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De la clínica en Musicoterapia en tiempos de aislamiento. Un texto de emergencia
ОглавлениеEstas líneas son escritas en tiempos de pandemia, de distanciamiento social obligatorio, en tiempos en los que el contacto físico está disminuido o neutralizado, en tiempos en los que a muchos profesionales de la salud nos han pedido que brindemos prestaciones desde dispositivos electrónicos y, pantalla mediante, tentemos algún tipo de afectación saludable con quienes atendemos.
El tiempo y la corporeidad son justamente dos de los tantos factores que instalan diferencias en esta nueva vincularidad para la clínica. ¿Cómo hacemos música con otras personas en este contexto dominado por la latencia? ¿Qué hacemos con la incomodidad y el fastidio que esto nos produce? ¿Qué clínica musicoterapéutica podemos pensar desde ahí sin negar ese malestar de época? No podíamos escribir fuera de este tiempo. No podíamos proyectar estos párrafos fuera de esta vivencia que nos perturba, no podíamos pensarnos dentro de una clínica conocida o ideal que ya no sabemos si volverá a darse, no podíamos negar la explotación sobre nuestros cuerpos por un neoliberalismo que nos sujeta hasta en lo más íntimo de nuestro hogar y, no obstante esto, necesitábamos componer algunos caminos posibles si es que queríamos seguir ejerciendo nuestra querida práctica clínica en este contexto. Las tecnologías devinieron en una prótesis fundamental para el proceso terapéutico. No podemos llegarnos sin las múltiples plataformas de tele-asistencia, no podemos componer con otros sin los software de edición musical, ni siquiera podemos vernos las caras sin algún dispositivo a disposición.
En estos tiempos las palabras “distancia” y “pantalla” toman un protagonismo impensado hasta el momento y, resignificándose en tanto su uso en el territorio de la clínica musicoterapéutica se hace cotidiano, van siendo transitadas por sentidos diversos e inestables, proceso que parece propio de este escenario en el que la materia expresiva se torna disponible al sentido.
En esta trama compleja y cargada de incertidumbre, la pantalla oficia de membrana por cuyos poros transita, de un lado al otro, un discurso cuya materialidad dispuesta al sentido diverge, cambia en su formación y propone acontecimientos. Esas mutaciones nos interpelan, no exentas violencia. Una virtualidad violenta.
Materia disponible “que es susceptible de percibirse por los sentidos (...) no es posible percibir sin formalizar y, recursivamente, la formalización implica percepciones, aun siendo éstas objetos simbólicos. Hablamos de estética como la posición desde la que vemos el acontecer estético y, circularmente otra vez, la estética determina una posición de percepción.” (Rodríguez Espada, 2016 p.101)
La imagen, los movimientos, los gestos, las duraciones, el sonido, la interferencia, el espacio, las posibles relaciones, operan como puntos de apoyo desde los cuales “ubicarse en posición ventajosa para observar” y describir realidades posibles, estados de cosas.
Pero explicar los fenómenos estéticos (…) implica, en principio, un cartografiado de los mismos mediante una descripción, la cual nos pone en serias dificultades pues se trata de dibujar un mapa en la superficie del agua. La superficie, el lenguaje sobre el que se hace el cartografiado condiciona nuestro relevamiento. (Rodríguez Espada, 2016 p. 102)
En tal relevamiento algo se pierde, un resto que queda fuera del lenguaje, la descripción es una aproximación posible, “el mapa no es el territorio”, dirá Bateson (1976, 1997). La teoría del Pensamiento Estético en Musicoterapia ofrece la posibilidad de elegir y asumir el compromiso ético de velar por ese resto desde la adisciplina estética sabiendo que dicho pensamiento está inserto en una trama social disciplinante.
Si el lenguaje ya condiciona nuestro relevamiento ¿qué sucede cuando le quitamos una dimensión? Ahora relevamos, describimos, percibimos mediados por la pantalla, en dos dimensiones.
¿Cómo lidiamos con esa tercera dimensión en ausencia? ¿Se completa en diferido? ¿En simultáneo? ¿En ambos lados de la pantalla y luego se reenvía?
¿Permanece como una ausencia? ¿Es lo perdido una forma de la melancolía inoperable?
Y en algunos discursos institucionales con pretensiones instituyentes, lo negado, o acaso forcluido.