Читать книгу Muerte en el hoyo 18 - Харлан Кобен - Страница 9
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La sede del Club de Golf de Merion era una enorme casa de campo blanca con las contraventanas negras. La única nota de color la ponían los toldos verdes que daban sombra al famoso porche trasero, e incluso ésta desmerecía dado el verdor circundante. Uno esperaba encontrarse con algo que produjera una mayor impresión, que incluso llegara a intimidar; pero pese a tratarse de uno de los clubes de campo más exclusivos del país, la sencillez parecía decir: «Esto es Merion. No precisamos más».
Myron cruzó el sector de los jugadores. Las bolsas de golf estaban alineadas sobre una repisa metálica. La puerta del vestuario de hombres quedaba a su derecha. Una placa de bronce recordaba que el Club de Golf de Merion había sido declarado lugar de interés histórico. En un tablón de anuncios colgaban las listas con los hándicaps de los socios. Myron echó un vistazo a los nombres buscando el de Win. Hándicap tres. Myron no sabía mucho de golf, pero le constaba que aquello estaba condenadamente bien.
El porche tenía el suelo de piedra; en él se disponían unas dos docenas de mesas. La legendaria zona del comedor no sólo disfrutaba de una vista privilegiada sobre el primer tee; de hecho, parecía cernirse sobre él. Desde allí, los socios observaban a los golfistas dar el primer golpe con la misma mirada experta y airada de los senadores romanos en el Coliseo. Poderosos hombres de negocios y líderes políticos sucumbían con frecuencia bajo semejante escrutinio. Ni siquiera los profesionales se libraban de ello, pues el comedor del porche se mantenía abierto durante el Open. Jack Nicklaus, Arnold Palmer, Ben Hogan, Bobby Jones y Sam Snead habían tenido que soportar el ruido procedente del pequeño restaurante, el irritante tintineo del cristal y la plata, mezclado de la forma más disonante con el rumor amortiguado del público y los vítores distantes.
El porche estaba atestado de socios. La mayoría eran hombres entrados en años, coloradotes y bien alimentados. Vestían chaquetas de esport azules y verdes con distintas insignias. Sus corbatas eran llamativas y la mayor parte de las veces a rayas. Muchos se cubrían la cabeza con sombreros flexibles blancos o amarillos. Sombreros flexibles. Y a Win le había preocupado la forma en que Myron fuese vestido.
Myron divisó a Win sentado a una mesa de un rincón rodeada por seis sillas. Estaba solo. Su expresión era a un tiempo glacial y serena, todo él emanaba la más absoluta tranquilidad. Como un puma que esperara pacientemente a su presa. Al verlo, uno se inclinaba a pensar que el cabello rubio y los hermosos rasgos patricios le brindaban una clara ventaja en la vida. En muchos aspectos, así era; pero en muchos otros, lo estigmatizaban. Todo en su apariencia rezumaba arrogancia, dinero y elitismo. La mayoría de las personas no reaccionaba bien ante aquello. Cuando veían a Win experimentaban una hostilidad contenida hacia él. Era imposible no odiarlo de inmediato. Win estaba acostumbrado. Las personas que juzgaban por las apariencias le traían sin cuidado. Las personas que juzgaban por las apariencias a menudo se llevaban sorpresas.
Myron saludó a su viejo amigo y tomó asiento.
—¿Te apetece tomar algo? —dijo Win.
—Claro.
—Como pidas un Yoo-Hoo, te pego un tiro en el ojo derecho.
—El ojo derecho —repitió Myron, asintiendo—. ¡Qué precisión!
Un camarero que debía de tener cien años apareció como surgido de la nada. Lucía chaqueta y pantalones verdes; hasta el servicio armonizaba con el entorno, pensó Myron.
—Tomaré un té helado, Henry —dijo Win.
—Para mí, lo mismo —señaló Myron.
—Muy bien, señor Lockwood.
Henry se retiró. Win miró fijamente a Myron.
—Cuéntame.
—Se trata de un secuestro —anunció Myron. Win enarcó una ceja.
—El hijo de uno de los jugadores ha desaparecido. Los padres han recibido dos llamadas.
Myron resumió los acontecimientos. Win lo escuchó en silencio. Cuando Myron hubo terminado, dijo:
—Has omitido un detalle.
—¿Cuál?
—El nombre del jugador.
—Jack Coldren. —Myron procuró que su voz sonase firme.
El rostro de Win no reveló nada, pero aun así Myron sintió que una ráfaga de aire frío le atravesaba el corazón.
—Habrás conocido a Linda —dijo Win.
—Sí.
—Y sabrás que está emparentada conmigo.
—Sí.
—Entonces ya te habrás imaginado que no voy a intervenir.
—No.
Win se retrepó en la silla y juntó las yemas de los dedos.
—Pues vete haciéndote a la idea.
—Puede que ese crío esté de veras en peligro —arguyó Myron—. Tenemos que ayudarles.
—No —insistió Win—. Yo no.
—¿Quieres que lo deje?
—Lo que tú hagas es asunto tuyo.
—¿Quieres que lo deje? —repitió Myron.
Llegaron los tés helados. Win bebió un sorbo con calma. Apartó la vista y tamborileó con un dedo en la barbilla. Era su señal para dar por concluido cualquier asunto. Myron sabía que no debía presionarlo.
—Dime, ¿para quién son los demás asientos? —le preguntó.
—Me estoy trabajando un filón de primera.
—¿Un cliente nuevo?
—Para mí, casi seguro. Para ti, apenas una remota posibilidad.
—¿Quién es?
—Tad Crispin.
Myron abrió los ojos como platos.
—¿Vamos a cenar con Tad Crispin?
—Y también con Norman Zuckerman y su última ingénue; bastante atractiva, por cierto.
Norm Zuckerman era el propietario de Zoom, una de las mayores empresas de zapatillas y prendas deportivas que había en el país. También era una de las personas predilectas de Win.
—¿Cómo has establecido contacto con Crispin? Tenía entendido que se representaba a él mismo.
—Y así es. —Win asintió—. Pero necesita un asesor financiero.
A los treinta y tantos años Win ya era considerado casi una leyenda en Wall Street. Que Zuckerman acudiera a él tenía todo el sentido del mundo.
—Lo cierto es que Crispin es un muchacho bastante sagaz —prosiguió Win—. Por desgracia, cree que los agentes son un hatajo de ladrones con la moral de una prostituta metida en política.
—¿Dijo eso? ¿Una prostituta metida en política?
—No, ésta se me ha ocurrido a mí solito. —Win sonrió—. Es bastante buena, ¿eh?
Myron asintió.
—En efecto.
—Sea como fuere, los de Zoom le van detrás como perros falderos. Están a punto de lanzar una nueva línea de palos y prendas de golf para hombre y quieren los servicios de Crispin.
Tad Crispin iba en segundo lugar, a una considerable distancia de Jack Coldren. Myron se preguntó cuán contenta estaría Zoom ante la posibilidad de que Coldren la privara del éxito perseguido. No mucho, supuso.
—¿Qué te parece la gran actuación que está teniendo Jack Coldren? —preguntó Myron—. ¿Te ha sorprendido?
Win se encogió de hombros.
—Ganar siempre ha sido muy importante para Jack.
—¿Hace mucho que lo conoces?
—Sí —respondió Win con rostro inexpresivo.
—¿Lo conocías cuando perdió aquí siendo un principiante?
—Sí.
Myron calculó que por entonces Win debía de estar en la escuela elemental.
—Jack Coldren me ha insinuado que alguien se ocupó de que no ganase.
Win soltó un bufido.
—Todo eso son cuentos —masculló.
—¿Cuentos?
—¿No recuerdas lo que ocurrió?
—No.
—Coldren afirma que su cadi le dio un palo equivocado en el hoyo 16 —explicó Win—. Pidió un hierro del seis y supuestamente el cadi le pasó uno del ocho. La bola cayó cerca. Para ser más exactos, en una trampa de arena. No logró recuperarse.
—¿El cadi admitió su error?
—No hizo comentario alguno, que yo sepa.
—¿Cómo reaccionó Jack?
—Lo despidió.
Myron registró aquella información.
—¿Qué fue de él?
—No tengo la menor idea —respondió Win—. No era joven en aquel entonces, y de eso hace ya más de veinte años.
—¿Recuerdas cómo se llamaba?
—No. Y con esto doy oficialmente por concluida nuestra conversación.
Antes de que Myron tuviera ocasión de preguntar por qué, unas manos le taparon los ojos.
—¿Quién soy? —preguntó una voz que le resultó familiar—. Te daré un par de pistas: soy listo, guapo y me sobra talento.
—¡Caramba! —exclamó Myron—. Antes de la última pista habría pensado que eras Norm Zuckerman.
—¿Y con la pista?
Myron se encogió de hombros.
—Si hubieses añadido «adorado por mujeres de todas las edades», habría pensado que era yo.
Norman Zuckerman soltó una carcajada. Se inclinó y estampó un sonoro beso en la mejilla de Myron.
—¿Qué tal estás?
—Bien, Norm. ¿Y tú?
—Más a gusto que un ricachón en un nuevo coupé de ville.
Zuckerman saludó a Win con un brioso apretón de manos. Los comensales miraron extrañados y con cierta aversión. Las miradas no acallaron a Norman Zuckerman. A Norman Zuckerman no lo acallaba ni un rifle de caza mayor. Por supuesto, en gran parte era mera actuación. Pero se trataba de una actuación genuina. El entusiasmo de Norm por cuanto lo rodeaba resultaba contagioso. Era pura energía.
Norm acercó a una mujer joven que había permanecido detrás de él.
—Permitid que os presente a Esme Fong —dijo—. Es una de mis «vices» de marketing. Está a cargo de la nueva línea de golf. Es una mujer absolutamente brillante.
La atractiva ingénue. Veintipocos, calculó Myron. Esme Fong era asiática, aunque por sus venas debía de correr alguna gota de sangre caucasiana. Era menuda y de ojos rasgados. El cabello largo y sedoso parecía un abanico negro con reflejos castaños. Vestía un traje chaqueta beige y medias blancas. Esme saludó con una leve inclinación de la cabeza y se aproximó. Se comportaba con la seriedad propia de una muchacha atractiva que teme no ser tomada en serio por el mero hecho de serlo.
Tendió la mano.
—Es un placer conocerlo, señor Bolitar —dijo resueltamente—. Señor Lockwood.
—¿Verdad que da la mano con firmeza? —preguntó Zuckerman. Se volvió hacia ella y añadió—: ¿A qué viene tanto «señores»? Éstos son Myron y Win. Son como de la familia, por amor de Dios. De acuerdo, Win es quizá demasiado gentil para ser de mi familia. O sea, sus antepasados llegaron en el Mayflower, mientras que la mayoría de los míos huyó de un pogromo del zar a bordo de un carguero. Pero aun así somos familia, ¿verdad, Win?
—Desde luego —repuso Win.
—Siéntate ya, Esme. Me pones nervioso con tanta formalidad. Intenta sonreír, por favor. —Zuckerman le mostró cómo hacerlo, señalándose los dientes. Luego se volvió hacia Myron y abrió las manos con gesto implorante—. Dime la verdad, Myron. ¿Qué aspecto tengo?
Norman ya había cumplido los sesenta. Su acostumbrada ropa vistosa, acorde con su personalidad, apenas llamaba la atención, pues se lo veía pálido y ojeroso; además, llevaba barba de tres días y el cabello despeinado y demasiado largo.
—Pareces un hippy trasnochado —dijo Myron.
—Es lo que se lleva hoy en día —repuso Norm.
—Pues Tad Crispin no tiene esa pinta —ironizó Myron.
—Los golfistas no saben nada de modas y tendencias. Cualquier judío ortodoxo es más audaz en el vestir que un jugador de golf. Te pondré un ejemplo: Dermis Rodman no es jugador de golf. ¿Sabes qué quieren los golfistas? Lo mismo que han querido desde los albores de la mercadotecnia deportiva: a Arnold Palmer. Eso es lo que quieren. Quisieron a Palmer, luego a Nicklaus, luego a Watson; siempre buenos chicos. —Señaló a Esme Fong con el pulgar—. Ha sido Esme quien ha fichado a Crispin. Es su chico.
Myron la miró.
—Buen golpe de efecto —dijo.
—Gracias —respondió ella.
—Ya veremos lo bueno que resulta —señaló Zuckerman—. Zoom está invirtiendo en el golf una cantidad formidable de dinero. Qué digo formidable, enorme, inmensa, gigantesca.
—Monumental —intervino Myron.
—Descomunal —agregó Win.
—Colosal.
—Tremenda.
—Titánica.
Win sonrió.
—Mastodóntica —remató.
—¡Ésa ha estado muy buena! —exclamó Myron.
Zuckerman meneó la cabeza.
—Tíos, sois más divertidos que los Hermanos Marx sin Groucho. Da igual, es una campaña de órdago. Esme la dirige por mí. Línea de hombre y de mujer. Y no tenemos sólo a Crispin, ya que Esme ha conseguido a la golfista número uno del mundo.
—¿Linda Coldren? —preguntó Myron.
—¡Caray! —Norm dio una palmada—. ¡El jugador de baloncesto judío entiende de golf! Por cierto, Myron, ¿qué clase de nombre es «Bolitar» para un miembro de la tribu?
—Se trata de una larga historia —repuso Myron.
—Mejor; en realidad, no me interesa. Sólo pretendía ser amable. ¿Por dónde iba? —Zuckerman cruzó las piernas, se reclinó en la silla, sonrió y echó un vistazo alrededor. Un hombre de tez rubicunda sentado a una mesa cercana lo miró airadamente—. ¡Hola! —exclamó Norm, saludándolo con la mano—. Tiene muy buen aspecto.
El hombre resopló, enfadado, y apartó la mirada.
Norm se encogió de hombros.
—Se diría que nunca ha visto a un judío.
—Es muy probable —apostilló Win.
Norm volvió a mirar al hombre de tez rubicunda.
—¡Mire! —gritó Zuckerman, señalándose la cabeza—. ¡Sin cuernos!
Incluso Win sonrió.
Zuckerman volvió a fijar su atención en Myron.
—Veamos, dime, ¿pretendes firmar con Crispin?
—Todavía no lo conozco —dijo Myron.
Zuckerman se llevó la mano al pecho, fingiéndose sorprendido.
—En ese caso, Myron, es una extraña coincidencia que estés aquí cuando nos disponemos a compartir el pan con él. ¿Cómo están las apuestas? Espera. —Norm hizo una pausa y se puso una mano detrás de la oreja—. Me parece que oigo la sintonía de En los límites de la realidad.
Myron rió.
—Venga, Myron, cálmate. Estoy tomándote el pelo. Alegra esa cara, por amor de Dios. Pero permíteme que sea sincero contigo. No creo que Crispin te necesite, Myron. No es nada personal, pero el chaval ya ha firmado el contrato conmigo. Sin agente. Sin abogado. Se ocupó de todo en persona.
—Y lo timaron —añadió Win.
Zuckerman se llevó una mano al pecho.
—Me ofendes, Win.
—Crispin me confió las cifras —dijo Win—. Myron le habría conseguido un negocio mucho mejor.
—Aun considerando todo el respeto que merecen tus siglos de endogamia con la alta sociedad, perdona que te diga que no tienes ni idea de qué estás hablando. El chaval dejó algo de dinero en caja para mí, eso es todo. ¿Acaso es delito que un hombre consiga beneficios? Myron es un tiburón, ¡por Dios! Me deja en pelotas cada vez que hablamos. Cuando sale de mi despacho no me quedan ni los calzoncillos. Ni siquiera los muebles. Ni siquiera el despacho. Empiezo con mi hermoso despacho y termino desnudo en un comedor de beneficencia quién sabe dónde.
Myron miró a Win.
—Conmovedor.
—Me parte el corazón —dijo Win.
Myron dirigió su atención a Esme Fong.
—¿Estás contenta con la actuación de Crispin en el Open?
—Por supuesto —contestó ella con premura—. Éste es su primer grande, y ocupa el segundo puesto.
Norm Zuckerman puso una mano sobre el brazo de la chica.
—Reserva el discurso para los imbéciles de la prensa. Estos dos tipos son como de la familia.
Esme Fong se aclaró la voz y dijo:
—Linda Coldren ganó el Open de Estados Unidos hace unas semanas. Saldremos en la televisión, en la radio y en la prensa; ambos estarán en todas partes. Es una línea nueva, completamente desconocida para los aficionados al golf. Está claro que el que dos ganadores del Open anunciaran la nueva línea de Zoom sería muy útil para nosotros.
Norm volvió a señalarla con el pulgar.
—¿No es extraordinaria? «Útil.» Bonita palabra. Ambigua. Escucha, Myron, tú sueles leer la sección de deportes, ¿estoy en lo cierto?
—Desde luego.
—¿Cuántos artículos leíste sobre Crispin antes de que comenzara el torneo?
—Muchos.
—¿Cuánta atención le han prestado en los dos últimos días?
—No mucha.
—Por no decir ninguna. No hacen más que hablar de Jack Coldren. En dos días ese pobre hijo de perra se convertirá en un hombre prodigio de proporciones mesiánicas o en el más lamentable perdedor de la historia del mundo. Piensa en ello por un instante. La vida entera de un hombre, tanto su pasado como su futuro, depende de cómo le dé a una bola con un palo. De locos, si te paras a pensarlo. ¿Y sabes qué es lo peor de todo?
Myron negó con la cabeza.
—¡Que deseo con toda mi alma que la pifie! Me siento como un grandísimo cabrón, pero es la pura verdad. Si mi chico reacciona y gana, espera y verás el partido que le saca Esme. Ya puedo leer los titulares: «El deslumbrante juego del recién llegado Tad Crispin fuerza la derrota de un veterano». «La joven revelación planta cara a un doble desafío: Palmer y Nicklaus juntos.» ¿Sabes lo que eso significaría para el lanzamiento de la nueva línea? —Zuckerman miró a Win y lo señaló—. Dios, ojalá tuviera tu aspecto. Miradlo, por amor de Dios. ¡Qué guapo!
Win forzó una sonrisa. Varios hombres de tez rubicunda volvieron airados la mirada hacia ellos. Norman los saludó con la mano y, dirigiéndose a Win, dijo:
—La próxima vez que venga me pondré un solideo.
Win rió esta vez a carcajadas. Myron trató de recordar la última vez que había visto a su amigo reírse con tantas ganas. Hacía mucho tiempo. Norm solía provocar en la gente este tipo de sensaciones.
Esme Fong echó un vistazo a su reloj de pulsera y se puso en pie.
—Sólo he pasado para saludarlos —explicó—. Ahora he de marcharme.
Los tres hombres se levantaron. Norm dio un sonoro beso en la mejilla a la muchacha.
—Cuídate, Esme, ¿de acuerdo? Nos veremos por la mañana.
—Sí, Norm. —Esme dedicó sendas sonrisas remilgadas a Myron y a Win, acompañándolas de una tímida inclinación de la cabeza. Un poco al estilo de lady Di, pero con algo más de sinceridad—. Encantada de conocerlo, Myron. Win.
Se marchó. Los tres hombres volvieron a sentarse. Win juntó las yemas de los dedos.
—¿Qué edad tiene? —preguntó.
—Veinticinco. Matrícula de honor en Yale.
—Impresionante.
—Ni se te ocurra, Win —le advirtió Norm.
Win sacudió la cabeza. Desde luego que no. Los negocios están ante todo. Cuando se trataba del sexo opuesto, Win prefería los finales rápidos y definitivos.
—Se la robé a esos hijos de perra de Nike —explicó Norm—. Era un pez gordo del departamento de baloncesto. No me malinterpretes. Estaba ganando un montón de pasta, pero se espabiló. Oye, es tal como le dije: en la vida no todo es dinero. ¿Sabes a qué me refiero?
Myron se contuvo para no poner los ojos en blanco.
—Además, trabaja como una condenada. Siempre comprobando y volviendo a comprobar. De hecho, ahora mismo va a ver a Linda Coldren. Han quedado para una merienda cena o no sé qué zarandaja típica de chicas.
Myron y Win cruzaron una mirada.
—¿Dices que va a casa de Linda Coldren?
—Sí, ¿por qué?
—¿Cuándo la ha llamado?
—¿Qué quieres decir?
—¿Fijaron la cita con mucha antelación?
—Pero, bueno, ¿tengo pinta de recepcionista?
—Olvídalo.
—Olvidado.
—Perdonadme un momento —dijo Myron—. ¿Os importa que haga una llamada?
—¿Acaso soy tu madre? —Zuckerman hizo ademán de espantarlo—. Anda, ve y llama.
Myron estuvo tentado de emplear su teléfono móvil, pero decidió no enfurecer a los dioses del Merion. Encontró un teléfono público en el vestíbulo del vestuario de hombres y marcó el número de los Coldren. Utilizó la línea de Chad. Linda Coldren contestó.
—¿Diga?
—Sólo quería comprobar si había sucedido algo más —dijo Myron.
—Pues no —repuso Linda.
—¿Sabe que Esme Fong va hacia su casa?
—No he querido cancelar la cita —explicó Linda Coldren—. No pienso hacer nada que pueda llamar la atención.
—Entonces ¿todo va bien?
—Sí —afirmó ella.
Myron vio a Tad Crispin dirigirse hacia la mesa de Win.
—¿Ha podido hablar con la escuela?
—No; no había nadie —contestó Linda—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—No lo sé —reconoció Myron—. Ya hemos conectado el identificador de llamadas a su teléfono. Si vuelve a llamar, en teoría, tendríamos que poder descodificar su número.
—¿Y qué más?
—Trataré de hablar con Matthew Squires, a ver qué me cuenta.
—Ya he hablado con Matthew —repuso Linda con impaciencia—. No sabe nada. ¿Qué más?
—Podría involucrar a la policía. Con discreción. No puedo hacer mucho más por mi cuenta.
—No —replicó ella con firmeza—. Nada de policías. Jack y yo somos inflexibles en ese punto.
—Tengo amigos en el FBI...
—No.
Recordó su reciente conversación con Win.
—Cuando Jack perdió el Open, ¿quién era su cadi?
Ella titubeó.
—¿Por qué quiere saberlo? —preguntó.
—Tengo entendido que Jack culpó al cadi de su fracaso.
—En parte, sí.
—Y lo despidió.
—¿Y qué?
—Pues que pregunté por sus enemigos. ¿Cómo le sentó aquello al cadi?
—Está hablando de algo que sucedió hace más de veinte años —dijo Linda Coldren—. Aunque guardara un profundo rencor a Jack, ¿por qué iba a esperar tanto tiempo?
—Es la primera vez que el Open se celebra en el Merion desde entonces. Quizás esto haya servido para despertar en él una cólera latente. No lo sé. Es probable que no haya nada de esto, pero merece la pena comprobarlo.
Myron oyó que alguien hablaba al otro extremo de la línea. Era la voz de Jack. Ella le pidió que no colgara.
Unos instantes después, Jack Coldren se puso al teléfono. Sin más preámbulos, inquirió:
—¿Cree que existe una conexión entre lo que me sucedió a mí hace veintitrés años y la desaparición de Chad?
—No lo sé —respondió Myron.
—Pero usted cree...
—No sé lo que creo —lo interrumpió Myron—. Estoy intentando tener controlada la situación desde todos los ángulos.
Se produjo un silencio sepulcral. Luego:
—Se llama Lloyd Rennart —le informó Jack Coldren.
—¿Sabe dónde vive?
—No. No he vuelto a verlo desde aquel día.
—¿El día en que lo despidió?
—Sí.
—¿Desde entonces nunca se ha topado con él en el club, en un torneo o en otra parte?
—No —respondió Jack Coldren—. Nunca.
—¿Dónde vivía Rennart en aquella época?
—En Wayne. Es el pueblo vecino.
—¿Qué edad tendría ahora?
—Sesenta y ocho —contestó Jack sin titubear.
—Antes de lo ocurrido, ¿estaban muy unidos?
—Eso creía yo —dijo Jack en voz baja—. No en el plano personal. No teníamos trato social. No conocí a su familia, ni visité su casa ni nada por el estilo. Pero en el campo de golf... —hizo una pausa— siempre creí que estábamos muy unidos.
—¿Por qué haría algo semejante? —preguntó Myron—. ¿Por qué querría arruinar su posibilidad de vencer?
Myron podía oírle respirar.
—Llevo veintitrés años buscando la respuesta a esa pregunta —contestó al fin Jack con voz ronca.