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FUNDAMENTO FISIOLÓGICO

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El cerebro humano es un órgano biológico y social encargado de todas las funciones y procesos que tienen que ver con el pensamiento, la creatividad, la intuición, la imaginación, la actividad lúdica, las emociones, la conciencia y otra infinidad de procesos cognoscitivos; así mismo es el que elabora y reelabora cosas nuevas a partir de las experiencias vividas. Queda claro que aprendemos con mucha facilidad aquello que nos produce goce y disfrute, tal es el caso de las actividades lúdicas de aprendizaje, las cuales regularmente son acompañadas por el afecto y la comprensión que requiere el acto educativo de un docente, de esta forma natural los alumnos se acercan más al conocimiento gracias a la felicidad que producen dichos eventos. Llinás (2003) considera que “al cerebro lo que más le encanta es entender, pero esto se logra solo a través de estímulos positivos” (p. 11). Resulta claro que como docentes nuestra función en la educación es guiar la transformación del niño en persona adulta, que desarrolle acciones responsables en la sociedad, para lo cual no solo es necesario un cambio de paradigma, sino un cambio de actitud desde una concepción lúdica, con la finalidad de favorecer a los estímulos adecuados para su cerebro.

“Las actividades de tipo lúdico tienen ciertos requisitos para su realización ya que deben ser comprendidas como experiencias culturales inherentes al desarrollo humano en toda su dimensionalidad psíquica, social, cultural y biológica. Por consiguiente, las actividades lúdicas están ligadas a la cotidianidad, en especial a la búsqueda del sentido de la vida y a la creatividad humana en el fenómeno educativo” (Llinás, 2003, p. 18)

Las experiencias culturales ligadas al aspecto lúdico a nivel biológico producen mayor secreción de neurotransmisores en el cerebro, estas moléculas mensajeras según Llinás (2003) se encuentran estrechamente asociadas con el placer, el goce, la felicidad, la euforia, la creatividad, que son procesos fundamentales en la búsqueda del sentido de la vida por parte del ser humano.

Desde este enfoque, Jiménez (1998) establece que:

El aprendizaje puede considerarse como un proceso cultural y bioquímico, en el que diminutas células cerebrales (neuronas), elaboran nuevas conexiones entre sí (sinapsis), alterando de esta forma al ser humano a nivel biológico y psíquico. Lo anterior se debe a que nuestros procesos mentales (pensamientos, emociones), se transforman en moléculas, es decir, todos los procesos cognitivos, inclusive, los psíquicos, se convierten en sustancias orgánicas que viajan por el sistema nervioso (neurotransmisores). De esta manera se origina un proceso de autorregulación o de equilibrio homeostático que ayuda al aprendizaje (p. 111)

Uno de los neurotransmisores clásicos que se activan en una situación educativa a través de ambientes lúdicos, según el fisiólogo Elbert (1995) es la dopamina:

(…) sus funciones principales son las de proporcionar energía mental, mejorar la atención, control de los impulsos, motivación y determinación para aprender determinada situación. En el área educativa cuando hay una deficiencia de dopamina se traduce en fatiga, problemas de atención y falta de control de los impulsos. Es por lo que la dopamina tiene importantes implicaciones educativas, porque interviene en procesos de gratificación y motivación que son fundamentales en el aprendizaje (p. 89)

Para poder activar este neurotransmisor, w los docentes debemos saber activar este sistema de gratificación de la dopamina con gestos, miradas o conductas agradables. El lenguaje no verbal desempeña un papel importante en la transmisión de componentes emocionales, por lo tanto el aspecto lúdico puede ser el facilitador de estos estímulos.

Con relación a la serotonina, Elbert (1995) establece que:

Es un neurotransmisor que ayuda a transmitir mensajes una y otra vez entre los nervios del cuerpo desde el cerebro. El estado de ánimo, la motivación, el sueño, por nombrar algunas funciones, son las que controla esta sustancia. Sentirse bien es producto de la serotonina, por lo que el juego es uno de sus principales catalizadores. Es un químico al que se le atribuye conservar la sensación de felicidad, ya que ayuda a que el estado de ánimo se mantenga estable y calma la ansiedad” (p. 18)

Para reconocerlo en el ámbito educativo, es necesario saber que en ocasiones es denominado como el neurotransmisor de la felicidad.

Con respecto a la acetilcolina, Elbert (1995) considera que:

(…) ayuda a comunicar los impulsos nerviosos más rápido y de mejor manera en un individuo, así mismo contribuye a mantener aguda nuestra memoria. Es necesaria para la buena comunicación entre las células nerviosas del cerebro y para la buena memoria. Todos los individuos necesitan la acetilcolina para tener buenas señales entre las células nerviosas del cerebro, que a su vez movilizan el sistema músculo-esquelético (p. 28)

En el aspecto educativo podemos decir que este neurotransmisor es fundamental para aprender y conservar en la memoria de corto plazo los contenidos analizados en la escuela, así como mejorar sus conductas motrices. Es por ello que la escuela debe brindar las alternativas de aprendizaje adecuadas a las características evolutivas del niño, para que así el cerebro cumpla su función fisiológica. De ahí la importancia de que el docente favorezca ambientes de aprendizaje positivos a través de actividades lúdicas.

Un estudio realizado por Hillman y Ardoy (2014), que evaluó el efecto del juego sobre la actividad neuronal asociada a los procesos de atención y memoria en infantes de 10 años, logró fundamentar que la actividad lúdica mejoró el rendimiento cognitivo y la función cerebral. En la figura 1 se muestran dichos datos:

Figura 1. Fundamento del experimento realizado por Hillman y Ardoy (2014)


Gamo (2016) en su artículo “El cerebro necesita emocionarse para aprender”, señala que en los últimos años han aparecido diferentes corrientes que quieren transformar el modelo educativo, y una de ellas es la neurodidáctica, la cual es un conjunto de conocimientos que está aportando la investigación científica en el campo de la neurociencia y su relación con los procesos de aprendizaje. “Antes solo se podía observar el comportamiento de los alumnos, pero ahora gracias a las máquinas de neuroimagen podemos ver la actividad cerebral mientras realizan tareas” (p. 66). Esa información sirve a los pedagogos para decidir qué métodos son los más eficaces. Por su parte Mora (2018) asegura que el elemento esencial en el proceso de aprendizaje está en:

La emoción, porque sólo se puede aprender aquello que se ama, y donde existe la diversión y la felicidad, aquello que le dice algo nuevo a la persona, que significa algo, que sobresale del entorno dentro del escuela y la actividad lúdica, puede ser uno de los grandes detonadores (p. 6)

Actualmente existen evidencias en el aspecto matemático, en las que los niños, desde edades tempranas tienen desarrollado el dominio de conceptos sobre estimaciones y operaciones básicas relacionadas con las matemáticas. Los que todavía no hablan pueden distinguir numéricamente entre unos pocos objetos, al igual que algunos animales como los chimpancés, lo cual hace pensar que el sentido de la cantidad es una característica que compartimos con los primates, mientras que el pensamiento simbólico, verbalizado y matemático es exclusivo del ser humano. La AUM (Academy University of Mathematics) en el año 2010 realizó diversos estudios como el siguiente:

(…) a niños de cinco años a los que se les muestra un objeto, usualmente un juguete, y luego se oculta tras una pantalla. Después se les muestra otro objeto y nuevamente se oculta detrás de la pantalla. Si al retirar la pantalla solo aparece un objeto, el niño permanece con la mirada sobre el objeto durante mucho más tiempo, como si estuviera sorprendido de un resultado no lógico (p. 50)

Esto se interpreta como una capacidad innata de pensamiento matemático a nivel cerebral.

Otro de los experimentos realizado por la AUM (2010) logró descubrir que en niños mayores de cinco años, a medida que aprenden la matemática simbólica, es importante el uso del cuerpo y actividades motrices diversas para realizar cálculos, especialmente el uso de los dedos para contar y realizar operaciones básicas como sumas y restas. En este caso las cortezas motora y sensorial, audición, lenguaje y control motor son importantes. Se comprobó que para aprender las matemáticas el cerebro del niño emplea inicialmente el sentido visoespacial de la cantidad y luego lo combina con los símbolos matemáticos que aprende y que están relacionados con el lenguaje, cerrando el proceso las actividades que impliquen movimiento corporal.

Las áreas cerebrales encargadas del pensamiento matemático van madurando progresivamente, de tal manera que en el niño solo algunas de estas áreas son activas y otras se irán activando con el desarrollo cerebral y con el estímulo que reciba a través de la educación.

Los neurólogos Radford y André (2009) establecen que:

Las áreas cerebrales encargadas del pensamiento matemático van madurando progresivamente, de tal manera que en el niño sólo algunas de estas áreas son activas y otras se irán activando con el desarrollo cerebral y con el estímulo que reciba a través de la educación. Inicialmente maduran las áreas primarias, tanto motoras, como somatosensorial, visual y auditiva. En el momento se plantea que el hemisferio derecho tiene la capacidad para reconocer los símbolos numéricos y realizar aproximaciones o estimaciones matemáticas. El cerebro izquierdo tiene la capacidad de reconocer la escritura alfabética matemática, esto probablemente está relacionado con su función lingüística; desde el punto de vista de procedimientos tiene la capacidad de realizar cálculos como la multiplicación, suma y resta (p. 97)

Figura 2. Hemisferios cerebrales y áreas de pensamiento matemático. Radford y André (2009)


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