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Cuerpo-objetos-mirada

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El desafío es sostener diversas formas de encuentro, en los cuales trazamos mapas que no son fijos, cartografías que se arman y rearman de tal manera que la materia expresiva se ofrece y dispone como textura vincular de andamiaje que se reedita en el discurso a partir de la experiencia.

Si el discurso, luego de ser percibido y formalizado deja una huella, imprime el cuerpo, la huella de dos dimensiones, producida por ese discurso de pantalla, en el que algo se ha perdido, ausencia fastidiosa si las hay, ¿qué cuerpo deja? ¿Es lo mismo una consigna verbal, pedido, pregunta, incentivo, invitación, orden, límite o connotación verbal o sonora, acuse de recibo de la escucha, contacto ocular en dos dimensiones, o en tres, que dar la mano? ¿El desplazamiento del propio cuerpo en el espacio, ahora a negociar con la cámara, el plano de la imagen, la proxemia en sesión, es lo mismo que la distancia de foco? ¿Un plano cercano y/o un beso o un abrazo? Aquí, todos sabemos que no lo es, pero ¿en dónde radica exactamente esa diferencia?

Compartir un objeto físico o virtual no parece ser lo mismo. La mano que agarra, tensiona, aprieta, desliza. ¿Dónde trazar una frontera, primaria al menos, borrosa, móvil, en la que el lenguaje fuere soportado por la materia significante que fuere, diverge entre las dos y las tres dimensiones? ¿Hay una bifurcación?

¿Qué cuerpo-discurso es posible? ¿Cómo tramitamos los S. musicoterapeutas ese cuerpo sin temperatura, sin olor, sin textura, comprimido y recortado en su espacialidad, ecualizado en sus movimientos a partir de las posibilidades técnicas de desplazamiento de un teléfono-cámara-ojo que recuerdan la estética de von Triers del Dogma 95?

Planteamos el discurso en tanto transcurso durante el cual, en tiempo presente, el sujeto se enuncia y se denuncia presente a través de su expresión en presencia de otro: y esta operación implica vínculo, implica y necesita de otro. Arma presencia y presente al hacerse oír, al apropiarse del discurso en tiempo y espacio habitándolo, transcurriéndolo. En palabras de Verón (1987): una subjetividad definida desde el discurso (...) el transcurso de una temporalidad en un presente actualizado por el sujeto (Perea, 2008, p.90)

Fastidia la ausencia de lo que nos es (¿era?) tan necesario a los musicoterapeutas para formalizar lo percibido. Hoy las posibilidades de análisis e intervención se dislocan: se juegan en lo sonoro, en lo gestual que atraviesa la pantalla, membrana porosa a la percepción, pero membrana filtrante al fin. Hay un costo, hay algo que se pierde. Y también es ese disparatar la escucha que pide Perea, o más extensamente, disparatar la percepción y entonces volver al escenario musicoterapéutico; atravesar el territorio del fastidio y volver a trazar distinciones posibles, co-construir con el otro, otro lenguaje, aquellos signos compartidos.

Y aquí es necesaria la parada ética musicoterapéutica, que desde el concebir estéticamente al Sujeto (S) y a nuestra práctica, nos invita a sostener que Hay otro allí, tal vez del otro lado de la pantalla, o quizás en esa tercera zona, en el “entre” ambos lados de la pantalla, una tridimensionalidad diacrónica, en tiempos dislocados. Pero hay otro. Aún no sabemos qué formatos subjetivos nos depara este cruzar la frontera del fastidio, ese otro que nos espera allí.

Pensamiento Estético en Musicoterapia

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