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5. CLASES PARTICULARES


Llevaba un tiempo despierta, pero seguía tumbada con la misma posición. Jessica estaba dormida con un brazo sobre mi cintura y no quise moverme para no despertarla. Era obvio que hacía bastante tiempo que no dormía bien, se la veía cansada y sus ojeras destacaban en su rostro. Pero ahora, al mirarla a la cara, parecía relajada, ajena a todo aquello que podía producirle cualquier tipo de dolor.

Empezó a abrir sus ojos, poco a poco. Y cuando se percató de la situación en la que se encontraba, apartó su brazo con rapidez.

—No me sueltes, cariño —dije y ambas empezamos a reír.

—Idiota. —Se puso seria por un momento y dijo—: Perdona, supongo que estoy acostumbrada a dormir con Carla.

—No me molesta, cuando necesites un peluche que abrazar por la noche, llámame —le contesté y volvimos a reír—. Y otra cosa, de ahora en adelante, intenta mencionarla lo menos posible. Te ayudará a olvidar. Créeme.

—Eso haré —dijo y formó una sonrisa en su rostro.

Después de levantarnos, desayunamos algo y luego la acompañé a su casa. Cuando regresé, hice los deberes que tenía pendientes. El resto del fin de semana lo pasé tumbada en mi cama, escuchando música y mirando la caja que reposaba sobre el armario. A veces todavía deseaba volver, aunque solo fuera para observarla de lejos. Para saber si estaba bien. Y luego regresar.

Pero eso me destrozaría, estoy segura. ¿Y si estaba ahora mejor sin mí? ¿Y si al regresar volvían todos los sentimientos como si todos mis esfuerzos hubieran sido en vano? ¿Y si sentía que el vacío de mi corazón se hacía más grande? No me costaba aconsejar a una amiga, pero me costaba escuchar lo que los demás me decían. Supuse que me era más fácil ayudar que ser ayudada.

—Bueno, nosotros nos quedamos aquí —dijo Marcos refiriéndose a él y a Jessica—. Tú tienes laboratorio, ¿no?

—Sí. Nos vemos —dije y seguí hacia delante mientras ellos entraban en el aula.

Cuando entré en el laboratorio, miré hacia el fondo de la sala y vi a una Lucía sonriente. Me giré para comprobar que no había nadie detrás de mí y que, por lo tanto, esa sonrisa en su plenitud estaba dirigida a mí. Y así fue. Volví a cruzarme con su mirada y sonriente fui al asiento de su lado.

—Perdona por dejarte sola el miércoles —dijo nada más sentarme.

—No importa. ¿Puedo saber por qué faltaste? —dije temerosa de estar entrando en terreno resbaladizo.

—Mi novia me retuvo en la cama —respondió con una sonrisa de medio lado. No sé por qué me molestó escuchar aquello—. Estoy de coña, tuve que ir a renovar el DNI y me llevó toda la mañana.

—Soltó una carcajada.

—Ah —contesté sin saber qué más decir. Así que me dediqué a mirar a la puerta, para ver quién entraba.

Al poco entró el profesor, y rápidamente explicó lo que tendríamos que hacer. Empezamos a trabajar juntas, ella fue a elegir los elementos químicos y yo saqué la libreta para apuntar las reacciones. Empezó a verter los elementos en la probeta. Pero la paré en el último momento al ver que iba a añadirle sodio como último elemento.

—¿Qué pasa? —dijo confundida.

—Si añades eso, vamos a tener que volver a hacerlo.

—¿Qué dices? Esto es lo último que tenemos que echar.

—No. Piensa. En esa probeta hay agua. El sodio con el agua explota. No es eso lo que tenemos que hacer. Tienes que echar cloro.

—No creo que... —Le puse una mano sobre la suya.

—Confía en mí. —Se me quedó mirando y quité la mano rápido, pensando que le había molestado.

—Tú dirás —dijo y vertió el cloro en el compuesto. Y este empezó a cambiar su color.

—¡Bien! —exclamé.

—Touché. Parece que vas a tener que darme clases particulares de química, empollona.

—Si dejas de llamarme empollona —dije entre risas.

La siguiente hora pasó tranquila. El principal objetivo que tenía era intentar ocultar esa sensación que Lucía me había causado, intentando no tomar decisiones precipitadas sobre lo que estaba sintiendo. Pero sobre todo, ocultárselas a Jessica para que no se imaginara cosas.

En la salida acompañada por Jessica, noté cómo alguien que estaba a mi espalda me agarraba mi muñeca. Me giré y volví a ver esa sonrisa de la que había disfrutado tanto esa mañana.

—Ey, me preguntaba si podíamos empezar con las clases esta tarde —dijo soltando mi muñeca.

—Ah, pero, ¿hablabas en serio? —pregunté confusa.

—¿Tú no? —¿Parecía decepcionada?

—¿Lucy? —dijo Jessica al ver quién me había parado.

—Jessi, ¿qué pasa? —exclamó demasiado efusiva a mi parecer.

—Es la chica con la que estoy en el laboratorio —expliqué—. Y me estaba pidiendo clases de química. —Ambas pusieron una cara indescriptible. Qué raro.

—Marta, ¿nos disculpas un momento? —dijo Lucía. Asentí y se alejó agarrando de la mano a Jessica.

Se llevaron un tiempo hablando, no quería molestarlas, pero se me estaba haciendo tarde. Ya había recibido un mensaje de mi padre que decía: «Ya he cogido mesa. No tardes». Así que me acerqué despacio.

—Y ¿cómo está Carla? —dijo con una sutil pincelada de desprecio en sus palabras.

—No finjas que te caía bien. Recuerdo lo que pasó entre ustedes, de todas formas ya no estoy con ella —dijo Jessica justo antes de ver que estaba a su lado.

—Perdonad chicas, pero me tengo que ir. Mi padre me espera para comer.

—Espera, antes de que te vayas. ¿Qué me dices de esta tarde?

—Puedes venirte a mi casa sobre eso de las… ¿seis y media?

—Me parece bien. ¿Cuál es la dirección de tu casa?

—La verdad es que no sé el nombre de la calle. Llevo muy poco aquí.

—Yo puedo decirle donde vives —entró Jessica en la conversación—. No hagas esperar a tu padre.

—Gracias —dije y me fui con paso ligero de allí.

—Va a venir una amiga a las seis y media —dije cuando estábamos en el coche, camino a casa.

—¿Es la chica del finde?

—No, es una compañera de química, me ha pedido que le ayudara un poco con la asignatura.

—Vale —dijo parando en frente de casa—. Pasadlo bien, pero no demasiado. —No recuerdo la primera vez que me había dicho eso, era una de las cosas que siempre te hacían recordar a alguien—. Voy a recoger a tu madre a la salida del trabajo, no le digas nada, es una sorpresa. Llegaremos tarde, creo que hay pan para hacerte un bocadillo. O puedes pedir comida a domicilio, lo que te apetezca.

—Vale, papá. —Le di un beso en la mejilla y salí del coche.

***

—Hola —dije al abrirle la puerta a Lucía.

—Hola —dijo tímida, intentando ver el interior de la casa.

—No hay nadie. —Su cara se relajó.

—Vamos a mi cuarto, allí tengo las cosas.

Le dejé pasar y ella esperó a que cerrara la puerta y la guiara por el interior de la casa. Subí las escaleras y entré en mi cuarto. Ella caminó detrás mía silenciosa.

—Siempre he querido tener un balcón en mi cuarto —dijo caminando hacia él.

—Y yo. —Sonreí—. Voy a por una silla.

Al regresar, ella estaba apoyada en la barandilla observando las vistas. Se dio cuenta de mi presencia por el ruido de las ruedas de la silla del despacho de mis padres. Se acercó a ella y se sentó. Colocó su cuaderno y su estuche sobre la mesa. Yo hice lo mismo.

—Bueno, ¿por dónde empezamos? —pregunté.

—El primer trimestre pasado falté mucho al principio y no estoy muy al tanto de los dos primeros temas.

—Bien, espera que coja el libro —dije agachándome hacia la mochila—. Déjame adivinar, tu novia te retuvo en la cama demasiadas mañanas.

—Yo no tengo novia. —Eso me sorprendió después de lo de esta mañana—. Ahí —dijo señalando una página del libro.

—Ese tema es fácil. Pero, espera un momento —dije colocando la mano sobre las letras del libro—. Si no tienes novia, ¿por qué me dijiste que sí esta mañana?

—Creo recordar que te dije que estaba de broma.

—Sí... bueno... pero creía que solo te referías a la parte que te... impidió ir a clases... —De repente mi mente se había vuelto más espesa y me impedía pensar con claridad.

—Pues no, hace tiempo que no tengo novia. ¿Algo más que quieras saber? ¿Quieres saber mi segundo nombre? —Creía que me había puesto colorada.

—No, no... ¿tienes segundo nombre?

—No. —Rio y yo también.

Estuvimos bastante tiempo con el tema. Ella era bastante buena, aunque a veces se quedaba pillada con cosas insignificantes. Cuando dimos como la mitad del tema, paré. La luz natural que entraba por la ventana había dejado de iluminar desde hace un rato y empezaba a tener la vista cansada. Cerré el libro y me levanté de la silla estirando la espalda.

—Creo que eso valdrá por hoy —dije mientras me tiraba en la cama.

—Así que tú fuiste la que consiguió que Jessi abriera los ojos con Carla —dijo a la vez que giraba la silla y la arrastraba hacia la cama.

—No creo que fuera así. Creo que ella ya se había dado cuenta de cómo era.

—Venga ya. Ella estaba ciega, es uno de los efectos de amor. ¿Acaso nunca lo has sufrido? —Dirigí mi mirada hacia la caja.

—Sí —solté amargamente.

—Perdona, no quería... —Se detuvo—. No sabía que estabas pasando por un mal momento, siempre te veo tan alegre que...

—Hace un tiempo que pasó, pero supongo que me sigue afectando. No quiero hablar de eso ahora mismo. —Dirigí mis ojos al pie de la cama.

—De acuerdo. —Posó una mano cariñosamente sobre la mía que reposaba sobre mi vientre—. Me alegro de que Carla ya no esté con Jessi, me cae bien y lo único que hacía esa idiota era hacerle daño.

—Sí, hace dos semanas salí con su grupo a una discoteca, y pude notarlo enseguida.

—¡Eso es! —exclamó como si hubiera recordado algo—. Me pareció verte en otro sitio. Pero no recordaba dónde. ¿Cómo pude olvidarlo?

—A veces pasa.

—No, yo no suelo olvidar a las chicas guapas. —Me sonrojé, ¿cuántas veces me había pasado con ella?

—A lo mejor es que no soy guapa, por eso te pasó —susurré.

—No digas tonterías. Eres preciosa. —Nos quedamos un instante en silencio, mirándonos a los ojos. Pude notar algo que no sabía identificar flotando en el aire, atrapando mi cuerpo en aquel instante que parecía eterno.

—Siempre hay una primera vez, supongo —dije cuando pude reaccionar.

—O tú eres diferente a las demás.

—Si estás intentando ligar conmigo, eres muy poco sutil. —Las dos estallamos en risas—. Creo que voy a pedir la comida.

—¿Y tus padres?

—Hoy ceno sola.

—Ni hablar —dijo.

—¿Qué? —dije confundida.

—No voy a dejar que comas sola después de hacerte recordar el pasado. Yo puedo hacerte compañía, he traído algo de dinero porque pensaba parar a comer en algún sitio de camino a casa.

—Vale, caballera —dije riendo—. Quítate la armadura. Si tú me das compañía, yo invito.

—Me parece bien —dijo con una amplia sonrisa.

Enamorarse: ¿bueno o malo?

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