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4. ES MEJOR SER LIBRE


Cuando entré en el aula, ya estaba Jessica. Sentada con la espalda apoyada en la pared y los pies reposaban sobre la silla que estaba a su lado. Estaba cabizbaja y tenía sus brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada estaba perdida en algún punto del suelo. Parecía que algo la estaba torturando por dentro, aunque no sabría decir qué. Por eso me acerqué con cuidado, apoyé una mano en su pie y levantó la vista para cruzarse con la mía.

—¿Todo bien, Jessi? —dije suavemente mientras la miraba con ternura.

Abrió la boca como para decir algo, pero la volvió a cerrar sin emitir ningún sonido. Entonces quitó los pies de la silla, tiró de mi brazo hacia ella y me abrazó fuerte, pero sin llegar a hacerme daño. Le correspondí al abrazo y acaricié su espalda con mi mano derecha. Pasaron unos segundos hasta que ella lo deshizo y luego me miró a los ojos.

—Gracias —susurró, yo le respondí con una sonrisa.

No volvimos a hablar del tema en lo que restaba de horario escolar. Era obvio que necesitaba contar lo que fuera que la atormentaba, pero iba a esperar a que ella diera el primer paso. Iba a esperar a que estuviera preparada para decir en voz alta aquello que le susurraba al anochecer y le quitaba el sueño. Y así se lo hice saber esa misma noche, cuando me mandó un mensaje:

«Gracias por no presionarme», me escribió Jessica.

«No soy quién para hacerlo. Estaré aquí cuando quieras hablar. Siempre», le contesté.

«Significa mucho para mí», escribió Jessica.

«Para eso están las amigas, ¿no?», le contesté.

—Marcos, ¿conoces a una chica de nuestro curso que se llama Lucía? —le pregunté mientras buscábamos a Jessica por el patio del recreo.

—¿Morena? —Asentí—. Sí.

—Y, ¿qué opinión tienes de ella?

—¿Por qué no le preguntas a Jessica? A los chicos no, pero a las chicas las tiene a todas localizadas —dijo haciéndome un guiño.

—Porque si le pregunto, me hará un interrogatorio. Y no pienses de más. Estoy sentada con ella en una clase y quiero saber si tengo que andarme con ojo.

—Vale, vale —dijo mientras se rascaba la nuca—. Es buena gente, salió con nosotros un par de veces, pero se peleó con Carla. Ella se dio cuenta de que manipulaba a Jessi, y Carla tenía celos de que estuviera cerca de su novia. Después de eso no volvió a salir con nosotros. Una pena. Me caía bien. —Hizo una pausa y habló bajo al ver que nos acercábamos a las chicas y me dijo con sonrisa pícara—: Y es lesbiana. —Me golpeó con el codo.

—¿Por qué eres tan capullo? —Suspiré y seguí caminando.

—¡Oye, no insultes a mi novio! —dijo Dani que estaba sentada al lado de Jessi—. Es decir, ya sé que es un capullo, pero solo le insulto yo.

—Vaya, gracias. —Marcos intentó parecer ofendido. Dani se levantó y le dio un beso—. Eso está mejor —comentó y ahora fue él el que recibió un codazo de parte de su novia.

—Hacen buena pareja —le susurré a Jessica mientras observaba divertida su interacción.

—Sí —dijo Jessica con tono melancólico.

Se decía que cuando se estaba en compañía de buenas personas, el tiempo pasaba rápido. Podía afirmar que era cierto. Parecía que fue ayer cuando corría a mi casa con lágrimas en mis ojos, intentando huir del dolor que palabras dolorosas dañaron mi corazón. Pero no, ya era viernes de nuevo. Era otro año, debía olvidarme de sus palabras por difícil que me resultara.

La gente contaba malas historias de las malas experiencias que tuvieron al mudarse de ciudad: el rechazo, la intolerancia, los insultos... Pero nada de eso me pasó a mí, me trataron mejor que en mi ciudad natal. Supuse que tu hogar es donde encuentras tu sitio, no en el primero que vives.

Estaba a diez minutos del final de la última clase, cuando alguien llamó a la puerta. La profesora dejó de explicar para decir: «Adelante». Al abrirse, apareció Lucía, se dirigió a la profesora y le entregó una especie de bloc de notas. Le dijo:

—Te lo dejaste antes en clase. —Le dio las gracias y volvió la vista a la clase antes de irse.

Yo seguía todos sus movimientos, esperando que se diera cuenta de mi presencia. Y justo antes de irse, me vio, me dedicó un guiño y se fue sonriente.

—¿Quién sale sonriente de una clase de matemáticas? —me preguntó Jessica cuando íbamos por el pasillo para salir. Supuse que Lucía me había contagiado su sonrisa.

—¿Quedamos hoy? —dije intentando cambiar de tema.

—He quedado con Carla —dijo y la felicidad que reflejaba su cara desapareció.

—Bueno, pues pasaré el viernes en mi cuarto echándote de menos. —Me miró y sonrió amargamente—. Podemos quedar mañana si quieres.

—Vale, ya te aviso —dijo antes de abrazarme e ir hacia la derecha por la calle. Me quedé observando su espalda con tristeza, hasta que su figura desapareció por la esquina.

Estaba tumbada en el sofá, con la cabeza apoyada en el hombro de mi padre mientras veíamos un absurdo programa televisivo, e intentábamos descifrar las preguntas antes que los propios concursantes. Justo como cuando era pequeña. A penas eran las siete de la tarde, pero ya se había hecho de noche.

Sonó el timbre y mi padre fue a levantarse, pero le puse una mano sobre la rodilla y me levanté yo. A mi madre aún le faltaba tiempo para llegar, pero a veces salía un poco antes de su trabajo. Así que supuse que sería ella. Pero me sorprendí al ver a Jessica, parada en el portal de mi casa con los ojos húmedos e hinchados.

Sin pensarlo dos veces me abalancé sobre ella y la abracé con fuerza. Ella empezó a llorar sobre mi hombro, cuando se calmó un poco me separé de ella y abrí la puerta que previamente había entrecerrado. Cerré la puerta a sus espaldas, le hice un gesto con la mano para que subiera las escaleras y me acerqué a mi padre para decirle que estaríamos en mi cuarto y que llamara a la puerta si quería algo. El asintió y yo me dirigí escaleras arriba.

—¿No habías quedado con Carla? —dije después de cerrar la puerta y ella asintió débilmente mientras se secaba las lágrimas con sus manos—. ¡Te juro que voy a matar a esa...! —empecé a decir, pero me cortó.

—La he dejado —me habló aún sin levantar la cabeza del suelo y volví a abrazarla.

—¿Cómo ha pasado? —dije y me senté en la cama a su lado y esperé a que ella decidiera hablar.

—Había quedado con ella con la intención de cortar... Le dije que hacía ya tiempo que dejé de sentirme bien con ella... y... y... —Detuvo su explicación, incapaz de continuar y le puse la mano sobre la rodilla y la acaricié—. Empezó a gritar y a decirme que la había dejado por ti...

—Si ella era celosa e intentaba tenerte solo para ella, es lo mejor que has podido hacer. Nadie debe decirte qué hacer o con quién debes juntarte. Es mejor ser libre —le dije despacio y con voz calmada.

—Yo... solo tenía ojos para ella, nunca... NUNCA le habría sido infiel... —dijo entre sollozos.

—Lo sé, conozco esa sensación. —Mi pulgar atrapó una lágrima que recorría su mejilla—. ¿Qué te parece si —levantó la cara y me miró a los ojos— vemos una peli?

—¿Qué película sería?

—Podemos ver... Resident Evil.

—¿Cuál tienes?

—Todas —dije sonriendo—. ¿Maratón?

—Maratón —dijo con firmeza y empezamos a reír.

Habíamos empezado a ver la segunda película cuando alguien tocó la puerta. Del otro lado de la puerta se escuchó la voz grave de mi padre.

—¿Se puede?

—Pasa —dije reincorporándome en la cama.

—Hola —dijo mirando a Jessica.

—Hola —contestó ella tímida.

—Dentro de un rato voy a pedir pizza, ¿tu amiga se queda a comer? —La miré y ella se encogió de hombros.

—Sí.

—Bien, pues ya me voy —dijo e inmediatamente desapareció por la puerta.

—Jessi. —La miré.

—Dime.

—¿Y si te quedas a dormir? —Se quedó pensativa y luego contestó.

—No tengo pijama.

—No importa, yo puedo prestarte uno.

—Bueno, como veo que no era una pregunta, sino una orden, tendría que avisar a mi madre —dijo sacando su móvil y abriendo WhatsApp.

«Voy a quedarme a dormir en casa de una amiga», le escribió Jessica a su madre.

«¿Qué amiga?», contestó la madre de Jessica.

«Marta, te hablé de ella el otro día», respondió Jessica.

«Vale. Ten cuidado», se despidió la madre de Jessica.

—Arreglado —dije tras leer el último mensaje por encima de su hombro.

—Mira que eres cabezota —decía mientras movía su mano sobre mi cabeza, despeinándome.

—Ah, ¿y tú no? —Empezamos a reír, pero se paró en seco y me miró.

—Gracias por hacerme ver la realidad y por todo esto.

—Ya te lo dije. Para eso están las amigas.

Enamorarse: ¿bueno o malo?

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