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3. Tenía cara de Chivas Regal

Gabriel Infante había sido tan borracho, tan borracho, que hasta tenía cara de botella. Y fíjate que empezó a estar muy apegado a mí, profundamente apegado, quiero decir, a depender de mí ¿no? Quizá porque yo lo oía…

Entonces una vez trató de suicidarse. Entonces me habló por teléfono y me dijo que por favor cogiera un lápiz y un papel. Estaba llorando como loco ¿no? Y llovía horriblemente. ¿Sabes quién era la primera vez que me iba a visitar? El primer día que me iba a visitar Alexis Stamatis. Me iba a visitar esa noche por primera vez. Y había un aguacero así, torrencial, y luego, tú, que había estado llamando El Monje de Jalisco para contar que el capitán de las manos de chango ya no trabajaba en el restorán, que le había ido a mentar la madre y ya no lo encontró, que lo habían corrido o se había fugado con una de las putas, vete a saber, y yo no quería oírlo, pero al mismo tiempo me interesaba ¿no? El caso es que la comunicación se cortó. El aguacero era terrible, como los que salen en la Biblia ¿no? Y de pronto que suena el teléfono otra vez y digo ay, acompáñenme, porque aparte se fue la luz. Y les digo a Alexis, a las sirvientas, a todos, ay, acompáñenme a contestar. Entonces empezó a hablar Gabriel. Era Gabriel.

Con él, bueno, existían muchas cosas que nos unían. No amor, desde luego, no amor, sino más bien que él me platicaba. ¿Fuiste tú quien dijo que el amor es la más conversadora de todas las pasiones? Porque entonces sí era amor. Yo dejaba que él me platicara cuando estaba drogado hasta lo máximo ¿no? Y me platicaba, vaya si me platicaba. Hasta tuve unos problemones por su culpa, tremendos, porque vivía con dos mujeres, se lo compartían dos mujeres. Y de una estaba muy enamorado y de la otra sacaba mucho dinero. Entonces, de la que él estaba muy enamorado ¿como te diré? Bueno, era putísima, pero putísima, al grado máximo que te puedas imaginar. Entonces estaba muy enamorado de ella, pero fíjate que ella le decía que no podía vivir nada más para él, que a ella le gustaba ir con otros hombres ¿no? Él sufría muchísimo. Como el capitán peludo, tú, que hasta después supe que se llamaba Tarcisio y que se había fugado con Carmelita la Piernudita. La había raptado ¿no? Y vivían juntos escondiéndose de la pandilla. Y como él ya no podía regresar al restorán se hizo taxista. Bueno, eso decían, porque lo andaban buscando como desesperados ¿no? Parece que se había robado mucho dinero o unos papeles que podían llegar a valer mucho dinero. Y también decían que se quería casar con Carmelita y que ella le decía no te convengo, soy puta de corazón, de hormonas a flor de pubis, me da lo mismo hombre, mujer o mueble, te voy a engañar y no vas a poder soportarlo. Y que tenía una tarántula grabada, tatuada, en la cara interior de uno de los muslos, grande como una mano. Y el guapo guapo cuando salía con ella dice que se ponía calzoncillos erizables encima del cinturón de castidad, porque era devoradora, de sexo prensil. En fin.

Entonces Gabriel me estaba contando que la señora que le daba dinero le había hecho un drama espantoso, y que él le había pegado y que casi le había sacado un ojo. Entonces que le había ido a contar a su mamá. Esta señora le había ido a contar a su mamá, y su mamá era amante de no sé qué señor importantísimo. Bueno, y así. Fíjate que otra vez que me había hablado por teléfono habíamos quedado en que ya nunca más me iba a volver a hablar, porque ya me tenía atormentadísima ¿no? Entonces decidí quitármelo de encima porque me estaba enfermando de tantas cosas que me platicaba. Entonces el día de la lluvia y la tormentísima, quiero decir, el día de la lluvia y del apagón, que me habla, y cuando yo contesto, mi mamá estaba en el teléfono de arriba ¿no?, esperando que contestara para colgar ¿no? Entonces, cuando llego digo Gabriel, tú dijiste que nunca ibas a volverme a hablar. Entonces me dice es que necesito hablarte, acabo de tener un problema horrible con fulana, fíjate en lo que hizo fulana. Y me contó un drama espantoso. Entonces fíjate que mi mamá estaba oyendo todo por la extensión, y en eso que llega mi papá y me grita: sube corriendo. Entonces subí ¿no? Mi papá apenas se estaba desabrochando la gabardina y me dijo ahoritita mismo me dices quién es ese Gabriel. ¿Qué Gabriel? Pues el que te habló ahorita porque lo voy a ir a matar. ¿Cómo que lo vas a ir a matar? En este instante, porque tú sabes perfectamente bien que el honor se lava con sangre. Fíjate nada más. Era más bueno que el pan, pero insistía en que tenía sangre siciliana ¿no? Por eso el honor se lavaba con sangre, porque así acostumbraban sus antepasados ¿verdad?

Bueno, Gabriel me estaba platicando que esta muchacha le había ido a contar a su mamá que él era drogadicto, que siempre estaba drogado, que ella lo mantenía, que ella trabajaba en una casa de citas para poderlo mantener ¿no?, para poder darle el dinero que necesitaba. Total, aparte llegó deshecha de la cara por la golpiza que le había dado. Terrible ¿no? Y entonces imagínate la familia de esa muchacha que era superimportante ¿no? Y la mía. En cuanto oyeron esto imagínate el drama. Entonces él me hablaba para contármelo ¿no? Y para darme un recado para su otra vieja por si le pasaba algo ¿no? Pero aparte me habló para contármelo cuando estaba hasta las manitas… Se drogaba con cocaína y marihuana, porque en aquel tiempo no había lsd. Con cocaína y marihuana. Era un muchacho muy, muy inteligente. Aparte es muy guapo, tiene muy buen cuerpo, y es un muchacho que ganó una vez el campeonato nacional de carreras de automóviles. Ganó muchísimo dinero ¿no? Pero era de los de ¡Viva México! Verdaderamente no le importaba nada. Inclusive decía que prefería vivir cinco días drogado que veinte años de pendejo. O sea que era un drogadicto verdaderamente de corazón. Entonces mi papá, en cuanto supo de él, juró que lo iba a matar. ¡Urólogos despeinados!

Imagínate, para mi papá había dos clases de mujeres, nada más dos clases, categorías o géneros: las muchachas buenas y las prostitutas ¿no? Una muchacha buena, como yo, por ejemplo, nunca podía tener amigos que no conociera la familia, tenía que salir sólo y exclusivamente con un hombre de quien tenía que mantenerse alejada sin, como decían las sirvientas y uno que otro cuate, caldear. A mis amigos los tenía que conocer en reuniones familiares, y nunca debía ir sola al cine, ni a bares, ni a fiestas. Para eso estaba mi hermano, para acompañarme. Incluso cuando salía con un muchacho me acompañaba mi hermano, tú. Mi padre oía música de Agustín Lara, y antes se iba a bailar con mi mamá al Ciro’s. También imponía la idea de los placeres masculinos y algunas noches se esfumaba porque había box o porque era viernes y tenía parranda con sus ruidosos amigos: Los Chicos Malos… Entonces me dijo que iba a matar a Gabriel. Juró y perjuró que lo iba a matar. Entonces fíjate que yo me sentí muy deprimida, terriblemente defraudada por mi papá y por mi mamá. Porque además nunca quise decir quién era ¿no? Ellos lo habían visto un par de veces, hasta habíamos salido juntos, pero eran muy olvidadizos para los nombres y muy confusos para relacionar nombres y caras. Esos muchachos serían siempre “mis amigos” y nada más. Total, Alexis se fue y nunca dije. Sabían que se llamaba Gabriel Infante pero no tenían idea de dónde encontrarlo ¿verdad? Entonces me sentí tan mal, tan mal, pero tan mal, tú, que me encerré en mi cuarto y empecé a llorar, a llorar a lágrima chapoteante, a llorar con los senos, con el cuello, a chorros por la nariz, por el ombligo. Y nadie me peló y seguí llorando toda la noche.

Entonces al otro día, en la tarde, yo seguía sin salir de mi cuarto, sin comer y llorando ¿no? Había abierto las compuertas del llanto y no había podido dormir en toda la noche. Entonces, cuando vi que toda mi familia se había ido, decidí tomar una pastilla para dormir… Esto que te voy a contar, por Dios que es como te lo voy a contar ¿eh? No trato de tapar nada, de cambiar nada. Así fue, creémelo… Entonces fui y tomé un fenobarbital, y eran como las tres de la tarde. Entonces tomé dos al mismo tiempo, pensando que así me harían efecto hasta el otro día ¿no? Para dormir y descansar. Entonces fíjate que a las dos horas vino una amiga mía a darme una invitación de su boda. Vino, me la dio, lloramos un rato. Porque era una muchacha con la que había vivido muchísimos años, y estábamos muy separadas por mis nuevas amistades. Cuando yo me hice amiga del guapo guapo y de Tito Caruso y de esas gentes, ella se separó de mí ¿no? Entonces cuando ella se fue pensé que se me había pasado el efecto, decidí que se me había pasado el efecto de los fenobarbitales ¿no? Y entonces me eché otros dos y me volví a quedar dormida.

Por cierto… Fíjate que esta muchacha ¿sabes quién? Mercedes, la que había sido novia de mi hermano… Bueno, iba un día con sus hijos por la carretera de Acapulco. Venía para México ¿no? Tenía dos gemelitos, preciosos, de cinco años, muy risueños y muy bonitos ¿no?, con dientes de conejo. Y de repente, tú, que aparece un tráiler en sentido contrario, apareció un camionzote en sentido contrario y que se va a estrellar sin remedio ¿no? Los embistió sin misericordia ¿verdad? Su coche era esport, chaparrito, de ésos, quién sabe cómo se llamen. El caso es que quedaron degollados, ella y los dos muchachitos. Para qué te cuento. Yo no quise ir al entierro ni al velorio ni nada. Fíjate que los enterraron en una sola caja y que soldaron la caja. Bueno, la atornillaron, la cerraron y encima de eso la soldaron. ¿Por qué a la gente le gusta mirar a los muertos? ¿Por qué dejan un hueco en la memoria, un agujero en la memoria?

Entonces, al rato, desperté. Me sentía perfecta, me sentía de lo más feliz. Sentía que todo había pasado, que el problema había pasado, Gabriel Infante había pasado, Alexis Stamatis había pasado, el guapo guapo había pasado. Así que me metí al baño, me bañé, me cambié de piyama, me puse el mejor piyama que tenía. Además pensando, siempre pensando, todo pensándolo. Quería ponerme lo mejor. Pensé que cuando llegaran mis papás todo iba a estar muy bien, porque pensé no hay problema ¿no? ¿Cuál es el problema? Pero fíjate que vi cuatro pastillas afuera del pomo. Eran cuatro. Entonces yo sin reaccionar ¿me entiendes?, sin pensar en nada malo, las cogí y me las tomé. Pero así como que pasas y ves un dulce y te lo echas, sin pensar que te puede hacer daño ¿no? Digo, después me enteré de muchísimas cosas que en ese momento no podía saber ¿no? Me las tomé y me fui tranquilísimamente… Y me volví a quedar dormida.

En el inter me había estado hablando una de Las Tapatías y le habían dicho que estaba yo dormida. Pero ella sabía que tenía yo un sueño que nada más con que rasguñaran la puerta, despertaba ¿no? Entonces la muchacha iba y le decía fíjese que la señorita está dormidísima, le toco la puerta y no me abre. Entonces ella, por intuición, se imaginó algo ¿no? Entonces fue por un muchacho con el que andaba. Era doctor, era pediatra, creo. Y fíjate que era muy chistoso porque siempre le trataba de lavar el coco a mi amiga. Tú no eres para salir con un solo hombre le decía, no, tú no, tú tienes que salir con varios porque es tu carácter. Entonces él mismo le hacía citas con otros para que ella saliera con dos al mismo tiempo. Hasta con un hermano suyo ¿no? Pero La Tapatía Grande era de lo más cabrona y no sé bien cómo estuvo, pero le hacía cosas reterraras a la gente. Por ejemplo, tú, trataba de que todas sus relaciones llegaran a que le pidieran que se casara. Y cuando eso sucedía, ella mandaba tranquilamente a la chingada a su pretendiente. Era como una apuesta con ella misma ¿no? Bueno, y en esa época ella salía con el doctor y con un amigo del guapo guapo que se llamaba Andrés… Mientras tú te echas uno, él se echaba tres. Bueno, así decía a cada rato.

Entonces se lanzó por ellos y llegaron a casa. Cuando los descubrí estábamos en la sala y trataban de despertarme. Habían intentado entrar en la recámara por una inmensa ventana que daba al jardín y la alberca, pero finalmente habían forzado la puerta. Entre Andrés y el médico me sacaron cargando y pasaron frente a la recámara de mis papás que estaban mirando no sé qué programa en la televisión y no se habían dado cuenta de nada. Me sacaron cargando y todo. Entonces Alberto, o quién sabe cómo se llamaba, empezó a darme café, empezó a enseñarme a caminar. Me preguntaba mi nombre y todo ¿no? Entonces empezó a tratar, en medio de mi dormida, a tratar de saber cuántas pastillas había tomado. La Tapatía Grande se preocupaba mucho y chillaba como gorrión, ay, gordita, estás muy dormida. Así me trataban, como loca. ¿Cuántas pastillas te tomaste? Y yo les decía: una. Y me decían no, gordita, creemos que te tomaste más de una. Y yo les decía dos. Y entonces pasaba un ratito y me decían gordita, creemos que tomaste unas cuantas más… Tres te has de haber tomado. Cuatro te has de haber tomado. Y yo les hacía señitas de que no, con el dedo les decía que no, que más de tres, que más de cuatro. Total, hasta que fui un poco ligando ¿entiendes? Entonces resultaron muchísimas, Se asustaron en serio, porque me parece que la dosis para envenenarte es de diez pastillas. Diez es la dosis suficiente para envenenarte y yo me había tomado ocho. Y entonces me hicieron jurar que cuando ellos se fueran me iba yo a meter a mi recámara, y que de allí no iba a salir sino hasta el otro día. Que debía procurar estar de lo más tranquila y que debía ponerme a leer. Total, les dije que sí ¿verdad? Entonces me metí en la recámara, ya bastante dormida…

Ya tenía yo dos días encerrada, dos días, y de pronto mi mamá entró en mi cuarto, Ella no se había dado cuenta de que estaba encerrada ni de que habían venido Andrés, Alberto y La Tapatía Grande. Increíble, pero de nada se había dado cuenta. Entonces entró al cuarto. Rarísimo en ella porque es una gente tan dura, tan dura, que imagínate que vio los cadáveres degollados de mi amiga y sus hijos y dijo mira qué inocentes se ven, si hasta están todavía quemaditos, qué bueno que se van juntos al cielo. Y los cadáveres estaban sin cabeza ¿verdad? Era tan dura que te podía ver que estuvieras botada en donde fuera y no te pelaba ¿no? Un carácter muy fuerte, muy horrible, muy frío ¿no? Entonces fíjate que estaba yo en el cuarto y llegó a decirme que tomara un vaso de leche. En esa época era un poco menos dura ¿no? Estaba la luz apagada y entonces le dije no, mamá, fíjate que no, gracias. Entonces me dijo ¿por qué hablas así? Y le digo ¿cómo? Le digo estoy hablando bien… En la oscuridad… Entonces me dijo no. Y entonces prendió la luz y gritó de horror ¡AAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGHHHHHHHHH! Más o menos así, y salió despavorida de mi cuarto. Entonces yo me asusté ¿verdad? Me asusté muchísimo…

¿No lo estoy haciendo muy largote?

En lugar de seguir acostada bajé directo a ver televisión, a ver a mi papá y a mi mamá, a hacer sociales. Y yo dije ya me voy a contentar ¿no? Entonces fíjate que me metí al cuarto de la televisión y los dos se quedaron, bueno, se me quedaron viendo así como si vieran a un muerto ¿no? Mi propia madre y mi propio padre. Entonces les dije bueno, está bien, no se alarmen, me voy a ir a acostar, tengo mucho sueño. Y mi mamá caminó detrás de mí y me ayudó a meterme en la cama ¿no? Y volvió a decirme lo del vaso de leche. Entonces yo dije otra vez que no. Y entonces ella se puso a gritar. ¡Ay, por favor, tómate un vaso de leche, por lo que más quieras! Entonces mi mamá hincada en la cama, tú, en medio de los gritos, pidiéndome por favor que tomara algo. ¡Te lo ruego por lo que más quieras! Servilmente, en una recriminación bastante anticuada. ¡Tómate un vaso de leche! ¡Tómatelo! Total, para darle gusto dije sí y en menos de tres minutos regresó con el vaso. Lo apuré muy despacio, hasta que respiró aliviada, pues mientras bebía ella había mantenido la respiración. No sabes cómo te lo agradezco, dijo recuperando el vaso maquinalmente, ahora descansa.

En cuanto salió me levanté a ver en el espejo. Primero para saber qué tanto los impresionaba. Segundo para refrescarme la cara. Porque me habían visto y pegado el grito en el cielo y eso me preocupaba, de repente cobraba consciencia de eso y me preocupaba ¿no? Y que me voy viendo y eran manchas. Porque estaba envenenada ¿no? Estaba totalmente desfigurada la cara, hinchadísima, y eran manchas moradas con blancas, de todos colores. Era yo toda un arcoiris, como si se me hubiera caído un payaso encima… A lo lejos se oían las voces de la televisión y yo me acosté ¿no? Entonces ya me acosté y no se volvió a tocar el punto.

Desaparecieron de mi casa todas las navajas de rasurar, todos los cuchillos de cocina, todos los fenobarbitales, todos los frascos de estricnina. Todo. Porque yo creo que pensaron que me había tratado de suicidar, cosa que no era cierta ¿no? Simplemente yo trataba de descansar y de olvidarme de preocupaciones ¿no? Después me lo explicaba el médico. Que desde los dos primeros fenobarbitales que había tomado me emborraché, que estaba como si me hubiera bebido yo sola una botella de güisqui. Entonces lo que me pasó es que perdí la conciencia. Una palmada y cuás, voló. Y entonces yo no sabía lo que me hacía mal y lo que me hacía bien. Dicen que cuando me levanté y tomé los cuatro fenobarbitales, cuando me paré a bañar, cuando te dije que me sentía alegrísima. Bueno, dicen que cuando fui al baño tenía que irme pegando contra las paredes, que debo haber ido arrastrándome casi, porque ya llevaba una dosis tan fuerte que era como para que estuviera ahogada de borracha ¿no? Total, ya pasó. No tardé nada en recuperarme… Dos o tres días estuve pendeja, pero no tuve ningún problema, digo, que me haya quedado algún conflicto, alguna tara sicológica, alguna frustración o malformación porque quise matarme y no lo conseguí, no, nada de eso, nada. Y no quise envenenarme ¿verdad? Yo nada más había querido descansar, dormir un buen rato.

(“Desde ese instante, las similitudes más remotas sugerían, con tal violencia, la idea de la muerte, que bastaba hallarse ante una lata de sardinas —por ejemplo— para recordar el forro de los féretros, o fijarse en las piedras de una vereda, para descubrir su parentesco con las lápidas de los sepulcros. En medio de una enorme consternación, se comprobó que el revoque de las fachadas poseía un color y una composición idéntica a la de los huesos, y que así como resultaba imposible sumergirse en una bañadera sin ensayar la actitud que se adoptaría en el cajón, nadie dejaba de sepultarse entre las sabanas, sin estudiar el modelo que adquirirían los repliegues de su mortaja.”)

La Princesa del Palacio de Hierro

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