Читать книгу Tres Comedias Modernas en un acto y en prosa - Heliodoro Criado y Baca - Страница 11
ESCENA IV
Оглавлениеdicho, raigón y francisco, en el gabinete
Raigón.—¡Eres un torpe, un animal! Ya te dije
que no estaba para nadie.
Francisco.—Como insistió de esa manera... 15
Raigón.—Dile que entre... (Venir á entretenerme ahora...)
Francisco.—Pase usted. (Sosteniendo la mampara.) Atilano.—Gracias, Francisquito. (Aparte al entrar en el gabinete. Francisco sale á la sala y se queda escuchando 20 junto á la puerta.—Mirando á Raigón y puesto casi en cuclillas, como cuando se hace fiestas á un niño.) ¡Je, je, je! Francisco.—(¡Para bromitas está el hombre!) Raigón (Muy serio).—Servidor de usted. Atilano (Abriendo los brazos y yendo hacia él).—¡Raigoncillo! Francisco.—(¡Así lo entretenga dos horas!) (Vase 5 por el foro.) Raigón (Dejándose abrazar y muy serio).—Caballero... Atilano.—Pero, ¿qué es esto? ¿No me conoces? Raigón.—Sí, me parece recordar. 10 Atilano.—Fuentesaúco, Atilano, tu amigo de la infancia, tu compañero del colegio de don Cosme. (Abrazándole.) Raigón.—¡Ah! Sí, sí. (Con frialdad.) Atilano.—Ya lo creo, hombre, estas cosas no se 15 olvidan nunca. Muy transformado estás; pero te hubiera reconocido al momento. Raigón.—Bien, pues usted dirá... Atilano.—¿Qué es eso de usted? Trátame con toda confianza como yo á tí. ¡No faltaba más! Dos 20 amigos íntimos, que no se separaban nunca, que han estudiado juntos todo el bachillerato... Siéntate, hombre, siéntate. (Sentándose.) Raigón.—Es que tengo mucha prisa. (Sentándose.) 25 Atilano.—Ya me lo ha dicho el criado; pero tranquilízate, porque seré muy breve. No he venido más que para tener el gusto de darte un abrazo. Más despacio otro día, hablaremos de aquellos tiempos felices... ¡Qué dichosos éramos entonces! Con la alegría de la 30 niñez, soñando un porvenir de color de rosa... ¡Ay! Tú lo has realizado; pero yo... (Suspirando.) En fin, no quiero entristecerte refiriéndote mis desgracias. Hoy, por una casualidad, hablando con otro compañero nuestro, aquél que llamábamos Pandereta, ¿te acuerdas? ¡Pandereta! 5 Raigón.—No. Atilano.—(Éste no quiere acordarse de nada.) Pues bien; hablando con ése en esta misma calle, ahí, frente á esta casa, me dijo señalando á la muestra que tienes en los balcones: «¡Ése sí que ha hecho suerte! Ahí le 10 tienes, el más famoso, el mejor dentista de España, Manolito Pérez.»—«¡Manolito!» exclamé yo muy sorprendido.—«¿Pero ese renombrado Raigón es Manolito Pérez?»—«El mismo.» Raigón.—Sí; como es menos común, uso el apellido 15 de mi madre. Atilano.—Y muy bien usado. ¡Raigón! El apellido más propio para un dentista. Siempre tuviste disposición para estas cosas: en la clase de matemáticas eras una especialidad para la extracción de raíces. ¡Je, 20 je! (No le ha hecho gracia el chistecito.) Raigón.—Yo siento mucho no poder detenerme más; pero me aguardan y... Atilano.—Acabo al instante. ¿Sigues soltero? Raigón.—Siempre. 25 Atilano.—Yo no. Soy viudo y tengo una hija, un ángel, que es mi único consuelo en este mundo. Cose para las tiendas y con eso vamos viviendo mientras no me emplean. Trabaja la infeliz, dale que le das á la máquina, una silenciosa que voy pagando á plazos. 30 ¡Ay! (Suspira.) Pero hace dos semanas, mi pobrecita hija, apenas puede coser, porque de noche y de día está en un grito. Raigón.—¿Pues? Atilano.—Le ha salido la muela del juicio un poco torcida y la hace sufrir de un modo horrible. No hay 5 más remedio que extraerla; pero, ¿cómo? Yo me encuentro sin recursos, en una situación deplorable, puedes creerlo, deplorable; ni aun dispongo para llevarla á un mal dentista. Raigón (Levantándose).—¡Acabáramos! Pues si no 10 es más que eso... Atilano.—Nada más. Raigón.—Los jueves, de tres á cinco, tengo consulta gratis para los pobres. Atilano.—¿Eh? (Levantándose.) 15 Raigón.—Ven con tu hija y se la operará como sea preciso. ¡Vaya, adiós! ¡Francisco! (Llamando.) Atilano.—Adiós, hombre, adiós. (Con amargura. Pasa á la sala.) Raigón.—¡Adiós! (Y para esto me ha entretenido 20 media hora.) (Poniéndose el sombrero.)