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2. Atrapamiento y desazones consiguientes

Un día centrado, tú, quiero decir un martes que era como jamón en medio de un lunes y un miércoles, bueno, fuimos al centro una amiga y yo. Íbamos por la avenida Juárez y le contaba del guapo guapo: porque allí había quedado toda la conocencia, en habernos visto en un lugar oscuro. Porque si de algo estaba segura es de que me había visto. Y del capitán de meseros, tú. Bueno, de eso y de estar viendo al muchacho que besaron entre todos y las golfas que volvían el estómago ¿no? Dónde que el día anterior me había enterado que el capitán peludo recogía todas las noches a las golfononas y las llevaba a quién sabe dónde. Creo que tenían varios departamentos y se citaban allí con otros tipos, una cosa rarísima ¿no? De manera que galanes y golfas, golfos y galanas, todos eran una. ¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí, que salí con una amiga que iba al sicoanalista ¿no? La acompañé al sicoanalista… Las mujeres que van al sicoanalista como que no tienen mucho que hacer ¿verdad? Y esta amiga era igual que yo de tarada, igual. ¿Sabes quién? Mercedes, la que había sido novia de mi hermano. Y como su sicoanalista no sabía telepatía, pues tenía que ir a verlo, y el cabrón no hacía más que incitarla a hablar de su vida sexual. Claro que estaba casado ¿no? Y sigue casado con la tipa que conoció en la escuela y lo obligó a terminar la carrera, que hasta lo acompañó a doctorarse en París ¿no? Pero eso no importaba. Le interesaban a madres las técnicas masturbatorias, las caricias de los pretendientes y las inquietudes, en fin, y mi amiga soltaba siempre toda la sopa, toda, y como no tenía otro amigo que la invitara a hablar de su vida sexual, pues se entregó después de veinticuatro sesiones de confidencias. Y ahora tenía sentimientos de culpabilidad y no sabía si culpar al sicoanalista de ser un abusivo profesional, o si cambiarse a otro consultorio ¿no? Total, decíamos que una siempre tenía la absoluta seguridad de que el cabrón sicoanalista nunca iba a decir nada, por temor a desprestigiarse ¿verdad?

Íbamos caminando y de repente, tú, que nos empiezan a seguir dos muchachos. Cuando nos dimos cuenta y me voltié que descubro que uno de ellos era el guapo guapo. ¡Me muero del susto! Así, me muero del susto. Y entonces lo primero que advierto es que estamos muy cerca del cine Variedades, es decir, muy cerca de la oficina de una amiga mía. Entonces subimos corriendo a la oficina y la vemos luego luego, pues es recepcionista, y le digo qué crees. Le dije qué crees, nos viene siguiendo el Loco Valdiosera, porque para ese día ya todo mundo sabía quién era el Loco Valdiosera. Imagínate: yo no hacía otra cosa más que hablar por teléfono ¿verdad? Y me subí a esconder porque me dio un susto mayúsculo ¿no? Entonces subimos a escondernos.

Pasamos como cuatro horas en esa oficina: que un café, que los nuevos chismes, en fin, hasta se nos olvidó el Loco Valdiosera. Juntando nombres y hechos de cualquier manera, Mercedes habló del verdadero amor de su vida, conmovidísima, llegando a puntuar su relato con algunas lágrimas y terminando con una sonadita de nariz. Entonces bajamos y nos estaban esperando en la puerta. Eran como las seis de la tarde, tú, y habíamos subido a la oficina de mi amiga a eso de las tres y media. Y créemelo o no, estaban esperándonos en la puerta… Creo que no teníamos más que un peso en la bolsa ¿no? Pero paramos un taxi. Señor, señor, le dijimos al chofer, llévenos por favor. Y nos subimos sin saber cómo íbamos a pagar. Tomamos un libre ¿no? Y nos alejamos rápidamente del Loco Valdiosera, sorprendido pero sonriente, como si al perder esta batalla no perdiera nada importante. Despreciativo quizás. Y ya no hicimos ninguna de las cosas que teníamos que hacer. Creo que íbamos a buscar algún vestido o alguna cosa así. Y nos fuimos para la casa, ¿no?, para la casa…

Cuando llegamos les hablé a Las Tapatías para contarles el chisme y nos invitaron a una fiesta. Ya sabes que eran mis vecinas, así que nos cambiamos (yo le presté una combinación a Mercedes) y fuimos. Era una fiesta convencional, tú, con la clásica gente bien que visitaba nuestras casas. Es decir, una reunión normal, sin nada extraordinario. Una fiestecita para beber, bailar y platicar, exactamente igual a la docena de fiestecitas que Las Tapatías, mi hermano y yo acostumbrábamos organizar a cada rato ¿no? Que un amigo, que un ponche, que una cubita, que mucho gusto, que un baile…

Total, estábamos en la fiesta y de repente que llega un amigo que se llama Tito Caruso al frente de una horda grandísima, como de quince amigos entre hombres y mujeres. La fiesta era en una casa tipo Pedregal, con muchos cristales, al ladito de donde vivíamos entonces ¿nunca fuiste? Yo estaba bailando no me acuerdo con quién. Entonces tocaron a la puerta y abrieron. Entonces entró Tito Caruso con sus quince amigos, y entre esa bola, tú, no lo vas a creer, venía el guapo guapo, deslumbrante y medio acelerado, pero muy guapo, eso sí, muy guapo, con gabardina y sombrero, como un artista de cine ¿cómo se llama? El de esa película de gángsters, tú. Bueno, pues venía igual, de gabardina londinense con el cuello subido y todo… Había muchas moscas. Debe haber sido primavera o verano, ya sabes que en México nunca se nota, pero hacía un calor del carajo y el guapo guapo irrumpió allí con su gabardina y su sombrero, muy castigador. Abrieron la puerta y entró, sí. Yo ya estaba tan impresionada que dejé de bailar y me quedé mirándolo porque me impresionaba muchísimo. Como una gota de aceite hirviendo sobre una barra de mantequilla, la gente se apartó para dejarlo pasar; como la vagina de una puta deseosa de terminar aprisa. Entonces se acercó y me dijo ¿bailamos? ¡Ay, cómo me gusta recordar esto! Su sonrisa inundaba mi vida entera. Su presencia cobraba unas dimensiones gigantescas y llenaba la casa de una especie de sábanas tibias, de seda, por las que resbalaban todas las tonterías de mi vida. Y entonces me puse a bailar con él. Cabizbaja, trataba de hundirme muy despacio en su olor, de adherirme a sus músculos tensos y amorosos…

Pero en eso, no sé cómo estuvo, dos de los muchachos que estaban allí comenzaron a pelear ¿no? Se empezaron a pelear y entonces todo se puso requetepeligroso, porque peleaban y se arrojaban contra los vidrios. Fracaso terrible de los vidrios con todo y lo que reflejaban, tú. Derrumbe absoluto de los vidrios. Rompieron miles de vidrios y cosas, miles de cosas. Se arrojaban las sillas y pronto unos empezaron a ayudar al que iba perdiendo y un oleaje tremendo de caras agrias, espaldas, bocazas hinchadas de groserías y escupitajos, trompadas, nalgadas, cuerpos que se deshacían en nudos increíbles, cabezas hundidas, no sé cómo describirte ese infierno. Todos se le fueron encima al que ganaba, un animalazo de uno noventa de estatura, recto como un semáforo en alto y pelirrojo. Hasta con las patas de una mesa que se rompió le estaban pegando. ¿Y yo? Pregúntame dónde estaba… Pregúntame, ándale…

En la confusión que el guapo guapo me agarra disparado del brazo y entonces me dice ven, escóndete, escóndete. Entonces que me mete en una recámara, bajo un Cristo prieto, de madera sanguinolenta. Y dice déjame ir a ver lo que está sucediendo, ahoritita regreso y te platico ¿eh? Y fíjate que se va. Y entonces yo asustadísima, yo rezando, tú. No sabía quién era su amigo, si el que ganaba o el que perdía. Claro que por su tipo, por la imagen que yo me había creado de él, suponía que iba a ayudar al que fuera perdiendo, lo conociera o no. Para esto yo le gritaba no vayas, no vayas, no. Horrorizada, diciéndome ahoritita lo acabo de conocer y ya me lo van a desgraciar… Entonces volvía el guapo guapo muy agitado, y decía no vayas a salir porque se está poniendo tremendísimo, qué bruto, están acabando con todo, quédate aquí. Y se iba. Yo oía el escándalo de cristales, las groserías, los gritos y él volvía a regresar ¿no? Y a decir no salgas, son unos salvajes, qué bárbaros, y salía disparadísimo. Yo rezaba, asustada hasta por el Cristo. Y es que era tan guapo, pero tan guapo.

El ruido no terminaba nunca y Las Tapatías gritaban como guacamayas. Entonces, al poco rato, quién sabe por qué, me dio por asomar ¿verdad? Me moría por ver si habían desmechado a Mercedes, y además quería checar a las dueñas de la casa, y tenía curiosidad por saber cómo iba quedando todo. Yo estaba allí encerrada ¿no? Y entonces fíjate que estaba asomándome y que veo al guapo guapo asomándose por la puerta de la recámara de junto. Asomándose así, sacando la cabeza, muerto de miedo, para saber cómo iba el pleito. Porque imagínate; salía del cuarto donde yo estaba y se metía corriendo al de junto, para esconderse ¿no? Porque a lo mejor le maltrataban la cara y entonces qué… De vez en cuando salía para visitarme, el muy sacón… Cuando me acuerdo me ataco de risa. ¡Vampiros capados!

Al otro día me habló El Monje. Se creía detective y había descubierto que las muchachas que habíamos visto eran prostitutas, y que el capitán era así como su guardaespaldas, o su chofer, o su padrote, bueno, no tanto, que ¿cuándo volvíamos a salir? No recuerdo qué pretexto le dije, no quería verlo nunca, me amargaba el hígado, deveras, no quería verlo… Por eso digo que día sandgüich, porque me hablaban del insidioso aquel, veía a mi adorable guapo guapo y volvían a hablarme del pesado, del espeso, del pegosteoso capitán peludo. ¿No estoy haciéndotelo muy complicado? ¿Te dije que tenía las manos peludas? Y de Las Tapatías ni hablar. Sobrevivieron a su gran zafarrancho, con policías al final y toda la cosa. ¡Prepucios de elefante! Con decirte que nada más para reponer los vidrios se gastaron más de doscientos mil pesos… Naturalmente nunca más hicieron una fiesta y las reuniones a partir de esa vez fueron en mi casa, la primera ocho días después. ¡En mi propia casa!

¡No sabes qué ilusionada estaba! El guapo guapo fue con una muchacha muy conocida. Quiero decir que era una de las golfonas más famosas en todo el Valle de México, y que los únicos que no sabíamos eso éramos mi hermano y yo. Tampoco sabíamos que ellos se habían puesto de acuerdo para que la tipa se le aventara a mi hermano mientras el otro me seducía ¿no? Era una golfonona con vista al mar. Y entonces dijeron fíjense que tenemos un departamento en unas suits que se llaman Beverly. Ya por ahí verás… Bueno, por ese entonces yo no sabía ni qué era el Beverly, yo no sabía ni qué era un hotel ¿no? Entonces que dice fíjense que un amigo mío tiene allí un departamento y nos invita a todos a una fiesta. Con el tiempo también supe qué era ese lugar, digo, también empecé a frecuentarlo ¿no? Era el lugar donde ellos se juntaban ¿no? Y echaban tanto desmadre que fíjate que tenían un albañil contratado todo el tiempo para que resanara las paredes todas las mañanas. Bueno, eran muchos departamentos ¿no? Y los tenían en varios lugares de la ciudad, todos ellos. En fin, pero esa noche yo todavía no sabía nada.

Entonces fíjate que nos invitó. Y al mismo tiempo esta muchacha, tú, que se le empieza a aventar de una manera descaradísima a mi hermano para que fuéramos a la fiesta ¿no? Entonces el guapo guapo comenzó a lavarle el coco a mi hermano y a decir qué bruto, mano, la traes muertaza; caray, mano, qué pegue tienes. Y cosas así ¿no? Para esto, mi hermano tendría como dieciséis años ¿verdad? Me llevaba como once meses y la tipa le daba unos entradones que para qué te cuento. Entonces, fíjate que dijo sí, sí mano, jalamos, puestísimos. Y que me voy por mi abrigo para ir a la fiesta, toda ilusionada, ya te dije, toda feliz. Entonces mi hermano propuso que yo me fuera con él en su coche. Mi hermana y yo nos vamos juntos, dijo, los seguimos. Entonces el guapo guapo, perfecto, manito, nos vemos en el Beverly.

Apenas nos subimos al coche, mi hermano arrancó y le dio una vuelta a la manzana a toda velocidad, con gran chirriar de llantas y toda la cosa, a todo lo que dio el coche, y llegamos al garach antes de que el portero acabara de cerrar la puerta. Sí, de nuevo en casa luego de una vertiginosa vuelta a la manzana. Entonces que mete el coche al garach y me empieza a decir eres una pendeja, cretina, insuficiente mental, puta, y comenzó a ponerme como dado. Qué no has oído que el Loco Valdiosera es tratante de blancas, que es drogadicto que no sé qué… Bueno, pregúntame si se me rompió el corazón. Y no me llevó a la fiesta. Ya no fuimos a ningún lado y en mi casa seguía la reunión, pero yo subí a la recámara. Ni siquiera sabía masturbarme, así que me quedé llorando como estúpida, gris y desabrida, lánguida, moquienta, pesimista. ¡Changos depravados!

A los pocos días, en otra fiesta, el guapo guapo llegó con otra muchacha. Entonces era una muchacha con un pelo chistosísimo, así, todo parado, pintadísima. Entonces llegó y se puso a platicar conmigo, él, no la tipa esa. Entonces toda la noche estuvimos platicando él y yo. Su amiga iba con todos los pelos parados ¿no? Ah, bueno, ya te había hecho la relación de la muchacha ¿verdad? Increíble. Fíjate que cuando la conocías te decía mucho gusto, soy Carmelita la Piernudita. Así se presentaba, te lo juro. Una muchacha zafadísima con la que iba el guapo guapo. Total, allí estuvimos platicando muchísimo, no sé ni de qué, de lo que hacía, de lo que estaba de moda. O no, le debo haber platicado de la Ibero, porque yo hablaba de eso y apantallaba muchísimo a los muchachos de esa época ¿no?

Yo estuve en la Universidad Iberoamericana ¿sabías? Fui a ver al padre Villaseñor, creo que ya se murió ¿verdad? Entonces fíjate que estuve haciendo antesalas, antesalas y antesalas para que me recibiera ¿no? Porque él me tenía que aconsejar. Yo no sabía ni qué quería estudiar ni para qué diablos ni nada ¿no? Pero quería entrar. Entonces, cuando hablé con él y me dijo mire, le voy a recomendar que comience por estudiar Filosofía y Letras, yo le dije y por qué Filosofía y Letras. Pues mire, es una carrera muy femenina quitando a uno que otro desviado que anda por allí, a uno que otro descarriado; pero fíjese que es una carrera muy bonita. Entonces entré y como tú comprenderás no entendía ni madres ¿no? Me pasaba las clases de blanco en blanco porque no entendía nada, de banco en banco y de blanco en blanco…

Entonces fui a hablar con el padre otra vez. Le fui a explicar que no entendía nada, que no podía estar en esa carrera. Entonces me dijo bueno, mire, vamos a hablar claro: le voy a aconsejar lo que va a hacer, pero usted me va a hacer caso. Le dije sí, padre, perfecto. La voy a admitir en la Universidad con una condición. Y dije: cuál. Que tome una hora clases y las cuatro restantes haga sociales en el café. Entonces me dijo si usted me promete que va a estar cuatro horas en el café cada día, yo la acepto y le doy el pase. Entonces me explicó que iba a ser muy alentador para los muchachos ir a oír todas las proezas que contaba yo, porque era payasísima en esa época. Entonces, total, dije sí, y entonces me dijo bueno, para aparentar tiene usted que estar en alguna clase. Y me inscribió en cinematografía, que apenas empezaba. Allí era padrisísimo ¿no? Porque todo el día veíamos películas ¿verdad? Y me divertía horrores, superhorrores. Total, entré a cinematografía y este… ¿no estaba hablando de otra cosa? Ah, sí, del guapo guapo. De eso platicaba yo en esa época. Embobaba yo al guapo guapo con mis películas ¿no?

Entonces me empezó a ir a ver a la Universidad… ¡Así fue, así fue! Entonces me empezaba a ir a ver y me llevaba a un Deiri Cuin que estaba por ahí cerca de la Ibero. Y tomábamos un helado del Deiri Cuin y nos regresábamos. Se vestía chistosísimo, todo de verde, con pantalones de pana verde y chaleco verde y calcetines verdes y zapatos de antílope verdes…

Un día salimos con toda mi familia y con Gabriel Infante. Bueno, digo nombres, pero éstos son para ti ¿verdad? Entonces ese día Gabriel se puso una borrachera infame y nosotros no sabíamos que el alcohol le hacía daño ¿no? Fíjate que el alcohol se le iba al cerebro. Entonces fíjate que se puso una borrachera tan terrible que lo tuvimos que noquear. Bueno, yo no, pero el guapo guapo tuvo que golpearlo hasta que perdió el sentido para que pudiéramos subirlo al coche ¿no? Y fíjate que de repente, ya viéndolo noqueado, entre mi hermano y el guapo guapo lo sentaron en su coche a un lado del volante, de manera que alguien manejara y lo llevara a su casa… Mi padre se sobaba la barriga y mi mamá no hacía más que ver el reloj, desorbitada, así que mi hermano propuso que se fueran a casa y que él se encargaba de Gabriel ¿no? Lo habíamos conocido en Las Dos Tortugas y yo quería estar un rato más con el guapo guapo y pedí permiso para acompañar a mi hermano por si necesitaba ayuda. Entonces mis padres dijeron que sí y se fueron ¿no? Entonces mi hermano que sugiere que nos vayamos nosotros dos juntos y que él lleva a Gabriel. Estábamos discutiendo si lo seguíamos o nos seguía cuando… Ah, Gabriel era Piloto del Infierno, Piloto del Averno, Piloto de la Muerte o algo así. Y fíjate, Piloto del Infierno, loco y borracho, fíjate en la combinación… Total, tú, lo subimos al coche. Estaba arriba del coche y mientras nosotros discutíamos que se sienta frente al volante y arranca y empieza a manejar como loco. Entonces fíjate que empezó… Por ejemplo: íbamos en una avenida y se pasaba para el lado por donde venían los coches, en sentido contrario, y empezaba a andar entre los coches, zigzagueando, esquivando peatones como a noventa kilómetros por hora. ¡Al carajo con los carriles, las bocacalles, las personas paradas en las esquinas! Y el pendejo del guapo guapo, en vez de irse del otro lado, vigilándolo… Allí iba, pegadito atrás de él.

Bueno, veníamos el guapo guapo, mi hermano y yo en el coche de atrás, siguiéndolo. Luego el otro se subía a las banquetas y se metía entre los postes de luz, se subía y se bajaba, se subía y se bajaba, a la banqueta y a la calle, y nosotros detrás de él ¿no? Total, veníamos haciendo una serie de peripecias arriesgadísimas, completamente al compás del piloto de la Muerte. Entonces lo empezamos a seguir como desesperados ¿no? Y en eso que llegamos a la glorieta de los hongos, otra vez, después de rodar kilómetros. ¡Penes garapiñados! Habíamos vuelto a llegar casi al mismo lugar de donde habíamos salido ¿no?

Había un tráfico espantoso porque era sábado y ya veníamos todos pálidos y desencajados. Ya veníamos que pregúntame si color telegrama. ¿Te imaginas? Después de una hora de andar zigzagueando entre los coches por Insurgentes, Paseo de la Reforma, Rhin y Gutenberg… Ah ¿sabes qué hacía? Abría la puerta del coche y entonces, con los pies, bajaba los pies y corría, corría manejando el coche ¿entiendes? Él abajo del coche. Y luego se volvía a subir… Un día Tito Caruso estaba tan impresionado que íbamos en su coche, con él, y lo trató de hacer. Veníamos mi hermano, Tito, una novia que tenía Tito y yo. Y lo trató de hacer afuera del cine Chapultepec. Estaba tan impresionado, pero tan impresionado con eso que dijo ay, mano, si no puede ser tan difícil. Entonces que abre la portezuela de su coche nuevo y empieza a correr. Y cuando se subió no le atinó a los frenos y chíngale, adentro de un camión nos fuimos a incrustar, justo a la mitad de un camión.

Bueno, fíjate que llegamos a la glorieta de los hongos, tú, no sé cómo, llevándonos por delante como catorce depósitos de basura y un puesto de periódicos. Y entonces que dice el guapo guapo ya, no hay borracho que coma lumbre, en el alto se va a parar y punto, porque nos habían tocado puros sigas ¿verdad? Y yo pedía un alto, un alto, como si el semáforo se le fuera a encender en la inconsciencia ¿no? Y en el alto ni madres, que sigue derechito. Y fíjate que en eso venía un libre, venía un libre y que se le atraviesa. Y entonces que el coche de Gabriel se estrella contra el libre. Y con el impacto que tuvo el coche que se abre portezuela y Gabriel sale como trapecista para adelante, una cosa rarísima ¿no? Sale disparado por el aire y entonces cae de cabeza en el techo del libre contra el que chocó, y luego con la misma cabeza que se estrella en el suelo, que rebota y se estrella en el suelo. Fíjate nada más qué cosa. Imposible de creer ¿no? Y palabra, palabrísima que se cayó así, chíngale y otra vez, hasta el suelo…

Entonces de ahí fuimos a la Cruz Roja. Para esto ya eran como las cuatro de la mañana, y hasta las dos de la tarde Gabriel volvió en sí y llamó a su abogado, ése muy famosote, ése que está casado con la artista de cine. Y cuando llegó el leguleyo qué crees. Entonces se puso a declarar que él había tenido toda la culpa, toda, toda la culpa, que venía borrachísimo y él tenía toda la culpa ¿no? Y que el del libre era inocente. Yo no podía creerlo, deveras. Que el del libre estaba en su derecho de cruzar y él se le había ido encima. Total, un locazo ¿no? Un locazo…

Entonces yo andaba con el guapo guapo. Cuando empecé a andar con él estaban sus negocios viento en popa. Pero entonces lo empezaron a atacar los celos, y empezó a dejar muchos viajes a la frontera, muchas amistades. Por no dejarme ¿no? Por no salir. Entonces empezamos a planear nuestro matrimonio. Con él sí me hubiera casado ¿no? Ay, estaba tan pendeja que sí me hubiera casado. Y es que lo quería muchísimo ¿verdad?

Entonces en mi familia empezaron a trabajar rapidísimo. En cuanto vieron que yo andaba con él empezaron a prohibirme salir, empezaron a prohibir que me moviera de la casa, una serie de cosas, en fin. Entonces decidí meterme a trabajar para tener un pretexto, para salir y poder verlo ¿no? Y entré a trabajar en un lugar adonde fui a hacer puras estupideces ¿no? Como tirar cosas. Tiraba yo todos los floreros, bueno, no, no sabes. Tiraba yo todo, todo. Porque me metieron allí a base de relaciones ¿no? Así que no me podían correr. Trabajaba en la butic de El Palacio de Hierro. Regalos exclusivos donde todos los regalos eran de más de mil pesos, pasaban de los mil. De dos mil pesos para arriba. Entonces yo, con lo distraída que soy, de eso que cada vez que llegaba alguien decía quihúbole, cómo te va, alzaba un brazo y tiraba un jarrón de catorce mil pesos. Ay, hacía cosas diabólicas, tú. Fíjate que creo que agarré ese trabajo para poder explayarme y decirle a la gente lo que me sucedía. A toda la gente que entraba a comprar le platicaba mis penas. ¡Era el diablo, era el diablo! No había gente a la que yo no le platicara mis sufrimientos. A todos, a todos. Era yo La Popular ¿te imaginas? Sufría como una condenada, porque entonces nos pusieron detectives, de mi familia, de mi tío. Entonces me pusieron un detective a mí y otro al guapo guapo. Era tan bien parecido… Entonces llegaron a conclusiones ¿no? Hicieron un reporte que le entregaron a mi familia, adonde decían que el Loco Valdiosera vivía de las señoras, que lo mantenía una equis, que le daba dinero otra equis; que además le gustaba la marihuana, una serie de cosas, en fin, que me parecieron las mentiras más grandes ¿no? Por supuesto que me parecieron unos engaños gigantescos… Olvídate, yo no creí nada de eso jamás.

(“Se miran, se presienten, se desean, se acarician, se besan, se desnudan, se respiran, se acuestan, se olfatean, se penetran, se chupan, se demudan, se adormecen, despiertan, se iluminan, se codician, se palpan, se fascinan, se mastican, se gustan, se babean, se confunden, se acoplan, se disgregan, se aletargan, fallecen, se reintegran, se distienden, se enarcan, se menean, se retuercen, se estiran, se caldean, se estrangulan, se aprietan, se estremecen, se tantean, se juntan, desfallecen, se repelen, se enervan, se apetecen, se acometen, se enlazan, se entrechocan, se agazapan, se apresan, se dislocan, se perforan, se incrustan, se acribillan, se remachan, se injertan, se atornillan, se desmayan, reviven, resplandecen, se contemplan, se inflaman, se enloquecen, se derriten, se sueldan, se calcinan, se desgarran, se muerden, se asesinan, resucitan, se buscan, se refriegan, se rehúyen, se evaden y se entregan.”)

La Princesa del Palacio de Hierro

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