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El modelo como disciplinamiento social
ОглавлениеEl desarrollo de prácticas de intervención en Musicoterapia ha sido dispar en el mundo, tanto por sus fundamentos teóricos, como por su aplicación en diferentes poblaciones y culturas o el apoyo económico recibido para investigación y aplicación concreta. Los esfuerzos de los colegas por reunir, unificar, generalizar y, por qué no, hegemonizar, han tenido sus frutos concretos en una definición “oficial” de nuestra práctica que se revisa periódicamente:
La musicoterapia es el uso profesional de la música y sus elementos como una intervención en ambientes médicos, educativos y cotidianos con individuos, grupos, familias o comunidades buscando optimizar su calidad de vida, y mejorar su salud física, social, comunicativa, emocional e intelectual y su bienestar general. La investigación, la práctica, la educación y la instrucción clínica en la musicoterapia se basan en estándares profesionales acordes a cada contexto cultural, social y político (WFMT, 2011)
Esta definición, avalada por la World Federation of Music Therapy (WFMT), como toda definición generada en una organización de aspiraciones globales, universalistas y generalizadoras, apela a la más rigurosa de las tibiezas para contemporizar divergencias teóricas, técnicas y políticas de sus miembros y representados, eludiendo menciones que pudieren producir asperezas, objeciones o exclusiones. Nos es necesario entonces profundizar en aspectos técnicos, teóricos y políticos vinculados a la salud, especialmente en un enfoque del abordaje clínico que piense a la subjetividad como producción de una diferencia posible y necesaria, como emergiendo o mejor, aconteciendo en un borde decisorio y atravesada, condicionada, por la pluralidad de las relaciones sociales, como menciona Elorza (2010), siguiendo a Laclau. En esta línea de trabajo es que la noción de discurso en el ejercicio clínico de la Musicoterapia se constituye en el núcleo del entramado teórico en el que se basan nuestras prácticas y desde donde decimos, siguiendo a Claudia Banfi (2011), que todo modelo es una situación disciplinante que invitamos a discutir.
Para comprender y construir una posición desde la cual revisar las ideas y las políticas ligadas a la concepción de Modelos en Musicoterapia, y acaso no solo en nuestro campo; mencionamos un momento de institucionalización de tal idea, el IX Congreso Mundial de Musicoterapia que se realizó en 1999 en la ciudad de Washington, Estados Unidos, hubo allí un ordenamiento del discurso musicoterapéutico, es decir de nuestro Saber, por parte de la cúpula de la WFMT, instituyendo en la comunidad de los musicoterapeutas de todo el mundo un conjunto de cinco modelos teórico/técnicos, a los que sin dudas podemos llamar oficiales. No nos detendremos en sus particularidades, dada la vastísima bibliografía que ya lo hace, pero sí en una lectura crítica y necesaria de estas construcciones.
Ya menciona Barreto un perfil del proceso de modelización:
(...) los representantes de la epistemología musicoterapéutica de la concepción heredada, a través de la elección de este “uso” del concepto de modelo: Imponen una universal premisa, la Primacía del Método sobre la teoría. No asumen la proliferación de modelos, y también la invisibilizan. Reducen el número de proliferación de modelos, con pretensiones de universalizarse, oficialmente (ejerciendo el criterio de autoridad). Ocultan la naturaleza provisoria de los modelos. (Barreto, 2010)
Si bien extraoficialmente varios integrantes de esa organización reconocieron la existencia de otros tantos desarrollos teóricos y prácticas musicoterapéuticas aceptadas en diferentes países, convinieron también en un acto político de homogeneización, inevitablemente coherente con una época del mundo en la que el pensamiento global resultaba, y aún resulta, un vehículo útil para el establecimiento de hegemonías, siempre favorables a un Orden de las cosas, e inevitablemente de los negocios.
La modelización de nuestro ejercicio profesional no solo produce un evidente ordenamiento en el sentido de la formación profesional y el flujo económico que deviene de ella, sino que también se disponen, se tornan visibles, concepciones de salud, sujeto y sociedad en las cuales estos modelos son aplicables y, aceptemos, efectivos. Por cierto, ningún desarrollo de los mencionados nace fuera de un contexto histórico-social y de una ubicación de clase, y se desarrolla en la atención a ciertas necesidades, también de clase, a cierta tipología de pacientes-clientes, en sociedades desarrolladas: USA, Canadá, UK, Francia, o bien en espacios sociales dominantes, como ocurrió en Argentina. Ninguno de estos modelos oficializados emerge como respuesta a una lectura de necesidades de sectores sociales excluidos, aunque a cincuenta años de sus inicios haya colegas que los aplican, o lo intentan con convicción, en realidades para las que no fueron creados: la pobreza, la marginalidad, los indignos arrabales del Capitalismo.
No es menos importante revisar la concepción modelizante desde algunas posiciones teóricas, Claudia Banfi ha realizado ya este trabajo señalando la condición de Obra, sin para qué, de la música, sin utilidad, en tanto Arte. (Heidegger, 1992, Rodríguez Espada, 2001) Y por tanto capaz de esa apertura que nos dispone a la libertad, a las posibilidades emancipatorias, de deconstrucción disciplinar, que es la propuesta de disolución de una estética rígida que sostiene el padecer. Y que es una mención ético- política a favor de lo posible.
Cualquier música que en su forma de manifestarse diluya los contornos en que estaba confinada una identidad sufriente es música de musicoterapia. Todo sonido o gesto cuya inutilidad (en el sentido del reconocimiento del objeto artístico como desprovisto de toda función, libre de servidumbre, “soberano”) juegue una carta de transformación, es acto musicoterapéutico. Cuando un paciente de musicoterapia encarna la libertad de crear una forma de sonoridad que cuestiona su matriz conocida o previsible, hay acontecimiento. Estar escuchándolo allí donde él (se) inventa, encontrarlo en ese instante de intensidad es nuestra ética. (Banfi, 2007)
Esta disposición, rigurosamente poética, como nuestra colega lo señalara, es, precisamente, un enunciado de salida, de apertura de toda idea de modelo. Esta posición, que compartimos, y que entiende a nuestra práctica profesional como entramada en una ética siempre orientada a la producción de libertad; también deja a la vista, como consecuencia de ello, las posibilidades de clausura de toda ética normativa, devenida de un sistema (modelo) que orienta su producción a un formato subjetivo dado y entendido como saludable o normal.
Los modelos en Musicoterapia, y acaso en otras prácticas del campo de la salud, responden a un orden social