuenta cómo empezó la pelea.

Pobre, se ve que el pibe ahora es algo en Formosa, funcionario, o no sé qué, porque un día, estando con Sergio Massa allí, uno de sus asistentes me dice: “allá hay un muchacho que no tiene un buen recuerdo tuyo, ja”. Yo me pregunté quién era, qué habré hecho, porque de entrada no lo relacioné, hasta que este hombre me aclaró que el mal recuerdo era deportivo, porque una vez habíamos peleado y le rompí la nariz.

“Ah, ya sé quién es”, le dije sonriendo. Pero al final no pude verlo. Hubiese querido ir a saludarlo y pedirle disculpas. Espero no me guarde rencor.


Octubre del ’97, antes de ser boxeadora, y de pelear contra Martin, en una nota cuenta sus victorias frente a los hombres, donde el de la presente anécdota está incluido.

Para entonces, ya Ramón era mi novio o, mejor dicho, mi pareja, porque estábamos juntos conviviendo. Una historia que vale la pena contar, que es más allá de lo deportivo, el corazón y el eje central de mi vida.

Porque creo que el boxeo, los títulos mundiales, la fama y demás son consecuencias de mi relación con Ramón.

Varias veces me pregunté, y me preguntaron si de no haber sido por él yo hubiese sido no sólo campeona mundial de boxeo, sino boxeadora. Y una y otra vez me respondo que no.

Sin dudas. Yo sin Ramón no sólo no hubiese sido campeona, tampoco hubiese sido boxeadora.

Y sin mí quizás aún no hubiese existido el boxeo femenino acá en Argentina, que tantas trabas tenía y tanto me costó hacer que se reglamente, en la lucha más grande que afronté en mi vida, porque fue torcer las conciencias, las costumbres, las creencias –incluso científicas- de mucha gente, de toda una sociedad que pensaba que la mujer no podía pelear, que no podía boxear, y que argumentaba que los golpes en las mamas traerían consecuencias.

Que también sucedería lo mismo con la maternidad, que podría ser factor de innumerables abortos, y qué sé yo cuántas cosas más, que luego se comprobaron que eran simples mentiras.

Excusas machistas y conservadoras para prohibir algo que no les gustaba, o que no aceptaban. Prejuicios y tabúes que se escondían detrás de la ciencia, o de la opinión supuestamente especializada, para poder imponerse sin ser cuestionados, para evitar cualquier discusión alguna.

Era un modo camuflado de represión, tan grave y comparable a la de los abolicionistas del boxeo, que siempre usan como caballito de batalla a la salud humana, a los golpes, sin ver la parte positiva, que es el desarrollo físico y mental, la contención social, la canalización de la agresividad, el respeto por las reglas aún cuando te vaya bien o mal, la obediencia, sin contar la salida laboral que eso trae aparejado, más la posible gloria, la fama, y más allá de eso, la protección a la que está sujeto todo púgil, ya sea abajo como arriba del ring, por las equivalencias, por las reglas, y por las autoridades deportivas.

Guardo recortes periodísticos de lo que digo, e incluso de calificadas y prestigiosas personalidades y comunicadores sociales, que –como dije- abusando de su chapa aprovecharon para bajar una línea acorde con sus gustos, pero tan fuera de la realidad que rozó lo abolicionista, la censura, y atentó contra la libertad de trabajo, de expansión y desarrollo físico y cultural.


Cocinado en su tinta, el periodista Ulises Barrera se pronuncia en contra del boxeo femenino, argumentando entre otras cosas: “Una mujer tiene glándulas mamarias, valores estéticos, valores alimenticios, no hay protector que amortigüe los que caen en su plexo. El tiempo va a demostrar que el boxeo femenino es un tremendo error y no quiero pensar en caras desfiguradas” . Sarasa. Pasaron 14 años y ninguna mujer falleció en un ring, ni quedó mal. La Tigresa ya se retiró campeona y victoriosa, y el boxeo femenino marcha viento en popa, con 16 campeonas mundiales argentinas. Ulises falleció en diciembre de 2005, sin poder comprobar que el equivocado era él.


En la misma nota, pero publicada por otro medio que extrajo otras declaraciones, afirma en la bajada del título: “La Tigresa Acuña no tiene la menor idea de lo que es el boxeo”. También el tiempo desmintió al periodista.

Pero no guardo rencores. Simplemente aprendí a estar alerta y a no confiar en nadie sólo por su chapa, reputación, nombre, o cargo, y a cambio tratar de ver más la realidad tal como es, sin prejuicios.

Ni los fundamentos a veces alcanzan si estos son sólo palabras incomprobables, a las que hay que aceptar como un dogma por venir de determinado lado, o de determinada persona. “La única verdad es la realidad”, decía Perón*, y en este caso se cumple, aunque verdad y realidad no siempre son la misma cosa.

* La frase pertenece a Aristóteles, aunque la acuñó y popularizó Perón.

Pero volviendo a mi última pregunta, definitivamente no. No hubiese sido boxeadora sin Ramón. Y de haberlo sido, no creo que hubiese sido campeona mundial.

Ni siquiera hubiese sido “La Tigresa” Acuña, apodo con el que me bautizó él.

A decir verdad, no sé qué hubiese sido de mí sin él. Tal vez hubiese estudiado, me gustaba la abogacía –que estoy estudiando ahora, de grande-, la sicología, no sé.

Soy constante, buena estudiante, tal vez me hubiese destacado por eso, pero no en los deportes. En deportes no había ninguno que me gustara, como les sucede a otras, que tienen aptitudes y destrezas para todo. Yo no. Ni el fútbol, ni el tenis, ni el básquet. Nada. Sólo los deportes de contacto me gustaban, y para practicarlos.

Por aquel entonces ni como entrenadora me veía, porque pensaba que no podía enseñar. Sólo estaba para aprender y ejecutar, pero no enseñar, no. No me gustaba hacerlo. Hoy en día todo eso cambió.

Hay quienes dicen que cuando alguien es campeón mundial, esa semilla la lleva adentro y en lo que sea, se destacaría. Yo lo dudo. No me veo otro destino, u otra forma de consagración, incluso en algo ya existente de no haber sido porque Ramón puso su gimnasio en la esquina de mi casa.

Y digo más: creo que el hecho de que el boxeo femenino no existiera fue algo que reforzó mi meta, que acrecentó mis ansias de triunfar en él -aunque confieso que varias veces estuve a punto de tirar la toalla, algo que ya contaré en su momento- y esto lo pienso luego de repasar todas aquellas cosas en las que fui pionera, primera, o única en mi vida. Por ejemplo:

La licencia Nº 1

La primera campeona argentina.

Primera campeona mundial del país.

El KO más rápido en el boxeo profesional (a Patricia Quirico), al menos en la era moderna, porque en la antigüedad no era confiable y al no quedar grabadas algunas peleas no pueden comprobarse.

El KO más rápido en el Luna Park por título mundial (42 segundos, a Daysi Padilla).

La primera deportista en participar en el Bailando de Tinelli.

Estando en actividad política, la primera en defender el título mundial (4 veces).

La primera boxeadora que hizo un documental sobre su vida, siendo la protagonista real.

La primera mujer que unificó sus títulos mundiales.

Alguna de esas cosas y otras que tengo y no vienen a mi memoria quiero averiguar cómo hacer para ponerlas en el libro Guinness de los records.

Tigresa Acuña. Alma de Amazona

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