Читать книгу La Princesa del Palacio de Hierro - Gustavo Sainz - Страница 11
Оглавление4. Lo palpable, lo mórbido
Mis papás tenían unos amigos judíos. Bueno, él era judío y ella mexicana. Vivían en Acapulco y eran sus mejores amigos. Entre paréntesis ¿sabes de qué murieron? No sé si te acuerdas; en el primer bombazo que pusieron los árabes en un avión judío, en un avión que iba para Israel. Ellos iban a comprar ropa porque tenían el mejor negocio de Acapulco… Y sigue siendo el mejor negocio, tú. Una tienda sensacionalísima que atienden sus hijos… Qué tragedia ¿no? Elevándose el avión en el aeropuerto, chíngale, estalla el avión. Fíjate, es irreal ¿no? Como que no te puedes imaginar que conociste gente a la que llegó a pasarle eso, digo, que viviste junto a ellos toda tu vida y que les haya pasado una cosa así.
Bueno, ellos tenían muchísimos cabarets en Acapulco, bares, muchos negocios. Y enfrente de su casa vivía Carlos Stamatis, el campeón de esquís. Vivía con un hermano que era casado y que tenía veintisiete años. Imagínate, yo tenía quince y cuando conocí a Alexis él estaba casado con una muchacha de allí. Yo no sabía quién era ni nada, entonces, un día, nos invitaron. Un día, llegando yo y mi mamá a Acapulco, nos llevaron a que los conociera. Vivían enfrentito. Y como Carlos Stamatis era soltero se suponía que era muy buen partido, que bla bla bla, y me lo iban a presentar para que el tiempo que yo estuviera en Acapulco tuviera con quién salir. Y entonces me presentaron a él y a Alexis, pero fíjate que a mí me gustó Alexis, digo, estaba retebien. Bueno, Carlos también estaba guapo, pero no tanto. Su hermano, en cambio, casado y todo, era del tipo, este, ése que me superfascina, tú, de Luis Yurdan, sí, de Luis Yurdan. Eran hijos de griegos. Entonces fíjate que empecé a salir con Carlos, ya te conté, pero Alexis decidió que era muy peligroso y que mejor saliera con su esposa, con Carlos y con él, porque yo era muy joven. Entonces empecé a salir con ellos. Salíamos los cuatro y, cuando Alexis no podía salir con nosotros, siempre nos alcanzaba; adonde estábamos, allí se aparecía. Como Drácula. Y entonces mi mamá, que precisamente no era la más pendeja del mundo, se dio cuenta.
Fíjate que estábamos en un cabaret. Estábamos sentados en uno de los cabarets de Jacobo. ¿Te había dicho que se llamaba Jacobo? Bueno, se llamaban Jacobo y Sarita, sí, los amigos de mis papás. Estábamos viendo bailar y todo y que se aparece Alexis. Quihúbole, quihúbole, qué paso. Nada, aquí estamos. Y qué crees que fue haciendo… Dijo fíjense que ando dando una vueltecita, acabo de salir de, y salí a tomar una copa, qué bueno que me los encuentro. Entonces me dice vente, vamos a bailar. ¿Le da permiso, señora? Y yo dije sí, vamos a bailar. Como que se quiso apuntar el hombre ¿no? Y empezamos a bailar en una pista de un metro por un metro, porque era de este tamaño la pista, no, no, olvídate de la pista, estábamos bailando encima de la mesa…
Estábamos bailando y me dice, empezamos a platicar y me dice qué se te antojaría ahorita muchísimo, en este momento, qué se te antojaría. Ay, le dije, me gustaría estar en la playa… Siempre quiero estar en una playa… Estar tirada al sol, en fin, eso era en lo que yo pensaba. Y le digo ¿y a ti? Entonces me dice no, a mí se me ocurre algo mucho más fácil y mucho más sabroso. Y le digo qué. Pues besarte. Y yo ay, ja ja. Y chíngale un beso y en la boca, tú. Tenía quince años y pregúntame por favor si me supo a menta o si allí me hice pipí del susto, de eso que no sabes qué hacer, de eso que no sabía si voltear a ver a mi mamá o echarme a correr. Fíjate, mi mamá que era un monstruo… No sabía si correr o desmayarme, qué hacer. Por supuesto, a los dos minutos mi mamá dijo ya vámonos, estoy muy cansada. Nunca, hasta la fecha, me dijo nada, jamás ha hecho referencia a esa tarde, hasta la fecha, pero a las dos horas nos veníamos a México y esa noche ya estábamos aquí. Para esto, habíamos pasado como dos semanas en Acapulco, y a la hora que yo sabía que Alexis iba a llegar me salía al jardín, que quedaba frente a su casa, y cuando llegaba nos hacíamos adiós con la mano, así, adiós, adiós, y él se metía en su casa y yo a la mía. Era todo un amor platónico.
Pasaron como dos meses y un día me llamó por teléfono. Quihúbole, cómo estás, te vine a visitar, estoy en México. Para esto, en el inter ya me había enterado de quién era él. Y entonces Jacobo nos lo había pintado como el gángster más gángster. Y así era ¿eh? Sí es… El gángster más gángster del mundo, un hijo de toda su madre. Bueno, ¿sabes cómo le decían? El Me Importa Madres. A sus espaldas, claro, así le decían todos sus amigos y te voy a contar cosas que presencié y que eran para morirse, para caer muerta junto a él… Te lo juro…
Fíjate que era un tipo muy especial. Yo nunca he sabido, nunca… Un día le pregunté a un amigo íntimo de él, hazme un favor, dime cómo es Alexis… ¡Anduve nueve años con él! Dime cómo es con la gente, explícame cómo es. ¿Sabes cuándo? Quince días exactamente antes de casarme. Porque ya casada seguía andando con él. Mi esposo lo sabía. No me le podía desprender, tú, porque lo idolatraba. Entonces yo no quería dejar de andar con él… Yo hice un viaje con Alexis antes de casarme por la iglesia, con él. Entonces ya regresé. Yo fui a trabajar como modelo a Estados Unidos y él me fue a alcanzar. Y entonces estuvimos con su amigo íntimo de toda la vida y yo le supliqué dime cómo es. Y me dijo: lo has visto cómo es, como lo has visto con la gente, así es. ¡Chancros voladores! No te lo tengo que decir ¿verdad? Porque era, era terrorífico…
Él una vez tuvo un cabaret que se llamaba Las Moradas o El Castillo Interior. Era un cabaret muy bonito. Entonces todos los días, antes de ir a su cabaret, pasábamos a tomar una copa a casa de su amigo íntimo, un señor tremendísimo, bueno, parece que era tremendo. Un tipo que era contrabandista, pero que aparentaba tener mucho dinero y una cadena de lotes de coches. Aparentemente llevaba una vida muy normal, pero todo mundo sabía lo que era ¿no? Muy decente, de esos, así, muy educado. Bueno, muy educado y al mismo tiempo groserísimo, porque decía muchas groserías.
Entonces una vez fuimos a tomar una copa a su casa y llegaron muchas personas, el presidente municipal de Manzanillo y dos o tres comisarios ejidales. Y todos se iban a ir al mismo tiempo a Las Vegas. Todos menos Alexis ¿no? Entonces estábamos allí tomando un trago y el señor de la casa me regaló unas copas de champán, de plata, y me regaló dieciocho cintas de Nanci Güilson. De que le caí bien ¿no? Entonces cogió y me regaló todo eso y Alexis y yo nos fuimos al cabaret. Había estado perfecto, platicando con todos, sonriendo, muy amable, muy decente, y nos fuimos… A El Castillo Interior…
Estábamos cenando y que llega el portero vestido de fraile y le dice: le hablan allá afuera, le habla el señor Chirrión, que viene con el licenciado Hernández. Herminio Hernández me parece que era… El hijo del gobernador. Lo acabábamos de dejar, acabábamos de tomar una copa con él… Que si les hace favor de dejarlos pasar, que perdieron el avión, que no pudieron tomar el avión, que si pueden pasar, que se les fue el avión… No, dígales que no. Pero… Él sabe que en este lugar tiene prohibido entrar… El Chirrión era un muchacho que en Acapulco, bueno, era lo máximo. Y estaba el presidente de Manzanillo. Estaba el presidente municipal de Manzanillo. Y entonces se va el portero y entra el presidente municipal, con el que acabábamos de estar, tú, fíjate, hacía cuarenta minutos. Y dice oye, Alexis, no seas así, deja entrar a Herminio, se va a portar bien, te lo prometo, yo vengo de responsable. Y le dijo no, pero seriecísimo el hombre, él no puede entrar aquí, dile que ya lo sabe. Y le dice hombre, Alexis, como cuates, ya perdónaselo ¿no? ¡Hienas cachondeadas! ¡Que se voltea y delante de toda la gente que arroja la botella de güisqui al suelo, furiosísimo! Y grita ¡con una chingada, ve y dile que vaya a chingar a su madre y que en la vida me vuelva a rogar que lo deje entrar en este lugar porque nunca en la vida vuelve a balancear sus chingados huevos aquí! Al presidente. No, Alexis, perdóname que te haya molestado… Y se salió y me dijo perdóneme, señorita, buen provecho. Ay, y todavía le había dicho qué no ven que estoy cenando con mi novia, hijos de tales por cuales… Y yo, pregúntame cómo estaba. Tomaba un pedazo de bistec y me lo tenía que empujar con el tenedor y con seis tragos de agua, porque ya no tragaba… Pensé ahorita que salgamos nos balacean. El lugar era como un convento ¿no? Y yo me vi chocando bruscamente, arrojada bruscamente contra un portal de piedra y rodando muerta y llena de sangre a los pies de Alexis. ¡Unicornios en celo! Había antorchas llameantes y todo y yo me quedé esperando una explicación… Nunca lo iba a dejar entrar y pregúntame si me quiso decir por qué.
Luego, me invitaba, cuando estábamos en Acapulco, porque iba muy seguido… Acompáñame que tengo unas cosas que hacer. Ay, Alexis, son las once y media de la noche ¿a dónde? Tengo que trabajar, tajante, definitivo. Y se iba por unas veredas tú, las más espantosas del universo. Pasábamos debajo de trescientos diez árboles, así, y árboles y árboles, por lugares por los que no había carreteras ni nada, y llegábamos. Eran construcciones de madera muy primitivas, muy improvisadas, muy grandes, muy sombrías. Abrían las puertas y entrábamos. Yo, para esto, desmayada, porque soy cobardísima ¿no? No sé por qué me sucedían esas cosas, porque soy de un miedosa, tú. Bueno, así fue la primera vez. Ya las próximas veces ya sabía y llegaban barcos o avionetas y empezaban a bajar cajas y cajas de contrabando, cajas de licor, de cartuchos, de ametralladoras, de drogas, y él las recibía y las pagaba. Claro que en esa época yo no sabía qué demonios había en las cajas. Y se llenaban dos tráilers de esos así, gigantescos, y yo regresaba a la casa verde, blanca, azul, de todos colores. En el camino me iba pintando así, chapas color rosa. Yo decía ahorita se da cuenta y se muere, porque no le gustaba que me pintara… No le gustaba nada que me pintara…
Cuando él me venía a ver, cuando yo lo conocí, no me atrevía a salir con él. No me atrevía, no quería salir con él por nada del mundo. Imagínate, yo en esa época era una escuincla, una escuincla y él un señor de veintisiete años ¿no? Para mí era un señor. Además era casado ¿no? Entonces así estuvo viniendo muchísimo tiempo a verme y yo nunca salí con él. Nunca. Esta palabra encerraba una espantosa decepción. Pero yo tardé mucho en sentirme culpable. Era novia del guapo guapo, después salía con Mauricio, hasta anduve un par de meses con Gabriel Infante. Y las veces que llegué a salir con Alexis en aquellos tiempos fueron tremendas, aniquiladoras. Una vez me acompañó a ver jugar yoquei sobre hielo con mis amigos de quince y dieciséis años. ¿Te imaginas cómo se sentía? Entonces se iba desilusionadísimo.
Pero hizo más viajes. Me seguía buscando. Y en uno de esos viajes salí con él y fuimos al Cuid. Entonces nada más te digo que toda la noche lo vi enojadísimo y de muy mal humor, lo vi bastante mal. Y después de muchos meses, cuando ya empecé a andar con él, me confesó que nunca me odió tanto. Porque fíjate que me puse pestañas postizas y él las odiaba, le repugnaban, y además se me estaban despegando cada dos minutos y yo me la pasé yendo al baño a pegármelas. Y luego a él, lo que le fascinaba de mí, lo que le gustaba muchísimo de mí es que era pelona, pelona con el pelo siempre güero con rayos. Y entonces esa vez que me vino a ver yo traía el pelo negro y medio largo, y pestaña postiza ridícula, y entonces le parecí monstruosa, le choqué, le choqué y me dejó de ver muchísimo tiempo. Ya no me volvió a buscar.
Pasó el tiempo, no sé cuánto habrá pasado. Ya trabajaba en El Palacio de Hierro y pensaba mucho en él porque era un hombre que me gustaba y el guapo guapo viajaba constantemente y ninguno de mis otros galanes me hacía sentir lo suficientemente bien. Y como nunca me atreví a andar con él lo pensaba mucho, como si estuviera embarazada de él, con él aquí, y lo llevara a todas partes. Le hablaba todo el tiempo en susurro, tú. Entraba y salía de mi mente todo el día, todos los días, como aguja bordando en canevá. Estaba frustradísima, atrapada en una funda de sufrimiento, una piel ardiente y pecosa tú, a punto de estallar de deseo indecible. Si le hubiera hecho caso… Insaciablemente pensaba si hubiera salido con él y cosas así ¿no?
Una vez Las Tapatías pasaron por mí al trabajo y caminamos hasta la Zona Rosa. Íbamos platicando y de repente, tú, nos encontramos cara a cara con Alexis. Y cuando lo vi lo único que se me ocurrió decir fue no sabes qué deseos tenía de verte. No lo saludé, ni le dije nada, nada más le dije no sabes qué ganas tenía de verte, anhelante, con cierto aire dolorido. Y entonces me dijo ¿deveras? Es nuestro diálogo… Le dije sí, con pasión, ¿vas a estar aquí mucho tiempo? Y me dijo sí, por qué no van a donde tienen que ir y nos vemos en el café de esa esquina en quince minutos. Yo le dije sí, allí nos vemos. Y nos pusimos contentísimas, felices de tan golosa combinación, rapaces, escandalosas. Y Las Tapatías me acompañaron hasta el café y se despidieron…
Entonces apareció Mauricio, deportista y cantante, ya sabes, campeón de yudo y karate durante más de diez años. Yo salía con el guapo guapo entre semana y con Mauricio los sábados y los domingos. Pero estaba drogándose, tú, y se había convertido en el hombre más malo que hayas visto en tu vida. Nunca podrás conocer a uno más malo y más bravero, jamás. A todo el mundo madreaba, a todo el mundo lo medio mataba, a todo mundo, no, no, no sabes. Fíjate, tenía un corvet así, chaparrito, y nos subíamos y me ponía periódicos en las piernas para que los que iban en los coches más altos no me las vieran. Ay, era…
Un día fuimos a ver un departamento, lo acompañé a ver un departamento. Cuando llegamos ¿no te importa que sale un tipo borracho de equis lugar y me hace así con una copa, brindándomela? Iba yo cargada de bultos y cosas, así, porque me acababan de abrir el coche y estaban forzadas las puertas, digo, las ventanas, y entonces no podía dejar nada. Entré así porque Mauricio ya estaba adentro y nos habíamos citado. Era para, bueno, dizque casarnos, cosa que nunca íbamos a hacer, que nunca hicimos, jamás. Yo iba cargando todo. Estaba una puerta abierta y descubrí a dos señores tomando, ya grandes, muy bien arreglados. Entonces uno de ellos me hace así con su copa pst, pst, señorita, y se levanta y viene hacia mí. Mauricio se dio cuenta y casi lo desbarata, tú. El hombre se le hincaba, el hombre se le hincaba y le decía por favor, le suplico, por favor, déjeme, se lo pido. Y a cachetadas, y a cachetadas, durísimo, durísimo, pero durísimo. Horrible ¿no? Ya lo tenía todo abierto al hombre, todo destrozado, todo sanguinolento. Bueno, yo tapándome la cara, en fin, horrible, horrible, horrible… Y en cuanto lo vi, la tarde que te cuento, la muy idiota que digo ay, que tienes un coche nuevo, enséñamelo, y que me salgo volada para ver el coche, un mercedes benz… Nadie lo denunciaba. Una cachetada a cualquiera le tenía que haber costado el campeonato de yudo y karate, no me digas que no. Pero nadie se atrevió a denunciarlo y fue campeón durante once años o más… Piensa en todos los que habrá golpeado, imagínate…
Y ya estaba con él, en su nuevo coche esport, y vi entrar a Alexis en el Kineret y yo no le podía avisar ni nada. Vi que Alexis pedía una cerveza y no le podía mandar ningún recado. Nada más podía mirarlo y eso de vez en cuando, furtivamente, retorcida de ansiedad. Y lo vi terminarse la cerveza y aburrirse. Yo estaba petrificada, viendo desaparecer adentro de ese coche todas las posibilidades de realizar el encuentro superdeseado con un sufrimiento terrible. Total, de pronto identifiqué unas palabras de Mauricio. Te llevo a tu casa. Llevaba diciéndolas quién sabe cuánto tiempo. Y dije bueno, llévame, porque había visto salir a Alexis. Dije fervorosamente mañana, mañana lo localizo por medio del güero Frontoni. ¿Te acuerdas que tenía una tienda allí junto? Y eran muy amigos. O si no, hablo a Acapulco, pero mañana lo localizo… Diablos, sí, mañana sin falta…
Al otro día que me levanto a las ocho de la mañana y comienzo a hablar por teléfono a casa del güero. Nunca me contestó. A las nueve de la mañana ya estaba vestida, pintada y arreglada en la puerta de su tienda, sólo que ya no tenía tienda, la había vendido y no me había dado cuenta, no sabía. Ah, luego me encuentro a Tito Caruso y le cuento mis tristes penas. Fíjate lo que me pasó, un muchacho que nunca había salido conmigo, en el Kineret, una cita, iba, estuve, en punto, Mauricio, allí, Las Tapatías, y ahora que estábamos decididos a salir, este, yo quería…
Fíjate, era tan cierto que hacía un par de semanas que había escrito a Acapulco pidiéndoles a Sarita y Jacobo que me invitaran, que tenía muchas ganas de ir, de descansar un poco, de asolearme, pero yo con la intención de arrojarme a los genitales del apático Alexis y ahora sí de andar con él, ahora sí, definitivamente… Bueno, si me hacía caso ¿verdad? Porque después de tantas cosas que habían pasado a lo mejor se le había disuelto el interés cachondo. Y entonces fíjate, qué casualidad, antes de que Sarita me contestara me encontré con Alexis. Es que tenía muchos negocios en México ¿no? ¡Qué maravillosa coincidencia! Entonces Tito dijo ¿quién es? Naturalmente interesado porque le caía medio mal el guapo guapo.
Y no, no lo conoces, es un muchacho que no vive en México… Además yo no quería decirle ¿no? Porque era, bueno, peor que setecientos Mauricios. En eso llega éste, ¿cómo se llama? Andrés Gutiérrez, uno de los novios de La Tapatía Grande, ya sabes, y me encuentra parada en la esquina y me dice hola flaca ¿no fuiste a trabajar? Y empiezo, estoy tristísima porque… Entonces que me suelto a llorar, tú, y le digo lo que me pasó y empiezo llore y llore y llore, llorando de llorar, Y dice dime quién es, yo te lo localizo. Le digo no, no, porque es un muchacho que tú no puedes conocer, no vive en México. No importa, dime quién es y yo trato de localizártelo y te averiguo dónde vive. Tito no entendía qué estaba pasando pero quería intrigar, descifrar. ¡La situación era francamente desesperante! Hasta que comprendió que sobraba y pretextando quién sabe qué cosa se fue. Yo estaba hablando del güero Frontoni y todo eso. Entonces yo, con una vergüenza espantosísima, dije Alexis Stamatis. ¡Qué bruto, qué bruto! Y Andrés se empezó a tapar la cara. Ay, le digo, ¿es terrible? ¡Es que lo dejé plantado, hoy quedé de desayunar con él y se me olvidó! No te creo, Andrés. ¡Te lo juro! Te lo juro. ¡Está en el hotel Presidente! ¿Palabra, Andrés? Palabra, flaca, que no sé qué. Nos fuimos corriendo a un teléfono, con inesperada lascivia y nuevo entusiasmo y secreciones insospechadas. Le hablamos y no estaba. Había dejado dicho en el hotel que si le hablaban se había ido a Puebla. Entonces le hablé a las siete de la noche. Me fui al Palacio de Hierro y lo llamé cuando ya íbamos a salir, pero no había llegado.
Yo andaba en taxis. Tenía coche, pero no sabía manejar. Yo tuve coche desde los quince años, pero La Vestida de Hombre o Las Tapatías me lo tenían que manejar y yo aprendí hasta que cumplí dieciocho. Me daba miedo aprender y entonces lo tenía yo parado. Se llamaba Severo, mi coche. Era un austin de esos muy serios, serios, todo forrado de piel negra. Pero ese día pasó Mauricio por mí y me llevó a la casa. Le dije que estaba enferma…
A las once de la noche lo llamé. Le dije Alexis, ayer me perdí, no te pude hablar, tuve un problema que no sé qué. Le dije te quiero ver. Y entonces me dice yo también. Me dice vente volandísimo para acá. Me dijo a qué hora te puedo ver. Yo no podía salir tan tarde, ya sabes. Me dijo a qué hora te puedo ver lo más pronto posible. ¿Puedo ir por ti ahora mismo? Te invito a bailar. Yo pensaba cómo podré escaparme, nerviosísima. Era tan fuerte la oscilación… Podré, no podré. Lo más temprano que se pueda gemía Alexis. No sé, decía yo, no sé, dime tú a qué hora nos vemos y nos vemos, estoy decidida. Entonces me dijo te espero mañana a las seis de la mañana. Y entonces le dije sí, sí.
Imagínate, si me hubiera dicho ahorita, me hubiera jodido. Hubiera sido imposible porque ya era nochísimo y habría provocado un conflicto terrible en la casa. No me hubieran dejado salir. Entonces me levanté a las cuatro y media de la mañana y mi mamá me dijo a dónde vas a estas horas. A dónde voy a ir si es viernes, le dije, voy a comulgar. ¿A estas horas? Es que voy a bañarme, luego ya no me alcanza el tiempo de regresar. Me acuerdo perfecto… Me dijo mi mamá cómo vas a ir a comulgar si apenas son las cinco de la mañana. Bueno, mamá, entonces dime a dónde voy a ir. Imagínate… Y tengo que comulgar a estas horas porque hoy tenemos que estar a las ocho en El Palacio de Hierro, vamos tener una junta. Ella estaba en bata y olía a alcacélcer. Entonces ya me voy porque si no, ya no me da tiempo. Ella despeinada y yo feliz. Entonces me salí, ya me estaba esperando un taxi, todavía no amanecía y las bardas de piedra del pedregal, los postes, las banquetas, todo estaba en orden. Y entonces que me voy dizque a la comunión, a las cinco y media de la mañana.
Cuando llegué a su cuarto de hotel toqué la puerta, toqué en la puerta… Fíjate qué recibimiento tan cursi, ahora que me acuerdo me muero… Abre la puerta muy elegante, de bata, casi luminoso, mentolado, inmóvil, inspirado, y que me da un beso, un beso, tú, que duró como mil años, de veras, increíble, casi eterno, larguísimo, ardiente y dulce como la vida misma, desbordado y masticador, hermético, suave, y dentro del cual comenzó a formarse cada vez más concretamente esa cosa mágica y cosquilladora que es el deseo, un deseo que empezaba a jalar hilitos en las partes más vulnerables del cuerpo. Entonces así, miles de besos a tu medida, precisos, así como algo que estás esperando desde hace mucho tiempo ¿no? Algo que deseas y que por fin lo consigues…
Cuando cerró la puerta ya estaba yo desnuda ¿no? Entonces fíjate que la televisión estaba encendida, parpadeaba con su único ojo y luego apareció el patrón de la estación. Después estuvimos platicando de miles de cosas. Llegó una amiga de él, como a las nueve, y desayunamos todos juntos, ahí, los tres juntos. Luego hubo, creo que fue algo de box, algo especial, un evento así especial que transmitieron en la tele. Entonces, desde esa vez, ya comencé a salir muchísimo con él. Hacía viajes a Acapulco cada vez que podía, cinco o seis veces por año. Y él venía cada quince días o cada mes. Me hablaba por teléfono a cada rato. Nos pasábamos los fines de semana encerrados en su cuarto de hotel…
(“Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso, durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.”)