Читать книгу Muerte en el hoyo 18 - Харлан Кобен - Страница 11
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El magnetófono se puso en marcha con un chasquido. Myron oyó primero las llamadas del teléfono. El sonido era de una claridad sorprendente. Luego oyó a Jack Coldren:
—¿Diga?
—¿Quién es la zorra china?
Era una voz grave y amenazante, manipulada mediante algún sistema artificial. Hombre o mujer, niño o adulto, podía tratarse de cualquiera.
—No sé a qué...
—¿Intentas joderme, cabrón hijo de puta? Te empezaré a mandar al maldito mocoso en pedacitos.
—Por favor... —suplicó Jack Coldren.
—Dije que nada de avisar a nadie.
—No lo hemos hecho.
—Entonces dime quién es esa zorra china que acaba de entrar en tu casa.
Silencio.
—¿Crees que somos estúpidos, Jack?
—Por supuesto que no.
—Entonces ¿quién es?
—Se llama Esme Fong —respondió Coldren—. Trabaja en una empresa de confección. Ha venido a fijar las condiciones de un contrato de publicidad con mi esposa, eso es todo.
—Y una mierda.
—Es la verdad, se lo juro.
—No sé, Jack...
—No tengo por qué mentirle.
—Bueno, Jack, eso todavía está por ver. Tendrás que pagar por esto.
—¿A qué se refiere?
—Cien mil dólares. Considéralo una penalización.
—¿Por qué?
—¿Quieres al chico con vida? Pues esto te va a costar cien mil más, y...
—Espere un momento. —Coldren se aclaró la garganta. Trataba de recuperar el control sobre sí mismo.
—¿Jack?
—¿Sí?
—Como vuelvas a interrumpirme le perforaré la polla a tu retoño con un tornillo.
Silencio.
—Ten el dinero a punto, Jack. Cien mil dólares. Te volveré a llamar para decirte qué tienes que hacer. ¿Entendido?
—Sí.
—Pues no me jodas, Jack. Me encanta hacer daño a la gente.
Un breve silencio anticipó la estridencia súbita de un chillido agudo, un chillido que crispaba los nervios y ponía la piel de gallina. La mano de Myron apretó el teléfono.
La línea se cortó. Se oyó el tono de marcar. Luego, nada.
Linda Coldren apartó el auricular del altavoz.
—¿Qué vamos a hacer?
—Llamar al FBI —respondió Myron.
—¿Ha perdido el juicio?
—Creo que es lo mejor.
Jack Coldren dijo algo ininteligible. Linda reapareció en el auricular.
—Definitivamente, no. Sólo queremos pagar el rescate y recuperar a nuestro hijo.
No tenía sentido discutir con ellos.
—No hagan nada. Volveré a llamar lo antes posible.
Myron cortó la comunicación y marcó el número de Lisa en New York Bell. Era uno de sus contactos desde los tiempos en que él y Win trabajaron para el Gobierno.
—Un identificador de llamadas me ha dado un número de Filadelfia —dijo—. ¿Puedes localizarme la dirección?
—Enseguida.
Le dio el número. La gente que ve demasiada televisión cree que esta clase de cosas requiere mucho tiempo. Las cosas habían cambiado. El rastro se seguía de modo instantáneo. Nada de «haz que siga hablando» o cualquier otra forma de retenerlo al aparato. Lo mismo sucedía cuando se trataba de dar con la ubicación de un número de teléfono. Cualquier operadora, prácticamente desde cualquier lugar, podía introducir el número en su ordenador, o emplear uno de esos directorios inversos, y asunto resuelto. ¡Demonios!, ni siquiera era preciso contar con una operadora. Los programas de ordenador en CD-ROM y las páginas web daban el mismo resultado.
—Es un teléfono público —dijo Lisa.
No era una buena noticia, aunque no le sorprendió.
—¿Sabes dónde está?
—En el centro comercial Grand Mercado, en Bala-Cynwyd.
—¿Un centro comercial?
—Sí.
—¿Estás segura?
—Eso es lo que pone.
—¿En qué sección del centro comercial?
—No tengo ni idea. ¿Crees que en el listado pone «entre Sears y Victoria’s Secret»?
Aquello carecía de lógica. ¿Un centro comercial? ¿El secuestrador había arrastrado a Chad Coldren hasta un centro comercial para que chillara por teléfono?
—Gracias, Lisa.
Colgó y se volvió hacia el porche. Win estaba de pie justo detrás de él. Permanecía con los brazos cruzados y, como siempre, se lo veía muy relajado.
—El secuestrador ha llamado —dijo Myron.
—Eso me ha parecido oír.
—Podrías ayudarme a esclarecer este asunto.
—No —repuso Win.
—No tiene nada que ver con tu madre.
Win no se inmutó; sin embargo, algo alteró su mirada.
—Cuidado —fue todo lo que dijo.
Myron sacudió la cabeza.
—Tengo que irme. Discúlpame ante los demás.
—Has venido aquí en busca de clientes —dijo Win—. Antes te has justificado con el argumento de que habías aceptado ayudar a los Coldren con la esperanza de representarlos.
—¿Y?
—Y estás tremendamente cerca de conseguir al jugador de golf más codiciado del mundo. El sentido común dicta que te quedes.
—No puedo.
Win descruzó los brazos.
—¿Harías una cosa por mí? —preguntó Myron—. Sólo quiero saber si estoy perdiendo el tiempo o no.
Win permaneció inmóvil.
—¿Recuerdas que te he contado que Chad utilizó su tarjeta bancaria?
—Sí.
—Consígueme la cinta de la cámara de seguridad del cajero automático —dijo—. Así tal vez descubra que todo esto no es más que una broma de mal gusto que nos está gastando Chad.
Win se encaminó hacia el porche.
—Te veré en la casa esta noche.