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3. LUCÍA


Como ya era costumbre, estaba tumbada en mi balcón escuchando música de mi reproductor. Miré hacia el cielo, estaba despejado, excepto por una nube rebelde y solitaria. Paseaba a sus anchas por aquel azul claro, como si de una barca a la deriva en pleno océano se tratara. Por un instante, esa imagen me recordó a mí. Llevaba tiempo andando entre la gente, pero sin relacionarme con nadie, ni siquiera eran visibles ante mis ojos, me fijaba únicamente en una chica imposible y cruel, aunque en ese momento no lo sabía.

Era como si hubiera estado hechizada por ella. Como si hubiera proyectado en mí un conjuro que hiciera que mi mundo girara entorno a ella. Algo bastante jodido, si teníamos en cuenta cómo acabaron las cosas. Yo solo la quería a ella, no permitía que nadie más se acercara a mí como ella lo hizo, la defendía cuando no estaba presente y hablaban mal de ella. E irónicamente, ella fue la que más daño me hizo. Suponía que ya había comprendido esa frase que había leído en alguna parte que decía: «Las personas más queridas son las capaces de hacerte más daño». Depositabas una confianza en ellas tan pura e inocente, que cuando te soltaban la mano, caías precipitosamente al suelo, sin nada que poder hacer para evitar el impacto con un suelo frío y hostil. Golpeándote con la realidad. Y la verdad era que dolía más el hecho de que te soltara la mano que la caída en sí misma.

Me pareció haber escuchado el timbre de la puerta, pero ni siquiera me molesté en levantarme, pues mis padres estaban en la planta baja y desde que me había mudado nadie venía a visitarme.

Me reincorporé un poco para beber un poco de agua del vaso que estaba a mis pies. Giré la vista hacia el interior de la habitación y la puerta se abrió en ese instante mostrando a una chica morena.

¿Jessica?

—¿Qué haces aquí? —pregunté levantándome y yendo hacia ella.

—Bueno, tenemos un tema pendiente del que hablar. Me siento mal por haberlo dejado a medias, dos veces.

—Ya te dije que no importaba, siéntate —dije señalándole la cama. Cuando se sentó, cogí la silla y me senté enfrente de ella—. Tú dirás, ya te conté lo que pasó.

—¿Cómo se llama?

—¿Acaso importa? —contesté levantando una mano y dejándola caer con cansancio.

—Solo es para ponerle un nombre a esa bruja. —Intentó hacerme reír, pero no lo consiguió.

—No es una bruja... solo es... —No me gustaba que la llamara así, pero tampoco encontraba un calificativo para describirla—. Se llama Alba.

—Vale... ¿Desde cuándo erais mejores amigas? —Sentí una punzada al escucharla hablar en pasado, en mi mente ya lo había hecho, pero supuse que escucharlo en voz alta era más duro.

—Desde hace cinco años.

—Esa tía es idiota... Perdona —dijo al ver cómo rodaba los ojos—, pero una amistad de tanto tiempo no se rompe por algo así. Como te estaba diciendo ayer, yo pasé por lo mismo. Pero no tuve el valor de decírselo y supongo que a veces me pregunto qué hubiera pasado si lo hubiera hecho. Así que creo que es mejor arriesgarse que quedarse con la duda.

—Ya... pero es duro escuchar ciertas cosas de personas a las que les tienes aprecio.

—Oye, ¿y anoche viste a alguien que te interesara?

Por un momento pasó una imagen por mi mente, fugaz, como una acaricia rápida pero delicada, sobre la chica de la que me quedé ensimismada cuando fui con Marcos a por copas. En ese momento me había levantado para cambiar la música y estaba de espaldas a Jessica, por lo que no pudo observar el rubor de mis mejillas que seguramente se me había formado, a juzgar por el ligero calor que empecé a sentir en ellas.

—No, y ¿tú?

—¿Qué dices? Yo tengo novia. —Me giré para mirarla a los ojos.

—Sí, una novia que no te deja respirar.

—Ya te han comido la cabeza estos. Ella es una buena tía, solo que tuvo un mal día. —En ese momento empezó a sonar su móvil—. ¿Sí?

—¿Cómo que «¿sí?»? Soy tu novia. —Escuché débilmente desde el altavoz del móvil.

—Perdona, no había visto quién era. ¿Querías algo? —dijo Jessica intentando sonar amable.

—Estaba preocupada, no me llamaste para decir si habías llegado bien.

—Me dejaste a dos calles de mi casa, ¿qué me va a pasar?

—Vaya, parece que hoy no es un buen día. Ya te llamaré cuando se te pase el cabreo —dijo en un tono más alto.

—Pero... —dijo Jessica observando incrédula la pantalla de su móvil indicando que había cortado la llamada. Yo la miré con una ceja alzada, refiriéndome a la conversación que manteníamos antes de ser interrumpidas—. No me mires así... solo es una mala racha.

—Bueno, pues asegúrate de que esa «racha» no se ha convertido en tu «rutina».

Poco después de esa conversación, Jessica dijo que tenía que irse. La abracé y le dije:

—No soportes más de lo que deberías por una persona que no te merece. —Ella sonrió y se fue.

La verdad es que me apenaba verla tan agobiada por esa chica que parecía ser demasiado posesiva. Creía que se merecía algo mucho mejor.

El domingo pasó como un día entre tantos, nada importante que contar. Lo único diferente era que estuve hablando con Jessica un buen rato y así pude olvidarme un poco más de mi pasado, y supuse que ella intentaba evadirse de su presente. No la culpaba, yo también haría lo mismo si tuviera de novia a Carla.

Ya era la segunda hora del lunes y el sueño empezaba a desaparecer. Me tocaba clase en el laboratorio. No conocía al profesor que daba esa asignatura, tendría que presentarme otra vez. Pero eso no era lo peor, lo peor era que en esa clase no había nadie conocido.

Entré pronto y no había apenas nadie en la clase, por lo que decidí sentarme en una mesa al fondo de la clase, dejando un asiento libre a mi izquierda y esperando que no se sentara un capullo a mi lado. Cuando ya había entrado el profesor, todos tenían pareja, excepto yo y una chica morena sentada en la segunda fila.

—Buenos días —empezó a decir el profesor—. A partir de hoy empezaremos a trabajar siempre en parejas. Espero que hayan elegido bien con quien sentarse, pues estas serán las parejas hasta el final del curso. —Ahora se dirigió a la chica morena que estaba sola—. Tienes suerte de que haya venido otra chica, si no te hubiera tocado hacer el trabajo de dos personas.

Entonces el profesor me miró a mí y la chica hizo lo mismo. Prácticamente toda la clase me estaba mirando. Le hizo un gesto a la chica con la cabeza, esta recogió sus cosas y se dirigió a mi mesa. Una vez sentada, me miró sonriente y dijo:

—Hola. ¿Cómo te llamas?

—Hola, soy Marta, ¿y tú? —dije dedicándole otra sonrisa y tendiéndole la mano.

—Yo me llamo Lucía —dijo y me estrechó la mano y pude ver que en su muñeca tenía un tatuaje.

Por un momento me quedé paralizada. No, no podía ser que tuviera a mi lado a la chica que me encontré en la discoteca el viernes. Había muchas chicas que se tatuaban la muñeca, ¿no? Al ver que no paraba de mirarle la muñeca, se subió el chaleco para mostrarme un tatuaje de unas huellas de gato y debajo la frase: «Be free».

—Perdona, no quería parecer cotilla.

—No pasa nada. No eres la primera que se queda mirándolo.

—Está muy guay. —Idiota, le habría parecido una niña pequeña, hubiera deseado abofetearme, pero eso solo hubiera hecho todo más incómodo.

—Vale, se acabó el descanso —dijo el profesor con voz autoritaria—. Todos tenéis en vuestras mesas un papel explicando la actividad que vais a hacer paso a paso. —A la vez las dos cogimos el folio, haciendo que nuestras manos se rozaran—. Vais a teñir una célula y mirarla con el microscopio.

No me hacía falta leerme el folio. Dado que ya había hecho con anterioridad esa actividad en el otro instituto. Empecé a coger los materiales que necesitaríamos ante su atenta mirada. Pude ver cómo sonreía, como si estuviera tramando algo. Cuando acabamos la actividad, llamamos al profesor y este hizo un gesto con la mano, indicándonos que ahora vendría.

—Se te da bien esto, empollona —dijo sonriendo.

—Esta fue la última actividad que hice en mi anterior instituto. Y no soy una empollona.

—Vaya, aparte de teñir células, también sabe arañar —dijo mirándome de reojo.

Llegó el profesor y miró a través del microscopio. Nos felicitó por hacerlo bien y luego dijo que no se arrepentía de ponernos juntas, pues parecía que íbamos a hacer un buen equipo. En ese momento, el profesor y Lucía intercambiaron una mirada que no supe interpretar.

Cuando nos fuimos a despedir, yo iba a darle la mano y ella iba a darme un abrazo. Por lo que acabamos riéndonos mientras unos chicos se giraron para observarnos, y luego nos dimos un abrazo. Y me dirigí a la siguiente clase en la que me encontraría con Jessica.

Enamorarse: ¿bueno o malo?

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